El nuevo aspirante a emperador del siglo XXI ya se prepara para volver a entrar en la Casa Blanca, esa mansión neoclásica construida por esclavos negros a fines del siglo XVIII, todo un símbolo de los cimientos de Estados Unidos.
El malmenorismo volvió a perder. El férreo sistema bipartidista estadounidense que rige desde 1853 hizo una vez más que millones de personas poco convencidas de que la improvisada candidata Kamala Harris fuera a resolver realmente los graves problemas de Estados Unidos la votaran igualmente.
Una reciente encuesta de Gallup mostraba que el 63% de los y las estadounidenses querrían que hubiese un tercer partido, pero la candidatura de la física y activista medioambiental y antiguerra Jill Stein, candidata presidencial del Partido Verde, obtuvo en las elecciones de 2012 (0.36%), en 2016 1,4 millones (1,07%) y en 2024 628.129 votos (0,4%), entre el 0,4% y el 0,9% de los votos en los 38 estados en los que se presentó.
Entre los defensores del malmenorismo estaban, también una vez más, Bernie Sanders y los y las integrantes de The Squad, el ala izquierda demócrata, ofreciendo su otra mejilla al mismo establishment del Partido Demócrata que tanto en las elecciones de 2016 como en las de 2020 y 2024 usó todos los medios contra ellos para difamarlos y frenarlos en las primarias internas. El Partido Verde fue también objeto de gran hostigamiento por parte del Partido Demócrata en los estados en los que presentó la candidatura de Jill Stein.
Esa misma dirección nacional demócrata fue la que irresponsablemente ocultó durante mucho tiempo, hasta julio pasado, el acelerado deterioro mental que iba experimentando Joe Biden, tiempo precioso que tan bien supo aprovechar el magnate republicano.
En esos cuatro meses de campaña Kamala Harris -la primera candidata que no salió nominada en unas primarias- no logró presentar un perfil y un programa atractivo y comprometido ante los trabajadores, trabajadoras y la clase media empobrecida.
Aseguró que no sería una simple continuidad de Biden, pero no supo explicar cuáles eran sus propuestas innovadoras. Se desdijo de su batalla contra el fracking de años atrás e hizo mítines con líderes republicanos enfrentados a Trump, pero con un pasado tenebroso. Su calculado centrismo le hizo perder muchos votos entre el electorado progresista.
Harris se reafirmó en su defensa a ultranza de Israel, consiguiendo donaciones más importantes del lobby sionista que el propio Trump, pero perdió por ello el voto de la comunidad árabe y musulmana y de las y los jóvenes que ocuparon masivamente los campus en solidaridad con Palestina, dos sectores tradicionalmente demócratas.
La Administración Biden-Harris continuó durante sus cuatro años en el poder la construcción del muro fronterizo con México y mantuvo una política inmigratoria dura con los inmigrantes desdiciéndose de promesas anteriores y suavizando solo los aspectos más brutales de la era Trump. El voto latino abandonó también al Partido Demócrata.
Ni la defensa del derecho al aborto ni la contradictoria defensa de las energías renovables fueron banderas suficientes de Harris para enfrentar la poderosa movilización puesta en marcha por Trump en todos los frentes.
Otra vez volvieron a equivocarse los demócratas sobre lo que representa Trump y el movimiento social que ha logrado poner en marcha desde su primer mandato.
Mientras los demócratas se lamen sus heridas y los movimientos sociales y la izquierda confirman el alto muro que les impide hacerse oír y construir una tercera opción creíble ante las gigantescas maquinas de demócratas y republicanos, Trump se prepara para un segundo mandato que no será una simple repetición del primero.
El Trump que inicia su nuevo ciclo en enero de 2025 se sabe poderoso, con la fuerza de haber ganado en votos populares y en compromisarios; la fuerza de haber logrado conquistar el Senado, lo que le permitirá nombrar nuevos jueces federales, claves junto con la actual mayoría conservadora del Supremo para sacar adelante algunas de sus proyectadas reformas y para frenar las graves causas judiciales que pesan en su contra.
Si se confirma en los próximos días que también retiene el control de la Cámara de Representantes, el magnate republicano tendría asegurados, al menos hasta las elecciones legislativas parciales de 2026, el control del Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
Trump vería así cumplido su sueño de concentrar todo el poder; tendría en su mano todas las armas necesarias para ir eliminando gradualmente la separación de poderes, para reducir aún más el papel del Estado, para acabar con leyes de estabilidad laboral de cientos de miles de funcionarios y funcionarias públicos y poder nombrar a otros afines al trumpismo.
El presidente electo ha prometido acabar con las leyes medioambientales aprobadas durante el gobierno demócrata saliente y reforzar las energías fósiles; recortar los impuestos a las grandes corporaciones y a las grandes fortunas y frenar cualquier reivindicación laboral.
La aplastante victoria republicana permitirá a la nueva Administración infligir un duro golpe a las leyes que regulan derechos de la mujer, de la comunidad LGTBIQ+, de las mayorías sociales y endurecer aún más las leyes de inmigración.
El respaldo total de Trump a portar armas y a la mano dura policial presagia un aumento de la violencia y un auge de las milicias supremacistas blancas que forman parte importante del trumpismo.
Trump ha aprendido de las enseñanzas de su primer mandato y previsiblemente se dotará de fieles colaboradores externos all establishment para puestos claves que le permitan afianzar un régimen con rasgos autocráticos.
Trump ya ha anunciado que volverá a retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, precisamente cuando se teme que 2025 pueda ser el año más caluroso jamás registrado y que se pueda superar ese umbral de 1,5 grados Celcius fijado en ese acuerdo.
La nueva Administración prevé redoblar la guerra comercial contra China imponiendo aranceles de hasta un 60% a sus productos y de un 10% a un 20% para los de Europa y otros países, desestabilizando aún más el orden económico mundial.
Europa teme no solo esas medidas, sino también la postura que va a tener la nueva Administración frente a la guerra de Ucrania, una guerra en la que los socios de la UE y de la OTAN aceptaron ser cómplices activos de la política militarista del Gobierno Biden-Harris, y de la cual ahora Washington se podría desentender tras este nuevo fracaso bélico.
Trump lleva mucho tiempo afirmando que acabará con la guerra de Ucrania en veinticuatro horas y se prevé que su propuesta sea que Zelenski acepte ceder a Rusia los territorios que ya ocupa en las zonas orientales ucranianas, y que se establezca una zona desmilitarizada entre ambos países. Ucrania debería comprometerse también a no insistir en su ingreso en la OTAN.
La política aislacionista del nuevo gobierno estadounidense podría tener consecuencias también en el Índico-Pacífico. Trump ha acusado a las autoridades de Taiwán de haber robado la industria de los semiconductores, tan esencial para los dos países, y ha adelantando que tendrían que empezar a pagarle a Estados Unidos por la voluminosa ayuda militar y protección que le presta.
El nuevo presidente ha amenazado igualmente a Pekín con subir los aranceles a los productos chinos hasta un 200% en el caso de atreverse a atacar Taiwán.
En el escenario geopolítico global si hay un frente del cual no se va a desentender, es Oriente Medio. Tanto demócratas como republicanos mantienen un apoyo sin fisuras al Gobierno de Benjamin Netanyahu, como se viene demostrando con el genocidio del pueblo palestino, extendido también ahora al Líbano.
El triunfo de Trump ha sido recibido con gran satisfacción por Israel y el lobby sionista estadounidense, a sabiendas de que va a respaldar totalmente el plan colonial sionista de acabar con la resistencia palestina y libanesa para imponer a sangre y fuego el histórico proyecto del Gran Israel en la Palestina histórica.
Trump respaldará sin duda la política de crítica y ataques militares de Israel a Irán, a la ONU y a la UNRWA, la misión de Naciones Unidas de ayuda a los refugiados palestinos, agravando así más aún el drama de millones de palestinos y libaneses, con el riesgo de una conflagración regional de mayor envergadura.
En suma, buenas noticias para la derecha y ultraderecha mundial, duro golpe para la izquierda y las mayorías sociales e incertidumbre para la gobernanza global.
Roberto Montoya, periodista y escritor, es miembro del Consejo Asesor de viento sur