La parte I describía el fuerte declive de las poblaciones de insectos en todo el mundo

La parte II señalaba la influencia de los monocultivos

La parte III trataba de la nueva generación de insecticidas

Esta parte IV analiza la revolución genética

Las plantas son, por supuesto, la base de casi todas las cadenas tróficas, y cuando se desarrollan métodos de cultivo que prácticamente erradican todas las hierbas adventicias de las tierras de cultivo, de modo que a menudo estamos ante monocultivos puros, hemos convertido gran parte de nuestros campos en lugares inhóspitos para la mayoría de formas de vida. —Dave Goulson/1

Durante décadas, los defensores de los alimentos genéticamente modificados (GM) han estado prometiendo cultivos milagrosos que salvarían vidas y alimentarían al mundo. Cereales que florecen durante una sequía. Mejora de la nutrición, incluido un arroz que contiene vitaminas que protegen la visión. Manzanas que no se pudren. Reducción de las emisiones de CO2. Más alimentos en menos tierras.

Según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones de Biotecnología Agrícola (ISAAA), favorable a la biotecnología, los beneficios de la modificación genética son tan grandes que la superficie dedicada a los cultivos GM creció de cero en 1996 a 190,4 millones de hectáreas (470,5 millones de acres) en 2019, “la tecnología agrícola adoptada con mayor rapidez” de la historia/2.

No obstante, si miramos las propias estadísticas del ISAAA, veremos que el 85 % de la superficie dedicada a los cultivos GM se halla en tan solo cuatro países, EE UU, Brasil, Argentina y Canadá, y que alrededor del 99 % de todas las modificaciones genéticas de cultivos comerciales entran en tan solo dos categorías, tolerancia a los herbicidas y resistencia a los insectos. No tienen nada que ver con la mejora de la calidad de los alimentos. Es más, la soja y el maíz, que representan más del 90 % de los cultivos GM, se utilizan principalmente para forraje y biocombustible, no para alimentar a personas hambrientas.

Los principales resultados de la ingeniería genética en la agricultura han sido: la expansión de los monocultivos en América del Norte y del Sur, un aumento del uso de venenos químicos y un incremento de las ganancias del puñado de grandes empresas que dominan la producción de sustancias químicas y de semillas GM. El impacto de los cultivos GM y los plaguicidas asociados en la salud humana es objeto de amplios debates, pero este artículo se centra en su contribución a la creación masiva de monocultivos que destruyen vidas.

* * * *

Como hemos visto, dos características de la agricultura industrial han impulsado el apocalipsis de insectos: el uso masivo de venenos y la destrucción de hábitats. Miles de millones de hexápodos mueren cada año por efecto de venenos químicos que supuestamente protegen los cultivos. Y los monocultivos a gran escala ‒explotaciones que solo cultivan una especie‒ les privan de alimentos y lugares de cría. Los dos son aspectos de lo que se ha llamado la revolución verde, un aumento de la producción a base de métodos de cultivo que han dañado el medio ambiente y mermado la biodiversidad.

En la década de 1990 comenzó una segunda fase, todavía más destructiva, de la agricultura industrial, una fase que podríamos llamar revolución de los genes. Las semillas GM cambiaron el tablero de juego, expandiendo rápidamente la superficie dedicada a los cultivos hostiles a los insectos. La transición la inició en 1996 la empresa química Monsanto, con sede en Saint Louis (EE UU), cuyo producto más importante fue el Roundup, utilizado para eliminar las malas hierbas.

Malas hierbas no es una categoría científica. Se trata de plantas no deseadas que crecen donde no deberían, compitiendo con especies más deseables por el espacio, los nutrientes, el agua y la luz del sol. Tradicionalmente, los agricultores limitaban el crecimiento de estas hierbas utilizando cultivos de cobertura, mantillo y la rotación frecuente de cultivos, pero también tenían que proceder a la eliminación física a fin de evitar que contaminaran la cosecha. Durante milenios, el escardado de las hierbas adventicias era una parte necesaria y trabajosa de la labor de cultivo, y lo sigue siendo en buena parte del mundo.

A comienzos del siglo XX, algunos agricultores de Europa y Norteamérica utilizaban ácido sulfúrico y compuestos de arsénico para eliminar las adventicias, pero las aplicaciones químicas no se generalizaron hasta finales de la década de 1940, cuando el producto herbicida 2,4-D, desarrollado por el ejército de EE UU como arma biológica, pasó a estar disponible para todo el mundo/3. Pronto se le unieron otros herbicidas sintéticos, entre ellos el 2,4,5-T, el dicamba y el triclopyr, armas fundamentales en lo que Rachel Carson denominó “el bombardeo químico contra el tejido de la vida”/4. Se adoptaron ampliamente, como escribe Jennifer Clapp, porque facilitaban las labores de cultivo.

Estas sustancias químicas permitieron eliminar plantas no deseadas en grandes extensiones y se popularizaron porque ahorraban horas de trabajo. A medida que aumentaba el tamaño de las explotaciones, paralelamente a la creciente mecanización de la agricultura, a mediados del siglo XX, el uso de herbicidas se expandió enormemente y pasó a ser la norma en el control de las adventicias/5.

Monsanto lanzó el Roundup en 1976. Su ingrediente principal era glifosato, una sustancia química que mata las plantas al bloquear su capacidad de generar proteínas esenciales. Se utilizaba sobre todo para despejar terrenos antes de sembrar y para eliminar hierbas no deseadas en campos de césped y arcenes, pero también mataría los cultivos si se rociara sobre ellos o cerca de ellos.

En 1996, Monsanto cambió esto gracias a la ingeniería genética: en vez de modificar el veneno, modificó las plantas. Sus dos familias de semillas genéticamente modificadas tuvieron un éxito espectacular.

  • Las semillas Roundup Ready (RR) se modificaron para que toleren el glifosato: el Roundup rociado sobre un campo de cultivo RR mataría todas las demás plantas y dejaría intacto el cultivo. Se comercializó primero para soja y colza, y después para maíz, alfalfa, algodón y sorgo.
  • Las semillas de maíz y algodón de Monsanto se modificaron para contener genes de Bacteria thuringiensis (Bt), un organismo tóxico para algunas orugas y escarabajos que se alimentan de estas plantas. Efectivamente, las plantas obtenidas con semillas modificadas que contienen Bt producen sus propios insecticidas.

Monsanto comercializó entonces semillas de maíz y algodón que contenían ambos atributos genéticos. Según el ISAAA, el 45 % de los cultivos GM consisten actualmente en plantas repletas  de genes para la tolerancia al herbicida y la resistencia a los insectos.

Las semillas patentadas eran más caras, pero simplificaban la producción. Ahora se podía rociar el glifosato durante el periodo de crecimiento sin dañar los cultivos, creando monocultivos puros y campos en en los que no podían crecer plantas competidoras. Las explotaciones que producían cultivos de Roundup Ready podían mecanizarse casi por completo, reduciendo al mínimo la mano de obra. Y tal como destacaba Monsanto en su publicidad, puesto que Roundup era letal para todas las plantas no GM, era “el único control de malas hierbas que necesitas”. Una web de la empresa calificó la combinación de glifosato y semillas resistentes al glifosato de “el sistema que te da libertad”/6.

Al mismo tiempo, Monsanto procedió a cerrar el mercado de insumos agrícolas mediante la adquisición de más de 30 empresas independientes de semillas, pasando a ser en 2005 el vendedor de semillas más grande del mundo. El control de los productos químicos y las semillas junto con los canales de distribución proporcionó a la empresa una enorme ventaja en la industria de insumos agrícolas. “La compañía alardeó ante los accionistas que preveía un aumento del 18 % del volumen de productos de glifosato que comercializaba en apenas dos años, de 1999 a 2000.” La mitad de su volumen de ventas de 5.500 millones de dólares en 2000 vino por el glifosato/7.

Durante dos decenios, el glifosato ha sido el herbicida más utilizado del mundo. Representó el 1 % de los herbicidas aplicados en los cuatro cultivos más importantes de EE UU en 1982, el 4 % en 1995, el 33 % en 2005 y el 40 % in 2012/8. “En 2020, el 90 % de todo el maíz, algodón, soja y remolacha de azúcar plantadas en EE UU [eran] genéticamente modificadas para tolerar uno o más herbicidas/9.”

Este gráfico ilustra el drástico aumento de las ventas y el uso de las semillas GM de Monsanto y del uso de su herbicida en EE UU.

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Uso agrícola de glifosato (acres) en EE UU, 1990-2014. (Fuente: Stacy Malken, Merchants of Poison, [Friends of the Earth, 2022], 14.)

La soja y el maíz son de lejos los cultivos más plantados en EE UU: juntos ocupan cerca de 190 millones de acres (77 millones de hectáreas)/10, y más del 90 % de esta extensión se siembra con semillas genéticamente modificadas. Si sumamos áreas más pequeñas dedicadas a algodón, remolacha de azúcar, alfalfa y colza genéticamente modificadas, además de más de 12 millones de acres de cultivos GM en Canadá, tendremos una extensión inmensa que es profundamente inhóspita para los insectos.

Sudamérica

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Declarando que “la soja no conoce fronteras”, el gigante agroquímico Syngenta llamó esta zona “República Unida de la Soja” en un anuncio de 2003.

El auge de las ventas de habas de soja Roundup Ready de Monsanto no se limitó a Norteamérica. En el Cono Sur de Sudamérica, donde la propiedad de la tierra está mucho más concentrada que en el Norte global, grandes terratenientes adoptaron rápidamente la combinación de semillas/herbicidas, empezando en 1996 en Argentina y extendiéndose a lo largo de la siguiente década a Paraguay, Uruguay, Brasil y el sur de Bolivia. La sustitución de la mano de obra por los productos químicos permitió a los propietarios deshacerse de millones de pequeños aparceros y crear inmensas plantaciones de soja gestionadas por grupos inversores. Por cada jornalero empleado en la producción de soja GM en Brasil fueron despedidos once/11.

Ya en 2005, dos destacados ecologistas informaron de la disrupción social y medioambiental masiva provocada por la adopción de la soja GM por parte de los terratenientes:

  • En 1998 había un total de 422.000 explotaciones agrarias en Argentina, mientras que en 2002 quedaban 318.000, lo que supuso una reducción del 24,5 %. En una década, la extensión de los cultivos de soja aumentó un 126 % a expensas de tierras dedicadas a la producción de leche, maíz, trigo y fruta…
  • En Paraguay, las habas de soja se plantan en más del 25 % de todas las tierras agrícolas y en  Argentina las plantaciones de soja se extendían en 2000 sobre casi 15 millones de hectáreas, produciendo 38,3 millones de toneladas métricas. Toda esta expansión tiene lugar por desgracia en detrimento de los bosques y otros hábitats. En Paraguay, buena parte del bosque atlántico ha sido talado. En Argentina se han eliminado 118.000 hectáreas de bosque para plantar soja, en Salta alrededor de 160.000 hectáreas y en Santiago del Estero un récord de 223.000 hectáreas. En Brasil, el Cerrado y las sabanas están siendo víctimas del arado a un ritmo acelerado/12.

Al mismo tiempo, los productores de soja de toda la región extendieron sus haciendas despejando tierras y talando bosques. Brasil y EE UU son ahora de lejos los productores de soja más grandes del mundo, y juntos cultivan dos veces más soja que el resto de los diez países más grandes juntos.

En 2016, el periodista ambientalista Nazaret Castro calculó que “alrededor del 60 % de las tierras de cultivo de Argentina, un porcentaje similar en el sur de Brasil y casi un 80 % de las de Paraguay ya se dedican al cultivo de soja, prácticamente toda genéticamente modificada”/13.

Según un estudio reciente, basado en imágenes de satélite, “de 2000 a 2019, la extensión dedicada al cultivo de soja se duplicó con creces, pasando de 26,4 millones a 55,1 millones de hectáreas. La mayor parte de la expansión de la soja se produjo en pastos que originalmente habían sido despejados de la vegetación natural para destinarlos a la ganadería. La expansión más rápida se produjo en la Amazonia brasileña… En el conjunto del continente, el 9 % de los bosques talados ya habían pasado al cultivo de soja en 2016. La deforestación en aras al cultivo de soja se concentró en las fronteras activas, cerca de la mitad en el Cerrado brasileño/14.”

Al igual que en Norteamérica, la producción sudamericana de soja ha venido acompañada del uso masivo de herbicidas, en particular de glifosato. En Brasil, los cultivos de soja GM se rocían con glifosato en promedio tres veces en cada ciclo; tan solo en 2019, los agricultores brasileños aplicaron 218.000 toneladas de herbicidas/15.

Resistencia y rutina

En Silent Spring, Rachel Carson describió cómo el uso extensivo de plaguicidas había provocado la evolución de insectos y plantas adventicias que los productos químicos no lograban eliminar.

Ni siquiera el propio Darwin podría haber hallado un mejor ejemplo del funcionamiento de la selección natural que el que aporta la forma de operar el mecanismo de resistencia… La aplicación del veneno acaba con los insectos más débiles. Los únicos supervivientes son aquellos que disponen de alguna calidad intrínseca que les permite evitar el daño… El resultado es una población que consiste enteramente de cepas resistentes/16.

Así, escribió, se llegó a una “escalada de control químico” que implica un uso creciente de venenos cada vez más letales/17. Otras personas han descrito la consecuencia de la evolución de la agricultura guiada por la química como una carrera que no se puede ganar entre los plaguicidas y las plagas.

Cuando Monsanto solicitó al Departamento de Agricultura de EE UU la autorización de las semillas Roundup Ready, pareció afirmar que el glifosato es de alguna manera inmune a la evolución gracias a unas “propiedades biológicas y químicas” indeterminadas. Su solicitud señalaba que “se considera que el glifosato es un herbicida con bajo riesgo de resistencia de las malas hierbas”, de modo que  “es sumamente improbable que la resistencia de las malas hierbas al glifosato lleguen a ser un problema a resultas de la comercialización de habas de soja tolerantes al glifosato”. En vez de provocar resistencia, “es posible reducir el uso total de herbicidas”/18.

Pocos científicos estuvieron de acuerdo. El ecologista Miguel Altieri, por ejemplo, predijo en 1998, en la revista socialista Monthly Review, que “esos cultivos probablemente incrementarán el uso de pesticidas y acelerarán la evolución de ‘superhierbas’ y cepas resistentes de plagas de insectos”/19.

Eso es exactamente lo que ha sucedido.

En pocos años, adventicias que el glifosato no puede detener comenzaron a expandirse en América del Norte y del Sur, y la resistencia al glifosato se ha confirmado ahora en unas 50 especies. Algunas son especialmente destructivas: el crecimiento descontrolado de amaranto (amaranthus palmeri), por ejemplo, puede mermar la cosecha de soja en un 80 % y la de maíz en un 90 %. Como muestra el estudio de Jennifer Clapp sobre la adopción de glifosato, este se ha convertido en otro impulsor de la escalada de control químico.

Ante la creciente resistencia de las adventicias, los agricultores decidieron inicialmente aplicar mayores cantidades de glifosato en los mismos cultivos para controlar dichas hierbas. Dado que las hierbas resistentes al glifosato siguen brotando, los agricultores, animados por los fabricantes de herbicidas, aplican cada vez más productos químicos más antiguos y más tóxicos, como dicamba y 2,4-D, para controlar las adventicias en sus campos/20.

Asimismo, la adición de genes de Bt al maíz y al algodón ha incrementado la resistencia de los insectos y el uso de plaguicidas. El Pesticide Atlas de 2022 informa:

En EE UU, los especímenes del gusano de la raíz del maíz occidental (Diabrotica virgifera virgifera) ya son resistentes a más de una toxina Bt. Al comienzo del uso de cultivos Bt, el número de plaguicidas empleado se redujo notablemente. Pero solo temporalmente: las ventas de insecticidas en la producción de maíz en EE UU han aumentado significativamente. En 2018, los agricultores indios gastaron un 37 % más dinero por hectárea para la compra de insecticidas que antes de la introducción de algodón genéticamente modificado en 2002/21.

Hasta hace poco, las semillas GM contenían como máximo tres modificaciones genéticas, pero Bayer, que adquirió Monsanto en 2018, ha incrementado recientemente el contenido al incorporar ocho cambios genéticos en su Smartstax Pro Corn. Estas semillas fuertemente modificadas toleran los herbicidas glifosato y dicamba y al mismo tiempo producen cinco diferentes toxinas insecticidas Bt y además utilizan una nueva tecnología de interferencia en el ARN para bloquear la producción de proteínas esenciales en los gusanos del maíz, la plaga más lesiva de esta planta.

La carrera de armamentos continúa.

Monocultivos y capitalismo

En 1859, en el último párrafo de El origen de las especies, Charles Darwin describió el mundo natural como una “ribera enmarañada, cubierta de muchas plantas de todo tipo, con aves que cantan en los matorrales, con diferentes insectos que revolotean y con gusanos que se arrastran entre la tierra húmeda… [llena de] formas primorosamente construidas tan diferentes entre sí, y que dependen mutuamente de una manera tan compleja.”

Si Darwin pudiera ver lo que ha hecho la agricultura capitalista con las riberas enmarañadas en los tiempos que corren, no cabe duda de que coincidiría con el ecologista conservacionista Ian Rappel: “la sustitución de la maravillosa biodiversidad por la monotonía de los monocultivos ha pasado a situarse en el centro del metabolismo socioecológico del capitalismo/22.”

La ecología que bajo el capitalismo es objeto de una ingeniería activa viene determinada por el afán de lucro de la clase dominante… El capitalismo solo ha sido capaz de sostener su rechazo de la naturaleza y su tendencia ecológica destructiva mediante la introducción de mercancías ecológicas artificiales de varios sectores de la industria capitalista, por ejemplo en la agricultura. Esto genera una tendencia ecológica disfuncional hacia la uniformidad y simplicidad ecológicas que inevitablemente conducirá a la pérdida de biodiversidad y la extinción/23.

Miguel Altieri asocia el rápido declive de la biodiversidad con la globalización de la agricultura capitalista a finales del siglo XIX.

La naturaleza misma de la estructura agrícola y las políticas que prevalecen en un escenario capitalista han provocado crisis medioambientales al favorecer la creación de grandes explotaciones agrarias, una producción especializada, el monocultivo y la mecanización. Hoy, a medida que cada vez más agricultores se integran en la economía internacional, el imperativo biológico de la biodiversidad desaparece debido al uso de muchos tipos de plaguicidas y fertilizantes sintéticos, y las grandes explotaciones se benefician con las economías de escala/24.

La maximización de la producción de unas pocas plantas que pueden venderse rentablemente en los mercados mundiales ha conducido a la creación de vastos monocultivos en explotaciones que parecen fábricas y que envenenan y matan la ribera enmarañada de Darwin. Mantener esos monocultivos requiere cantidades siempre mayores de productos químicos, atrapando a los agricultores en una rutina que es muy rentable para la industria agroquímica. Se calcula que las ventas totales de herbicidas en todo el mundo sumaron 39.000 millones de dólares en 2021 y probablemente alcanzarán la cifra de 49.000 millones en 2027. Las cifras equivalentes para los insecticidas son 19.500 millones y 28.500 millones.

Mientras un puñado de empresas agroquímicas y comerciantes de productos básicos controlen los insumos y la producción de la agricultura mundial, la dinámica capitalista de imposición la monotonía de los monocultivos continuará, y el apocalipsis de insectos se acelerará.

19/04/2023

Climate&capitalism

Traducción: viento sur

Notas

/1 Dave Goulson, Silent Earth: Averting the Insect Apocalypse (HarperCollins, 2021), 123.

/2 ISAAA, “ISAAA Brief 55-2019: Executive Summary”, ISAAA Inc., 2019,

/3 2,4-D es la abreviatura de 2,4-ácido diclorofenoxiacético (C8H6Cl2O3)

/4 Rachel Carson, Silent Spring (Mariner Books , 2002), 297.

/5 Jennifer Clapp, “Explaining Growing Glyphosate Use: The Political Economy of Herbicide-Dependent Agriculture,” Global Environmental Change 67 (24 de febrero de 2021).

/6 Bartow J. Elmore, Seed Money: Monsanto’s Past and Our Food Future (W. W. Norton, 2021), 186, 187

/7 Carey Gullam, Whitewash: The Story of a Weed Killer, Cancer, and the Corruption of Science (Island Press, 2017), 46.

/8 Jennifer Clapp, “Explaining Growing Glyphosate Use”, Global Environmental Change 67 (24 de febrero de 2021).

/9 Erica Borg y Amedeo Policante, Mutant Ecologies: Manufacturing Life in the Age of Genomic Capital (Pluto Press, 2022), 124.

/10 Crop Production Historical Track Records (United States Department of Agriculture, 2019), 31, 164.

/11 Miguel A. Altieri y Walter A. Pengue, Roundup Ready Soybean in Latin America: A Machine of Hunger, Deforestation and Socio-Ecological Devastation, Biosafety Information Centre, 8 de agosto de 2005.

/12 Miguel A. Altieri y Walter A. Pengue, Roundup Ready Soybean in Latin America: A Machine of Hunger, Deforestation and Socio-Ecological Devastation, Biosafety Information Centre, 8 de agosto de 2005.

/13 Nazaret Castro, “‘United Republic of Soyabeans’ and the Challenge to Agriculture”, Equal Times, 12 de diciembre de 2016.

/14 Xiao-Peng Song y cols., “Massive Soybean Expansion in South America since 2000 and Implications for Conservation”, Nature Sustainability 4, n.º 9 (7 de agosto de 2021), 784. En 2006 se impuso una moratoria sobre las nuevas plantaciones de soja en la Amazonia brasileña: el desarrollo se trasladó entonces a una producción todavía más cuantiosa en la región tropical del Cerrado, en el sureste.

/15 Aldo Merotto y cols., “Herbicide Use History and Perspective in South America”, Advances in Weed Science, 15 de septiembre de 2022, 5.

/16 Rachel Carson, Silent Spring (Mariner Books, 2002), 273.

/17 Rachel Carson, Silent Spring (Mariner Books, 2002), 279

/18 “Petition for Determination of Nonregulated Status: Soybeans with a Roundup Ready™ Gene”, (1993) 56, 55.

/19 Miguel A. Altieri, “Ecological Impacts of Industrial Agriculture and the Possibilities for Truly Sustainable Farming”, en Hungry for Business: The Agribusiness Threat to Farmers, Food, and the Environment, ed. Fred Magdoff (Monthly Review Press, 2000), 86. (Artículo publicado originalmente en Monthly Review, julio-agosto de 1998).

/20 Jennifer Clapp, “Explaining Growing Glyphosate Use: The Political Economy of Herbicide-Dependent Agriculture”, Global Environmental Change 67 (marzo de 2021).

/21 Caspar Shaller, ed., Pesticide Atlas 2022 (Friends of the Earth Europe, 2022), 37.

/22 Ian Rappel, “The Habitable Earth: Biodiversity, Society and Rewilding”, International Socialism, 2021.

/23 Ian Rappel, “Capitalism and Species Extinction”, International Socialism, 2015.

/24 Miguel A. Altieri, “Ecological Impacts of Industrial Agriculture and the Possibilities for Truly Sustainable Farming”, en Hungry for Business, ed. Fred Magdoff (Monthly Review Press, 2000), 78.

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