El lenguaje de guerra rara vez construye un nosotros contra ellos (ojalá fuera así de fácil), sino un todos contra el otro. Ese todos que se construye desde arriba indica que toda la sociedad tiene los mismos intereses cuando estalla una situación de crisis. A través del lenguaje bélico, lo que se intenta construir es una unidad que realmente es ficticia. Es una unidad que permite que las cosas se sigan haciendo como se han hecho hasta ahora. Quien articula su discurso en torno a la unidad en abstracto es quien necesita que nada cambie, pero una amplia capa de la sociedad necesita romper la unidad para poder liberarse. La unidad es en lo objetivo inexistente, es más, podríamos decir que es una construcción de un imaginario que persigue el seguimiento ciego a lo establecido.

En la Iª Guerra Mundial, el todos del que podemos hablar se construía en torno a los intereses imperialistas de las burguesías nacionales. Se decía al proletariado que esa guerra era imprescindible, que si se ganaba habría cambios en la sociedad positivos para todo el mundo. El todos del que nos hablan desde arriba no es más que una unidad en beneficio de los intereses de una minoría. Las guerras en abstracto siempre han sido suyas, la guerra de los de abajo es algo mucho más concreto y con un objetivo claro: construir un mundo más justo.

Una unidad que no se construye desde abajo y en beneficio de los de abajo, sino desde arriba y para unos intereses que nos son ajenos a la mayoría, sólo busca diluir unos antagonismos que son constantes en todos los ámbitos de nuestra vida. Cuando nos dicen que hay que permanecer unidos frente al virus nos están diciendo que, frente a la crisis socioeconómica actual, el arrendador y el inquilino tienen los mismos intereses, nos están diciendo que el empresario con beneficios que despide al trabajador tiene los mismos intereses que el propio trabajador despedido. No hay que caer en esa falsa unidad, sino defender unos intereses populares que merecen ser defendidos frente a las tendencias estabilizadoras de una burguesía atemorizada por demandas que puedan salir desde abajo como el Plan de Choque Social.

Otro aspecto que tenemos que mencionar es el carácter patriarcal que coge la crisis si utilizamos el término guerra para afrontarla. Hablando de guerra invisibilizamos toda una serie de cuidados que sostienen la sociedad, que son ejercidos casi en su mayoría por mujeres; damos más trascendencia de la que tiene a la tarea que ejercen los militares o la policía. En estas situaciones de crisis tiene mayor importancia el trabajo de reponedoras, cajeras, personal sanitario, cuidadoras, etc. que el papel punitivo que pueda tener el Estado. En una sociedad donde cuidarnos en conjunto fuese algo principal no sería necesaria una actuación represora masiva.

Sin darnos cuenta, hablando de guerra estamos justificando abusos de poder por parte del ejército y cuerpos policiales. Si es una guerra, ellos son los encargados de acabar con el enemigo, por lo que gran parte de la autoridad recae en ellos, que han sido preparados para estas situaciones. Se abre casi sin percibirlo un giro autoritario donde se dota al Estado de una legitimación antes ausente para restringir libertades, actuar de forma arbitraria y limitar derechos sociales.

Ya que la retórica y las prácticas bélicas lo que hacen es abrir el campo a relaciones sociales sometidas a la dominación y a la exigencia de pleitesía. Como hemos podido observar los casos de identificaciones y detenciones brutales por parte de la policía en estos últimos días. No hay heroísmo popular alguno en someterse a las órdenes de los cuerpos de seguridad del Estado. Si acaso lo que hay es una brutal humillación civil en un momento en que se está restaurando el protagonismo público del ejército a la vez que apoyando las brutalidades policiales.

Por otra parte, si de guerra se trata, la existente trata de un largo cerco a la sanidad pública. Una larga guerra de posiciones consistente en despiezar el sistema público de salud a base de subcontrataciones de servicios, personal y en materia de construcción de hospitales. Este cerco además ha ido acompañado de recortes y desviaciones presupuestarias a modo de zapa. Como la desviación de 145 millones del presupuesto de la sanidad pública madrileña solo en el último año por gracia de Ayuso. Pero además este asedio ha ido acompañado de un bombardeo fiscal para destruir los impuestos a las grandes empresas y familias quitando así una financiación redistributiva de las instituciones de cuidados colectivos. El propio Banco de Santander se ha beneficiado de esta guerra fiscal defraudando más de 55.200 millones del fisco.

La manera de abordar la falta de camas de hospital en Madrid, por ejemplo, y de personal no es enrolándonos en una narrativa que identifica los dolores de las mayorías populares con los privilegios de una elite que es la base de poder del actual Estado monárquico. Sino librando una guerra revolucionaria contra ese bloque de poder tan renuente al Plan de Choque Social, la suspensión del pago de alquileres y la Renta Básica Universal.
Ya que conviene recordar, como señalaba el documental de Aris Chatzistefanou y Katerina Kitidi, “Catastroika” (2012), que el neoliberalismo ha sido fundamentalmente una estrategia bélica de asedio a las instituciones del bienestar. Europa ha sido parte del escenario de guerra desde la misma fundación de la Unión Europea pero especialmente durante los años de crisis, rescates bancarios, memorandums y austeridades impuestas de un modo colonial sobre el sur de Europa. Tal y como volvemos a ver de nuevo con las masivas compras de deuda por parte del BCE ante la crisis epidémica.

La reconstrucción de las instituciones del bienestar necesitará hacerse de un modo revolucionario, confrontando con las elites y sus despotismos fiscales y austeritarios. Por ello, hoy más que nunca es necesario comprometerse con una estrategia transformadora que “luche con mayor pasión por conquistar el poder político, por expandir y domar a su favor la democracia, para transformar los ejércitos profesionales y de castas en milicias populares, protegiendo solamente la independencia de las naciones” como reclamaba el republicano revolucionario Jean Jaurès 1/

Y ello no se hará ni con formas de caridad puntuales por parte de los que defraudan sistemáticamente a Hacienda ni con extraños Planes Marshall. Lo que necesitamos son un conjunto de medidas de emergencia, como las que entrañaba premonitoriamente el Programa de Salónica de Syriza, para avanzar a una transformación social del sistema de salud pública semejante a la que hizo Cuba en pocos años, tan focalizada en la atención primaria y en la prevención de enfermedades. Siendo como era consciente de ello Fidel en 1959 incluso en plena lucha de liberación nacional en Sierra Maestra:

“Hay que establecer medidas a fondo para darle más bienestar y salud al pueblo. No hay que esperar que las enfermedades lleguen con su amenaza tétrica, hay que prevenirlas, hay que evitarlas. Desde ahora hay que ir elaborando los planes sanitarios…" 2/

Ya basta pues de llamados a la disciplina cuartelaria para los y las de abajo mientras los de arriba incumplen su cuarentena en sus villas de campo. Es la hora de la solidaridad y la justicia republicana para garantizar los cuidados y vencer este neoliberalismo militar al que se acoge el gobierno de Pedro Sánchez.

Notas

1/ Jean Jaurès, “La paix et le socialisme”, publicado en L'Humanité el 9 de julio de 1905.

2/ Sánchez Turcaz, M., Nistal Sánchez, M., Vidal Cisneros, M., & Lescaille Hernández, E. (2016), “El pensamiento de Fidel Castro Ruz acerca de la salud pública en la formación de los estudiantes de las Ciencias Médicas”, Revista Información Científica, 95(3), 497-507.
Recuperado de http://www.revinfcientifica.sld.cu/index.php/ric/article/view/128/2273

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