Hace 37 años, Christopher respondió a un anticuado anuncio impreso que yo había publicado. Me escribió una carta y hablamos por teléfono. Cuando quedamos para conocernos en persona, sabía que era mayor que yo. Pero, de alguna manera, no me había detenido a imaginar cuál sería su aspecto. Por ejemplo, no esperaba su calvicie. Cuando le vi, no se correspondía con la imagen que yo tenía de una posible pareja sexual o romántica. Nos sentamos y hablamos. Me parecía muy brillante, simpático y cariñoso, pero aún así.... Y entonces él se acercó y rozó mi mano. Su tacto fue eléctrico. Ese fue el verdadero comienzo de todo. Aquel momento encendió una llama que, para mí, treinta y siete años después, nunca se ha apagado.

El #MeToo trata, a menudo, de historias individuales, mas la relevancia esta puede no ser clara a primera vista. Pero es relevante. Afortunadamente, gracias al #MeToo, ahora vemos los encuentros sexuales de forma diferente. Considera por un momento, si quieres, cómo te sientes con mi historia sabiendo que tanto Christopher como yo nos identificamos como hombres, y cómo te sentirías si yo fuera mujer. La identidad de género y la orientación sexual de las personas implicadas en un encuentro sexual marcan la diferencia a la hora de valorar la realidad o el riesgo de acoso o violencia que éste conlleva.

La campaña #MeToo, centrada en el acoso y el abuso sexual de las mujeres por parte de los hombres, ha demostrado lo generalizado que está. A su vez, ha puesto en el punto de mira a algunos hombres acusados de agredir o acosar sexualmente a otros varones. Los hombres homosexuales, al igual que los heterosexuales, pueden ser violadores y acosadores. Que ellos mismos sean víctimas de la supremacía de los hombres heterosexuales no les impide ser privilegiados, egoístas o violentos. La atención a esta dimensión, escandalosamente descuidada, a raíz del #MeToo es algo bueno. Pero actualmente el foco de atención sobre el abuso entre hombres se apoya en un marco analítico que ha sido tomado prestado, generalmente sin someterse a cambios y sin haber sido examinado, del análisis en torno al abuso heterosexual.

Las mujeres y las personas queer comparten un interés por resistir a la violencia que emana de, y refuerza, los roles de género sexistas y un sistema familiar dominado por hombres cisheterosexuales. No obstante, la dimensión queer del #MeToo corre el riesgo de quedar oculta, sobre todo cuando las declaraciones del #MeToo sugieren implícitamente, como ha argumentado Jess Fournier, que "los hombres son sólo perpetradores o aliados masculinos, pero nunca supervivientes". Además, como ha señalado Noah Michelson, eludir las diferencias entre el abuso de hombres a mujeres y de hombres a hombres "disminuye potencialmente -y por lo tanto profana potencialmente- las historias queer".

Más allá de esto, hay otras dimensiones queer del #MeToo que requieren un complejo marco interseccional que integre la clase y la raza con la sexualidad, además del género. El análisis no debe centrarse principalmente en las formas de impedir individualmente que los hombres se comporten mal, sino en eliminar las desigualdades estructurales que permiten a algunos hombres abusar de las mujeres, así como de otros sujetos. También debemos distinguir entre las tácticas que recurren al Estado de forma útil (en general) para resistir a la opresión y las tácticas cuya dependencia del Estado refuerza las estructuras de poder arraigadas. En este ensayo quiero centrarme en tres cuestiones en particular: la diferencia de edad, el consentimiento afirmativo y la ilusión de la igualdad entre homosexuales y heterosexuales.

Diferencia de edad
Las personas LGBTIQ tienen experiencias de infancia y juventud diferentes a las de las personas heterosexuales. Prácticamente nadie en su etapa de crecimiento necesita que le enseñen que la heterosexualidad es un fenómeno normal. La inmensa mayoría de les niñes tienen un padre y una madre, que en algún momento fueron una pareja sexual. Les niñes que exploran deseos sexuales no heteronormativos, o identidades de género disidentes, se enfrentan a una realidad distinta: una fuerte sensación de sentirse diferentes y, a veces, una profunda soledad. Las imágenes de personas queer en los medios de comunicación carecen de la familiaridad e inmediatez de las imágenes que provienen de la propia familia. E incluso el poder verse allí reflejades se vuelve dificil en el caso de les niñes de clase trabajadora y racializades.

Esto significa que muches jóvenes LGBTIQ dependen de personas mayores queer, a las que han conocido en persona y con las que pueden formar algún tipo de vínculo, para que les den ejemplo de lo que puede significar ser queer en sus propias carnes. Incluso las personas queer que permanecen cerca de sus padres generalmente necesitan complementar su familia de origen con una familia elegida que incluya a personas LGBTIQ mayores. En una sociedad heteronormativa, la dependencia de les jóvenes queer para con les queer mayores es, hasta cierto punto, algo tan estructural como inevitable.

Para algunes jóvenes queer -ciertamente para muchos hombres gays de mi generación- el proceso de crear vínculos con personas LGBTIQ mayores puede incluir a veces relaciones sexuales con elles. En el pasado, estas relaciones solían estar criminalizadas, incluso cuando la homosexualidad como tal ya no lo estaba. En Gran Bretaña, después de la despenalización de 1967, en Canadá, después de 1969, y en los Países Bajos, durante la mayor parte del siglo XX, la edad de consentimiento para el sexo gay era de veintiún años, mientras que la edad de consentimiento para el sexo heterosexual era significativamente menor. La policía solía hacer todo lo posible por atrapar a los hombres homosexuales que mantenían relaciones sexuales con una pareja menor de veintiún años como forma de criminalizar a la homosexualidad en general. Incluso allí donde las edades de consentimiento se han equiparado (como en el conjunto de la Unión Europea), la diferencia de edad en las relaciones entre personas queer suele verse con recelo.

Dentro de las comunidades LGBTIQ, al igual que en tantos otros espacios, las mujeres, en particular, son vulnerables a los peligros del abuso que la diferencia de edad puede conllevar. Sin embargo, las lesbianas también son conscientes de la importancia que cobran las mujeres mayores como modelos sexuales. La canción de Meg Christian "Ode to a Gym Teacher" [Oda a una profesora de gimnasia], que recuerda su enamoramiento de niña por una “ big tough woman, the first to come along / That showed me being female meant you still could be strong” [una mujer grande y dura, la primera en llegar / que me mostró que siendo una mujer también podías ser fuerte], fue un himno en su momento para muchas lesbianas. La destacada escritora lesbiana canadiense Jane Rule conoció a su compañera de vida cuando Rule tenía veintitrés años y su pareja treinta y ocho. Soy especialmente emocional con este asunto porque, al igual que Rule, tenía veintitrés años cuando Christopher y yo nos conocimos, y él tenía treinta y ocho. Hoy, que tengo sesenta años y él setenta y cinco, la gente rara vez percibe una diferencia de edad entre nosotros (a veces me gustaría que lo hicieran). Pero cuando nos conocimos era diferente. Sospecho que mis padres, que al principio no estaban entusiasmados con mi condición de gay, pensaban que mi orientación sexual era, de alguna manera, culpa de Christopher. (Si fue así, por suerte, lo superaron hace tiempo).

Esto afecta a la forma en que las personas queer perciben la agresión sexual, especialmente cuando hay una diferencia de edad de por medio. Precisamente porque les jóvenes LGBTIQ pueden tener una imperiosa necesidad de ejemplos y afecto de les mayores, el abuso puede sentirse como una dolorosa traición. Pero también existe el peligro de patrullar la sexualidad de les jóvenes de forma que se niegue su capacidad de actuar. Al defender el derecho de les jóvenes a decir que no, también deberíamos defender su derecho a decir que sí, sin el cual el primero carecería prácticamente de sentido. La larga historia de la caza de brujas contra las personas LGBTIQ, que comenzó con acusaciones de abuso a los jóvenes, debería hacernos comprender dicho aspecto. Como ha escrito la activista queer Masha Gessen, ella como mujer no puede sino acoger con entusiasmo el #MeToo, pero "también soy queer, y me asusto cuando huelo un pánico sexual... Los pánicos sexuales en el pasado han comenzado con delitos reales, pero han llevado a penas exageradas y, lo que es más importante, a una sensación generalizada de peligro". Gessen nos recuerda la advertencia de Gayle Rubin de que "un periodo de renegociación de las normas sexuales... tiende a producir regímenes cada vez más restrictivos de una regulación severa de la sexualidad". Estos regímenes más restrictivos pueden suponer una especial amenaza para les jóvenes queers.

Les adolescentes queer siguen teniendo que luchar para poder expresarse y actuar según sus deseos disidentes. Incluso hoy en día, en sociedades aparentemente tolerantes, la ley es a menudo uno de los obstáculos con los que tienen que lidiar. Los relatos de abusos entre hombres expuestos durante el #MeToo han revelado que la edad de consentimiento sexual se ha elevado en ocasiones durante los últimos años. En algunos estados de EE UU, donde la edad de consentimiento era de dieciséis años o menos hace cuarenta años, ahora es de diecisiete, excepcionalmente alta para los estándares internacionales. Para una persona queer de dieciséis años con padres homófobos, criminalizar cualquier contacto sexual que pueda tener con une joven de diecinueve años solo añade una carga a la ya tortuosa exploración de una vida queer. Hay que oponerse, pues, enérgicamente a edades de consentimiento tan elevadas.

Deberíamos centrarnos menos en la edad cronológica y más en las condiciones que permiten a les jóvenes explorar su sexualidad de una forma segura, libre e informada. He defendido, también en mi libro Warped, un enfoque matizado de la capacidad de consentimiento sexual, incluso entre les adolescentes. No se trata de un argumento a favor del tipo de celebración acrítica del "amor efébico" que algunos hombres homosexuales se permiten con indulgencia, embelesados con las historias de tales relaciones en la antigua Atenas o en el califato árabe del siglo VIII. Las relaciones intergeneracionales entre personas del mismo sexo, comunes en muchas culturas diferentes a lo largo de los milenios, estaban integradas en culturas sexuales muy diferentes, en las que los deseos del compañero más joven no eran necesariamente una preocupación a tener en consideración. El siglo pasado, sin embargo, ofreció marcos legales más genuinamente liberadores para las relaciones intergeneracionales. En la Rusia soviética de los años 20, los tribunales se basaron en la opinión médica para formular una concepción flexible de la madurez sexual en lugar de una edad de consentimiento arbitraria. En los Países Bajos, entre 1991 y 2002, una persona mayor que mantuviera relaciones sexuales con alguien de entre 12 y 15 años estaba legalmente exenta de ser procesada, a menos que la pareja más joven, sus tutores, o un organismo de bienestar infantil presentaran una denuncia. He argumentado que estos dos ejemplos podrían servir para definir jurídicamente la "preparación para diferentes actos sexuales de forma flexible y diferenciada, dando prioridad a la propia conciencia e iniciativa de le joven sobre la opinión de los expertos".

Tenemos que esperar, como escribió JoAnn Wypijewski hace casi veinte años en su reseña de la obra de Judith Levine titulada Harmful to Minors, que "les niñes aprendan a encontrar la alegría en el ámbito de los sentidos, el mundo de las ideas y las almas, de modo que cuando el sexo decepcione y el amor fracase, como sucederá, une adolescente, así como una persona adulta, todavía se tenga a sí misma, y un universo de pequeñas delicias y corazones fuertes al que recurrir". Desgraciadamente, desde hace décadas la tendencia es la contraria: hacia un mayor paternalismo y unas restricciones más rígidas a la autodeterminación sexual de les jóvenes.

Tiranías santificadas
Especialmente entre les queer, la lucha contra los abusos debe ir más allá de la obsesión por la inocencia juvenil y los depredadores maduros. Las diferencias de poder derivadas de la edad están intrincadas con la riqueza y el poder acumulado, bien sea de nacimiento o a través del trabajo. Algunos de los abusadores de hombres expuestos en los últimos meses han adquirido poder específicamente en los campos del arte y el deporte. Las estrellas y les profesores suelen estar rodeados de un aura de celebridad que parece (durante un tiempo) santificar los abusos de poder que parecerían más sucios en una fábrica u oficina. Pero la dinámica es fundamentalmente la misma: los perpetradores, sin tener en cuenta el placer, la indiferencia, el disgusto o la repugnancia de su objetivo, son capaces de maniobrar promesas de ascenso, o amenazas de ruina, como medio de conquista sexual.

Sin embargo, existen diferencias cruciales entre las víctimas de estos casos, que los relatos periodísticos pasan por alto. Las agresiones y el acoso de los hombres a las mujeres y a las personas trans hacen que todas las mujeres y las personas trans se sientan menos seguras en público y las amedrentan en el trabajo asalariado. A menudo, el acoso sexual forma parte de un intento de expulsar a las mujeres y a las personas trans de los lugares de trabajo, las ocupaciones o los puestos directivos en los que no son deseadas. Parte del reciente descenso de la presencia femenina en los trabajos manuales, como ha informado el New York Times, se debe al acoso sexual. Para las lesbianas, que dependen aún más del trabajo remunerado, este tipo de acoso sexual amenaza su supervivencia económica. La homofobia de los hombres heterosexuales también adopta, a veces, la forma de agresión sexual en el centro de trabajo.

Por el contrario, el acoso sexual perpetrado por hombres homosexuales hacia otros hombres rara vez, o nunca, es un intento de expulsar a los hombres de los centros de trabajo. La posición de los hombres en las artes y los deportes, en particular, es segura e indiscutible. Por tanto, si los empleadores de estos campos no combaten eficazmente el acoso sexual de hombres homosexuales a otros hombres, no están contribuyendo a crear un clima hostil para los hombres en general. Esto contrasta con el sistema penitenciario de EE UU, por ejemplo, donde una cultura generalizada de violaciones entre hombres -parte integral de un sistema de encarcelamiento masivo viciosamente punitivo y racista- crea claramente un clima hostil para los varones jóvenes. También contrasta con la situación de las mujeres en Estados Unidos en particular, donde la ley sostiene, con razón, que los empleadores que no combaten eficazmente el acoso sexual a las mujeres perpetúan un clima de discriminación. Al no hacer tal distinción, los relatos de los medios de comunicación sobre los abusos restan importancia a la amenaza cualitativamente distinta que se cierne sobre las mujeres y las personas trans, y ocultan lo mucho que está en juego para ellas.

La conclusión es que las agresiones sexuales y el acoso entre hombres, independientemente de la edad, casi siempre están integrados en jerarquías de clase o atravesadas por otras relaciones sociales de dominación. Sin embargo, las noticias tienden a no analizar este hecho, centrándose en la longevidad y las inclinaciones sexuales de los varones gays, especialmente los de mayor edad. Estas historias nunca parecen llegar a preguntarse dónde estaban los representantes del sindicato de actores mientras se producían los abusos, o cuestionar la intensa veneración hacia los profesores, los entrenadores y las celebridades. Mientras no se aborden estas tiranías santificadas, centrarse en los autores de forma individual solo puede alcanzar un impacto limitado en la reducción de los abusos.

Consentimiento afirmativo
El modelo del consentimiento afirmativo "sólo sí es sí" sostiene que un acto sexual sólo es permisible, en cualquier tramo del mismo, con el consentimiento explícito de todas las partes. Éste ha sido adoptado en los protocolos de las universidades de Nueva York y California, e incorporado en la legislación de Suecia. Muchas feministas lo apoyan como arma contra los abusos sexuales.

Los méritos del consentimiento afirmativo como salvaguarda contra el abuso masculino de las mujeres son objeto de un debate legítimo. No intervendré aquí en tal debate. Pero la experiencia queer aporta razones para sembrar la duda con aquellos casos que se dan entre personas de un mismo sexo. De nuevo, tengo que apelar a mi experiencia personal, a la historia de cómo nos conocimos Christopher y yo: según una interpretación estricta del consentimiento afirmativo, Christopher no debería haberme tocado la mano. Debería haber preguntado primero. De haberlo hecho, me temo que mi respuesta hubiera sido un no. Cuando pienso en la posibilidad de que Christopher no me hubiera tocado en aquel momento, me siento devastado por la idea de todo lo que podría no haber sido.

Para mí, esa experiencia dice algo sobre el valor que tiene para las personas queer, después de siglos de represión, el deseo no anticipado y no autorizado. Hoy en día, muchos de los deseos de las personas están moldeados por las imágenes sexualizadas -en su mayoría, todavía, heterosexuales- con las que se nos bombardea continuamente. Las orientaciones sexuales se eligen explícitamente a una edad más temprana que en el pasado. Como resultado, nuestros deseos están restringidos, limitados por todo tipo de expectativas dominantes. A pesar de la supuesta mayor tolerancia social hacia las identidades LGBTIQ, los estudios muestran que los adolescentes varones que se identifican tempranamente como heterosexuales son hoy menos propensos a experimentar con encuentros del mismo sexo que hace cincuenta años. Al cada vez más arraigado tabú virtual sobre los tocamientos de carácter no sexual, debido al miedo al abuso y a la creciente sexualización de la sociedad, se ha añadido un tabú particular sobre los tocamientos entre personas del mismo sexo, debido a la mayor rigidez de la orientación sexual. Este tabú niega el modo en que la orientación sexual cambia a lo largo de la vida, y niega a sus sujetos la posibilidad de cruzar los límites y vivir así nuevas experiencias.

Dicho tabú también tiene consecuencias sangrientas en vista del petrificado legado de los prejuicios homófobos. En el pasado reciente, en muchos Estados de EE UU, los asesinos homófobos podían eludir la condena por sus actos recurriendo a la defensa del pánico gay. Alegaban estar tan traumatizados por el avance sexual que ya no eran responsables de sus propios actos. Así pues, mientras que en muchos países del mundo las mujeres están hoy en prisión por matar a sus agresores en defensa propia, los hombres homosexuales y bisexuales han sido objeto de ejecuciones extrajudiciales a causa de avances sexuales no violentos y no coercitivos, que fueron considerados abusos.

Considerando estas cuestiones, ¿Qué implicaciones tiene el consentimiento afirmativo para el deseo queer? Por supuesto, en cualquier situación, por el motivo que sea, no significa no. E incluso en ausencia de violencia o coerción, la sensibilidad y el cuidado del placer de la otra persona son vitales en cualquier encuentro sexual. Los hombres en particular, como nos ha recordado el #MeToo, necesitan estar menos obsesionados con sus propios impulsos y más atentos a las señales, tanto verbales como no verbales. El hecho de que muchos relatos de #MeToo tengan lugar en la zona gris entre la agresión obvia y el mal sexo muestra que muchos hombres todavía tienen mucho por aprender.

Sin embargo, ¿No debería nunca una persona queer realizar una insinuación sexual a una persona de orientación sexual desconocida, a falta de una invitación clara? ¿Debería una persona trans o intersexual no hacer nunca una insinuación sexual a alguien que no haya dado señales claras de estar abierto a mantener relaciones sexuales con una persona trans o intersexual? ¿Qué implicaría todo esto para "la seducción del deseo homoerótico", a la que, según ha escrito el académico chino Chou Wah-shan, "el mundo heterosexual nunca es inmune"? Por supuesto, no hay nada malo en preguntar. Las palabras pueden ser sexys. Pero en los entornos queer, un simple tacto tentativo puede, a veces, traspasar las barreras del deseo transgresor que las palabras por sí solas no podrían.

Para muchas mujeres, abrumadas por la necesidad, las exigencias y la legitimación de los hombres heterosexuales, superar las barreras del deseo puede no ser la máxima prioridad. Sin embargo, para muchas personas queer, fomentar los avances que se dan entre personas de un mismo sexo puede ser tan vital como rechazar aquellos que no son deseados. El derecho penal no puede hacer plena justicia a estos imperativos contrapuestos. Por tanto, la criminalización de la mala conducta (que no llegue a la agresión) no es el mejor punto de partida para una política sexual queer.

Igualdad imaginaria
Muchos de los mismos principios que se aplican a las acusaciones de agresión y acoso sexual a mujeres deberían también aplicarse cuando los hombres hacen acusaciones similares. Los estudios han demostrado que las acusaciones falsas de este tipo son poco frecuentes. Dado el largo periodo de tiempo en que las víctimas han sido estigmatizadas, ignoradas y silenciadas, merecen el beneficio de la duda. Las víctimas masculinas tienen tanto derecho a ser reconocidas y reparadas como las femeninas.

Sin embargo, lo que está en juego en el #MeToo no es sólo la culpa individual, sino también la estructura de los sistemas opresivos. Si queremos luchar eficazmente contra las agresiones sexuales entre hombres, debemos tener en cuenta la organización social, en cierto grado diferente, del sexo que se da entre hombres. Cuando las noticias meten en un mismo saco a los agresores homosexuales y heterosexuales, sin reconocer ninguna diferencia destacada entre ellos, se está haciendo lo que Lisa Duggan ha llamado "homonormatividad". Se trata de un conjunto de actitudes que sugieren que las personas LGBTI pueden ser plenamente iguales si, y solo si, se ajustan lo más posible a los patrones heterosexuales, preferiblemente casándose, adoptando o dando a luz a criaturas y formando así familias nucleares respetables.

La cobertura del #MeToo parece tener lugar en gran medida en este mundo imaginario donde la igualdad para las personas no heteronormativas ya ha sido alcanzada. Incluso cuando los reporteros rechazan conscientemente los prejuicios del pasado, dicha cobertura corre el riesgo de evocar implícitamente los antiguos estereotipos de los hombres homosexuales como pedófilos poderosos, privilegiados y depredadores. Este fue el bagaje de generaciones de prejuicios contra los homosexuales, no sólo en la derecha, sino también -especialmente allí donde el estalinismo y el maoísmo dominaban- en la izquierda. Las pruebas de este supuesto poder y privilegio gay siempre han sido escasas o inexistentes. Los estudios demuestran que los hombres homosexuales y bisexuales tienen, por término medio, unos ingresos más bajos y tienen menos probabilidades de ocupar puestos de autoridad que los hombres heterosexuales, por no hablar de las personas trans, cuya situación económica es, en general, nefasta. Sin embargo, las representaciones mediáticas que muestran a lesbianas y gays como privilegiados y acomodados contribuyen a producir la imagen dominante del queer neoliberal, manteniendo vivos los viejos prejuicios. Incluso las personas LGBTIQ más jóvenes pueden ser perseguidas por estos acechantes espectros, sobre todo por la prevalencia aún generalizada de la violencia contra les jóvenes queer y trans en las escuelas, en las calles y en sus familias. Lejos de ser ajenos a las imágenes de hombres homosexuales depredadores, los maricas jóvenes son especialmente sensibles a ellas. No sólo porque pueden experimentar en sus carnes el abuso, sino porque cada caso de abuso da nueva vida a imaginarios aterradores. Por ello, muchos hombres homosexuales son reacios a considerar homosexuales a los autores de abusos, una reticencia que, aunque esté motivada por el miedo a la opresión, también refleja una negación de la insumisión y el lado oscuro del deseo.

En la actualidad, las imágenes de homosexuales depredadores y poderosos sirven como una fuerza que impulsa a los hombres queer en dirección a la homonormatividad, reprochándoles tácitamente que no se ajusten a las normas de la monogamia y la domesticidad. Refuerzan, incluso cuando las leyes prohíben abiertamente la discriminación, la estructura de la familia heteronormativa, el omnipresente culto al romance heterosexual y las todavía poderosas normas de masculinidad y feminidad que persiguen a les disidentes sexuales y de género. Asimismo, implícitamente, refuerzan la idea falaz de que los prejuicios desaparecerían si todas las personas LGBTIQ se comportaran bien. Esta presión pesa poderosamente sobre las psiques de las personas queer. La hegemonía heterosexual y el binarismo de género son mucho más poderosos de lo que reconocen los medios de comunicación mainstream.

Por lo tanto, en aras de analizar adecuadamente los abusos a personas del mismo sexo, es necesario indagar en las diferentes dinámicas de las distintas identidades sexuales y de género. Es necesario reflexionar mucho más sobre las razones por las que algunos hombres son víctimizados, y cómo son vistos cuando admiten haber sido víctimas. Como ha sugerido Joy Castro de forma perspicaz, "la articulación de una experiencia de victimización le empuja a uno a un papel feminizado (provocando así la duda que siempre se despliega contra las mujeres)". Uno de los aspectos más traumáticos del abuso para los supervivientes masculinos es la forma en que puede llevarles a dudar de su propia masculinidad. Mientras que las víctimas masculinas heterosexuales pueden entrar en pánico ante la idea de que sus agresores les perciban como homosexuales, las víctimas homosexuales y bisexuales pueden reprocharse a sí mismas ser demasiado pasivas y, por consiguiente, algo afeminadas. Los estudios han demostrado que la plumofobia interiorizada sigue estando muy extendida entre los hombres cis aquileanos[1]. Por el contrario, las víctimas femeninas parecen preocuparse por haber sido demasiado visiblemente femeninas y seductoras y, por tanto, haber provocado el abuso. Todas las víctimas corren el riesgo de culparse a sí mismas, lo que contribuye a su sentimiento de vergüenza y a su silencio, pero de formas específicas a cada género. Combatir la vergüenza de les supervivientes y permitirles hablar requiere comprender esta dinámica.

En resumen, las personas queer no pueden simplemente plegarse a una lucha general contra el abuso sexual. Nuestra lucha contra el abuso debe formar parte de nuestra lucha continua por la liberación sexual queer. Durante décadas, hemos sufrido la reducción de la liberación a la igualdad con los heterosexuales en instituciones heteronormativas, así como la reducción de la igualdad real a la igualdad jurídica. Es hora de renovar el llamamiento que algunas valientes feministas lesbianas hicieron a principios de la década de 1980 para construir una nueva política sexual. Al menos para las personas queer, es hora de una política que esté alerta ante el peligro pero que dé la misma prioridad al placer y al deseo; ese deseo que puede incendiarse al tacto en un instante.

salvage.zone

Peter Drucker es miembro del Instituto Internacional de Investigación y Educación de Ámsterdam y autor de Warped: Gay Normality and Queer Anti-Capitalism (2015).

Traducción: Ira Hybris

 



[1] Esto es, gays o bisexuales.

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