Como antes en Malí y en Burkina Faso, Francia recoge lo que ha sembrado. El fracaso de su guerra contra el terrorismo y el incurable paternalismo de las autoridades francesas tras décadas de neocolonialismo impune han reforzado las movilizaciones populares contra la presencia militar francesa. Y, al mismo tiempo, han contribuido a legitimar los regímenes surgidos de los golpes de Estado militares.
En la noche del 26 al 27 de julio de 2023, el presidente de Níger Mohamed Bazoum fue derrocado por un golpe de Estado militar llevado a cabo por el general Abdourahamane Tchiani, jefe de la Guardia Presidencial, junto con el antiguo jefe de Estado Mayor del Ejército, el general Salifou Modi. Otros oficiales del Ejército se les sumaron para, según sus palabras, “evitar un baño de sangre”. Los golpistas se atribuyeron el poder bajo el nombre de Consejo Nacional para la Protección de la Patria (CNSP). Estos acontecimientos son una repetición de los ocurridos algunos meses antes en Malí y en Burkina Faso, aunque cada situación presenta sus especificidades. En Níger, de creer lo que dicen distintas publicaciones, el general Tchiani temía verse apartado de su puesto tras la destitución del general Modi en abril. Bazoum también le habría exigido rendir cuentas de los fondos dedicados a acciones especiales de la Guardia Presidencial, de los que disponía libremente bajo el anterior presidente Mahamadou Issoufou, de quien era allegado. La ambigua actitud de Issoufou, citada varias veces tras el desencadenamiento del golpe, también ha alimentado las sospechas sobre su complicidad inicial con los golpistas. Aunque Issoufou había hecho de Bazoum su delfín, la voluntad de este último de recuperar el control de los ingresos del petróleo suponía una fuente de tensión.
Un contexto común
Más allá de las motivaciones de sus autores, un contexto común parece haber facilitado la realización de los golpes de Estado en los tres países (cuatro, si se cuenta a Chad, donde una sucesión dinástica anticonstitucional no ha sido considerada como golpe de fuerza por la diplomacia francesa). Sin duda, no se trata de ninguna casualidad que estos golpes de Estado ocurran en países sujetos a insurrecciones yihadistas, en parte por las amenazas de seguridad que recaen sobre los Estados, pero, sobre todo, porque estos países han estado comprometidos, desde hace una década, en la guerra contra el terrorismo al lado de Francia. La lógica casi exclusivamente securitaria que ha prevalecido, impuesta a veces desde el exterior en contra de las lógicas nacionales, ha fracasado a la hora de derrotar a los grupos yihadistas e incluso les ha permitido reclutar más. En cambio, ha contribuido a reforzar el papel, el poder y la importancia política de los militares. En los tres países, los golpistas se han beneficiado de la desgracia de los regímenes civiles, valorados como corruptos, incapaces de aportar respuestas a la crisis social y securitaria que afecta a una parte creciente de la población, y considerados, ante todo, sumisos a los intereses de los occidentales. Este descrédito ha sido alimentado por el fracaso de las injerencias militares extranjeras a que habían recurrido –con mejor o peor gana– los presidentes africanos. Aunque no se puede decir que las tomas de poder se hayan dirigido directamente contra la presencia militar y la injerencia de Francia, el incurable paternalismo de las autoridades francesas ha precipitado pronto las rupturas, de forma tanto más fácil cuando el rechazo de la política africana de Francia se ha convertido en un carburante muy eficaz para movilizar a la ciudadanía africana que quiere acabar con los mecanismos de dominación neocoloniales más visibles (tutela militar, franco CFA, injerencia política). Lo que en el lenguaje de la prensa francesa equivale a tomar a Francia como cómodo chivo expiatorio.
Francia y la CEDEAO a favor de la guerra
Desde hace ya dos décadas, la diplomacia francesa ha tomado la costumbre de abrigarse tras las posiciones de la Unión Africana y de las instituciones regionales africanas…, al menos mientras éstas sean conformes a sus intereses. Así, el Quai d’Orsay [sede del Ministerio de Asuntos Exteriores] ha “condenado firmemente todo intento de toma del poder por la fuerza” y se ha “unido a los llamamientos de la Unión Africana y de la CEDEAO [Comunidad Económica de Estados de Africa Occidental] para restablecer la integridad de las instituciones democráticas nigerinas”. Al día siguiente, el presidente Macron, en su visita a Papuasia-Nueva Guinea, condenó a su vez “con la mayor firmeza el golpe de Estado militar, totalmente ilegítimo y profundamente peligroso para los nigerinos, para Níger y para toda la región”. Anunció además la celebración de un Consejo de Defensa en el Eliseo [sede de la Presidencia de la República francesa] el 29 de julio, que concluyó con la suspensión de las ayudas presupuestarias a Níger. Pero el poder francés nunca se contenta con un simple apoyo a las instituciones africanas. Por una parte, intenta orientar sus decisiones y, por otra, no se priva de forzar su interpretación. La presidencia de Macron no ha sido la excepción a la regla.
Cierto, la CEDEAO no es una simple correa de transmisión del imperialismo francés, pero Francia cuenta en su seno con algunos jefes de Estado aliados en los que puede apoyarse. Aunque Francia no participa formalmente en los debates de la CEDEAO, se comporta casi como uno de sus miembros. Tanto antes como después de la doble cumbre (CEDEAO y UEMOA, Unión Económica y Monetaria de África Occidental, una de las zonas del franco CFA ligada a Francia) que se reunió en Abuja el 30 de julio, el presidente francés se reunió con muchos jefes de Estado para hacer prevalecer su posición. Además de los intereses convergentes con algunos países francófonos, como Costa de Marfil o Senegal, la voluntad francesa de hacer adoptar las sanciones económicas más duras y el principio de recurso a la fuerza para restablecer la legalidad constitucional en Níger coincidió entonces con la posición del presidente nigeriano, que ostenta la presidencia rotatoria de la organización. Se trataba de la credibilidad de la CEDEAO, después de que esta última decidiera en 2022 crear una fuerza regional (todavía virtual) contra los golpes de Estado y el terrorismo.
La víspera de la cumbre dedicada a Níger, el CNSP denunció un “plan de agresión contra Níger” y durante la misma cumbre manifestantes nigerinos atacaron violentamente la embajada francesa. El CNSP justificó esta acción por “el resentimiento que siguió a la actitud desestabilizadora de una cancillería occidental”. En la televisión nacional, su portavoz también acusó a Francia de haber pretendido, “con la complicidad de algunos nigerinos”, “obtener las autorizaciones políticas y militares necesarias” para lanzar una operación militar. Según dijo, el ministro de Asuntos Exteriores de Mohamed Bazoum, así como un responsable de la Guardia Nacional, habrían firmado un documento autorizando al socio francés “efectuar ataques en el Palacio presidencial con el fin de liberar al Presidente de la República de Níger, Mohamed Bazoum”. El diario Le Monde sólo vio en ello una “acusación hiperbólica a la que nadie consideró necesario responder en ese momento”, de igual manera que las alertas de los golpistas tras el aterrizaje de un avión militar francés dos días antes en la pista del aeropuerto sólo mostraban “paranoia”. Sin embargo, tres semanas más tarde, los periodistas del diario francés publicaron una nueva investigación confirmando que “en las horas que siguieron al golpe de Estado se había dirigido una petición de intervención a los franceses presentes en Niamey (…) y que esta solicitud fue seriamente considerada” por las autoridades francesas. Los militares franceses “tenían una docena de vehículos y helicópteros preparados”, informa un consejero del presidente Bazoum: “nos han dicho que estaban en condiciones de hacer la operación, que ello no afectaría al presidente”. Pero Bazoum, que todavía creía posible una salida negociada, se opuso. Además, “entre el momento en que se formuló la demanda y aquel en que los franceses habrían podido intervenir, una parte de lealistas se había pasado al lado de los golpistas”. También París se había vuelto “reticente”, informa Le Monde.
Sin embargo, a pesar de las negativas de la ministra francesa de Asuntos Exteriores, Catherine Colonna, Francia no abandonó la vía de una solución militar. El 30 de julio, los jefes de Estado de la CEDEAO, seguros del apoyo francés, decidieron instaurar un bloqueo económico inmediato contra Níger, pero también lanzar un ultimátum de una semana para restablecer al presidente Bazoum en sus funciones, sin lo cual se tomarían “todas las medidas necesarias”, incluido “el uso de la fuerza”. Ese mismo día, como reacción a las acciones contra la Embajada, el Elíseo prometió en un comunicado una respuesta “inmediata e inflexible” a “cualquiera que ataque a los súbditos, al ejército, a los diplomáticos y a las empresas francesas”. El presidente Macron “no tolerará ningún ataque contra Francia y sus intereses”, aseguraba. Preguntado en una radio privada por la naturaleza de esos intereses (ver recuadro) y las modalidades de la respuesta anunciada, Catherine Colonna echó balones fuera.
El 1 de agosto, Francia procedió a la evacuación de sus ciudadanos y ciudadanas presentes en Níger (entre 500 y 600 en período estival), haciendo creíble la perspectiva de una intervención militar lanzada con su apoyo. El 3 de agosto, el CNSP anunció la ruptura de los acuerdos militares existentes entre Níger y Francia, lo que significaba exigir la partida de los militares franceses presentes en el país. Petición considerada nula y sin efecto por el Eliseo, que valoró que el presidente Bazoum, que se ha negado a dimitir, era la única autoridad legítima que podía realizar esa exigencia. El 5 de agosto, en víspera de la expiración del ultimátum de la CEDEAO, la ministra francesa de Asuntos Exteriores invitó a los nigerinos a “tomar muy en serio” la amenaza de una intervención regional. “Varios de esos países disponen de fuerzas poderosas y han hecho saber que estaban dispuestos a intervenir”, aseguró. El 10 de agosto, tras una nueva cumbre, la CEDEAO ordenó la “activación inmediata” de su “fuerza de reserva” (que en realidad sólo existe sobre el papel), aunque dijo privilegiar una resolución diplomática de la crisis. El presidente costamarfileño, Alassane Ouattara, aseguró que se había llegado a un acuerdo para empezar una operación militar “en el plazo más breve” y propuso proporcionar más de un millar de hombres, junto a Nigeria y Benín, antes de que otros países se les uniesen. Inmediatamente, Paris dio a conocer su “pleno apoyo al conjunto de conclusiones adoptadas”.
Una intervención cada vez menos creíble
En realidad, Francia pregona una posición tanto más firme cuanto más frágil es la hipótesis de una intervención, a causa sobre todo de las divisiones africanas. Malí y Burkina Faso, sometidos a suspensión de la CEDEAO tras los golpes de Estado, han hecho saber que estaban dispuestos a defender militarmente a Níger en caso de agresión. Ante un riesgo de conflagración general en una región ya golpeada por los grupos armados, yihadistas o no, pocos países están dispuestos a lanzarse a una aventura militar incierta y el consenso de fachada no ha tardado en agrietarse. Fuera de la CEDEAO, las reticencias son aún más fuertes. Mientras Francia evacuaba a sus ciudadanos, Argelia advertía a la CEDEAO contra la eventualidad de una operación militar. A mediados de agosto, el Consejo de Paz y de Seguridad de la Unión Africana se abstuvo de apoyar las resoluciones de la CEDEAO, al contrario de su práctica habitual, a causa de las disensiones africanas. Aun suponiendo que realmente haya existido voluntad política por parte de sus Estados miembros, la legalidad de una intervención militar de la CEDEAO está en discusión. Según los estatutos de esta organización, en ausencia de legítima defensa, el uso de la fuerza está condicionado a la doble autorización de la Unión Africana y de Naciones Unidas.
Cuanto menos creíble parece la intervención de la CEDEAO, más sube la apuesta el presidente francés. En la Conferencia anual de embajadores y embajadoras, a finales de agosto, se dedicó a unos auténticos fuegos artificiales. Defendiendo el balance militar de Francia en el Sahel, acusó a los que hablan de “derrota” de utilizar “los argumentos del enemigo”. Después aseguró que “si no se hubieran realizado Serval y después Barkhane, no hablaríamos hoy ni de Malí, ni de Burkina Faso, ni de Níger”. Rechazando la retórica de los nuevos dirigentes de estos países, cayó incluso en la muy poco diplomática injuria. “Si cedemos a los argumentos inadmisibles de esta alianza barroca de pretendidos panafricanistas con los neoimperialistas, estaríamos viviendo entre locos”, asestó el presidente francés. También saludó el trabajo del embajador de Francia en Niamey, Sylvain Itté, objeto de una nueva prueba de fuerza. El CNSP acababa de exigir su partida, petición rechazada de nuevo por no proceder de las autoridades legítimas. De forma accesoria, Itté es tristemente conocido en Níger (y en otros países antes) por su altivez macroniana y por sus deslices en las redes sociales. “Apoyamos la acción diplomática de la CEDEAO, y la militar cuando lo decida”, reafirmó finalmente Macron, poniendo en guardia a los vacilantes: “Llamo a todos los Estados de la región a tener una política responsable porque hay que ser claro: si la CEDEAO abandona al presidente Bazoum, pienso que todos los presidentes de la región serán más o menos conscientes del destino que les espera”.
Escalada y aislamiento diplomático
Pero parece bastante evidente hoy que el belicismo y la arrogancia de las autoridades francesas han tenido un efecto contraproducente hasta en sus socios más cercanos. Ante todo, porque la postura diplomática de Francia ha ayudado mucho a los militares golpistas a adornarse con una legitimidad y un apoyo popular que inicialmente no tenían. De partida, conocidos defensores de los derechos humanos, activistas antiimperialistas o anti-corrupción, incluidos quienes habían sufrido represión y cárcel bajo Issoufou y Bazoum, criticaron y condenaron el golpe de Estado. Pero ante al riesgo de agresión militar esgrimida por la CEDEAO y Francia, las movilizaciones contra la presencia militar francesa y por la defensa de las nuevas autoridades se fueron confundiendo y creciendo, vinculando a una parte creciente de la clase política, de las organizaciones de la sociedad civil y de la población. A comienzos de septiembre, cuando las tensiones entre Níger y Francia alcanzaban su punto máximo, varias decenas de miles de nigerinos y nigerinas salieron a manifestarse en Niamey para reclamar la salida de los militares franceses. La intransigencia de la diplomacia francesa es muy mal vivida, porque todo el mundo conserva en la memoria sus posiciones de geometría variable en materia de golpes de Estado: bueno en Chad, bueno y después malo en Malí, aceptable en Guinea… La actualidad lo recordaba con crueldad: cuando se dio el golpe de Estado en Gabón, el 30 de agosto, las autoridades francesas justificaron la clemencia de su reacción por el hecho de que “existen dudas sobre la sinceridad de las elecciones en este país”. Dudas que no habían preocupado demasiado a Francia en las anteriores votaciones ganadas por Ali Bongo. Pero es cierto que en Gabón el general Oligui se cuidó de dar garantías inmediatas sobre el respeto de los intereses económicos y estratégicos franceses. Níger, presentado desde hace mucho tiempo por las autoridades francesas como un modelo de democracia, era en realidad un régimen gangrenado por la corrupción (lo que no es una especificidad africana), que utilizaba la represión contra los opositores y sin que faltasen las irregularidades electorales. En parte, esto también explica, como en Malí y en Burkina Faso, el apoyo popular concedido a los militares a pesar de las medidas liberticidas adoptadas en estos tres países, sobre todo contra la prensa, y del riesgo de confiscación duradera del poder.
En esta situación, los socios occidentales de Francia en el Sahel han decidido dejarle cabalgar solo, por miedo a ver rechazada su presencia. Con ocasión de su famoso discurso a los embajadores y embajadoras, Macron denunció la cobardía de sus aliados y se burló de las voces que “de Washington a las capitales europeas (…) explicaban que no había que hacer demasiado, que podía ser peligroso”. La Unión Europea ha aceptado sin dificultades la política de sanciones económicas. Pero en la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores (Toledo, 31 de agosto) quedó claramente descartada la eventualidad de apoyar una intervención militar, defendida por Francia, a pesar de los alegatos de un representante de la CEDEAO y del ministro de Asuntos Exteriores de Mohamed Bazoum. Los países europeos temen no poder seguir recurriendo a Níger, uno de los países pivotes en el marco de la externalización de la política europea de represión de migrantes. En 2015, por ejemplo, la UE presionó a Níger para que adoptase una legislación, “en parte redactada por funcionarios franceses”, criminalizando las actividades económicas ligadas a la acogida y transporte de migrantes, cuando la libertad de circulación está teóricamente garantizada en el seno de la CEDEAO. Después de diez años, la misión europea Eucap-Sahel forma a las fuerzas de seguridad en la lucha contra la inmigración, y la ayuda europea está condicionada a la puesta en marcha de esta política restrictiva. La eventualidad de un nuevo conflicto en la región es percibida como un riesgo de incremento de la migración con destino a Europa.
Por su parte, el Departamento de Estado americano ha utilizado desde el principio contorsiones retóricas para evitar hablar de golpe de Estado, lo que implicaría legalmente una suspensión de la cooperación securitaria, y ha adoptado una postura más flexible para no romper el diálogo. A comienzos de agosto, los servicios del presidente Biden informaron a Francia y a la CEDEAO de que no apoyarían financiera o logísticamente una eventual intervención militar y, después, declararon públicamente que no deseaban poner fin a su asociación con Níger tras haber invertido “cientos de millones de dólares” en sus bases militares. Los drones americanos han retomado sus actividades de vigilancia de los grupos yihadistas en la región. Las autoridades americanas no consideran prioritaria la actividad militar en el Sahel, pero se trata de no dejar a las nuevas autoridades nigerinas buscar apoyo del lado de los rusos. Sería falso pensar que EE UU y los otros países europeos empujaron deliberadamente a los militares franceses hacia la salida. El reparto de tareas que prevalecía –riesgos de la operación para los franceses, cooperación, apoyo logístico y suministro de información para los otros– les había convenido hasta ahora. Pero el rechazo de la presencia francesa los lleva a privilegiar sus intereses y a revisar las alianzas establecidas con Francia. Las medidas de represalia adoptadas recientemente por Francia contra artistas y estudiantes sahelianos, a los que se les ha prohibido la estancia en Francia, van a aumentar aún más la hostilidad popular contra las autoridades francesas.
¿Qué perspectivas?
Tras haber sido expulsada de Malí y de Burkina Faso, Francia se ha visto obligada a anunciar el cierre de su base militar en Níger. Oficialmente, esta hipótesis no estaba sobre la mesa hasta finales de septiembre. El 11 de septiembre, con ocasión de la cumbre del G20, Macron repetía que una retirada de las tropas francesas sólo tendría lugar a petición de Mohamed Bazoum. Salvo para llevar a cabo una operación militar para reponer a este último en el poder, lo cual suscitaría reacciones virulentas en África y expondría a las y los expatriados franceses a un riesgo considerable, no se veía cómo Francia habría podido mantener a sus militares en contra de la opinión de las autoridades establecidas. El Ministerio francés de Defensa reconocía, en off, que se habían iniciado discusiones, no con el CNSP, sino con oficiales nigerinos, para organizar el “redespliegue” de una parte de los militares franceses reducidos al paro técnico. Finalmente, después de varias semanas de bloqueo casi completo de la Embajada y de la base militar francesa, Macron se ha visto obligado, en una intervención televisada el domingo 24 de septiembre, a anunciar la retirada de su embajador y de los militares franceses antes de fin de año, para que no sigan siendo “los rehenes de los golpistas”. Esto supone una victoria para los militares en el poder y los y las manifestantes nigerinas que no dejaban de concentrarse ante los enclaves franceses. Parece verosímil que, en contrapartida, Francia vaya a esforzarse ahora en aumentar su cooperación y su presencia militar en otros países también amenazados por los grupos yihadistas (Togo, Benín, Ghana, Guinea, Senegal). Pero el cierre de la base militar de Níger, después de las de Malí y Burkina Faso, ofrece una oportunidad para imponer en el debate público la reivindicación de una retirada total del dispositivo militar francés de África y el fin de todo tipo de injerencia. Signo de los tiempos, el mediático filósofo Achille Mbembe, que en su informe a Macron tras la cumbre África-Francia de Montpellier se había olvidado de preconizar el cierre de las bases francesas y el fin del franco CFA, se acuerda ahora de ello.
Leyendo la prensa francesa de las últimas semanas, se nota un viento de pánico entre algunos editorialistas y un gran número de políticos que abogan por una reforma urgente de la política africana de Francia… para no perder toda influencia. Esos mismos achacan esta pérdida de influencia en el Sahel a maniobras informativas rusas, sin ver que el éxito de la propaganda en las redes sociales y la presencia de banderas rusas en las manifestaciones son los síntomas y no la causa del rechazo de la política africana de Francia. Es de esperar que se abra una nueva era, pero habrá que cuidarse de gritar victoria demasiado pronto.
Por una parte, hay que recordar que en los periodos de crisis el imperialismo francés despliega sus mayores y más violentas capacidades dañinas. La población costamarfileña, sobre todo en Abiyán 2004 y 2011, lo recuerda. Por tanto, la política africana de Francia debe ser desmantelada por completo. Pero la idea de que se debe mantener “la grandeza” y “la responsabilidad histórica” de Francia en la escena internacional y que sólo se puede hacer si continúa asegurando el papel de guardián del orden en el África francófona está profundamente anclada en la clase política francesa. Por otra parte, un verdadero balance sólo podrá establecerse al cabo de un largo período: en el curso de su historia, la presencia militar francesa en África ha conocido, según los países, cambios de situación a veces inesperados. Además, el instrumento militar es sólo uno de los medios que concurren al mantenimiento de las relaciones de dominación; los instrumentos económicos y financieros, comenzando por la deuda y el franco CFA, tienen una temible eficacia. En fin, los discursos recurrentes sobre la muerte de la Françafrique han tenido muchas veces como efecto, cuando no como objetivo, enmascarar estos mecanismos, frenar las tomas de conciencia e impedir las todavía necesarias movilizaciones.
Raphaël Granvaud es miembro de la asociación Survie y de la redacción de Billets d’Afrique
Traducción: viento sur

