El Banco de Inglaterra (BoE) ha acompañado a su último aumento de los tipos de interés británicos (4,5 %) –el duodécimo consecutivo– la advertencia de que la tasa de inflación en el Reino Unido iba a seguir siendo más elevada de lo previsto debido al alza de precios de los productos alimenticios (19,2%). El BoE incrementa sus tipos desde diciembre de 2021 para tratar de frenar el fuerte aumento del coste de la vida. Aunque la tasa de inflación se redujo notablemente en abril, sigue siendo, con el 8,7 %, bastante más elevada que el objetivo del 2 % fijado por el Reino Unido.

Se han alegado numerosas razones para explicar la reciente alza de precios: los bancos centrales han imprimido demasiada moneda, las guerras en otros países han hecho que se disparen los precios de la energía. El gobierno actual y el gobernador del Banco de Inglaterra afirman que los aumentos de salarios están en el origen de la inflación. Sin embargo, mis investigaciones, realizadas junto con James Meadway, del Progressive Economy Forum, y Doug Nicholls, de la Confederación General de Sindicatos, muestran que los aumentos de precios en el Reino Unido han venido provocados más probablemente por unos beneficios elevados, salarios menguantes y una productividad baja durante decenios.

Negociaciones salariales

Desde mediados hasta finales de la década de 1970, los sindicatos pudieron negociar los salarios mediante negociaciones colectivas organizadas a escala nacional. Se trataba de sectores de la clase trabajadora, generalmente representados por un sindicato, que negociaban los salarios y las condiciones de trabajo con su empresa. En aquel entonces, la diferencia entre los ingresos de las empresas y los de la mano de obra era claramente menor y Gran Bretaña era una sociedad más igualitaria en términos de renta.

Desde entonces, un ataque concertado contra las negociaciones colectivas a escala nacional ha debilitado notablemente la capacidad de los y las trabajadoras asalariadas para defender el valor de sus salarios, adaptándolos por lo menos al ritmo de la inflación. Al mismo tiempo, las desigualdades de ingresos han crecido rápidamente y es probable que alcancen un nivel récord de aquí a 2027. Las  investigaciones muestran que existe una relación inversamente proporcional entre el número de personas organizadas en sindicatos y su capacidad para recurrir a la negociación colectiva, por un lado, y la concentración de la riqueza en manos de la clase más rica, por otro.

La clase trabajadora empieza hoy a percatarse de ello, lo que podría explicar el reciente apoyo a las acciones de huelga con que los sindicatos tratan de mantener el importe en términos reales de los salarios frente a una inflación persistente. Pero también es importante ser conscientes de los factores más profundos, históricos y estratégicos, que han llevado a unos niveles de inflación relativamente elevados en Gran Bretaña. El Reino Unidos no podrá salir de la crisis actual del coste de la vida si no aborda estos problemas.

Una potencia industrial

La primera revolución industrial, que comenzó en el siglo XVIII, convirtió a este país en uno de los principales productores de bienes manufacturados: el taller del mundo. El Reino Unidos fue una gran potencia industrial durante más de un siglo, creando todo, desde paquebotes de crucero hasta ciertos primeros programas informáticos. Sin embargo, en la década de 1980, el thatcherismo socavó la industria productiva y el desarrollo de competencias al reducir sectores enteros de la economía, como la siderurgia, la construcción de automóviles y la producción de carbón. Al mismo tiempo, el gobierno suavizó la regulación financiera y suprimió los controles de los flujos de dinero que salían del país, reforzando así el imperio de las finanzas.

La economía británica se desprendió por tanto de sus centros industriales, como las Midlands, al tiempo que aumentó el poder político y económico de los bancos y las sociedades financieras. Los beneficios dejaron de depender tanto de la producción de bienes. La industria manufacturera británica está en declive desde 1960, tanto en términos de empleo como de producción, como en relación con otros países similares. La falta de inversiones por parte de las empresas durante decenios ha hecho que la economía del Reino Unido pierda terreno frente a países como EE UU, Francia y Alemania, cosa que ha comportado un descenso de la productividad.

Aquel golpe histórico al sistema productivo del Reino Unido hizo que cuando aumentó la demanda de bienes tras la crisis de la Covid, la capacidad nacional de producción resultara insuficiente, por lo que el país tuvo que recurrir a las importaciones para responder a la demanda. Los costes de los productos y servicios más elementales que necesitamos –alimentos, energía y vivienda– se dispararon. Esos bienes de primera necesidad, que deberían representar una parte relativamente baja de nuestros gastos, se han tornado inalcanzables para millones de personas.

Claro que el control de precios podría contribuir a reducir esta inflación. Pero también hace falta abordar las flaquezas subyacentes que favorecen la inflación a largo plazo. Esto requerirá una nueva política industrial británica, así como unos planes de desarrollo de las competencias de la mano de obra.

La imposición de restricciones a los bancos, los fondos de inversión y las grandes empresas en materia de traslado de la producción y de dinero (fuera del país) contribuiría a reforzar la inversión interior. Nuevos enfoques de la financiación pública a través de organizaciones como el banco central reducirían asimismo la dependencia con respecto a la banca privada. En vez de entender que su misión se centra en el beneficio y el control de la inflación, por ejemplo, el Banco de Inglaterra debería concentrarse en el apoyo a la inversión orientando los fondos hacia sectores particulares, en especial la industria manufacturera.

La liberalización extrema de las fuerzas del mercado en Gran Bretaña en la década de 1980 se tradujo en la privatización y la venta sin precedentes de los bienes públicos, una desindustrialización masiva y una desregulación del sector financiero. En el transcurso de los años subsiguientes se produjo la promulgación sistemática de una legislación antisindical y el desmantelamiento de las negociaciones colectivas, cosa que comportó una presión constante  a la baja sobre los salarios, puesto que los y las asalariadas tenían menos medios para oponerse a los patronos.

El poder económico y político de las empresas se reforzó. Por consiguiente, las grandes empresas pudieron permitirse realizar beneficios extraordinarios, a menudo con la ayuda adicional del gobierno, especialmente en forma de ventajas fiscales y subvenciones. Los sindicatos han acusado recientemente a las grandes empresas de beneficiarse de la crisis del coste de la vida. Algunos supermercados han comenzado a rebajar sus precios en respuesta a estas críticas.

De todas maneras, ningún impuesto sobre los beneficios extraordinarios ni ninguna subvención a las familias permitirá poner fin a la carrera actual por los beneficios en detrimento de los salarios. Hacen falta grandes cambios estructurales. De lo contrario, la combinación tóxica actual de escasez de inversiones, productividad baja e inflación elevada amenaza con hundir el país en el desastre.

26/05/2023

À l’encontre

Traducción: viento sur

Costas Lapavitsas es profesor en la SOAS, Universidad de Londres.

 

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