El centenario del asesinato de Layret nos ha sorprendido con la publicación de una biografía maestra que supera ampliamente la anterior, publicada en 1971, por Joaquim Ferrer. Seguramente, este motivo explica, por un lado, la buena acogida que ha tenido el libro de la editorial Tigre de Paper, no sólo entre el público lector sino también entre las distintas sensibilidades de izquierdas. Una buena prueba de ello resulta en la cantidad de reseñas de renombre que ha merecido la producción de Vidal Aragonés.

Pero sospecho que hay, al menos, un segundo motivo para que Layret nos llame tanto la atención. La situación de crisis aguda de un régimen, siendo crisis de Estado también, sostenida en la falta de alternativas de régimen y de Estado y de fuerzas que las propulsen, hace que aquellos que justamente se encontraban en la tarea constructora de estas alternativas nos resulten tan apetitosos, en un sentido político e intelectual.

Layret, abogado laboralista y pared maestra de tres tradiciones diferentes pero interconectadas -el republicanismo, el catalanismo y el socialismo-, representa un “revolucionario de orden” [1] que hace de punto de encuentro, como dice Vidal Aragonés.

En este sentido, a la vez sin embargo, Layret genera un efecto caleidoscópico, de múltiples imágenes proyectadas en él, seguramente agraviado por las distintas tradiciones políticas que lo han reivindicado de manera atropellada o tan sólo exaltando algún cariz. De hecho, sobre todo en algunas reivindicaciones, hechas en los 70 y 80, provenientes del marxismo historiográfico cuadriculado, se lo llegaría a tratar de pequeñoburgués por su republicanismo[2].

Postura respecto a la cual podemos observar que, si la obra de Antoni Domènech sirve para reactivar el carácter revolucionario de la tradición republicana, la obra de Vidal Aragonés reactiva a uno de los herederos más fieles del republicanismo revolucionario ibérico encabezado en el proyecto histórico y estratégico de Pi i Margall.

Por eso, respecto a la postura de, por ejemplo, Joan Comorera, que lo reivindicaba ya en los años treinta únicamente cómo socialista[3], parece mucho más exacta la descripción hecha por Àngel Samblancat:

“El nacionalismo de Layret era un poco tolstoyano, un poco cristiano y muy republicano […] Tenía alguna cosa de ese irlandés extraordinario que se llama De Valera o de ese cubano lírico que tenía por nombre José Martí.”[4]

En nuestro caso, la existencia a lo largo de los años veinte y treinta de una generación de republicanos de la altura de Layret, Maurín, Companys, Nin, Macià, Pestaña o Peiró, que beben todos de la tradición pimargalliana, se explica por el programa de radical ruptura del Estado que preconizó Pi. Así, su teoría federal, concretada en el pacto en libertad entre sujetos soberanos, es más bien una original formulación de la autodeterminación y del derecho de separación en aras de conseguir el poder popular y la democracia directa. De aquí que el Partido Republicano Democrático Federal y el programa político de 1894 devengan el referente de todas las izquierdas catalanas, y no sólo, desde el mundo obrero, libertario y sindicalista, al campesinado rabassaire, hasta los independentistas de izquierdas y los (con)federalistas revolucionarios y republicanos.

Por eso, de entre las cuatro propuestas que se mueven entre 1883-1899 -el republicanismo federal, el carlismo, la emanada del Centro Catalán y la de la Unión Catalanista- es la primera la que consigue convertirse en la pared maestra de un bloque nacional popular catalán, como tratará de edificar Layret.

De la universidad a Torre Negra. Una tarea de vanguardia

En una entrevista en La Trivial explicaba Luciana Cadahia, teórica republicana argentina, que la tarea de vanguardia consiste “no en lo que va delante sino, (…), en lo que va creando centros en otros lugares, por esta capacidad de reinventar el pasado y trabajarlo de otra manera.”[5]

Así, la trayectoria constructora de Layret, desde su militancia estudiantil en la Asociación Escolar Republicana hasta la creación de espacios republicanos como el Bloque Republicano Autonomista, el Partido Republicano Catalán o la fundación del sindicato payés que era la Unión de Rabassaires, obedece a esta reinvención del movimiento republicano catalán.

Hay, pues, una constante observable en el libro de Aragonés cuando vemos a Layret fundando con Lluís Companys, en 1900, la Asociación Escolar Republicana como apuesta estudiantil pimargalliana que tenía que conjugar en una misma forma republicanismo y obrerismo[6]. Tal como veremos en la propuesta del Ateneo Enciclopédico Popular de constituir una Asamblea de Clases Populares Catalanas que, respecto a la Asamblea de Parlamentarios, encabezada por la Liga de Cambó, supusiera una auténtica réplica al autoritarismo del régimen en 1917. Tarea de herrero para forjar la unidad entre Seguí y Macià, entre el sindicalismo popular de la CNT y el nacionalismo de izquierdas del conjunto de la menestralía o artesanado.

Esta voluntad de intersección en un molde de nueva hornada será claramente perceptible en dos iniciativas concretas de Layret. Por un lado, con el diseño del Presupuesto Extraordinario de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona en 1908, con el fin de utilizar un superávit de dos millones de pesetas de la época para construir un nuevo sistema de alcantarillado público, mercados municipales, escuelas de infancia y de mayores. Paradigma, en definitiva, de otro modelo de ciudad y de otro modelo de enseñanza, de concepción pública y gratuita y con el catalán como lengua escolar vehicular. Consiguiendo incluso los apoyos de la izquierda madrileña, en especial, de Pablo Iglesias, pero también del conjunto del municipalismo catalán y valenciano; Girona, Figueres, Blanes, Igualada, Terrassa, Sabadell y Valencia, apoyarán públicamente ese Presupuesto Extraordinario.[7]

La otra iniciativa que esclarecerá el modelo nacional de Layret consistirá en su intervención en el Congreso Universitario Catalán, celebrado del 7 al 14 de abril de 1918, en el que presentará la “Catalanidad de la Universidad”. Una ponencia política en la que ampliará al ámbito de la educación superior lo defendido en el de la educación infantil.

El empuje de Layret por la construcción de espacios republicanos se verá también en su militancia política. Por ejemplo, cuando como militante de la Unión Federal Nacionalista Republicana redacte, junto con Albert Bastardas, las bases fundacionales. Publicadas en El Poble Català el 4 de abril de 1910 escribirá:

“La Unión se propone trabajar por el reconocimiento de la nacionalidad catalana con todo el contenido de poderes constitucionales que atribuía Pi i Margall al Estado regional en lo político, en lo económico y en lo administrativo”[8]

“La Unión Federal, continuando la obra social de Pi i Margall, incorpora a su credo el contenido de aspiraciones proletarias que hayan llegado a concretarse en fórmulas jurídicas, instituciones públicas protectoras de los trabajadores, reforma de las leyes civiles por la humanización del contrato de trabajo”[9]

Más adelante, al encabezar la fundación del Bloque Republicano Autonomista (BRA), en 1915, con Gabriel Alomar, Marcelino Domingo y Àngel Samblancat, Layret querría extender esta orientación hacia una alianza de las clases populares urbanas y rurales, es decir, entre el campesinado y los trabajadores industriales.

De hecho, el manifiesto fundacional señalará el rol protagónico que atribuye a la clase obrera, como elemento plebeyo principal, en una afirmación de la democracia socialista internacional:

“entendemos que todo partido de izquierda debe basarse fundamentalmente en la clase obrera. Iremos a buscar a los obreros del campo y de la ciudad (…) No perseguimos la simple mejora, sino la transformación del vigente régimen social, aceptando plenamente las más radicales afirmaciones de la democracia socialista internacional.”[10]

Pero el protagonismo no sólo se lleva a cabo con la proclama de lo que se quiere sino injertando el discurso con la conquista estructurada de victorias. Y en este camino, las clases plebeyas tienen que ser las primeras en la defensa de todas las libertades que adhieran avances para sus propios intereses, pero también para los intereses progresivos de otras capas sociales.

De aquí que, Layret, haciendo de asesor de Marcelino Domingo, entonces diputado en el Congreso por el BRA, le pida que presente un decreto amnistía para los presos políticos republicanos y sindicalistas con una defensa ideológica del confederalismo político y el derecho a la libre separación, en el más puro estilo de Pi i Margall[11]. Así lo explica Vidal Aragonés al citar una carta inédita de Layret a Domingo el 25 de mayo de 1916, el contenido de la cual cito gracias al trámite de ésta. Este consejo, o asesoramiento, consistiría pues en:

“dejar clara la parte doctrinal: o sea la existencia de la personalidad de Catalunya como un pueblo diferente del resto de España. Con los caracteres de nación y por tanto la existencia de un problema [de la] nacionalidad catalana y que la solución consiste en el reconocimiento de la autonomía política, económica y administrativa de Catalunya con la existencia de un Parlamento Catalán, que legisle incluso en las cuestiones religiosas, sociales y de enseñanza, de un poder ejecutivo catalán y de un poder judicial catalán. (…). Si no recuerdo mal existe un proyecto en el que cuentan todas esas atribuciones: el proyecto de constitución federal de 1873 (…) puede sacar la conclusión de que Catalunya sabe que no puede lograr sus aspiraciones con la monarquía y por lo tanto que todos los que la defienden, si son lógicos, tienen que hacerse republicanos. (…). Quizás incluso si usted lo cree conveniente podría hacer la declaración de que siendo libre la expresión de todas las ideas también debería serlo la separatista. (…). Acuerda la Asamblea pedirle que gestione un amplio decreto de amnistía para todos aquellos que sufren la persecución por delitos políticos o sociales, y para los prófugos y desertores."[12]

Más adelante, al labrar un nuevo espacio con el nombre de Partido Republicano Catalán, Layret buscará, de nuevo, que “Catalunya manifieste su tradición republicana”. Tal como anunciará en el manifiesto de presentación del partido, “A los republicanos de Catalunya”, firmado en 1916 con Alomar, Bastardas y Domingo. En este partido, inaugurado definitivamente en 1917, el año de la Revolución rusa y de la crisis del Estado, Layret se ocupará, como sospechoso habitual y recurrente, de las ponencias políticas y estratégicas del nuevo espacio, adaptando el programa político de Pi i Margall de 1894 a los tiempos revolucionarios de 1917 y a los reclamos sociales de entonces. Titulada “Contenido doctrinal de las fuerzas republicanas de Catalunya”,[13] evaluará la involución autoritaria de un régimen de excepción en sí mismo, nacido con un golpe de Estado contra la Primera República, que ha ido degenerando al desatar el desorden tanto en casa como en Marruecos con aventuras militares que suscitan una férrea oposición de todas las fuerzas populares y republicanas.

Justamente, esta radicalización represiva del régimen se irá agraviando hasta el punto de que detener la represión y poner en cuestión sus imputaciones delictivas haga que las campañas por la amnistía, como la de noviembre de 1917, tomen un tono político completamente central. Layret, con su lucidez habitual, convocará una enorme campaña por la amnistía desde el Partido Republicano Catalán, y su periódico La Lucha, consiguiendo la confluencia del conjunto de las izquierdas catalanas y de las fuerzas sindicales populares en una reivindicación común.

Cabría añadir que, posiblemente, una de las siembras más exitosas y determinantes de Layret sea la fundación de la Unión de Rabassaires, como explica Aragonés:

“La importancia de esta organización es enorme y diversa. Por un lado, valoramos lo que significaba la organización de los rabassaires en términos sociales, y, por la otra, también la naturaleza sociopolítica de la organización, que sin lugar a dudas provocó el crecimiento del republicanismo en el ámbito catalán.”[14]

No es poca cosa la creación de un sindicato agrario representativo de las clases populares de las villas de tipo mediano y pequeño con unos agravios sociales bien distintos de los de la Barcelona industrial. La organización sindical de la retaguardia del país es una de las tareas más extraordinarias del republicanismo catalán en la medida que conseguirá establecer una alianza efectiva y práctica entre la masía y la fábrica, entre la pequeña villa y la gran ciudad.

La fundación de la Unión de Rabassaires tuvo lugar en 1919, justamente, en Sant Cugat del Vallés en un épico mitin de Companys y Layret en la plaza de Quatre Cantons[15]. La defensa jurídica de un rabassaire, del mas de Torre Negra, amenazado de desahucio, terminará con un éxito que catapultará esta organización y animará a los rabassaires a organizarse para detener los desahucios agrarios y regular los alquileres desproporcionados impuestos por los propietarios agrícolas.

La estima de los rabassaires de Sant Cugat por Layret, como documenta nuestro historiador municipal José Fernando Mota Muñoz, llegará hasta el punto de cambiar el nombre de una de las calles más importantes de la ciudad, hoy calle Santa maría, por el nombre del abogado que los había defendido.

El derecho consuetudinario popular. De la Neue Rheinische Zeitung a los fueros

Toda la escuela historiográfica que va de Christopher Hill y E. P. Thompson a George Rudé y Rodney Hilton encuentra una importante síntesis en el libro Calibán y la bruja de Silvia Federici (Traficantes de Sueños, 2004) al sostener la continuidad de las luchas populares de la baja Edad Media con las de las primeras etapas industriales. Por ello, lo que afirma Federici, y toda la escuela citada, es el carácter anticapitalista de las luchas antifeudales frente al menosprecio de cierto marxismo cuadriculado.

Una tesis nada ajena, por cierto, al mismo Marx que, al opinar sobre los debates de la Dieta renana, como luego dirá de los movimientos juntistas ibéricos, de las mismas luchas sociales irlandesas o de la potencialidad socialista del mir ruso, señalará las conquistas jurídicas legadas por las luchas populares anteriores.

Marx, en el periódico republicano-democrático renano, analizará políticamente la contrarrevolución jurídica de un parlamento cooptado por nobles y propietarios que busca catapultar un nuevo derecho señorial a base de torpedear la legislación foral igualitaria remanente del antiguo derecho germánico:

“Reivindicamos para la pobreza el derecho consuetudinario, un derecho consuetudinario que no es local sino que pertenece a los pobres de todos los países. Vamos aún más lejos y afirmamos que el derecho consuetudinario, por su naturaleza, sólo puede ser el derecho de esta masa inferior, desposeída y elemental.”[16]

Y es que frente al derecho señorial, el derecho consuetudinario de los pobres había atribuido un carácter fluctuante a la propiedad, explica Marx, que oscilaba entre lo privado y lo público.

Este carácter oscilante establecía unos usos, y unos derechos, comunales de prácticas agrícolas como el espigueo, la rebusca o la recogida de leña. Es por este motivo que Marx dirá aún más claramente:

“En estas costumbres de la clase pobre vive pues un sentido jurídico instintivo, su raíz es positiva y legítima y la forma del derecho consuetudinario es tanto más adecuada cuando la existencia de la propia clase pobre es hasta ahora una mera costumbre de la propia sociedad civil que no ha encontrado aún un lugar adecuado dentro de la estructuración consciente del Estado.”[17]

De forma coincidente, Álvaro García Linera recuperaba esta dimensión foral de Marx al citar sus últimas cartas a la populista revolucionaria rusa, Vera Zasúlich, en las que plantea la superación del capitalismo no mediante el desarrollo de la revolución industrial sino con “el retorno de las sociedades modernas al tipo arcaico de propiedad comuna, a una forma superior de un tipo social arcaico”[18]. Se adivina fácilmente el por qué del interés del intelectual boliviano teniendo en cuenta la destacada existencia de bienes y propiedades comunales en las poblaciones campesinas, aymaras y quechuas.

Discusión que no es nada ajena a aquellos países ibéricos que han conservado algunos aspectos del derecho consuetudinario, ya sea en el foralismo vasco-navarro o en códigos civiles como el catalán, gracias al cual se ha podido establecer la reforma de los alquileres urbanos, como en 1932 la de los alquileres agrarios. Restos de una geografía jurídica que, como describe Iñaki Gil de San Vicente, conformaba un sistema de Derecho Pirenaico: “un derecho que albergaba, al menos, Euskal Herria, Catalunya, Aran y Andorra, pueblos y culturas que tenían en común una cierta igualdad material”[19].

Layret tenía bien presente esta potencialidad anticapitalista del Derecho Civil legado por la tradición consuetudinaria popular. Por este motivo, intervino en el Congreso el 27 de abril de 1920 para criticar una sentencia del Tribunal Supremo que conllevaba la subsunción del derecho civil catalán al código civil español. Evidentemente, en Layret el código civil catalán era importante en la medida que codificaba conquistas sociales y recogía una soberanía legislativa que otorgaba al pueblo de Catalunya y a sus instituciones democráticas la facultad legisladora, de manera que:

“la ley sea, como creemos nosotros, una obra que conlleve la reforma de las instituciones jurídicas, hace falta que sea en este sentido, una obra de reflexión. Esta reflexión tiene que nacer del mismo pueblo que la dicte, y por eso, entendemos que la reforma del Derecho catalán tiene que ser una cosa que compita únicamente a la misma Catalunya.”[20]

A la vez, Layret afirmaba lo mejor de la tradición republicana al defender la supremacía jurídica y legislativa para el parlamento. Ciertamente, libre de intromisiones del Poder Judicial. Es decir, la soberanía de los poderes electos por sufragio, revocables y controlables por sus representantes.

Y vale la pena añadir que, frente al centralismo jurídico estatal, Layret opondrá un confederalismo jurídico y popular que establezca “la renovación del Derecho civil especial de cada región”[21], consciente de que, en cada lugar, los hábitos consuetudinarios tienen sus singularidades.

Ideario de un socialista republicano democrático

Sin lugar a dudas, uno de los capítulos más estimulantes y positivamente polémicos consiste en la radiografía que hace Aragonés del pensamiento político de Layret. A lo largo del libro queda bien esclarecida una orientación bien similar a la que inspiró a James Connolly, fundador del Partit Socialista Republicà Irlandès, justamente reconocido por Antoni Domènech en El eclipse de la fraternidad[22]. Orientación que queda bien retratada en el análisis que hiciera Murray Bookchin del republicanismo revolucionario ibérico, en el cual este, como en el francés, expresa:

“las nociones de un conflicto populista entre una fuerte minoría opresora y una masa dominada de oprimidos (…) En la consigna del ‘pueblo’ (le peuple) se incluía un amplio grupo de distintos estratos históricamente antagónicos, (...), que se unieron como consecuencia de la permanente opresión de monarcas, aristócratas, comerciantes ricos, financieros e industriales.”[23]

Es decir, se proyectaba un bloque de poder que constituía en sí mismo una amplia y heterogénea coalición social unificada en un rechazo, sí, pero también en una adhesión “al socialismo ético, populista y utópico nacido con la Revolución francesa”[24]. Ahora bien, esta alianza del conjunto del pueblo pequeño contenía toda una estrategia de transformación política del Estado, de nivelación social de la esfera productiva y de emancipación de tutelas domésticas y patriarcales.

Layret, al asumir el pensamiento político de Pi i Margall, no hacía sino retomar el molde catalán del republicanismo revolucionario y el confederalismo democrático del mismo. El cual traslucía en la concepción integral que Layret tenía de la soberanía como poder popular.

Así, en el debate estatutario de 1918 contrapondrá a los argumentos de la Lliga un razonamiento socialista en favor del autogobierno popular y de un parlamento republicano porque “el Parlamento catalán no sería tal Parlamento, si la legislación de éste no afectaba a los intereses morales y materiales de los catalanes”.[25]

Lógicamente, esta perspectiva definía un municipalismo encarnizado con tal de acercarse al máximo a una institucionalidad garante de la democracia directa. Se trata, de hecho, de una conciencia de que las revoluciones populares, como la Rusa o la Francesa, consisten en traspasos de poder que modifican el orden social y el Estado. En consecuencia, los problemas de explotación laboral, agraria o nacional, son, fundamentalmente, problemas de libertad para Layret. Y en este se solucionan con un planteamiento confederal que rompa el Estado centralista de la monarquía con tal de conquistar los derechos sociales y las libertades populares.

Pero los momentos de crisis son aquéllos que oscilan entre una dinámica de cierre y una de apertura. Por eso, la tarea de vanguardia hecha por Layret, explicada más arriba, era una tarea por anotar el match point del lado del nuevo orden. Situación estratégica de la que era bien consciente al decir:

“notamos ahora todos los males que acompañan siempre los períodos de transición, porque el antiguo orden se deshace y las nuevas fuerzas no tienen aún la capacidad necesaria para asumir exclusivamente el importante papel que les corresponde.”[26]

En definitiva, como he querido mostrar a lo largo de esta reseña, la praxis de Layret habría servido para sublimar las antiguas ideas emancipatorias a un estado adecuado a su tiempo y a su pueblo. De tal modo que, como señala el autor del libro, podemos “no tan sólo ver a Francesc Layret como una figura del pasado, sino como un adelantado a su tiempo que nos ofrece las llaves para la lucha del presente y la conquista del futuro.”[27]

Conclusión que le reconoció una vasta mayoría de gente en su tiempo. Es más, las mayorías sociales decidieron homenajearlo con una espontánea huelga general en Barcelona, Sabadell, Reus, Badalona, Vilanova i la Geltrú y Zaragoza, al enterarse de su asesinato ocurrido en un 30 de noviembre de 1920.

Albert Portillo es politólogo, miembro de Debats per demà y doctorando en filosofía sobre el republicanismo federal ibérico del siglo XIX.

[1] Aragonés, Vidal. Francesc Layret. Vida, obra i pensament. Manresa: Tigre de Paper, 2020, p. 12.

[2] Balcells, Albert. Historia Contemporánea de Cataluña. Barcelona: Edhasa, 1983, p. 215 i 216.

[3] Aragonés, op. cit., p. 17.

[4] Ibídem, p. 65.

[5] Portillo, Albert; Olmo, Rodrigo,  “Luciana Cadahia: “La vanguardia no es lo que va delante sino lo que va creando centros en otros lugares». [en línea] Madrid: La Trivial, 2019:

Luciana Cadahia: “La vanguardia no es lo que va delante sino lo que va creando centros en otros lugares”

[6] Aragonés, op. cit., p. 43-44.

[7] Aragonés, op. cit., p. 57-58.

[8] Ibídem, p. 75.

[9] Ibídem, p. 76.

[10] Ibídem, p.  79-80.

[11] Ibídem, p. 81.

[12] Layret, Francesc, Carta a Marcel·lí Domingo. 25 de maig. Arxiu Marcel·lí Domingo, Parlament de Catalunya.

[13] En Aragonés, op. cit., p. 83. Ver también cuando Layret asume la afirmación pimargalliana en el Manifest als electors del districte de Sabadell al presentarse en las elecciones de 1919 por el PRC, en ibídem, p. 133.

[14] Ibídem, p. 109.

[15] Loc. Cit. En concreto: Mota Muñoz, José Fernando. La república, la guerra civil i el primer franquisme a Sant Cugat del Vallès (1931-1941). Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2011, p. 70-71, 96 i 149.

[16] Marx, Karl. «Los debates sobre la Ley acerca del Robo de Leña». En Marx, Karl, Los debates de la Dieta Renana. Barcelona: Gedisa, 2007 [1842], p. 33.

[17] Ibídem, p. 39.

[18] García Linera, Álvaro, «Marx y la visión multilineal de la historia». En Torres, Esteban (coord. general). Marx, 200 años: presente, pasado y futuro. Buenos Aires: CLACSO, 2020, pp. 59-76.

[19] San Vicente, Iñaki Gil de,  «La ley del valor contra la comunidad». En Lorenzo Espinosa, Josemari y San Vicente, Iñaki Gil de. Nacionalismo revolucionario: hermanos Etxebarrieta, Txikia, Argala. Euskal Herria: Boltxe Liburuak, 2018, p. 297-313.

[20] Aragonés, op. cit., p. 111-112.

[21] Ibídem, p. 126.

[22] Domènech, Antoni, El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista. Madrid: Akal, 2019 [2004], p. 219.

[23] Bookchin, Murray, Los anarquistas españoles. Los años heroicos (1868-1936). Barcelona: Grijalbo, 1980 [1977], p. 420.

[24] Ibídem, p. 421.

[25] Aragonés, op. cit., p. 154.

[26] Ibídem, p. 211.

[27] Ibídem, p. 306.

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