El régimen de Assad salió de la guerra en una versión aún más brutal, sectaria, patrimonial y militarizada de sí mismo. El levantamiento que se convirtió en guerra obligó a Damasco a reconfigurar su base popular y sus relaciones internacionales, ajustar sus modos de gobernanza económica y reorganizar su aparato militar y de seguridad.
También ha continuado su represión, dirigida contra ex combatientes de la oposición y civiles que participaron en los llamados acuerdos de reconciliación. Jamil Hassan, el feroz jefe de inteligencia de la Fuerza Aérea, dijo en el verano de 2018 que más de 3 millones de sirios eran buscados por el Estado y que sus antecedentes penales estaban listos, y añadió: “Una Siria con 10 millones de personas dignas de confianza que obedecen a los gobernantes es mejor que una Siria con 30 millones de vándalos” (citado en The Syrian Reporter, 2018).
La cuestión de la reconstrucción es un reto importante para el régimen. Desde 2017, Damasco desarrolla planes de reconstrucción, pero hasta ahora solo avanza un gran proyecto inmobiliario y de forma muy limitada: la urbanización Marota City, en el distrito damasceno de Mazzeh, donde todas las inversiones en infraestructuras proceden del Estado y de inversores privados, en su mayoría vinculados al régimen.
La falta de financiación nacional, privada o pública, la incertidumbre sobre el alcance de la financiación extranjera y de otras monarquías del Golfo que invierten en Siria, así como las sanciones internacionales que impiden la participación de actores económicos importantes, han supuesto graves problemas para un país cuyo coste de reconstrucción se estima en varios cientos de miles de millones de dólares. A esto hay que añadir la destrucción de los servicios sanitarios y educativos, el desplazamiento interno y externo a gran escala de la población siria, las enormes pérdidas de capital humano y la práctica ausencia de reservas internacionales.
Al mismo tiempo, la cuestión de las personas refugiadas y la posibilidad de su regreso es un factor importante en la reconstrucción. Muchos países vecinos, como Líbano y Turquía, no han reconocido como refugiada a la mayoría de la población siria que vive allí. En estos países, la presión política interna para obligarle a regresar a Siria es cada vez mayor. Hasta ahora, las autoridades sirias sólo han recibido pequeños flujos de personas que han vuelto. Para muchas personas refugiadas, el régimen de Damasco sigue suponiendo una amenaza para su seguridad, o al menos plantea obstáculos administrativos para su regreso a casa. Muchas de ellas proceden de zonas completamente destruidas.
Su retorno masivo supondría un gran desafío para el régimen, tanto desde el punto de vista político como económico y de infraestructuras, especialmente si un gran número regresara en un corto periodo de tiempo. Además, las remesas enviadas a sus familias dentro del país se han convertido en una de las fuentes más importantes de ingresos nacionales, contribuyendo a impulsar el consumo interno.
Por otra parte, los planes de reconstrucción no se limitan a las infraestructuras. Es probable que las políticas socioeconómicas y políticas del régimen aumenten las desigualdades sociales, económicas y regionales en todo el país, agravando los problemas de desarrollo que ya existían antes de 2011. Dos ejemplos históricos, Líbano e Irak, han demostrado que incluso unos niveles adecuados de financiación nacional o internacional no pueden garantizar un proceso de reconstrucción eficaz.
En este marco, es probable que el plan de reconstrucción del gobierno sirio, que hasta la fecha ha permanecido en gran medida subdesarrollado, fortifique y refuerce el carácter patrimonial y despótico del régimen y sus redes, al tiempo que se utiliza como medio para castigar o disciplinar a las antiguas poblaciones rebeldes y empobrecer aún más a las partes más desfavorecidas de la sociedad siria.
El funcionariado sirio también se ve enfrentado a la creciente frustración de las poblaciones consideradas favorables al régimen o que, al menos, no se habían unido al movimiento de protesta. Las críticas de la base popular del régimen contra las instituciones y los dirigentes del Estado por corrupción o ineficacia y los problemas socioeconómicos han aumentado durante este periodo. La frustración y la desconfianza hacia el gobierno y su autoridad eran muy elevadas en la provincia de As-Suwayda, que conservaba cierta autonomía respecto a Damasco, sin romper del todo con las instituciones estatales. Las amenazas de grupos yihadistas como el Estado Islámico siguen existiendo en el país y han aumentado desde 2020, al igual que su capacidad para crear inestabilidad por diversos medios.
La resiliencia del régimen no ha puesto fin a sus contradicciones o a la disidencia. Sin embargo, la ausencia de una oposición política siria estructurada e independiente, que sea democrática e integradora y que apele a las clases populares y a actores sociales, como los sindicatos independientes, dificulta que diversos sectores de las clases populares se unan para desafiar al régimen a escala nacional.
Un proceso revolucionario a largo plazo
Las condiciones materiales en las que surgió el levantamiento ayudan a explicar sus orígenes y desarrollo. Se trata de un enfoque diferente del de quienes sostienen que fundamentalmente se trató de un conflicto sectario o una conspiración de actores extranjeros, o que desconocen los sistemas socioeconómicos y políticos vigentes. Este libro ha tratado de explicar la trayectoria del levantamiento sirio, analizando al mismo tiempo la resiliencia del régimen.
Siria, al igual que toda la región, asiste a un proceso revolucionario. La movilización de amplios sectores de la población en oposición al régimen de Assad desafió su autoridad y emergieron nuevas soberanías con el objetivo de establecer formas de doble poder que desafiaron al de Damasco.
Sin embargo, el movimiento de protesta se enfrentó a múltiples formas de contrarrevolución que se oponían a sus objetivos iniciales. El primer actor contrarrevolucionario fue y es el régimen de Assad, que aplastó el movimiento militarmente. La creación y el crecimiento de organizaciones militares fundamentalistas islámicas y yihadistas constituyeron la segunda fuerza contrarrevolucionaria que se oponía a las reivindicaciones originales de la rebelión, atacaba los elementos democráticos del movimiento de protesta y pretendía imponer un nuevo sistema político autoritario y excluyente.
Por último, las potencias regionales y los Estados imperialistas internacionales actuaron de forma contrarrevolucionaria. Entre ellos se encuentran los aliados del régimen, que proporcionaron la ayuda militar necesaria y lucharon junto a las fuerzas del régimen para aplastar el movimiento de protesta, y los llamados Amigos de Siria (Arabia Saudí, Qatar y Turquía), que promovieron sus propios intereses políticos apoyando, entre otros, a los elementos más reaccionarios del levantamiento y a los movimientos fundamentalistas islámicos, intentando con ello convertir el levantamiento en una guerra sectaria para impedir el advenimiento de una Siria democrática. El inicio del lento proceso de rehabilitación y normalización del régimen sirio a finales de 2018 y la aceptación de la continuidad de Assad en el poder por parte de los antiguos Estados que habían exigido su derrocamiento también ilustran esta situación. Las múltiples formas de esta contrarrevolución han impedido así cualquier cambio radical en la estructura política y de clases en Siria y han sido factores importantes en la resiliencia del régimen.
Está fuera del alcance de este libro predecir el futuro de Siria, pero el carácter inacabado del levantamiento significa que el régimen, a pesar de la represión de la oposición en el país, siempre se enfrentará a nuevos desafíos. De hecho, la resiliencia del régimen ha tenido un coste muy elevado, además de su dependencia de Estados y actores extranjeros. Se ha reforzado la identidad sectaria y alauita de algunas instituciones del régimen, en particular del Ejército y de los servicios de seguridad y, en menor medida, de la administración del Estado. La catastrófica situación humanitaria y socioeconómica de Siria también plantea la cuestión de cómo tratará el régimen a la inmensa mayoría de la población del país que padece desempleo, inflación galopante y deterioro de las condiciones de vida. Incluso las regiones consideradas leales son cada vez más críticas con Damasco.
En Siria, los problemas que condujeron al levantamiento siguen presentes y el régimen está muy lejos de haberlos resuelto; de hecho, los ha empeorado. Las manifestaciones criticando la catastrófica situación socioeconómica del país se han multiplicado desde 2019.
Damasco y otras capitales regionales creen que pueden mantener su poder y su orden despótico a toda costa mediante el uso continuado de la violencia masiva contra la población. Este plan está condenado al fracaso y cabe esperar nuevas explosiones de ira popular.
Sin embargo, estas condiciones no tienen por qué traducirse directamente en oportunidades políticas, especialmente tras más de una década de guerra destructiva y mortífera y el hastío general de la población, la mayoría de la cual simplemente desea una vuelta a la estabilidad, incluso autoritaria, bajo el régimen de Assad. Los movimientos de disidencia y crítica continúan estando muy arraigados a nivel local, en regiones concretas, y sin relación entre sí.
Para construir una nueva resistencia, la oposición debe combinar las luchas contra la autocracia, la explotación y la opresión. Si hubiera defendido las reivindicaciones democráticas en interés de todos los trabajadores y las de autodeterminación kurda y la liberación de la mujer, habría estado en una posición más fuerte para construir una solidaridad mucho más profunda y amplia entre las fuerzas sociales de la revolución siria.
Otra insuficiencia de la oposición fue el escaso desarrollo de las organizaciones políticas progresistas y de clase de masas. Las revueltas de Túnez y Sudán demuestran la importancia de las organizaciones sindicales de masas, como la UGTT tunecina y las asociaciones profesionales sudanesas, en la coherencia de una lucha de masas exitosa.
Del mismo modo, las organizaciones feministas de masas han sido especialmente importantes en Túnez y Sudán en la promoción de los derechos de la mujer y la consecución de derechos democráticos y socioeconómicos, aunque sigan siendo frágiles y no estén plenamente consolidadas. Las y los revolucionarios sirios no contaban con estas fuerzas organizadas, ni siquiera con organizaciones de masas, lo que debilitó el movimiento. Quedan por construir para futuras luchas.
Desde esta perspectiva, un factor que podría influir en los acontecimientos futuros es la documentación sin precedentes de la revuelta, que incluye grabaciones de vídeo, testimonios y otras pruebas. En la década de 1970, Siria experimentó una fuerte resistencia popular y democrática, con importantes huelgas y manifestaciones en todo el país, pero esta historia no era conocida por la nueva generación de manifestantes. Sin embargo, el levantamiento revolucionario de 2011, con su vasto archivo documental, permanecerá en la memoria popular y será un recurso crucial para quienes resistan en el futuro.
En conclusión, aunque en cierto modo se ha asegurado la supervivencia del régimen, debido principalmente al apoyo de sus aliados extranjeros, no se ha asegurado el mantenimiento de una forma de hegemonía pasiva sobre amplios segmentos de la población, lo que alimenta una situación de inestabilidad permanente, que continuará.
Joseph Daher es profesor universitario y autor de varios libros sobre Siria
*Extracto del libro del autor Syrie, le martyre d’une révolution
https://www.contretemps.eu/soulevement-syrie-regime-assad-survie/
Traducción: viento sur