El inicio de año ha traído consigo la explosión de un hartazgo latente en el campo europeo. A finales de enero, en Francia comenzaba una serie de protestas que ha ido contagiando a una gran parte de las principales economías vecinas que entienden como suyas las reivindicaciones del campo galo, pese a los zafios intentos de enfrentamiento.

Agricultores y ganaderos de Alemania, Bélgica, Italia, Portugal o España son algunos de los que han elevado la voz junto a los franceses. No se trata de un movimiento homogéneo, sino que conviven intereses enfrentados entre quienes representan a los grandes propietarios y corporaciones, y los que forman parte del proletariado campesino.

Ser capaces de afinar bien la cuestión de clase en el mundo rural en general y en estas revueltas en particular, es importante a la hora de entender el campesinado como una fuerza clave de cara a un horizonte emancipador y poder dar respuestas desde una propuesta ecosocialista.

No todos tienen cabida en nuestra propuesta como ya explicaron Marx y Engels (1980) cuando hablaban del problema campesino en Francia y Alemania:

“Niego redondamente que el partido obrero socialista de ningún país tenga la misión de recoger en su regazo, además de los proletarios agrícolas y de los pequeños campesinos, a los campesinos medianos y grandes, y menos aún, a los arrendatarios de grandes fincas, a los ganaderos capitalistas y demás explotadores capitalistas del suelo nacional. Todos ellos podrán ver en el feudalismo latifundista a su enemigo común, podremos marchar de acuerdo con ellos en ciertas cuestiones y luchar a su lado durante algún tiempo para determinados fines. Pero en nuestro partido, en el que caben individuos de todas las clases sociales, no puede tener cabida en modo alguno ningún grupo que represente intereses capitalistas de la burguesía media ni de la categoría de los campesinos medianos.” (p.264)

Saber quien forma parte de nuestra lucha y quien está defendiendo los intereses de la burguesía nos ayudará a dejar atrás cierto paternalismo a la hora de tratar las cuestiones clave. Reducir el problema a una imagen estereotipada de campesinos que compran el discurso de la extrema derecha no solo no ayuda en nada a la clase trabajadora del campo sino que contribuye a alejarse más de un horizonte revolucionario.

Culpabilizar al campesinado de la ausencia de respuestas por parte de la izquierda en el mundo rural no soluciona el haber dejado el camino despejado a unas redes caciquiles que siempre han estado presentes y que hoy triunfan entre el proletariado campesino con un discurso chovinista que les interpela directamente. Alejar el foco del problema real deja vía libre para perpetuar un capitalismo verde europeo que nos ahoga cada vez más.

En la situación actual, la izquierda vuelve a caer en un error estratégico. Pese a contar con organizaciones que han demostrado su fuerte compromiso en la lucha contra el capitalismo y la defensa del campesinado como la Coordinadora Europea de la Vía Campesina o el más reciente Les Soulèvements de la Terre, la izquierda no llega a dar el paso de apoyar una lucha con gran potencial para enfrentar las medidas neoliberales de la UE.

El enemigo no es pequeño, la cultura capitalista lleva décadas adentrándose en el medio rural por medio de unas políticas agrarias hechas a medida de las multinacionales agroalimentarias, unos medios de comunicación (públicos y privados) vendiendo las bondades de la agricultura y ganadería industrial y una formación profesional reducida a una visión neoliberal del campo ha traído graves consecuencias a nivel global.

Los cimientos de la industrialización agraria los han ido estableciendo los distintos gobiernos europeos y estatales mediante una serie de políticas neoliberales que han favorecido una visión del territorio como fuente de recursos ilimitada beneficiando a los grandes capitalistas para que pudieran extraer de la tierra cualquier cosa que les hiciera ganar dinero.

Estas políticas neoliberales han supuesto no solo una pérdida de soberanía sino una amenaza constante de desempleo, explotación, empobrecimiento e inseguridad alimentaria(Shiva, 2017).

Estas dinámicas propias de la globalización y la extensión de un mercado de canales largos y el aumento de la dependencia de la mecanización y de los combustibles fósiles trajeron consigo consecuencias al proletariado campesino europeo, pues supuso su empobrecimiento y posterior expulsión del rural para extender esa explotación a los territorios del sur y a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Lo paradójico es que pese a que la izquierda política y los movimientos sociales han ido poniendo el foco en las consecuencias ambientales y climáticas de la agroindustria, en el creciente maltrato animal por parte de la industria ganadera y las graves situaciones de explotación en poblaciones campesinas del sur, la cuestión agraria desaparecía de la agenda política de la izquierda gobernista europea. La ausencia de medidas que protegieran al campesinado y sus pequeñas explotaciones aquí, el reduccionismo de un discurso culpabilizador que no logra explicar la correlación entre las causas y las consecuencias tanto en el norte como en el sur y sobre todo la ausencia de una propuesta de transición donde los principios de la soberanía alimentaria sean el eje central puede llegar a costarnos muy caro.

El pequeño campesinado europeo se ha visto empujado a industrializar las explotaciones, que dependen cada vez más de tecnología petrodependiente, agrotóxicos y fitosanitarios, grandes extensiones y monocultivos. Es muy difícil volver atrás cuando la realidad es que cada día son más esclavos de unos insumos cada vez más caros.

Es comprensible que cuando no pueden más, compren el discurso interesado de la industria y reaccionen a quien les culpabiliza de las consecuencias climáticas mediante prohibiciones y sin ningún tipo de alternativa ni planificación de la transición.

Pretender un cambio de rumbo sin un programa amplio de transición y sin recursos para lograrlo es dejar al campesinado a los pies de los caballos haciendo que recaiga sobre ellos todo el peso. Los pequeños campesinos, a menudo los más castigados, no sólo no son los causantes de la situación, sino que en gran medida son parte de la solución.

Uno de los grandes problemas históricos que todavía hoy siguen ahogando al campesinado es el acceso a la tierra. Sumado al proceso de industrialización, los cambios en el sector se suceden hasta conformar una agroindustria basada en la hiperconcentración de ganado en macrogranjas y grandes extensiones de monocultivos bajo plástico que dependen de cantidades ingentes de fitosanitarios y maquinaria. Se convierte en un sector altamente mecanizado, globalizado y concentrado en unas pocas manos que en el caso del Estado español viene arrastrando un problema estructural desde hace siglos/1

Las excepciones como el caso gallego, donde siguen concentrando la mayor parte de la propiedad de la tierra en manos campesinas no ha evitado que el abandono de tierras y la desaparición de un elevado número de campesinos y explotaciones familiares “pasaran de un peso relativo de personas ocupadas en la agricultura en la década de los cincuenta del 70% a un 5.5% al inicio de la pasada década” (Ferreiro y Vilalba, 2019). No obstante, deja una pequeña ventana de oportunidad.

Explorar y recuperar otras formas de propiedad que permitan un acceso democrático al aprovechamiento de la tierra como la figura de la propiedad en man común sería una forma de enfrentarse al poder agroindustrial dejando en manos campesinas no sólo la tierra sino también su gobernanza.

La tierra para quien la trabaja no cambiará por sí solo un sistema agroindustrial fracasado que es a lo que nos estamos enfrentando, pero es un principio para frenar un abandono cada vez más agudizado.

Pudiera parecer que el abandono del rural y la pérdida de campesinado en los países del Norte global es una consecuencia positiva del desarrollo económico como nos han hecho creer desde la economía hegemónica. Se trata, sin embargo, de una cuestión política que convierte a la clase trabajadora más esclava del capital, al poseer este todas las herramientas y medios materiales.

Si queremos revertir esto, no debemos detenernos en la socialización de la tierra agraria. La propiedad comunal y pública puede abarcar todos los elementos de la cadena desde las semillas que permitiría romper lazos con el mercado y recuperar cultivos autóctonos y tradicionales, el agua y su gestión, impulsar un nuevo modelo de producción y distribución de energías renovables, la maquinaria, incluso los talleres y obradores de transformación alimentaria.

Las políticas públicas de la Unión Europea han ido por el camino opuesto y se han asentado como los grandes ejecutores del neoliberalismo. Instrumentos como la PAC/2,o los más recientes PERTE/3 han propiciado la transformación del suelo rural en una gran despensa para las multinacionales, no solo de toda la cadena agroalimentaria, sino también de otras industrias que se benefician de la expulsión del campesinado y de la marginalidad del sector agrario en el rural.

No sólo perpetúa la concentración de la propiedad en unas pocas manos (un 20% de los beneficiarios de la PAC recibe el 80% de las ayudas) sino que promueve el acaparamiento de tierras por parte de empresas que no se dedican a la agricultura, dejando el terreno libre a la expulsión del campesinado por parte del sector minero, energético, tecnológico y turístico.

Gramsci (2017) ya nos advertía de la necesidad de vincular la ciudad y el campo “formar en el campo instituciones de campesinos pobres a partir de los cuales fundar y desarrollar el Estado socialista, que permitan al Estado socialista promover la introducción de maquinaria e impulsar el proceso de transformación de la economía agraria.” (p.100)

Estamos perdiendo capacidad de decisión para adaptarnos a las peticiones del mercado, arruinando pequeñas explotaciones familiares y esclavizando al proletariado campesino a la vez que estamos perdiendo un comercio de proximidad, de calidad, democrático y redistributivo para regalar todos los beneficios a las grandes cadenas de distribución que no solo no aseguran que tengamos más alimentos ni mejores sino que se enriquecen a costa del campesinado y los consumidores.

Para intentar revertir esta situación, miles de personas en todo el mundo han ido creando nuevos conceptos, relaciones, intercambios y agrupaciones que pudieran romper de alguna manera la relación capitalista entre productores y consumidores. Hablamos de conceptos como consumo responsable, comercio justo, Alimentación sostenida por la comunidad (CSA), Asociaciones para el Mantenimiento de una Agricultura Campesina (AMAP), Grupos de compra solidaria (GAS), cestas de consumo y un largo etcétera que siendo muy necesarios no solo para sus actores principales sino también a la hora de concienciar, tienen el hándicap de no poder llegar al conjunto de la clase trabajadora.

Por otro lado, tenemos una constante pérdida de mercados de proximidad tradicionales que llegan a una población más diversa que cuentan con un respaldo social y cultural amplio como son las tiendas de barrio, los mercados municipales y las ferias, donde la venta directa puede darse con los mismos parámetros de proximidad, confianza, calidad, apoyo a la agricultura campesina, familiar y ecológica. Contar con una apuesta clara por parte de las administraciones públicas por la democratización del modelo agroalimentario es un paso fundamental para desligar el terreno de la alimentación de los intereses capitalistas de los gigantes de la distribución.

Medidas como un reparto justo de las ayudas de la PAC, precios justos para quien trabaja la tierra reduciendo el poder de los intermediarios y los grandes distribuidores; la paralización de los tratados de libre comercio que empobrece a todo el campesinado, son reformas fácilmente asumibles, pero debemos ir mucho más allá.

Establecer medidas de comercialización de proximidad no servirá de nada si no atendemos las necesidades materiales de los consumidores y sus modos de vida.

La eliminación de la Ley de Extranjería que permite la esclavitud de miles de trabajadoras en el campo, pero también en el cuidado de los hogares españoles; la reducción de la jornada laboral o la inclusión de medidas de protección climática en el Estatuto de trabajadores deben ir acompañadas de una fuerza obrera y campesina que persiga condiciones de vida dignas para todas.

Tenemos ante nosotras uno de los grandes retos para la construcción de una alternativa que nos permita crear un futuro fuera de este sistema y para ello necesitamos ser capaces de aglutinar a las capas populares y las diferentes luchas a la vez que ponemos la mirada en los numerosos ejemplos de resistencias, revueltas, victorias y derrotas de los que nos precedieron.

No es una tarea sencilla y debemos tener claro que las posibles soluciones no pueden quedar en una mera reforma agraria. Armar un programa de transición implica entender las relaciones intrincadas del capital para ir desarmándolas a la vez que construimos resistencias y pasamos a la ofensiva.

Notas

1/ Soler, Carles y Fernández, Fernando. (2015) Estudio estructura de la propiedad de tierras en España. Concentración y acaparamiento. Fundación Mundubat y Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. https://www.mundubat.org/informe-mundubat-acaparamiento-de-tierras-en-espana-2016/

2/ Calafat, Aina; Cifre, Helena y Serrano, Sara.(15/05/2020) Por una PAC que priorice la vida y a las personas. El Salto Diario https://www.elsaltodiario.com/saltamontes/por-una-pac-que-priorice-la-vida-y-a-las-personas

3/ Begiristain Zubillaga, Mirene. (2022) PERTE Agroalimentario: ni agro ni alimentario. En Bayas Fernández, Blanca; Begiristain Zubillaga, Mirene; González Pijuan, Irene; Guiteras Blaya, Mònica; Pérez Lázaro, Ruth y Pérez Orozco, Amaia. Cómo la inversión pública socava la transición ecofeminista. Análisis de cinco proyectos estratégicos para la recuperación y transformación económica. Barcelona/Bilbao: ODG, OMAL, XXK, ESF

Referencias

Ferreiro Santos, María y Vilalba Seivane, Isabel.(2019) As mulleres labregas: pasado, presente e futuro do rural. En Proxecto Batefogo (coord) Árbores que non arden. As mulleres na prevención de incendios forestais (pp 61-78). Vigo: Catro Ventos Editora

Gramsci, Antonio. (2017) Obreros y campesinos. En Escritos (Antología). Madrid: Alianza Editorial

Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1980) El problema campesino en Francia y Alemania. En

Obras Escogidas en tres tomos. Moscú: Editorial Progreso

Shiva, Vandana. (2017) ¿Quién alimenta realmente al mundo? El fracaso de la agricultura industrial y la promesa de la agroecología. Madrid: Capitán Swing

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