Hace unos diez años, cuando la economía china todavía se hallaba en plena gloria, celebrada en el mundo entero, tuve dos encuentros que me impresionaron durante mis viajes por el país. Uno se produjo en invierno en una ciudad del norte. Caminando por una calle poco transitada en una tarde gélida, vimos en la acera a un hombre harapiento que vendía enormes plumeros hechos con plumas de gallina, que supuestamente servían para quitar el polvo de la carrocería de un coche. Me pregunté si ese utensilio, cuya finalidad es muy específica, encontraría clientes en un lugar que no era un mercado. La mujer que me acompañaba comentó: “Eso es lo que tiene que hacer la gente para sobrevivir.”

El segundo encuentro ocurrió en una ciudad del sur en verano. Me topé con una torre de vigilancia construida hacía un siglo por el vecindario en una aldea que más tarde sería engullida por la ciudad. Esta estructura, similar a la de una torre, servía para defenderse de los bandidos y estaba construida con hormigón armado. En cada planta había un pequeño espacio rodeado de gruesas paredes con aspilleras que apuntaban en todas direcciones. Se podía entrar libremente en esta edificación histórica, así que me puse a subir. Cuando accedí a una de las plantas ascendiendo por una estrecha escalera de peldaños de hierro, de pronto me topé con un tablón de madera en un rincón, cubierto con una mosquitera, donde yacían dos niños harapientos que me miraban a mí, el intruso, con los ojos como platos. Resultó que este edificio abandonado, que carecía de luz eléctrica y agua, lleno de polvo y mosquitos, era el hogar de una familia en la ciudad.

Estas imágenes de la pobreza pueden encontrarse en cualquier país, tal vez causada por el desempleo derivado del letargo general de la economía nacional, o por algún trauma personal o la drogadicción. Sin embargo, China tiene su propio rasgo característico: la pobreza sistémica de personas que tienen un empleo en una situación de rápido desarrollo económico. De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas china, la semana laboral de la clase trabajadora ocupada del país era en diciembre de 2023 de 49 horas, marcando un nuevo récord en la China moderna y una de las más elevadas del mundo. A pesar de ello, la renta anual media de las personas asalariadas residentes en el país solo ascendía en 2023 a 22.053 yuanes (unos 2.800 euros).

El documental Jóvenes de 18 años en la cadena de montaje (Eighteen-year-olds on the Assembly Line), estrenado en 2016, registra gráficamente esta situación. El director pasó tres años en zonas industriales de la ciudad de Dongguan, mostrando que incluso las personas que trabajan más duramente en las fábricas chinas han de luchar por escapar de la pobreza. El salario por hora puede ser de tan solo 10 yuanes (alrededor de 1,3 euros) en jornadas de 12 horas; las distracciones corrientes en las metrópolis vacían rápidamente los bolsillos y las sumas necesarias para casarse y comprar una vivienda son un objetivo que queda muy lejos.

En 2022, un tiktoker filmó el banquete de una boda celebrada en la región de la Montaña de Daliang y fue apercibido por la policía porque el vídeo, que llegó a circular ampliamente, reveló aspectos chocantes de la pobreza en la China rural: el local se hallaba en estado de abandono, con pocas mesas, sillas y electrodomésticos utilizables. Las personas invitadas se acuclillaban sobre el suelo para gozar del plato único del banquete: bok choy en escabeche y sopa de tofu. Esto explica por qué buena parte de la juventud china todavía aspira a encontrar cualquier empleo, aunque sea mal pagado.

Xi Jinping declaró solemnemente, el 25 de febrero de 2021, que la campaña contra la pobreza había logrado una victoria por todo lo alto… y ¡produjo otro milagro humano que se recordará en los libros de historia! Hay quienes comentan sarcásticamente que tal vez el bajón económico durante la pandemia dejó a muchas familias urbanas relativamente acomodadas en serios apuros, lo que hizo que se rebajara el listón de la pobreza.

La proliferación de móviles, vídeos cortos y medios digitales propicia la ubicuidad de las imágenes y relatos de la pobreza en internet. Aunque esos documentos gráficos y textos no sustituyen a los datos económicos rigurosos, ponen en tela de juicio la narrativa del gobierno que habla de una buena situación económica. A pesar de la censura más estricta, he podido leer un patético reportaje sobre la pobreza en South Reviews, una revista legal publicada en China.

Zhao era un joven de 19 años de edad que murió antes de la primavera de 2024. Durante los ocho meses que precedieron a su muerte, había vendido su plasma 16 veces a cambio de 200-400 yuanes (unos 25-50 euros) y una comida cada vez. Zhao atendía al público en un cibercafé y llevaba un tren de vida modesto. Pocas veces salía con amigos y no podía permitirse una bicicleta eléctrica para desplazarse. Su mayor gasto en los últimos tiempos fue la compra de un móvil para su padre en diciembre del año pasado. En su casa no había ordenador, televisor ni sofá, y a la noche no encendía la luz para ahorrar. Su madre no podía trabajar porque estaba enferma y su padre era un trabajador migrante. El centro en que vendía la sangre pertenece a una gran empresa biofarmacéutica cuyo informe anual de 2023 indica que cuenta con 79 centros operativos de extracción de sangre, que en total recogieron 2.415 toneladas de plasma ese año.

Tras tres años de estricta cuarentena, la economía china no repuntó como se esperaba en 2023. Ahora, en 2024, el tema candente es el excedente de capacidad: la Unión Europea y EE UU planean aumentar los aranceles a los coches eléctricos fabricados en China. Ante el boicot occidental a los productos chinos, la última solución de Xi es hacer que el pueblo chino absorba el excedente de capacidad. En marzo, el Consejo de Estado publicó un plan de acción para promover la renovación de equipos a gran escala y el canje de bienes de consumo; en abril, el ministerio de Comercio y otros 14 ministerios publicaron conjuntamente otro plan de acción, organizando una campaña nacional de renovación del parque de automóviles y electrodomésticos y del mobiliario para el hogar.

La política de canje mencionada en el plan de acción incluye “dar un trato preferente a los consumidores que cambien sus viejos electrodomésticos por otros que ahorren energía” y “animar a las regiones con recursos a subvencionar a los consumidores para que compren electrodomésticos ecológicos e inteligentes”. Para las familias que viven en edificios abandonados o para los aldeanos de la montaña Daliang, que apenas poseen electrodomésticos, de esta política solo cabe decir que es mejor que nada.

Esto me recuerda un chiste británico que oí en mi infancia: “Mamá, ¿por qué hace tanto frío en casa?” “Porque no podemos permitirnos comprar carbón, cariño.” “¿Por qué no podemos permitirnos comprar carbón?” “Porque tu padre perdió su trabajo.” “¿Por qué ha perdido el trabajo papá?” “Porque hay demasiado carbón.”

Según los investigadores Wan Haiyuan y Meng Fanqiang, del Instituto de Distribución de la Renta de China de la Universidad Normal de Pekín, el número de personas que ganan menos de 2.000 yuanes (unos 250 euros) al mes en China alcanza los 964 millones, lo que representa alrededor del 69 % de la población total; hasta el 95 % de la población gana menos de 5.000 yuanes (unos 637 euros) al mes. Esperar que esta población absorba los productos de las industrias manufactureras de exportación creadas para satisfacer las necesidades de los países desarrollados equivale a fantasear.

Quizá el grupo destinatario de este brillante plan sea la llamada clase media. Sin embargo, los datos del primer trimestre de 2023 muestran que la deuda hipotecaria de China era de 38,94 billones de yuanes (unos 5 billones de euros). Gran parte de esta deuda la soportan los residentes urbanos con mayores ingresos, así que ¿qué incentivo tiene esta clase para comprar nuevos coches eléctricos o frigoríficos inteligentes?

Las causas de la pobreza sistémica de China no son solo los bajos salarios y las pésimas condiciones laborales, como se observa en las fábricas de material electrónico de Dongguan, sino también los precios prohibitivos de la vivienda, la educación, la sanidad, el cuidado de la infancia y la tercera edad. Estos sectores permiten a la clase empresarial y al gobierno extraer elevados beneficios e impuestos. Mientras que bienes de consumo como los teléfonos móviles y los coches pueden ser más asequibles que hace 30 años, la comida de siempre y el agua potable sin demasiados pesticidas, fertilizantes químicos y metales pesados se han convertido en bienes de lujo. Pocos segmentos de la población han superado realmente la pobreza cuando sus vidas se comparan con un estándar de decencia, salud y relajación ante un futuro prometedor.

Las repercusiones de la pobreza son visibles: la gente rica busca constantemente formas de trasladar sus activos al extranjero para escapar de la devaluación; decenas de miles de trabajadoras y trabajadores e incluso algunas personas de clase media atraviesan las peligrosas selvas tropicales de Centroamérica para huir a Estados Unidos con el fin de vender su mano de obra a mejor precio; cada vez más jóvenes pierden la esperanza de acumular riqueza y ascender en la escala social, por lo que se niegan a trabajar duro y optan por vivir con bajas aspiraciones; y algunas personas desesperadas optan por acabar con su propia vida o dañar a otras por frustración.

Entonces, ¿por qué los gobernantes chinos no permitieron que la gente corriente obtuviera más dividendos durante las últimas décadas de prosperidad económica? Por ejemplo, un seguro de desempleo universal; pensiones dignas para todos los ancianos; subsidios adecuados para los estudiantes; un salario mínimo más alto; un sistema de vivienda pública más inclusivo. Actualmente, la pensión media en la China rural es de tan solo unos 204 yuanes al mes (unos 26 euros), según un informe de 2023 del Farmers' Daily, las y los estudiantes universitarios necesitan un certificado de pobreza para solicitar pequeños subsidios estatales de 1.000 a 3.000 yuanes al año (unos 127-382 euros). Las viviendas públicas de bajo coste requieren un hukou [permiso de residencia familiar] local y unos ingresos familiares per cápita inferiores a 960 yuanes al mes (unos 122 euros), lo que excluye a la mayoría de los trabajadores rurales emigrantes.

Una explicación interesante de esto procede del Libro del Señor Shang, un escrito clásico de la dinastía Qin (221 a.C.). En él se sugiere que “la forma de gobernar el país pasa por debilitar al pueblo”, manteniéndolo pobre para que dependa del Estado y no pueda enfrentarse a él. Esta técnica ayudó a establecer el primer imperio unido de la historia china. Algunos indicios sugieren que Xi admira el sistema Qin, como el drama de la televisión estatal La fuga del Gran Qin, que se emitió después de que Xi se estableciera como gobernante vitalicio.

Aunque estas artes de gobernar de 2.000 años de antigüedad resultan primitivas y absurdas desde la perspectiva del arte de gobernar moderno y la economía capitalista, el estilo de gobierno de Xi Jinping en la última década nos ha dado la impresión de que todo es posible. La pobreza sistémica, ya sea un subproducto de políticas económicas fracasadas o una forma intencionada de dominar al pueblo, será un obstáculo más que un facilitador del ascenso de China.

12/06/2024

Tommy Wei

Anti*Capitalist Resistance

Traducción: viento sur

 

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