Desde el viernes (15 de enero), Túnez ha sido escenario de disturbios en los barrios populares de casi todas las ciudades del país. ¿Simples actos de delincuencia o resurgimiento de una protesta política diez años después de la revolución?

Los barrios populares se invitaron a la celebración del décimo aniversario la huida del presidente Ben Ali el 14 de enero, y el malestar social anunciado durante meses como inevitable terminó produciéndose.

¿Quería el gobierno evitar que el recordatorio de los acontecimientos de 2011 fuera la chispa en un barril de pólvora decretando un confinamiento completo de cuatro días, del jueves 14 al lunes 18 -llamado el "puente-finamiento" por usuarios de Internet con sentido del humor- con cuestionable eficacia sanitaria? En este caso, ha fracasado.

En lugar del triste desfile ritual en la avenida Bourguiba en Túnez (teatro del último acto de la insurrección frente al Ministerio del Interior), donde payasos cansados tratan de entretener a los mirones después del desfile de las organizaciones políticas, una ola de violencia nocturna se ha extendido por la mayoría de las ciudades del país.

Desde la noche del viernes los enfrentamientos entre la policía y los jóvenes en los barrios populares se han extendido como una mancha de aceite: neumáticos quemados para bloquear las calles, saqueo de tiendas, ataques a edificios públicos o sucursales bancarias, lanzamiento de piedras a vehículos de las fuerzas del orden...

La respuesta securitaria parece, por el momento, avivar las llamas. Los manifestantes son golpeados, 632 han sido arrestados según el Ministerio del Interior, incluyendo personas acusadas de "incitar" a disturbios en las redes sociales, se han producido redadas policiales en barrios inundados de gases lacrimógenos y el ejército ha sido desplegado en las provincias de Sousse, Kasserine, Siliana y Bizerta.

Vehículos blindados de la Guardia Nacional patrullaban las calles de Hay Tadhamon, uno de los barrios populares más grandes de los suburbios de Túnez el lunes por la noche.

La respuesta también es mediática: la mayoría de las y los comentaristas describen los disturbios como actos de pura delincuencia y vandalismo debido a sus objetivos y la corta edad de los manifestantes, la mayoría de los cuales son menores de edad.

La corrupción y la pobreza en el origen de la ira

¿Político o criminal? El debate es un tema recurrente ante los disturbios sociales sin demandas explícitas. La descalificación de las manifestaciones es obviamente el medio para justificar el uso de la fuerza e inhibir la empatía por sus víctimas.

También permite a las organizaciones reclamar el monopolio de la palabra y a las y los historiadores limitar su mirada a las esferas superiores de la sociedad.

"Los movimientos de protesta tienen lugar durante el día, ante los lugares de soberanía", planteó Walid Hakima, portavoz de la Dirección General de Seguridad Nacional, a los informativos de televisión el sábado por la noche.

Pero, por naturaleza, las revueltas no se ordenan sabiamente dentro del marco definido por la ley. Que una clasificación penal pueda aplicarse a un acto no excluye su importancia política. Sin embargo, en el movimiento actual, ésta salta a la vista.

Por sus causalidades primero. La geografía periurbana de los disturbios designa áreas en las que la economía informal y el trabajo precario son las fuentes esenciales de ingresos, precisamente las más empobrecidas por el confinamiento.

En esta economía de supervivencia, el robo tiende a convertirse en una fuente de apoyo. Un nuevo confinamiento, incluso de corta duración, y un toque de queda más estricto exacerban aún más estas dificultades.

Las relaciones históricamente tensas entre la policía y la juventud en los barrios populares solo pueden deteriorarse.

La respuesta policial a las protestas de los jóvenes forofos del Club Africano la semana anterior se sumó al contencioso.

La agitación de la clase política que ha sido impotente durante diez años a la hora de cumplir las promesas de igualdad, probidad y dignidad de la revolución añade motivos para la desconfianza hacia el Estado y la pérdida de confianza en las instituciones representativas.

El “pueblo”, la parte de la sociedad a la que la “representación” institucional no representa, le devuelve así la pelota a sus gobernantes.

La UGTT (la central sindical), el Foro Tunecino de Derechos Económicos y Sociales, la Asociación Tunecina de Jóvenes Abogados (ATJA) también destacan en sus respectivos comunicados la responsabilidad de los sucesivos gobiernos desde 2011 en el deterioro de la situación social, en la agravación de la corrupción y en el "desvío de la revolución en beneficio de los grupos de presión" (ATJA).

La UGTT considera que "contentarse con soluciones represivas y empujar a las instituciones de seguridad y militares a que se enfrenten a la población son ineficaces e incapaces de resolver los problemas de cientos de miles de jóvenes marginados".

El sindicato también llama a las y los manifestantes a abandonar el saqueo, los ataques a la propiedad y "las manifestaciones nocturnas debido a la posibilidad de infiltración y excesos".

La ATJA llama a "las organizaciones nacionales y a todas las fuerzas vivas a coordinarse de inmediato y urgentemente para encuadrar las manifestaciones, corregir sus objetivos".

En realidad, estas manifestaciones también ponen de relieve el fracaso de las organizaciones que se supone que defienden los objetivos de la revolución para unirse a las frustraciones populares y hacerles franquear el umbral de la expresión política.  De todas formas, es poco probable las y los jóvenes desesperados les escuchen más que a las autoridades.

"La revuelta de la gente que pasa hambre"

El movimiento también es político en sus modalidades. La simultaneidad de los disturbios a nivel nacional, la similitud de los objetivos muestran que a pesar de la ausencia de un marco organizado, toda una parte de la población comparte la misma experiencia, los mismos antagonismos, la misma manera de representar las figuras de lo justo y lo injusto.

Esta conciencia inmanente no es solo una proyección de teóricos sobre acciones con motivaciones estrecha y estrictamente materiales. "Es la revuelta de la gente que pasa hambre", anuncia un lema pintado en una pared en Kabbariya, un barrio en los suburbios del sur de Túnez.

Si los objetivos de los ataques no son "lugares de soberanía", tienen, para los manifestantes, un significado que va más allá de su función: el saqueo de tiendas, cuyo "objetivo" se compone esencialmente de necesidades básicas, obviamente se refiere a la dificultad de satisfacer las necesidades elementales.

Pero estos ataques también se dirigen a aquellos que tienen fama de enriquecerse cuando la población se empobrece. Incluso se puede plantear la hipótesis de que los supermercados del canal Aziza, muy presentes en los barrios obreros, son particularmente atacados porque están notoriamente cerca del partido Ennahdha, ahora identificado con el poder (representa la primera fuerza en el Parlamento).

Hasta los “saqueos” tienen una función de interpelación a los dirigentes: "¿Queréis que sigamos así sin trabajo? ¡Pronto vamos a acabar comiendo chatarra! ¡Pronto nos comeremos unos a otros! ", exclamaba un joven manifestante de Zahrouni, no lejos de Túnez, entrevistado el domingo por el reportero de Tunisie Info, un canal de video en línea.

En cuanto a las agencias bancarias y postales, su presencia en vecindarios donde el ahorro y el crédito bancario son inaccesibles suena como una provocación. El sentido político de los enfrentamientos con la policía, una institución soberana si la hay, se explica por sí mismo.

"El pueblo recupera su revolución"

La sordera del gobierno y la dureza de la represión agudizan el contenido explícitamente político de las manifestaciones.

"Es la continuación de 2010 y 2011, porque nada ha cambiado, el poder ha empobrecido aún más a la gente y marginado más aún a las regiones marginadas. Antes, teníamos un problema con la familia corrupta de Ben Ali. Hoy tenemos un problema con la nueva familia en el poder, la familia Ennahdhaouie (referencia a la gente del partido Ennahdha), y los empresarios corruptos, ¡los mismos que antes, además de los nuevos! ", grita indignado un manifestante visiblemente politizado de Jelma, una localidad rural en el centro del país.

Si el mensaje dirigido a la clase política es más bien una cuestión de desconfianza, el presidente Kais Saied, cuya elección debe mucho a esta parte marginada de la sociedad, es interpelado como un recurso, pero un recurso cuya inacción y silencio despiertan malentendidos y comienzan a tomar la apariencia de traición.

"Tengo un mensaje para el presidente", proclama el manifestante entrevistado en Zahrouni. "¡Despierta, es la gente la que te eligió, ¡tienes que despertar, señor Presidente! "

El lunes por la tarde, el Jefe de Estado fue a reunirse con la población en Mnihla, al oeste de Túnez, donde declaró, en medio de una multitud: "Sé que los jóvenes están sitiados por la pobreza. Pero quiero que no agredáis a nadie, ni ataquéis la propiedades e instituciones. Tenéis derecho a expresaros, pero quiero que le deis una lección al mundo. No somos un pueblo que actúa en la oscuridad, ¡hay gente que quiere utilizaros por la noche! No os dejéis utilizar. Por el contrario, sed quienes protegen a las instituciones", antes de que uno de los miembros de la audiencia le desafiara: "¡Señor Presidente, suprima los partidos políticos! ¡Ellos fueron los que arruinaron el país! y que el grupo grite: "¡Disuelve el Parlamento! ".

Espectacular desplazamiento de la ira, en diez años, de la presidencia al Parlamento, que se supone debe encarnar la democracia,  convertido ahora en el símbolo de su corrupción.

El lunes al mediodía, se produjeron enfrentamientos cerca del centro de la capital  entre fuerzas de seguridad y manifestantes que gritaron al jefe de gobierno: "¡Mechichi, vendido, llama a tus perros  y dimite! y exclamaban "¡Oh mártires, esto es de nuevo la revolución! "

19/01/2021

Traducción: Alberto Nadal para Viento Sur

Fuente: https://www.middleeasteye.net/fr/opinion-fr/tunisie-emeutes-revolution-pauvrete-injustice-sociale-corruption-kais-saied

* Thierry Brésillon es un periodista independiente, con sede en Túnez desde abril de 2011. Anteriormente dirigió una revista mensual dentro de una organización de solidaridad internacional y trabajó en particular en los conflictos en los Grandes Lagos de África y el conflicto israelo-palestino. Puedes seguirlo en Twitter: @ThBresillon

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