Las elecciones en Rusia han transcurrido, como de costumbre, con falsificaciones masivas y la presión de los poderes para asegurar la victoria del partido del poder “Rusia Unida”. Lo que cambia es la amplitud de las protestas contra estas falsificaciones.

Esta vez, una gran parte de la población se levanta para testimoniar: “¡No os hemos votado!”. Las cifras significan pocas cosas (recordémoslas sin embargo: 49,54% para Rusia Unida, 19,16% el Partido Comunista, 13,22% “Rusia Justa y 11,66 % el partido nacionalista demagógico Jirinovski). El partido del poder ha perdido por tanto la mayoría constitucional en la Duma y se ha quedado por debajo el 50%. Pero para una gran parte de los comentaristas, esta cifra sobrevalora el real resultado de “Rusia Unida” entre un 10% y un 15%. Y, de todas formas, es un resultado puramente “dibujado”, como dicen los rusos. Resulta de una concesión hecha al descontento creciente de una gran parte de la población hacia el “partido de los estafadores y los ladrones” (así es corrientemente designado el partido en el poder, fórmula inventada y popularizada por el blogger Alexei Nabalny).

En efecto, al comienzo de la campaña, los gobernadores regionales recibían del Centro federal objetivos del orden del 60% al 70% de los votos. Sin suerte, este gesto del príncipe no ha bastado para calmar la cólera, al contrario. Desde el día siguiente a las elecciones, casi diez mil personas se manifestaban en la calle en Moscú, un poco menos en San Petersburgo. Más de 300 personas han sido detenidas en Moscú, alrededor de 200 en San Petersburgo. Lo que no ha impedido a las movilizaciones continuar los días siguientes, así como las detenciones. ¿Cómo explicar este cambio radical de la situación, cuando la mayoría de los electores, desde hace un cierto tiempo, se había habituado a que sus votos no valieran mucho? ¿Quiénes son esas gentes que salen a la calle a pesar de la amenaza de las detenciones?

La movilización resulta en gran parte de la impopularidad creciente del partido en el poder, no solo debido a su política antisocial, sino también y sobre todo a causa de la arrogancia de sus representantes, de su desprecio por los ciudadanos de a pie, de su corrupción y su afán de ganancias. El eslogan más popular durante la campaña electoral, en todo caso entre quienes se interesan aunque sea un poco por la política, era “¡Vota por cualquier partido, salvo por el de los estafadores y los ladrones!” Y había nacido la esperanza de llegar a burlarse de ese partido de burócratas y dirigentes presuntuosos que se creen que todo les está permitido.

Mucho más que en precedentes elecciones, simples ciudadanos se han movilizado para ser observadores en las elecciones, por uno u otro partido de oposición o incluso de forma independiente (una campaña para incitar a la gente a presentarse como voluntaria para ser observadora ha sido realizada, entre otros, por la asociación GOLOS, denunciada por el poder de estar a sueldo de “potencias extranjeras”). Y una cosa es oír hablar vagamente de fraudes y otra es verse expulsar manu militari de un local de votación porque se molesta demasiado, asistir a rellenos de urnas, ver llegar autobuses enteros de votantes estrechamente disciplinados, tener un protocolo en las manos y encontrar cifras completamente diferentes en la página oficial de la Comisión Electoral central o regional. Internet rebosa de videos y de testimonios indignados publicados por estos observadores. ¡Es personal, es alucinante, choca!

Muchos de esos observadores han salido a la calle, muchos de sus amigos, colegas, parientes. Luego todo los que se activan en las redes sociales de la Red, y todos los, decepcionados que esperaban una derrota más clara de Rusia Unida.

Muchos jóvenes, mucho más irreverentes que sus mayores, que traen otro estilo, otra relación con la autoridad.

Muchísima gente nueva, que hasta ahora jamás había puesto los pies en una manifestación. Y algunos de estos novicios se han encontrado desde la primera vez detenidos, esperando un juicio hasta 48 horas, en comisarías absolutamente sin preparar para tanta gente, amontonados unos sobre otros, sin alimentación. ¡Para finalmente verse condenados a penas que llegan hasta los 15 días de detención! Y bien, si se juzgan los testimonios que salen de las paredes de la prisión, en lugar de estar intimidados y confesar sus culpas, estos “novicios” emprenden huelgas de hambre y se radicalizan. O bien vuelven a manifestarse una vez liberados.

Indignación ante las falsificaciones, la brutalidad y el cinismo en los fraudes, cólera por haber sido desprovistos de su voz, solidaridad con quienes han sido injustamente detenidos por sencillamente haber querido manifestar pacíficamente su rechazo a unas elecciones trucadas –estos son los ingredientes de la movilización que crece como una bola de nieve.

Con, además, el apoyo de creadores de opinión populares en su terreno. Entre ellos, hay de todo: periodistas, cantantes y otros artistas, cronistas (incluidos algunos cronistas mundanos). Es también un signo, cuando esa gente se pone abiertamente a criticar: ¿la protesta en la calle se convertirá en una moda? (Hasta ahora era el monopolio de los “fracasados” y de los “idiotas”).

Tanto más cuanto que, por una vez (no había ocurrido desde la Perestroika), los acontecimientos ocurren en la capital, es Moscú, la burguesa culta, la intelectual, la privilegiada, la que da ejemplo. Los medios no pueden ignorar manifestaciones tan masivas en Moscú (a parte de las dos cadenas de televisión oficiales), el país entero sigue atentamente lo que allí ocurre, y sintoniza. El 10 de diciembre, una jornada nacional de protesta contra las falsificaciones fue preparada un poco por todo el país.

Los partidos de oposición parlamentarios juegan un segundo papel, cogen el tren en marcha (y así y todo, no todos y no en todas las regiones, y en medida mayor o menor). La gente se organiza en primer lugar por si misma, a través de las redes sociales y la Red. O bien utiliza acontecimientos organizados por los partidos políticos, pero para apropiarse completamente de ellos.

Una palabra en particular sobre la derecha liberal (los Boris Nemtsov, Ilia Iachin o Garry Kasparov presentados por la prensa francesa como figuras representativas de la movilización). En primer lugar, la movilización es completamente espontánea y “desde abajo”, sin dirigentes reconocidos, y sobre todo sin filiación partidaria, ni hacia los partidos de la oposición oficial (representados en la Duma federal), ni hacia los de la oposición no oficial. Todo lo más se puede hablar de simpatías por tal o cual líder de opinión (particularmente el blogger ya citado, Alexei Navalny). Pero ningún partido, ningún movimiento –político o social- puede presumir de organizar el movimiento de cólera actual, aún menos de representarlo. Sin embargo es justamente lo que se dedican a hacer, en primer lugar, las vedettes del show-político citadas más arriba, que dirigen organizaciones anti Putin del tipo “Otra Rusia” o Solidarnost. Hacer de ellas las puntas de lanza de la movilización actual en Rusia, es engañar mucho, es confundir la “revolución naranja” de Ukrania con el movimiento de revuelta espontáneo, en gran medida autoorganizado y que rechaza toda instrumentalización (¡esta gente quiere justamente reapropiarse de su voz!) que se desarrolla actualmente en Rusia. Como prueba de la piedad democrática de Nemtsov, por ejemplo, basta con citar el último escándalo hasta ahora: en la noche del 8 al 9 de diciembre, a espaldas de los organizadores oficiales, Nemtsov se ha puesto de acuerdo con el alcalde de Moscú para desplazar la gran concentración del 10 de diciembre de la Plaza de la Revolución a la Plaza “Bolotnaia” (que lleva bien su nombre “pantanosa”)- sin consultar a ninguna de las personas clave de la movilización, y cuando uno de los organizadores oficiales, Serguei Udaltsov (Frente de izquierdas) yacía en una cama de hospital tras una huelga de hambre emprendida en prisión, y una persona faro simbólico para el movimiento, Alexei Navalny, cumplía con su pena de 15 días de cárcel, como consecuencia de la manifestación del 5 de diciembre en Moscú.

Otra característica a señalar: la presencia más bien tímida de los movimientos sociales y a fortiori de los sindicatos. Aquí juega el temor de comprometerse en un combate demasiado claramente político y la falta de flexibilidad de estos movimientos para abrirse a causas no directamente ligadas a su objetivo principal de lucha. Pero si los movimientos sociales participan poco como tales, la mayor parte de sus militantes están sobre el terreno. En Moscú, por ejemplo, Evgenia Tchirikova, dirigente del movimiento de defensa del bosque de Khimki (barriada de Moscú) y estrella en ascenso de los nuevos movimientos sociales, forma parte de las figuras emblemáticas de la movilización en la capital.

En definitiva, es una atmósfera de democracia de calle la que se pone en pie, bastante extraña a la Rusia postsoviética de hasta ahora. El despertar de quienes se niegan a dejarse manipular calladamente. Un gran test para la durabilidad y las perspectivas de este movimiento tendrá lugar mañana, 10 de diciembre, en la jornada nacional de protesta.

9/12/2011

http://www.npa2009.org/content/la-russie-des-indign%C3%A9s

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

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