[Entrevista a Etienne Balibar realizada por Alternatives Économiques entre las dos vueltas de las elecciones legislativas en Francia (30 de junio, 7 de julio) y cuando todas las encuestas daban por ganadora a la extrema derecha, que tiene interés por las reflexiones que plantea sobre la izquierda en en el contexto francés]

En vísperas de la segunda vuelta de unas elecciones legislativas cruciales, Francia aún no ha decidido su gobierno, pero una cosa es casi segura: no será el del Nuevo Frente Popular (NFP). Para el filósofo Etienne Balibar, el deber de la izquierda es seguir movilizada, ante todo para bloquear a la extrema derecha, tanto en las urnas como en la calle.

Pero, según este especialista en Marx que ha enseñado en la Universidad de París-Nanterre y en varias instituciones anglosajonas, queda por delante una tarea a más largo plazo. Tras la segunda vuelta de las elecciones legislativas, y sea cual sea el resultado, es crucial fortalecer a la gente de izquierdas para que un día la izquierda pueda llegar al poder.

Para lograrlo, no bastará la unidad de los partidos, afirma Etienne Balibar, porque un gobierno de izquierdas necesita una sociedad movilizada detrás de él para resistir a las numerosas presiones que tratarán de obstaculizar la igualdad. El académico pide que se establezcan vínculos entre las movilizaciones dispersas pero innovadoras que han recorrido Francia en los últimos años.

Mathieu Jublin: En un artículo publicado en AOC antes de la primera vuelta de las elecciones legislativas, usted especulaba con la posibilidad de un "reparto consensuado del poder" entre el bloque de derechas macronista y el bloque de la extrema derecha. ¿Sigue pensando que es una posibilidad?

Etienne Balibar: No soy Madame Soleil [es imposible adivinar qué va a pasar]. Hay otros escenarios previstos y concebibles, en función del resultado final de las elecciones. El que en este momento impulsan varios dirigentes, suspendidos en el vacío, es la formación de una coalición que vaya desde la llamada izquierda de gobierno hasta la llamada derecha tradicional. En cierto modo, una resurrección e incluso una expansión del macronismo inicial, posiblemente contra el propio Macron. Considero que esto presupondría que el Nuevo Frente Popular se desintegraría nada más formarse. Obviamente, no estoy en absoluto a favor de eso.

En el artículo que mencionas, me parecía y me sigue pareciendo un error descartar a priori la posibilidad de un acuerdo personal entre el presidente, que ha demostrado su total versatilidad, y Rassemblement National (RN), que pensará que tiene todas las cartas en caso de mayoría absoluta. Los obstáculos son muchos, pero dos fuerzas empujan en esta dirección. En primer lugar, se ha formado un amplio consenso ideológico entre la derecha, el bando macronista y la extrema derecha en cuestiones de política securitaria, autoridad educativa, multiculturalismo (conocido como "separatismo") e inmigración.

En segundo lugar, los dirigentes de la gran patronal francesa y, más allá de nuestras fronteras, el sistema económico dominante ejercen y probablemente seguirán ejerciendo presión para evitar a toda costa que tome forma una alternativa de izquierdas. Será muy difícil resistirse a ellos. Estas personas apuestan a encontrar acomodos con la extrema derecha de RN, como siempre ha ocurrido con la extrema derecha a lo largo de la historia. Estas dos razones siguen existiendo. Pero no son suficientes, estoy totalmente de acuerdo.

Mathieu Jublin: ¿Cómo puede prepararse la izquierda para esta eventualidad?

Etienne Balibar: La alianza formada entre los partidos de izquierda tras las elecciones europeas y la disolución [de la Asamblea Nacional] es importante. Ha significado superar divisiones profundas y antiguas. Su nombre, Frente Popular, evoca la idea de un movimiento global hacia objetivos progresistas. Nos da esperanza. Pero, como vimos el domingo pasado, esta alianza no basta para cambiar las tornas. Ganar dos puntos con respecto a la NUPES [en las legislativas de 2022] no basta. Aún no hemos visto ningún gran despertar en la sociedad francesa. La alianza se percibe como frágil, debido a verdaderas diferencias personales y programáticas. La gente no tiene suficiente fe en ella.

Sobre todo, ahora los territorios que se dicen perdidos para la izquierda, donde la extrema derecha es ultradominante, son un fenómeno estructural. El hundimiento del Partido Comunista en sus bastiones es revelador. La pendiente es terriblemente difícil de remontar. Así pues, la izquierda sufre una debilidad política y emocional. En lo inmediato, la reacción [al peso de la extrema derecha] no plantea problemas: el frente republicano es necesario. Pero después de la segunda vuelta, se planteará otra cuestión, porque, aunque RN no obtenga la mayoría, la izquierda tendrá que reconstruirse. Y el nombre de Frente Popular no será suficiente para llevar a cabo esta reconstrucción.

Así que me he planteado la cuestión de qué hizo posible el éxito del otro Frente Popular, el de 1936, que logró mantenerse en el poder durante varios años e imponer transformaciones radicales a la sociedad francesa, de las que aún hoy nos beneficiamos y que la derecha se empeña en desmantelar. La respuesta es que el Frente Popular de 1936 fue poderoso no sólo en el Parlamento, sino en todo el país, porque coincidió con un movimiento social que aglutinaba a una mayoría de la población. Esto también lo confirman, a contrario, otros ejemplos importantes.

¿Cuál es la lección de la Unión Popular en Chile en 1970, o de Syriza en Grecia más recientemente? Cuando la izquierda llega al poder con un programa radical, sus opositores se movilizan inmediatamente, y no sólo expresando su desacuerdo en los periódicos o esperando a las próximas elecciones. La derecha chilena se movilizó en las calles, financiando manifestaciones y huelgas corporativistas. Y el caso griego demuestra que la dependencia financiera de un país y la presión que permite ejercer pueden bloquear cualquier acción.

Para aplicar una política de izquierdas, no basta con tener una mayoría de tres escaños en el Parlamento. La izquierda, a diferencia de la derecha, necesita una relación de fuerzas abrumadora, lo que significa un movimiento social que dé al gobierno la capacidad de mantener a raya a sus oponentes, derribar barreras y cumplir sus promesas.

Mathieu Jublin: ¿Qué forma adoptaría hoy ese movimiento social?

Etienne Balibar: La izquierda necesita recuperar la mayoría en la sociedad, no sólo el día de las elecciones sino, más allá, en el corazón y en las entrañas de la gente, es decir, en su manera de experimentar su capacidad colectiva de cambiar el curso de las cosas. Estamos muy lejos de eso. Pero no partimos de cero. En mi texto, expuse una lista de movimientos sociales recientes que demuestran que el país no se resigna: Nuit debout, los chalecos amarillos, la movilización de las y los cuidadores durante la pandemia, los movimientos de revuelta en los suburbios, el movimiento contra la reforma de las pensiones, Les soulèvements de la Terre, el movimiento feminista.

Mathieu Jublin: Sin embargo, usted escribe que la gente del Frente Popular "todavía no existe", que "todavía está por encontrar". ¿Qué quiere decir con eso?

Etienne Balibar: En la tradición intelectual de la que provengo, la política estaba determinada por estructuras de clase simples, por no decir binarias. Obreros y capitalistas. No digo que ya no haya clases en la Francia de hoy, pero no hay una clase obrera tan organizada y unida como la que se movilizó por el Frente Popular en 1936. Entonces el proletariado representaba, en cierto modo, el núcleo del pueblo, y sus intereses se percibían como los de la mayoría. En los años 70 y 80, cuando la Unión de la Izquierda llegó al poder, esta ecuación ya era más complicada, a pesar de que en 1968 se produjeron las mayores huelgas y ocupaciones de fábricas de nuestra historia.

No digo que hoy los intereses de una mayoría de la población no sean convergentes. Los efectos del neoliberalismo golpean a muchas categorías sociales. Ciertamente no de la misma manera, pero la inseguridad ante el futuro y la caída del nivel de vida afectan a una gran parte de la población. Por tanto, hay un pueblo potencial, pero su capacidad para organizarse es menos evidente que hace un siglo. Las divisiones en el seno de la clase obrera se han convertido en fracturas profundas. Si bien no se puede decir que las y los obreros franceses son racistas como tales, lo cual no es cierto, hay que decir que el racismo está muy arraigado en esta clase.

En segundo lugar, una serie de problemas políticos actuales no pueden resolverse mediante el crecimiento económico y la redistribución. Espero que la izquierda haga retroceder la catástrofe medioambiental, pero eso requerirá una forma de decrecimiento, cuyos detalles están aún por definir si han de ser aceptables. Las recetas promovidas por el capitalismo verde, suponiendo que sean eficaces, significan que las clases trabajadoras tienen que pagar. De ahí la emergencia de los chalecos amarillos. Hay que escucharlos. Lo mismo ocurre con otras reivindicaciones justas que no se reducen a la dimensión socioeconómica, como las del feminismo contra la violencia del patriarcado.

Así que hay una pluralidad de intereses y esperanzas que hay que reunir y conciliar para construir este pueblo de futuro. No basta con enumerar todas las categorías de personas que buscan justicia e integrar sus reivindicaciones en un programa. Entonces, ¿de donde hay que partir? De lo que se expresa de forma visible. Confiemos en la capacidad de la gente para articular sus propios intereses. Su enemigo común son las políticas neoliberales que destruyen la idea de solidaridad e imponen una competencia feroz de todo el mundo contra todo el mundo. Los movimientos tienen que unirse y encontrar un lenguaje común.

Mathieu Jublin: ¿No son los efectos del neoliberalismo demasiado profundos para que surja un movimiento de masas que apoye una política de izquierdas?

Etienne Balibar: La expresión movimiento de masas puede ser problemática porque sugiere una expresión homogénea, electoral o incluso insurreccional. La historia también demuestra que las fuerzas que provocaron los movimientos de masas no siempre fueron progresistas, sino también a veces fascistas. Un movimiento de masas en apoyo de una política de izquierdas podría adoptar muchas formas en la Francia actual. Las manifestaciones contra la reforma de las pensiones son un magnífico ejemplo de ello, aunque la movilización acabara por detenerse.

A estas formas clásicas de movilización hay que añadir modos de organización y prácticas innovadoras, que permitan ir más allá de estos límites, lo que muchos llaman hoy asambleas. Nuit debout y los chalecos amarillos fueron interesantes en este sentido. La autoorganización en los "barrios", incluso expuesta a todo tipo de trampas, muestra una notable capacidad de autonomía e invención.

Mathieu Jublin: ¿Qué tienen en común las recientes movilizaciones que, según usted, pueden sentar las bases de un movimiento más amplio?

Etienne Balibar: Los movimientos sociales que he mencionado y que han suscitado esperanza en los últimos años tienen en común la expresión de una necesidad de democracia más directa. El hecho es que las circunstancias actuales, caracterizadas por la necesidad de bloquear a los neofascistas, no son propicias para la expresión de esta exigencia democrática. Hacerles frente, en las urnas y en las calles, es algo necesario. Pero fortalecer a la gente de izquierdas requiere algo más que hacer frente a los neofascistas.

Mathieu Jublin: ¿Se corresponde esta exigencia democrática con el contrapopulismo que reivindica usted?

Etienne Balibar: En efecto, arriesgué usar esta denominación, que puede inducir a error. El contrapopulismo que defiendo no es antipopulismo. No se trata de rechazar la idea de una participación directa del pueblo en la vida política, sino todo lo contrario. Lo que sí rechazo es la idea de un populismo de izquierdas, teorizada en particular por mi colega y amiga Chantal Mouffe al servicio de Podemos en España. Puede hacer creer que existen formas de movilización y de encarnación política intercambiables entre la izquierda y la derecha. En particular, la idea de "dégagisme" [el “que se vayan todos”], basada en una oposición entre el pueblo y las élites.

Esta oposición mezcla la crítica legítima de las desigualdades sociales y culturales con el resentimiento generalizado contra la clase política como tal, lo que me parece provenir de la tradición fascista. Creo que la izquierda no debería utilizar las herramientas ideológicas de la derecha.

Además, este populismo de izquierdas conduce a una personalización extrema de la representación política, que supuestamente se opone a la delegación de poder que caracteriza a la democracia burguesa tradicional. Esta personalización está casi siempre encarnada por hombres, lo que conduce a una virilización de la figura del líder político. Para mí, eso es la antítesis de la exigencia de igualdad y de democracia radical que deberíamos defender.

Populismo
No quiero cuestionar aquí a La France insoumise (LFI), como están haciendo la derecha y la extrema derecha, a costa de muchas calumnias. Soy consciente de la resonancia que las palabras de LFI tienen en los barrios populares entre los activistas comunitarios y antirracistas. Pero creo observar una lamentable tendencia a la atrofia de la democracia interna en este movimiento. La diferencia que establezco entre popular y populista es que este último siempre sacrifica la democracia en aras de la unidad, y reintroduce la pasividad en lugar de multiplicar las iniciativas.

De ahí mi interés por los chalecos amarillos. No se dejaron domesticar por los políticos de extrema derecha y no eligieron a un líder carismático que hubiera hablado en nombre de todos.

Mathieu Jublin: ¿Este rechazo a darse representantes no les impide existir en un mundo político y mediático que valora las individualidades?

Etienne Balibar: La política necesita contradicción, libertad de expresión, pero también unidad en la acción e incluso liderazgo. Necesita ser capaz de gobernar, no sólo protestar o rebelarse. Así que en cada situación existe una tensión entre estos dos imperativos, que nunca se resuelve perfectamente. No me pidan que encuentre la receta que casi ninguna organización o régimen de la historia ha encontrado. Pero las circunstancias y el sentido de la urgencia han permitido alcanzar un equilibrio dinámico. Nos corresponde a nosotros y nosotras trabajar en ello.

Mathieu Jublin: Usted escribe que la izquierda del futuro debe basarse en el cosmopolitismo. ¿Qué quiere decir exactamente con este término?

Etienne Balibar: ¡Cuidado! El cosmopolitismo no es necesariamente de izquierdas, ni necesariamente popular. Contiene la idea de una comunidad de intereses a escala de la humanidad, y la idea de que la apertura al extranjero es algo positivo, que toda nación necesita para ser ella misma. Pero la globalización capitalista es también una forma de cosmopolitismo. Hoy en día, en casi todas partes, los pueblos que sufren la globalización tienden a rechazar el cosmopolitismo en su conjunto, asociado a la deslocalización de la economía y al empobrecimiento, así como a la confiscación del poder por parte de las corporaciones financieras y las instituciones supranacionales.

Aunque, como otros movimientos similares en Europa, RN está dispuesta a hacer todo tipo de concesiones a las multinacionales, habla el lenguaje de lo que la tradición fascista ha llamado nacionalismo integral. Cultiva una historia mitológica de la unidad francesa, en la que no hay lucha de clases, descolonización ni apertura al mundo. Para Rassemblement National, recuperar el control de su propio destino como pueblo significa deshacerse de la gente extranjera, del otro, es decir, históricamente, de población judía y, sobre todo hoy, de las y los inmigrantes del Sur y sus descendientes. Olvidando que la nación francesa se formó a partir de un crisol de múltiples orígenes.

Insisto en la necesidad de que un pueblo vivo se abra al cosmopolitismo, porque aunque la nación francesa esté fuertemente unida por intereses de educación, asistencia, trabajo y residencia, también es plural. Es una entidad en movimiento. La riqueza de la civilización francesa y su capacidad para actuar en el mundo dependen de su capacidad para entablar una conversación entre todas las partes que la componen y, por tanto, entre las herencias que portan.

No digo que para la nación francesa sea fácil reconciliarse con todas las partes que la componen y superar el racismo. Pero es posible, sobre todo si un gobierno de izquierdas adopta una política social ambiciosa, inseparable del diálogo multicultural. El cosmopolitismo práctico tiene que ver con la justicia, la igualdad y la diversidad.

A corto plazo, si gana la extrema derecha, el imperativo moral y político es oponerse a las medidas más vejatorias que se impondrán a nuestros compatriotas de origen extranjero. Debemos apoyarles. A más largo plazo, una izquierda vencedora debe tener como prioridad superar la división entre las partes constituyentes de la nación. Debemos traducir en actos nuestra solidaridad con nuestros conciudadanos y conciudadanas, en particular con las de los barrios populares.

Se trata de un verdadero test. No sólo porque estas personas son víctimas de la violencia y la injusticia, sino también porque necesitamos que desempeñen un papel en la construcción colectiva de un pueblo de izquierdas, que todavía hoy está fragmentado.

Traducción: viento sur

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