Inevitablemente, Plural tras Plural de los últimos números de la revista han de hacer mención a cómo la pandemia de la covid-19 y sus repercusiones atraviesan todos los temas de los que desde una revista de pensamiento crítico como la nuestra se puede hablar. En esta ocasión ponemos el foco sobre los terribles efectos de la pandemia y sus ecos en el campo de la construcción de la subjetividad, el de las emociones y los estados afectivos, el de la salud mental (con todo lo problemático del concepto) y sus implicaciones…; en definitiva, del incremento de toda una nebulosa de malestares diversos (los llamemos tristeza, ansiedad, depresión, miedo…, o de otras maneras por pensar), que van de lo individual a lo social y colectivo, de lo más íntimo a lo más público, de lo personal a lo político, si es que alguna vez hubo una distinción, como ya nos enseñaron los feminismos.

Como han señalado Franco Berardi Bifo y Mark Fisher al hablar de la “lenta cancelación del futuro”, quizá hemos llegado al culmen de ese proceso por el que no es posible imaginar un futuro mejor; la crisis definitiva de la idea de progreso ya no solo aplicada a la macrohistoria en general, sino también a lo más concreto de las vidas individuales. Ya se ha convertido en un lugar común (no por ello menos acertado) eso de que las generaciones actuales serán las primeras en mucho tiempo en vivir peor que las inmediatamente precedentes, y no solo en lo relativo a las condiciones materiales o económicas, sino en cuanto a las circunstancias políticas, ecológicas y culturales en las que se ha de enmarcar su vida.

Parece que todo lo que queda desde un punto de vista político radical es tratar de hacer una reducción de daños, que la gestión del desastre no se haga desde la lógica del capital que nos aboque a una distopía a lo Mad Max, sino desde una visión democrática y más justa que nos permita, al menos, amortiguar los golpes.

La impotencia con la que la izquierda ha afrontado esta crisis no es un buen síntoma. Aparentemente atrapada entre dos alternativas extremas (la aceptación acrítica de las respuestas disciplinarias que el orden capitalista ha dado a la pandemia, por un lado, y su reverso complementario, el de las teorías de la conspiración y negacionistas confluyentes con la extrema derecha, por el otro), cualquier expresión de desconfianza hacia los espacios de poder político, económico y científico-tecnológico o cualquier intento de elaboración de un discurso alternativo quedaban anulados. El discurso experto y una confianza ciega en la ciencia a modo de seudorreligión (precisamente por el desconocimiento generalizado sobre cómo funciona realmente la ciencia) aparecían como la única opción de salvación, delegada en la tecnocracia.

No es cierto que desde los gobiernos se haya priorizado la salud frente a la economía, como no se hace en general en otras tomas de decisiones que son muy perjudiciales para la salud y la vida. En cualquier caso, se ha manejado un concepto muy restringido de salud que no ha tenido en cuenta las implicaciones emocionales, afectivas o mentales de medidas como los confinamientos drásticos, y más aún con la disonancia que creaba el tener que ir a trabajar y exponerte a un contagio en el transporte público o en tu centro de trabajo, pero no poder hacer ninguna de esas cosas que hacen que la vida merezca ser vivida, como dar un paseo o ver a tus seres queridos.

Las contradicciones entre el discurso y la realidad, y entre las propias medidas implementadas por las autoridades, han sido tan grandes que solo podían aumentar el miedo y la inseguridad entre las poblaciones. Esa falta de certezas y de respuestas no ha conseguido sino acentuar el sufrimiento de muchas personas que han visto peligrar o desaparecer sus ingresos económicos, que han seguido perdiendo sus viviendas, que han sufrido el dolor de perder a familiares o de enfermar ellos y ellas mismas, de no poder ver y acompañar a sus seres queridos, que han visto agudizadas las crisis de los cuidados, de soledad no deseada, o de compañía no deseada, como la de las mujeres que han visto agravadas las situaciones de violencia machista en la reclusión del hogar…

El estrés, el desconcierto, la ansiedad y el pánico con el que en mayor o menor medida todos y todas nos hemos enfrentado a esta situación desconocida en el mundo moderno y occidental, nos han mostrado la extrema fragilidad en la que nos movemos a pesar de los avances civilizatorios, o precisamente, en parte, debido a ellos. Estas emociones extremas tan solo son un anticipo de lo que puede suponer en términos psicosociales la acción combinada del crecimiento exponencial de la población, la reducción de recursos básicos, no ya como los combustibles fósiles sino como el agua misma, el aumento global de las temperaturas y la generalización de fenómenos meteorológicos extremos, así como de la crisis permanente del modelo de acumulación capitalista y sus consecuencias para las mayorías sociales en términos de empleo, renta, servicios públicos, etcétera.

En este momento de crisis multidimensionales (también personales) vivimos una generalización de la voluntad de acceder a la psicoterapia (para quien puede permitírselo en el mercado privado) y un aumento de la medicalización antidepresiva y ansiolítica. Dos respuestas posibles y quizá necesarias a los dolores particulares, pero que no pueden entenderse como soluciones milagrosas y que han de estar en consonancia con un discurso siempre crítico y con una perspectiva politizadora y comunitaria.

Por supuesto, se abren muchos posibles abordajes a partir de estas premisas, pero en este modesto Plural presentamos algunas aportaciones para ayudarnos a pensar juntas y juntos.

El texto de Jappe, Aumercier, Homs y Zacarias (“La vida que puede ser tan poco: vigilancia y supervivencia ampliada”) nos sirve como introducción filosófico-económica al momento de crisis social y personal que queríamos analizar en este Plural. Nos interesaba la aportación de Jappe a raíz de la lectura de su libro La sociedad autófaga (Pepitas de Calabaza, 2019), en el que desde la crítica del valor marxiana, en confluencia con el psicoanálisis, hace un acercamiento a un estudio de la subjetividad contemporánea en el capitalismo crepuscular, una personalidad que él caracteriza como “fetichista-narcisista”. Este análisis nos parecía aún más adecuado en el contexto abierto por la pandemia. Si bien podría pensarse que el texto que traducimos aquí ha quedado un poco desactualizado, pues fue escrito en los primeros momentos de la crisis sanitaria (en la primavera de 2020), su lectura nos ayuda a darnos cuenta del nivel de incertidumbre al que nos hemos visto abocados en este periodo. Las fantasías de control tecnobiológico, que avanzaron notablemente en su legitimación al inicio de la pandemia, no solo resultaron en gran medida inútiles, sino que en muchos casos ni siquiera han terminado de ser implantadas, como las aplicaciones de rastreo que durante unos meses fueron la gran esperanza y estuvieron en boca de todos. Las posibles repercusiones positivas que al inicio de la pandemia parecieron abrir una ventana de nueva conciencia social acerca de las consecuencias dañinas de la acción humana sobre el medio ambiente y sobre las propias condiciones de reproducción de la vida, sobre la hybris humana que se asociaba necesariamente con la situación en la que estábamos inmersos, han quedado completamente desterradas y el orden del capital ha reorientado sus mecanismos de gobernanza (incluso con giros importantes como una nueva ola estatalista y expansiva que parece enmendar el dogma neoliberal) para que todo siga igual. En este texto, los autores recuperan aportaciones de teóricos muy diversos como Robert Kurz, Michel Foucault o Guy Debord para analizar el proceso de aceleración de la espectacularización de la vida contemporánea.

Aterrizando más en el tema que da unidad al Plural, el texto de Manuel Desviat (“La privatización del malestar”) nos invita a pensar, desde la psiquiatría crítica, las fronteras y continuidades problemáticas entre lo que podemos entender como malestares psicosociales y lo que la psiquiatría trata como patologías. Al fin y al cabo, es el reverso tenebroso de todo el discurso clínico como discurso de poder. Incluso quienes desde posiciones transformadoras queremos hablar de salud mental corremos el riesgo de patologizar en el peor sentido de la palabra, al dar por sentado que hay una frontera clara entre lo sano y lo no sano, la cordura y la locura, en lugar de construir una idea de que hay un continuo en el que nos movemos todos y todas, y que quizá hay que hablar más de un bienestar o malestar gradual. Sí, viva la sanidad pública, y queremos más médicos y médicas al servicio de todas las personas, pero hay muchas formas de elaborar el discurso médico, y la ciencia nunca ha estado desprovista de ideología.

Esa crítica la conocen mejor que nadie quienes se denominan a sí mismos y mismas como “supervivientes de la psiquiatría”, los y las activistas del movimiento Orgullo Loco, como Fátima Masoud, que en su artículo “Psiquiatrización, pandemia y Orgullo Loco” nos cuenta la gestación de este movimiento y el modo en que las respuestas a la pandemia han agravado las situaciones de muchas de estas personas. Aun más aisladas en instituciones de internamiento, en muchos casos contra su voluntad, sufriendo prácticas deshumanizadoras que parecen del pasado pero que no lo son, viviendo las consecuencias del abuso de fármacos, etcétera, la pandemia ha supuesto también para muchas personas atravesadas por el sistema de salud mental un agravamiento de sus condiciones de vida.

Martín Correa-Urquiza, en “Cantos de cisne para una dialógica corporal (De desamparo, distancias y el hábito de extranjerizarnos)”, repasa desde la antropología de la salud los efectos que el distanciamiento social forzoso ha tenido y va a tener sobre nuestras subjetividades y nuestros modos de relacionarnos. En un mundo que no andaba ya sobrado de espacios de socialización auténtica y fraterna, más allá de las relaciones pautadas por la lógica mercantil, está por ver si seremos capaces de invertir esa tendencia centrífuga por la que cada vez nos alejamos más los unos de los otros, cuando necesariamente vendrán momentos históricos que necesitarán de nuevos agrupamientos sociales y de recuperación de ancestrales vínculos antropológicos que teníamos olvidados.