Recientemente han aparecido una serie de artículos que critican a la izquierda occidental por aplaudir a Hamás. La mayoría de estas críticas dicen que reducir el apoyo a la resistencia palestina al respaldo a Hamás es hacer un flaco favor al pueblo palestino porque este se expresa con muchas voces y actitudes políticas diferentes. En su lugar, estos artículos llaman a la izquierda occidental a reconocer la complejidad y diversidad de la realidad política palestina.

El artículo de Bashir Abu Menneh en Jacobin, The Palestinian Resistance Isn’t a Monolith, reprueba lo que considera un seguidismo de la izquierda con respecto a un movimiento “retrógrada en lo social” como es Hamás, en un artículo que se lee más como una crítica oculta a la propia resistencia armada que no a Hamás. Matan Kaminer ha escrito una respuesta a un artículo de Andreas Malm, ambos publicados en el blog de Verso, en que declara que el movimiento mundial de solidaridad “debe tener en cuenta la diversidad de la política palestina” y reprueba a fuerzas “antisistema” que, como Hamás, carecen de un programa de izquierda. En Boston Review, Ayça Çubukçu responde al artículo de Jodi Dean, Palestine speaks for everyone, debido a la propuesta de Dean de que el movimiento mundial de solidaridad se alinee con la izquierda organizada en Palestina en apoyo a la actual dirección de Hamás en la lucha por la liberación.

Por supuesto, tener en cuenta la realidad política palestina, su historia y sus condiciones u diversidad actuales es indispensable. En efecto, a pesar del tamaño relativamente reducido de la población palestina y del hecho de que Palestina, entre el río y el mar, representa una amenaza geográfica relativamente pequeña con un territorio altamente disputado, podemos encontrar un montón de gente palestina que defiende toda clase de fantasías o ideologías sobre el conflicto, inclusive quienes preconizan sin reparos la ideología sionista.

Sin embargo, curiosamente, esto es precisamente en lo que quienes en Occidente critican a Hamás se equivocan. No entienden que la diversidad de la sociedad y la realidad política palestina también se traduce en actitudes divergentes con respecto a la resistencia frente al colonialismo. Mientras reclaman una comprensión matizada de la realidad política palestina, no hacen extensiva esta diferenciación a la comprensión de la dinámica y de las fuerzas que motivan y rehúyen (o se oponen activamente) la resistencia anticolonial.

Esta ignorancia de la realidad política palestina es casi deliberada. Encierra una hostilidad oculta a la resistencia ‒especialmente la resistencia armada‒, pero llama a oponerse a Hamás por razones totalmente diferentes, tal vez ideológicas. No obstante, para comprender realmente la dinámica intrapalestina y desentrañar el monolito, hemos de entender en primer lugar cómo han evolucionado las fuerzas políticas palestinas con respecto a la idea misma de la resistencia.

Geografía fragmentada, política fragmentada

La población palestina está sometida a varias divisiones meticulosamente trabajadas por Israel. De hecho, sería sumamente sorprendente que estas gentes estuvieran unidas cuando sus vidas cotidianas son tan diferentes, dispersas por todo el planeta y sujetas a diversas gobernanzas y modalidades de control israelí. Estas divisiones no solo son geográficas, sino que también reflejan diferentes grados de privilegio y exclusión impuestos por el Estado colonial. Hablo de Gaza, de Cisjordania, de Jerusalén, de los territorios de 1948 y de la diáspora.

Es más, esta fragmentación radical ha llevado a muchas personas a empezar a cuestionar la noción misma de nuestra unidad como pueblo, preguntándose si las distintas capacidades palestinas de resistir se deben al peso de las divisiones geográficas y de las diversas gobernanzas coloniales después de 75 años.

La guerra genocida en Gaza expone el simple hecho de que las gentes palestinas en sus diversas localidades ‒aparte de Gaza‒ han sido incapaces de acumular poder, plantear nuevas tácticas, forjar nuevas organizaciones o construir un nuevo edificio intelectual y material para abordar el reto que supone el colonialismo de asentamientos para el pueblo palestino en todas partes. Nada ilustra mejor este fallo que el miedo que ha paralizado a la sociedad palestina fuera de Gaza y fuera de algunas de las articulaciones más avanzadas de la lucha y nuevas modalidades de resistencia que han surgido en la última década, incluida la primacía de tácticas como las acciones de resistencia atomizadas en Cisjordania y la Palestina de 1948 y la proliferación de zonas de autodefensa armada en el norte de Cisjordania.

Esta variedad no solo es fruto de la diversidad de ideologías políticas de la población palestina que están sujetas a diferentes modalidades de control estructural, sino que nace del tejido mismo de la psique individual de las personas. Tiene lugar un intenso diálogo interior en que las y los palestinos se desgarran entre la potencialidad radical de la resistencia y el pavor ante la implacable apisonadora militar israelí. Se da la paradoja entre el deseo de liberación y el temor constante a que cualquier alteración de la vida cotidiana ‒aunque sea provocada de la resistencia‒ pueda quebrar la frágil apariencia de normalidad. Este es el verdadero lugar de la lucha ideológica, no solo en la esfera pública, sino en el plano individual, en que la sublime posibilidad de libertad confronta la realidad traumática de la potencial aniquilación por un maquinaria militar superior.

Cada fuerza, con sus propias demandas, conduce a la gente palestina a un abanico de opciones existenciales: revolución o resignación, emigración o resolución, desaparición simbólica o plena afirmación de la identidad mediante actos de sacrificio. Este diálogo interior silencioso se manifiesta en diversas articulaciones políticas, en la oscilación entre la postura del intelectual y mártir Basel al Araj, quien declaró que “la resistencia siempre resulta eficaz con el tiempo”, y la resignación más cínica que implican posiciones como la de Mahmud Abás, que proclaman “¡viva la resistencia, pero ya está muerta y hay que matarla dondequiera que reaparezca!”

Pero no nos dejemos engañar. La maquinaria ideológica vinculada a la Autoridad Palestina que reclama un acceso sin intermediarios a la nuda realidad funciona precisamente negando su propia ideología. Se jactan de ver el mundo sin anteojeras ideológicas, afirmando que su claridad requiere forjar un sistema político autoritario que considere la resistencia al colonialismo una farsa y la cooperación con el colonizador un imperativo sagrado. Esta postura realista-pragmática conduce ostensiblemente a los palestinos hacia una especie de negación: un autoborrado simbólico, político y material, pero enmascarando astutamente este borrado mediante pretensiones de representación política y establecimiento de un Estado.

Mientras tanto, la clase dominante, en su afán de continuidad y control, perpetúa un realismo político que pasa convenientemente por alto sus propios prejuicios sociales y de clase. En el seno de la población colonizada se beneficia una pequeña élite. El objetivo último de este pragmatismo es crear una realidad en la que la propia noción de resistencia se pierda en los anales de una realidad comprometida. Pero no es más que una retórica sofisticada que justifica la seguridad y la alianza económica con un régimen colonial invasor que sustituye a los colonizados por los colonizadores.

El resultado es un continuo en la política palestina con distintas actitudes ante la resistencia. Podríamos imaginar espectros con Mahmud Abás y Mansur Abás en un extremo y formaciones políticas como la Yihad Islámica y Hamás en el otro, sin apenas ninguna fuerza política seria entre ambos.

Lo que todo esto nos dice es que la principal línea divisoria entre las facciones políticas palestinas no es el cisma entre laicismo e islamismo, la lucha por programas socioeconómicos divergentes o los méritos de una táctica concreta al servicio de la liberación. Todas ellas son cuestiones importantes en sí mismas, pero lo que realmente está causando una fractura en el escenario político palestino es el abismo entre una política de desafío crudo y una política de acomodo, cooperación y colaboración.

En última instancia, la búsqueda quijotesca por parte de la izquierda occidental de una alternativa progresista laica a Hamás pasa por alto un simple hecho: en esta coyuntura histórica concreta, las fuerzas políticas que siguen manteniendo y liderando una agenda de resistencia no pertenecen a la izquierda laica. Nada de esto es casual. Israel y sus aliados cultivan y moldean meticulosamente un liderazgo palestino que se alinea con sus ambiciones coloniales, al tiempo que detienen, intimidan y asesinan a las corrientes alternativas.

Esto tampoco es inusual en los movimientos anticoloniales, y ser miembro del pueblo colonizado no te infunde automáticamente fidelidad al esfuerzo anticolonial. En Palestina, un siglo de colonialismo ha creado muchas distorsiones en el cuerpo político palestino, transformando la antaño revolucionaria OLP en un régimen similar al de Vichy que mata a la nación en nombre de la nación. Otros sectores palestinos han adoptado nuevas afinidades e identidades, incluida la identificación con Israel (en la medida en que es posible identificarse con una entidad cuya principal característica es el supremacismo judío). La historia nos ha enseñado que hay casos en los que la gente también luchará por su servidumbre, y no hace falta mirar más allá de figuras como Joseph Haddad y Mosab Hasán Yusef para entender lo que eso significa.

Sin embargo, hay una lucha más profunda en juego: los palestinos llevan mucho tiempo luchando no solo para que se reconozca su difícil situación, sino fundamentalmente para que el mundo reconozca la necesidad imperiosa de resistir. Esta necesidad de resistir y el derecho a dicha resistencia se vuelven aún más críticos en un contexto global en el que se manipula la narrativa de la resistencia palestina, que se utiliza cínicamente para justificar y legitimar el asalto secular de Israel contra la existencia y la capacidad de acción palestinas. Es un escenario perverso en el que el acto de resistencia, esencial para la supervivencia y la posibilidad de justicia, se tergiversa para justificar la opresión que pretende superar.

Hamás es aquí un espantapájaros fácil. Se trata de un grupo político islamista que combina una política de desafío con una agenda social que pretende reconstituir el sujeto palestino. Los críticos de la resistencia pueden señalar fácilmente las deficiencias de la perspectiva socioeconómica de Hamás o burlarse de su programa socialmente regresivo. Ahora bien, de hecho no están interesados en socavar la agenda social de Hamás. En realidad, lo que quieren es socavar o distanciarse de la forma de resistencia que Hamás decidió seguir. Pero muchos de los críticos de Hamás no ofrecen nada en su sistema de alianzas, en sus formas de lucha o incluso en su producción intelectual que pueda igualar su labor de acumulación de poder en la Franja de Gaza y su apertura de una caja de pandora estratégica que ha desbordado y deformado el régimen colonial, proporcionando un momento histórico que incluye entre sus muchas posibilidades el potencial para la liberación palestina.

La política de musauada

Musauada es un término del diccionario político árabe que podría traducirse por algo así como yo-más-que-tú político. Cuenta con una larga tradición en su uso como instrumento para degradar a los rivales políticos y en la práctica su función principal consiste en difamar y desmoralizar al adversario político poniendo de manifiesto su hipocresía, su discurso poco realista o su incapacidad para llevar la retórica a la práctica. El intelectual marxista sirio Elías Murkus puso el ejemplo de cómo los baasistas sirios emplearon la musauada para socavar la figura de Jamal Abdul Nasser en la década de 1960, señalando el abismo existente entre su retórica y sus acciones en relación con la liberación de Palestina. Murkus señala que este menosprecio no procedía tanto de una preocupación genuina por la liberación palestina como del deseo de erosionar la influencia carismática de Nasser dentro de Siria y Líbano.

En este contexto, no es de extrañar que Palestina aparezca históricamente como el principal escenario de este tipo de pujas políticas o rivalidades en el panorama político árabe. Lo más importante es que la musauada no se limita a las justas retóricas, aunque históricamente se haya utilizado así. En Palestina, la musauada evolucionó de la puja retórica a la puja actualizada en la década de 1990, en la que las facciones políticas competían entre sí por la capacidad de crear y actualizar la resistencia.

Estas dos manifestaciones ‒la musauada retórica y la actualizada‒ son fundamentales para entender las rivalidades políticas internas palestinas. Durante la segunda intifada, la aparición de la figura del istishhadi fue una de estas formas de actualización de la musauada, ya que trascendió a la tradicional fida'i. Esta última era una figura de autosacrificio que se enfrentaba al enemigo pero podía regresar a su base, mientras que el istishhadi encarnaba el autosacrificio del combatiente que no planeaba regresar a la base, sino que mata y muere, convirtiéndose así en mártir.

La aparición de esta nueva fuerza contrahegemónica en el cambio de siglo, en gran medida por iniciativa de Hamás y la Yihad Islámica, supuso la reformulación de la resistencia mediante la creación de nuevas modalidades de oposición y una nueva figura de sacrificio para la resistencia. En la segunda intifada, superar significaba superar al rival político mediante operaciones de resistencia actualizadas. Esta forma de intracompetición consideraba la labor de resistencia un medio para dirigir los agravios políticos internos contra el colonizador. Las facciones palestinas estaban unificadas en la dirección de sus acciones políticas, pero también competían por superar a sus rivales mediante la actualización de diferentes actos de resistencia.

Sin embargo, la naturaleza actual de la desunión en Palestina no es una forma de puja similar a la segunda intifada y no se basa en la idea de superar al rival interno. Se trata más bien de una desunión que surgió una vez que la Autoridad Palestina elevó la cooperación con Israel al terreno de lo sagrado y tachó la continuación de la resistencia de farsa. En el otro extremo de esta escisión, Hamás y la Yihad Islámica surgieron como las fuerzas más proactivas que lideraban formas organizadas de resistencia. La división adoptó formas geográficas, ideológicas y políticas.

En esta forma de puja, un lado de la ecuación política empleó la respuesta militarista de Israel a la resistencia para afirmar: “¿Veis? ¡Esto es lo que pasa cuando te resistes!” Suspende la búsqueda de una política de desafío y, de hecho, aboga por la parálisis política, la inmovilidad y el acomodo con Israel a expensas de la capacidad de resistencia a largo plazo del pueblo palestino.

Dentro de este objetivo han surgido tres respuestas palestinas de izquierdas. La primera es una izquierda que se casa con la Autoridad Palestina y la clase compradora sobre la base del laicismo y a raíz de su debilidad organizativa: por ejemplo, el Partido Popular Palestino (antiguo Partido Comunista). Otra izquierda se posiciona con las fuerzas islamistas en el plano de la resistencia compartida frente al colonialismo, pero se distancia en el plano de la agenda social, como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). Una tercera fuerza de izquierda equipara a Hamás y la Autoridad Palestina con la esperanza de ofrecerse como una alternativa a ambos, afirmando aparentemente que “los dos son igual de malos”, pero siendo incapaz de organizar una alternativa social o política, como el Frente Democrático para la Liberación de Palestina.

La noción de ser socialmente regresivo o socialmente progresista en el actual panorama político de Palestina es, como mínimo, extremadamente compleja. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, partidos de izquierda que apoyan formas de regresión social y autoritarismo político en Cisjordania como la posición actual de los restos del Partido Comunista? ¿Cómo definir siquiera la regresión social en el contexto de un colonialismo de asentamientos que avanza y pretende borrar a toda una sociedad? ¿No es la resistencia a ese colonialismo en sí misma un acto progresista que empoderará a los desposeídos? ¿Y no es la colaboración en sí misma una fuerza socialmente regresiva porque subordina a los colonizados? ¿O es más importante la ideología proclamada por los que resisten?

¿Dónde empezamos a articular una agenda socialmente progresista en situaciones concretas como Cisjordania, donde la Autoridad Palestina utiliza una mezcla de prácticas autoritarias, insiste en formas de educación bancaria, emplea estructuras sociales tradicionales como las familias y los clanes, y ve en el enemigo interno al enemigo definitivo, creando las condiciones para una guerra civil y una división continuas a medida que el pueblo palestino también intenta luchar contra la usurpación y el borrado coloniales? En un plano estrictamente occidental no existe una fuerza total o plenamente progresista en Palestina, sino tan solo elementos o actitudes progresistas, incluso dentro de formaciones políticas que son tachadas de regresivas.

La crítica oculta de la resistencia armada

En los sucesivos artículos citados nos encontramos con una contorsión desconcertante que pretende socavar el apoyo a la resistencia, en particular a la resistencia armada. Hay un creciente reconocimiento entre mucha gente en Occidente de la necesidad y eficacia de la resistencia, o al menos de que tras décadas de negligencia a la hora de explicar sus fuentes y su necesidad, se podría iniciar el proceso de lidiar con su realidad. Esto incluye comprometerse con ella sin convertirla en profana. Este cambio en la izquierda occidental no significa que de repente haya abrazado el islamismo, sino que reconoce la naturaleza de la condición en la que está atrapada la población palestina: un feroz colonialismo de asentamientos que se niega a hablar un lenguaje político con aquellos a los que convierte en abyectos, que recurre a la violencia excesiva y a la impunidad diplomática y legal, y que emplea un complejo sistema de formas de control arquitectónicas, tecnológicas e indirectas.

Pero lo más preocupante es que la persistencia y la evolución de la resistencia armada desafían algunas de las teorías, intereses y actitudes políticas operativas de la intelectualidad palestina, incluida la ansiedad por una verdadera ruptura del régimen colonial que permita iniciar la labor de descolonización. Estas son las teorías que han persistido durante décadas, utilizando un tema de conversación ampliamente aceptado según el cual el pueblo palestino debería abstenerse de la resistencia armada para cultivar una imagen favorable en Occidente y más ampliamente en la escena mundial.

La noción predominante es que la resistencia armada es fundamentalmente incompatible con la generación de simpatía por la causa palestina. Se fetichiza una lectura particular de la primera intifada como modelo ejemplar de revuelta popular generalizada y en gran medida no violenta, capaz de conseguir el apoyo de las masas, la sociedad civil y los organismos jurídicos internacionales, apelando así a la sensibilidad liberal de las principales sociedades occidentales.

Por supuesto, esta lectura también oculta el ataque psíquico e ideológico al que se enfrentaron las y los palestinos tras la segunda intifada, que intentó grabar en la conciencia palestina la noción de que la resistencia es inútil, que la resistencia armada solo causará estragos y que los palestinos no pueden ni deben enfrentarse militarmente a Israel debido a la asimetría de fuerzas. Sin embargo, al igual que la Autoridad Palestina, una alternativa desafiante construida en torno a la resistencia popular o la resistencia popular pacífica solo se utilizó como herramienta ideológica y psíquica para sostener lo que Abu Mazen y la Autoridad Palestina denominaron “sagrada cooperación en materia de seguridad”. Se concibieron muy pocos intentos de organizar la resistencia popular y, en muchos casos, también fueron combatidos por la Autoridad Palestina y su sistema de seguridad y se encontraron con una violencia severa tanto en Gaza como en Cisjordania.

La idea de que la izquierda occidental se ha convertido de repente en animadora de Hamás es profundamente falsa. Jodi Dean no aplaudió a Hamás, pero tal vez encontró algo estimulante en el acto de desafío: la marcha para romper el régimen colonial que rodea Gaza. Se alineó con una parte de la izquierda palestina que participa en la resistencia. La mayoría de la gente palestina compartía el sentimiento de Dean ese día en particular, incluidos muchos que más tarde se desilusionaron o revisaron sus opiniones, ya fuera por consideraciones éticas o debido a la campaña de bombardeos masivos y la guerra genocida de Israel, que llevó a algunos a concluir que no valía la pena.

Sí, hay muchas voces que detestan a Hamás en Gaza, Cisjordania y en todo el sistema político palestino, por infinidad de razones. Entre ellas hay muchos miembros de la izquierda palestina que utilizan sus diferencias ideológicas y la división islamista-secular como tapadera de su rechazo total a la resistencia. Como dijo Basel Al-Araj, si la izquierda palestina quiere competir con los islamistas, debe hacerlo en la resistencia. Musauada a través de la acción.

Hamás, a fin de cuentas, es la articulación contemporánea de una larga historia de resistencia que engloba a los campesinos de la Palestina anterior a la Nakba, a los revolucionarios palestinos en el exilio durante los primeros años de la OLP y a los islamistas que tomaron la iniciativa a gran escala en la década de 1980 y posteriores. Muchas personas de la izquierda laica han claudicado, rechazando la resistencia de Hamás no por convicción de su inevitable fracaso, sino más bien debido a una ansiedad profundamente arraigada sobre su éxito potencial.

No se trata simplemente de una oposición ética al uso de la violencia; es un temor a que los islamistas puedan resultar más eficaces que su propia postura política, ahora en gran medida melancólica y desmovilizada. Mientras tanto, ciertas facciones de la élite palestina miran a Israel como un faro de modernidad, y les mueve un profundo temor a su propia sociedad percibida como regresiva, una indicación reveladora de sus posturas ideológicas, atrapadas en el atractivo del Otro y aterrorizadas por el potencial emancipador de las masas palestinas.

Tener diferencias políticas e ideológicas con Hamás y desacuerdos tácticos, incluso problemas éticos con sus objetivos o su capacidad bélica, es una cosa. Pero socavar el nivel mínimo de comprensión de por qué los palestinos, en todas sus formaciones ideológicas y articulaciones históricas, ven la resistencia en todas sus formas armadas y no armadas como una necesidad, es otra. De hecho, es poco menos que una desfachatez, especialmente en un entorno que despide a profesores por expresar cualquier emoción o simbolismo de apoyo a la resistencia palestina.

El mundo puede reconocer la necesidad de la resistencia y los esfuerzos de los individuos por luchar y recuperar lo que han perdido. Hacerlo va más allá del concepto de victimismo al que muchos liberales en Palestina y algunos dentro de la izquierda quieren que confinemos nuestra lucha, una forma de subjetividad palestina que solo provoca lástima.

La resistencia es prepolítica

Incluso en ausencia de movimientos armados formales o de formaciones ideológicas estrictas, Cisjordania ha sido testigo de la aparición de pequeños grupos informales: círculos de confianza, grupos de amigos y pequeñas unidades armadas que trascienden las fronteras ideológicas. Esto significa que cualquier análisis debe partir de realidades tangibles. Proyectar marcos idealizados y rígidos sobre los grupos políticos no solo es inútil, sino intelectualmente perezoso y profundamente ignorante del hecho de que esta generación seguirá resistiendo.

La resistencia es prepolítica. Existe orgánicamente entre esta generación de palestinos que siguen siendo borrados de su tierra y siguen perdiendo a sus amistades y familiares. Son esas fuerzas las que hacen bien en organizar esa resistencia latente y acaban convirtiéndose en una fuerza a tener en cuenta en la sociedad palestina. Es una necesidad, e incluso en su militarización, crece a partir de realidades materiales tangibles, y no solo a partir de opciones ideológicas. El temor predominante, como siempre, es que bajo la apariencia de diferencias ideológicas significativas (que yo también sostengo), nuestra crítica de la resistencia se convierta en un intento de negar su misma posibilidad.

Hamás representa solo uno de los muchos proyectos políticos e intentos históricos de romper el Muro de Hierro impuesto por Israel. Puede que fracase o puede que tenga éxito, pero no ha hecho nada que no hayan intentado otras fuerzas socialmente progresistas en Palestina. Y lo que es más importante, Hamás en Gaza no es una mera influencia o importación foránea; está intrínsecamente inserta en el tejido social más amplio y, como mínimo, merece algo más que ser descartada sumariamente por motivos simplistas de ser regresiva en vez de progresista.

Hamás no va a ninguna parte en la política palestina. Es una entidad política enérgica que ha aprendido astutamente de los errores de su predecesora, la OLP, tanto en la guerra como en las negociaciones. Ha invertido meticulosamente sus recursos intelectuales, políticos y militares en comprender a Israel y su centro de gravedad psíquico. Nos guste o no, Hamás es ahora la principal fuerza que dirige la lucha palestina.

La izquierda debe afrontar este hecho básico. No se puede basar la solidaridad con Palestina en una política que descarte, pase por alto o excluya a Hamás. Esta postura no capta las complejidades y contradicciones inherentes a la lucha palestina. Al hacerlo, la izquierda corre el riesgo de pasar por alto la línea divisoria entre la colaboración y la resistencia.

Abdaljawad Omar es doctorando y enseñante a tiempo parcial en el departamento de Filosofía y Estudios Culturales de la Universidad de Birzeit.

31/05/2024

Mondoweiss

Traducción: viento sur


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