La actualidad paradójica del comunismo
El tema de este libro[1] es el comunismo y su actualidad. ¿Por qué volver hoy a la cuestión del comunismo y presentarla como una cuestión estratégica crucial cuando está tan ausente del debate político? Con la compleja excepción de Cuba, los países que se reivindican del socialismo o del comunismo han experimentado procesos de restauración del capitalismo. El contexto actual, en Europa y en el mundo, es muy desfavorable para las personas explotadas dominadas a pesar de las muchas luchas y resistencias. Aunque las situaciones nacionales y regionales difieran y aunque el capitalismo se enfrente a una crisis generalizada, su dominación global está intacta, los fascismos se extienden y la debilidad de las izquierdas radicales es histórica.

Esta debilidad viene de hace tiempo y ha permitido a las clases dominantes vengarse. A partir de finales de la década de 1970, las limitadas, pero reales, conquistas sociales conseguidas a partir de 1945 fueron sistemática y minuciosamente destruidas. Las políticas neoliberales impuestas por las clases dominantes se han endurecido constantemente, lo que ha llevado a
la regresión social, a la agudización de la explotación y las desigualdades,
a la financiarización y a la mercantilización de todas las actividades humanas. En el contexto de una crisis prolongada que aviva las tensiones interimperialistas y multiplica los focos de guerra, este retroceso viene acompañado de un aumento de la represión y la militarización. A este panorama se suman los ya considerables efectos del cambio climático, que afectan principalmente a la población pobre, a las mujeres, a las y los migrantes y al Sur Global.

Sin embargo, las resistencias populares son fuertes, múltiples y resurgen constantemente. Ahora bien, siguen estando fragmentadas y, a veces, incluso se oponen. Por lo tanto, esta crisis radical y generalizada, después de lo que Daniel Bensaïd consideró como su largo eclipse, plantea con urgencia la recuperación del pensamiento estratégico. Esta recuperación concierne a la alternativa a reconstruir, pero ante todo y sobre todo se trata de la organización y reorganización de nuestras fuerzas políticas y sociales, fuertemente impactadas por una prolongada derrota y muy a menudo atrapadas tanto en lógicas electorales como en su rechazo puro y simple. ¿Cómo federar las luchas emancipatorias existentes sin pretender dictar su camino ni unificarlas desde arriba?

En estas condiciones, es urgente volver a abordar la cuestión comunista en términos de mediaciones y transiciones, más que en términos de programa o de aspiración. Para ello, el proyecto del libro era partir de esta situación global, de sus contradicciones y sus potencialidades, a partir del retorno muy relativo pero real de la cuestión comunista al terreno filosófico, mientras que su descalificación política sigue siendo casi total. Al seleccionar algunos autores (Alain Badiou, Toni Negri, Ernesto Laclau) entre los que se han ocupado de esta cuestión en los últimos años, situar sus enfoques en su contexto permite discutirlos desde el ángulo de un marxismo estratégico que parte de cuestiones contemporáneas y se nutre de ellas.

El comunismo en la filosofía contemporánea
Dado que se trata de partir del presente y volver a él a través de lo que nos puede ayudar a transformarlo radicalmente, partir del análisis de las obras filosóficas actuales parecía pertinente por varias razones. En primer lugar, porque es sobre esta base que las cuestiones del comunismo y el socialismo están resurgiendo hoy, al menos en Francia. En segundo lugar, porque todos los autores estudiados en este libro han mantenido una relación –extremadamente crítica– con Marx y el marxismo, lo que le da una dimensión política a su obra, que a su vez permite leer a Marx desde el punto de vista de las preocupaciones contemporáneas. En fin, porque sus obras, leídas en todo el mundo, son todas, a su manera, vectores de la repolitización compleja del debate intelectual en la izquierda, revivificando la cuestión de la transformación social.

Ahora bien, para entender este panorama intelectual contemporáneo hay que retroceder en el tiempo: la filosofía francesa que surgió en la década de 1970 se ha dedicado, particularmente, a redefinir el compromiso intelectual. La gran figura de Jean-Paul Sartre, compañero de viaje del Partido Comunista, portavoz de las causas revolucionarias, iba a servir de elemento de rechazo a una parte de la siguiente generación. En el momento de este profundo giro ideológico en Francia, la ofensiva intelectual y mediática lanzada contra el proyecto comunista bajo la bandera del antitotalitarismo aceleró el descrédito del marxismo.

Alejados de esta campaña, pero en conexión con este clima general, Michel Foucault y Gilles Deleuze, entre otros, participaron a su manera en la mutación del panorama político e intelectual, tanto reinvirtiendo en el terreno filosófico de manera original como proponiendo opciones micropolíticas que se definieron como una ruptura con las organizaciones del movimiento obrero y con la noción misma de lucha de clases, así como con cualquier perspectiva de abolición del capitalismo. Partícipes del rechazo posmoderno de los grandes relatos, de los que el marxismo, a menudo reducido a su vulgata, ha sido una caricatura, estos brillantes e innovadores teóricos no marxistas dejarán una huella duradera en su tiempo y en la historia de la filosofía al lograr reconciliar los opuestos: el academicismo con su crítica radical; el rechazo de las instituciones con su uso virtuoso; el deseo de renovación política y una creciente tendencia a la despolitización de masas, que Mayo del 68 sólo interrumpió temporalmente.

Los autores estudiados en este libro son, en muchos sentidos, los herederos de los anteriores. Pero interviniendo en un contexto completamente diferente, también difieren de ellos en una serie de puntos. Mientras tanto, de hecho, el capitalismo no se ha estabilizado, sino todo lo contrario, y las resistencias se han dispersado a medida que el compromiso keynesiano-fordista entraba en crisis y las formas organizadas de las luchas de clases retrocedían frente al apetito de reconquista de las clases dominantes. Si todos aquellos de los que he elegido hablar mantienen una concepción ofensiva de la intervención críticos y si, una vez más, sitúan la discusión con Marx y el marxismo en el centro de su propia elaboración, a su vez abogan por un camino alternativo a la conquista del Estado y a la abolición del capitalismo. No obstante, es la transformación política y social radical la que se convierte en el objetivo de sus planteamientos, en un momento en que las clases dominantes de todo el mundo están librando una guerra social de creciente intensidad.

Uno de los elementos más llamativos de la actual coyuntura ideológica es el retorno del tema comunista al terreno teórico y, más particularmente, filosófico, aunque siga estando políticamente muy débil. Este uso positivo del término comunismo sigue siendo, por supuesto, muy minoritario, pero reactiva en cierta medida la esperanza que alguna vez pudo tener, aunque permanece desvinculado de las perspectivas políticas concretas. Y es aquí donde encontramos ciertas constantes propias de un cierto tipo de intervención filosófica contemporánea: radicaliza útilmente la crítica del mundo existente, pero tiende a evacuar la cuestión de las transiciones y las mediaciones, es decir, la cuestión de las organizaciones, las condiciones de la lucha de clases y las formas de movilización popular, para centrarse en los fines, en gran medida desacoplada de la construcción concreta de las movilizaciones sociales y políticas.

Desde este punto de vista, Alain Badiou, Ernesto Laclau y Toni Negri ilustran dos tendencias llamativas: por un lado, participan en la fragmentación duradera de las alternativas y en la dislocación de temáticas anteriormente articuladas, privilegiando ciertos ejes en detrimento de otros: el Estado y el partido en la obra de Badiou, la hegemonía en Laclau, la propiedad en Negri y en los teóricos de los comunes. Por otro lado, atestiguan un esfuerzo por repolitizar la teoría, pero permanecen situados en el terreno de la teoría misma. En otras palabras, tal repolitización sigue dependiendo del desplazamiento filosófico de la política, y esto en la filiación mantenida y actualizada de la crítica del marxismo desarrollada durante las décadas de 1960 y 1980.

Es importante evaluar en detalle este desplazamiento, que no es una huida de la política ni su aprehensión, sino el síntoma tanto de su crisis como de las aspiraciones de su renovación. Y también hay que aprovechar esta oportunidad, con vistas a relanzar la reflexión colectiva sobre la cuestión de la alternativa al capitalismo a partir de la paradoja de esta política, a la vez dirigida y eludida, que se designa con el uso filosófico del término comunismo y que se ha convertido en el emblema de los vínculos problemáticos entre un proyecto de emancipación y su concreción.

Un ejemplo: Ernesto Laclau
Ernesto Laclau es uno de los autores de los que habla el libro, aunque no se declare comunista, ya que desarrolla una elaborada reflexión estratégica. Leer con atención los textos de Laclau es importante, dado el impacto que tiene y ha tenido en una parte de la izquierda radical en todo el mundo, especialmente en el Estado español y en América Latina. Su trayectoria intelectual y política arroja luz sobre las tesis que defiende: nacido en Argentina, miembro de un partido de extrema izquierda que decidió apoyar a un Perón considerado antiimperialista, Laclau se formó en el marco de una cultura política argentina muy singular. Aunque después se inclinó por opciones institucionales de obediencia liberal, afirmó que siempre se mantuvo fiel a su compromiso inicial. Y, en efecto, el peronismo puede ser visto como la matriz de su concepción posterior del populismo, como la construcción de una alianza más allá de las fronteras de clase, que implica articular y agregar reivindicaciones distintas, incluso francamente divergentes, y encarnarlas en la figura de un líder.

Desde este punto de vista, Laclau es uno de los pocos autores que hoy ocupa el campo de la reflexión estratégica, aunque lo reduzca a la única cuestión de la conquista de la hegemonía en el marco de las instituciones existentes y del capitalismo. Su obra abraza el giro ideológico contemporáneo, sin analizarlo, pero sin renunciar a la intervención política concreta. Y sus procesos son sutiles. Así, Laclau afirma que las clases sociales sólo existen a través de sus luchas. Esta tesis es también la de Marx. Pero Laclau la radicaliza hasta el punto de cortar la definición de esta lucha de cualquier conflicto de intereses económicos y sociales anclado en la estructura misma del modo de producción capitalista. Puesto que ninguna clase tiene alternativa, ésta debe ser ofrecida desde fuera: el líder es un demiurgo que trabaja por la unificación política de un mundo social que está fragmentado por definición. El éxito de esta intervención depende sólo de la selección juiciosa de una reivindicación o de una interpelación entre otras, capaz de catalizarlas. La hegemonía se redefine como un medio de acceso al poder social y político tal como es, muy lejos de la noción que toma prestada de Gramsci.

A sus ojos, el marxismo es una teoría obsoleta, pero también una reserva de nociones que hay que redefinir, un vocabulario que hay que retomar. A menudo, la discusión de Laclau sobre las tesis de Marx carece de rigor. Así, atribuyendo a Marx el proyecto de un comunismo que se resumiría únicamente en la dictadura del proletariado y jugando con las siniestras resonancias del término dictadura en el siglo XX, Laclau sabe que puede contar con una ignorancia general de Marx y del marxismo tanto como con los fracasos del socialismo estatizado.

Gracias a este sentimiento de rechazo, la estrategia emancipatoria se redefine como la fabricación de un subterfugio eficaz, un mito unificador, cercano a las concepciones que fueron desarrolladas a principios del siglo XX por Georges Sorel. Lo más importante para Laclau era iniciar el giro lingüístico y retórico del socialismo. En su opinión, las “construcciones discursivas”, que permiten utilizar una multitud de referencias heterogéneas, son las únicas capaces de conferir una coherencia provisional a un mundo social fundamentalmente fragmentado y maleable, ciego a su propio futuro. Es a esta estrategia teórica y política a la que se refiere la palabra populismo. No es producto de la voluntad popular, sino de su contrario: la construcción de un pueblo es el resultado de la decisión de un estratega que quiere ser su encarnación y no su delegado controlado colectivamente.

Debajo de apariencia antisistema, esta alternativa a la alternativa [marxista] va a llevar a su autor a adoptar literalmente la democracia liberal. Si bien Ernesto Laclau comenzó desvinculando el socialismo y el comunismo, su doble rechazo a la mediación política y a los objetivos anticapitalistas lo llevó a proponer un postsocialismo, que es la contrapartida política del posmarxismo. En el fondo, no es otra cosa que la democracia parlamentaria burguesa reducida a su propio ideal abstracto y vacío: el pluralismo de las opiniones. Es cierto que en un momento en que la democracia se está descomponiendo, recordar los principios reivindicados por el liberalismo clásico adquiere un tinte ¡casi subversivo! Pero, en el fondo, Laclau sólo pretende rehabilitar la intervención en el campo político institucional tal como es, tanto reconociendo su creciente rechazo popular como reafirmando su horizonte insuperable. Esta concepción exige una discusión seria, volviendo a la ineludible cuestión de la formación de un bloque social mayoritario, que Laclau tiene el mérito de plantear.

Releer a Marx desde la perspectiva de la cuestión comunista en la actualidad
Partir de estas cuestiones permite releer a Marx de una manera nueva: esta relectura permite subrayar la dimensión profundamente estratégica de su pensamiento, abierta a una posible reactualización. En efecto, aunque no sea descriptivo, su análisis del capitalismo sigue siendo inseparable de la perspectiva de la transformación radical de la realidad social, que es su condición incluso más que su consecuencia. Es esta potencia crítica, tanto teórica como militante, siempre reajustada a situaciones concretas, la que se manifiesta en particular en el campo estratégico, de una manera que ha sido muy poco enfatizada hasta ahora.

En otras palabras, lejos de presentar a Marx como el poseedor de una verdad eterna para volver a poner en el camino correcto a quienes se desvían de ella, el propósito del libro es precisamente el contrario: dado que algunos autores renuevan hoy los temas del comunismo y el socialismo, dado que la cuestión de la alternativa siempre se busca y se forja en el seno de las relaciones sociales y de las ideas existentes en un momento dado, hay que partir de las cuestiones contemporáneas. Leer a Marx a luz de ello ayuda a reformular la gran cuestión que fue la suya y que vuelve a ser la nuestra: la de la abolición del capitalismo.

Los capítulos dedicados a Marx se centran en la constante evolución de su concepción del comunismo, que para él nunca es un proyecto llave en mano, si bien tampoco era una noción evanescente e indefinible. El término se refiere al complejo proceso de construcción de una vía política de impugnación radical del capitalismo y de la invención permanente de los medios teóricos y prácticos para lograrlo, esbozando los contornos de la sociedad a inventar. Es por eso que su comunismo puede ser calificado como estratégico, alejado de muchas interpretaciones posteriores que le dan rigidez o simplifican sus tesis políticas.

Abordadas desde este ángulo, muchas de sus preguntas siguen siendo nuestras: ¿cuáles son las contradicciones del capitalismo y cómo podemos intervenir en ellas? ¿Cómo podemos construir organizaciones que conduzcan las luchas sociales a su fin revolucionario? ¿Cómo podemos enfrentar la cuestión del Estado y la democracia? ¿Cómo podemos transformar profundamente las relaciones sociales y el trabajo? Las revoluciones de los siglos XIX y XX tropezaron con todas estas cuestiones. Volver a Marx desde este punto de vista no es buscar respuestas prefabricadas, sino preguntas que todavía nos preocupan y análisis que en algunos aspectos siguen siendo inigualables en su fecundidad si nos cuidamos de reactivar siempre su significado político.

Cabe añadir que esta relectura contradice la tesis todavía ampliamente difundida de un Marx apolítico, o cuya reflexión política sólo se encontraría en algunos textos, los que tratan de Francia en particular, pero no en El Capital. Es cierto que Marx redefinió fundamentalmente y muy pronto la noción de política, negándose a desvincularla de las dimensiones económicas y sociales, inaugurando una crítica de la economía política que las articula. Pero, sobre todo, el análisis de Marx se centra en las contradicciones del capitalismo y en la forma de intervenir en ellas: lejos de proponer un modelo de sociedad ideal, previa a su construcción histórica y que debería completar el sentido de la historia, llama comunismo a su construcción política basada en la lucha de clases. Y, ayer como hoy, la lucha de ideas forman parte de esta lucha de clases.

Una de las características centrales de este comunismo marxista concierne a la transformación de las relaciones de propiedad, que constituyen el marco jurídico y social del capitalismo. Hoy en día, es común encontrar una crítica al capitalismo que denuncia el consumo y sobre todo a las y los consumidores, juzgados como incurablemente intoxicados por la dependencia hacia las mercancías. Esta crítica desarma la acción y pasa por alto la complejidad de la relación salarial, donde se anudan las condiciones de vida y el espíritu de revuelta, la aspiración a la justicia social o la adhesión a la visión competitiva del mundo, y toda la gama de sus mezclas. También pasa por alto la dimensión de la individualidad como un lugar contradictorio donde chocan aspiraciones, constricciones y consentimiento.

En las condiciones contemporáneas, la intervención comunista debe considerarse principalmente como la politización y la organización colectiva de esta cólera social que se ve renacer en todas partes, y que adopta formas contradictorias, tanto regresivas como emancipatorias. Marx piensa intensamente en esta intervención como una perspectiva para la abolición de la propiedad capitalista y del sistema salarial a gran escala, y como una reapropiación de la propia identidad, tanto individual como colectiva, tendentes al desarrollo de la autonomía, de las capacidades humanas, del control social colectivo y de la reorganización del tiempo vital. Para él, las relaciones sociales capitalistas organizan la confiscación de la actividad humana y de sus productos, y esta desposesión fundamental golpea con toda su fuerza al sujeto humano.

La reapropiación, de manera no propietaria, es un motor central de la lucha de clases, el lugar de una posible toma de conciencia más amplia. Las y los productores asociados tienen que recuperar lo que nunca han poseido realmente, pero que ahora les falta más que nunca: el control colectivo de sus condiciones de trabajo, de producción y de distribución de la riqueza producida.

Una vez redefinida la amplitud de esta reapropiación, que es el desarrollo de potencialidades inéditas, la dificultad consiste en convertirla en un objetivo político creíble y movilizador, que debe situarse en el centro de la estrategia revolucionaria: es precisamente esta cuestión la que Marx aborda tanto en El Capital como en sus textos políticos, ya sean de intervención o analíticos, entrelazando la cuestión de los fines y de la mediación.

Por lo tanto, es en el corazón del laboratorio de la producción donde debe situarse la cuestión comunista, teniendo en cuenta la multitud de sus ramificaciones sociales. Es precisamente en este punto donde la explotación y la dominación se anudan y se enfrentan a la cólera que suscitan, formando una contradicción tan profundamente económica como social e individual. Son sus capacidades, a la vez falsificadas y negadas, su emancipación vislumbrada y confiscada, las que llevan a las y los productores a luchar por la reducción del tiempo de trabajo y, a la larga, contra el capitalismo como tal. La cuestión de la propiedad se ensancha aquí a la cuestión de la emancipación, pensada como un proceso largo y complejo. Esto está muy lejos de un programa comunista que sigue siendo externo y anterior a las luchas y a sus actores.

Para una estrategia de mediación
La estrategia, de actualidad para todas aquellas y aquellos que quieren abolir el capitalismo y que piensan que una perspectiva revolucionaria reajustada a nuestro tiempo, comienza con la toma de conciencia de la dificultad y la complejidad de dicho proceso histórico. Nunca antes la humanidad ha logrado organizar el dominio colectivo de su futuro. Y es este esfuerzo gigantesco el que debemos hacer sin demora bajo la amenaza de la barbarie. Es por eso que la construcción de la alternativa reside no solo en la elaboración teórica de otro mundo, sino en la capacidad de conectarla con un proyecto de transformación radical, por un lado, y con las movilizaciones colectivas y las aspiraciones individuales tal como existen hoy, por otro.

En efecto, la construcción de esta articulación es la tarea política por excelencia. Se trata inventar las mediaciones, que no son simplemente medios, menos aún etapas, sino formas vivas, formas democráticas de organización, de movilización y de lucha, programas y proyectos elaborados colectivamente, pero también una cultura militante, en parte por reconstruir, formas de vida sociales y políticas atractivas y dotadas de fuerza de expansión; en suma, múltiples formas de la lucha de clases consciente de sus condiciones y de sus finalidades y de su carácter inseparable.

Por difícil que sea esta tarea, no está fuera de nuestro alcance: basta haber participado en una larga huelga o en una movilización duradera para saber con qué rapidez y con qué intensidad vuelve a florecer la alegría compartida de una vida social real, intensa y rica, del trabajo repensado, del tiempo liberado. ¿Cómo se puede garantizar que estas posibilidades se difundan, se consoliden y se discutan? Reflexiones en acción e intervenciones teóricas se sitúan en el punto de encuentro de las estructuras existentes, partidos, sindicatos y asociaciones, a la vez que tienen que ir constructivamente más allá de sus marcos establecidos.

¿Cómo recoger esta dinámica sin sofocarla, combatiendo tanto la lógica de la delegación como la espontaneidad sin perspectivas? ¿Cómo escapar de la doble trampa de la utopía sin lucha y de las luchas sin esperanza? De hecho, es la perspectiva de tal renacimiento estratégico la que debe ser explorada, retomando lo mejor de lo que las tradiciones socialistas y comunistas nos han legado y continuando con esta tarea. Por supuesto, ningún libro ofrece una solución, pero es urgente un verdadero debate estratégico, incluso a nivel teórico, cuidadosamente rearticulado con los retos militantes, para superar la dispersión de las fuerzas de la protesta. Es a esta confrontación revivida a la que pretende contribuir mi libro, al tiempo que reivindica el proyecto de una abolición colectiva del capitalismo. Lo que, tanto antes como ahora, se llama revolución.

Isbelle Garo es profesora de filosofía, coordina la Gran Edición de las obras completas de Marx-Engels en francés.

Traducción: viento sur

Notas
[1] Isabelle Garo (2019) Communisme et stratégie, Paris: Amsterdam. Libro cuya versión en castellano estará disponible pronto, publicada en coedición por Sylone-viento sury Comunis

 

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