Miguel Romero Baeza (Moro, como le gustaba se le llamara) nació en Melilla en 1945 y falleció en Madrid el 26 de enero de 2014 tras una larga lucha contra el cáncer, enfermedad que nunca le arrancó la voluntad de lucha, su espíritu insumiso y el disfrute de la amistad -elemento que jugaba un papel central en su vida-, de una película o de un buen libro. Periodista y militante político internacionalista, a los 18 años se trasladó la universidad madrileña para estudiar la ingeniería de Telecomunicaciones, pero muy pronto descubrió que su auténtica vocación era la comunicación política vinculada a su compromiso como activista.

Compromiso que nació en la lucha por las libertades y contra la dictadura franquista que le llevó con el tiempo, a vincularse a la corriente marxista revolucionaria impulsada por la IVª Internacional de la que fue uno de sus dirigentes durante años y donde compartió debates, proyectos e ideas con gentes de la envergadura, entre otros, del belga Ernest Mandel (su maestro), el italiano Livio Maitan,el suizo Charles-AndreUdry, el portugués Francisco Louça, el mexicano Sergio Rodríguez y el francés Daniel Bensaïd. Gran parte de su esfuerzo durante esos años fue el impulso de organizaciones revolucionarias en América Latina y la edición en castellano de Inprecor.

Formó parte de la generación del 68 que en las universidades de todo el mundo se planteó cambiar el mundo, cambiar la vida al calor del ascenso de la revolución anticolonial, de las guerrillas y movimientos de masas latinoamericanos, de la ofensiva vietnamita del Tet frente al ejército norteamericano, del nuevo aliento del movimiento obrero en países como Francia e Italia, pero también en el Estado español bajo la dictadura franquista, y por supuesto de las luchas democráticas antiestalinistas como la Primavera de Praga. En ese contexto, Moro fue un insumiso irreductible frente a cualquier forma de opresión. Tuvo un fuerte sentido ético de la vida y en pro de la humanidad, personificada en la clase trabajadora, y de una capacidad inagotable de indignarse ante cualquier injusticia.

Fue uno de los impulsores del Sindicato Democrático de la Universidad de Madrid (SDEUM). En 1966 ingresó en el Frente de Liberación Popular (FLP), del que fue uno de sus dirigentes más jóvenes y tras la crisis de esta organización fue uno de los fundadores de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) -y de su periódico Combate-, de cuya dirección fue miembro hasta su disolución en 1991 en el marco de la fusión con el Movimiento Comunista (MC) para dar paso a Izquierda Alternativa, en la que asumió la labor de crear y dirigir una revista teórica, viento sur, de la que fue su primer editor. Tras el fracaso de esa unificación, continuó dirigiendo la publicación hasta el final de sus días.

Como también continuó su militancia política junto a sus compañeras y compañeros del Estado español vinculados a la IVª Internacional en Espacio Alternativo, corriente en Izquierda Unida que se transformó como organización política y luego en Izquierda Anticapitalista. Años en los que simultaneó su trabajo en una ONG, ACSUR-Las Segovias, solidaria con el Tercer Mundo, con la activa participación en el movimiento altermundista organizado al calor del Foro Social Mundial de Porto Alegre. En sus últimos días vivió con pasión el surgir explosivo del 15-M.

Miguel Romero siempre concibió que la acción política y social o es colectiva y compartida o no es emancipadora. Y democrática. La acción y la organización del movimiento social, para Moro, debían estar impregnadas de democracia, de autogestión, de autoorganización. Para él no había partido político que merezca la pena si, aun en las peores condiciones de represión, no es consecuentemente democrático en su funcionamiento. De ahí su crítica a los hiperliderazgos populistas que impiden la creación de organizaciones vivas y fuertes.

Fue autor de centenares de artículos de análisis político en diversas publicaciones y también de varios libros de reflexión estratégica, entre los que cabe destacar:

  • ¡Viva Nicaragua Libre!, Madrid: LCR, 1979
  • Conversaciones con la izquierda europea, Madrid: viento sur-La Oveja Roja, 2012
  • La Guerra Civil española en Euskadi y Catalunya. Madrid: Crítica y Alternativa, 2006.

Asimismo, participó en obras colectivas como:

  • Porto Alegre se mueve, Antentas, J.M.; Egireun, J.; y Romero, M. (coord.).  Madrid: La Catarata, 2003
  • El mundo pudo cambiar de base, Garí, M.; Pastor, J. y Romero, M. (eds.), Madrid: La Catarata, 2008
  • Juan Andrade, vida y voz de un revolucionario, Pagès, P.; Pastor, J. y Romero, M. (eds). Madrid: iento Sur & La Oveja Roja, 2012.
  • Enrique Ruano, memoria viva de la transición. (AAVV, Domínguez Ana ed.  Madrid, Universidad Complutense, 2009.
  • Pobreza 2.0Empresas, estados y ONGD ante la privatización de la cooperación al desarrollo, Romero, M. Ramiro. P. Icaria. Madrid. 2012.

Moro vivió intensamente la vida, exprimió todo aquello que merecía la pena. Excepto su etapa de Paris, toda su vida adulta la pasó en Madrid, salvo cortas estancias en otras ciudades, obligado por la clandestinidad. Pero siempre profesó de andaluz. Un andaluz capaz de entender a las gentes de otros pueblos y de respetar su derecho a decidir.

Disfrutó de los momentos, de cada momento. Rigió su cotidianeidad por el sabio carpe diem. Por su carácter y por su visión del mundo: “nada humano le era ajeno”. Todo le interesaba, desde el impacto de la biotecnología al significado de la obra de Brecht. Pero sobre todo tenía aficiones. Grandes. Apasionado del flamenco y partidario de Enrique Morente, disfrutaba igualmente con la Sinfonía nº 40 en sol menor de Mozart o con Tristán e Isolda; fan de los Beatles y de Van Morrison y un buen conocedor del jazz. Pero, sobre todo, fue un lector empedernido, por supuesto de autores marxistas, pero no solo; leía a Mayakovski, leía y releía Poeta en Nueva York: basta con mirar todas las contraportadas de viento sur que son un homenaje permanente a García Lorca. Y devoraba novelas desde que, según decía, de chaval tropezó con La isla del Tesoro. Muy particularmente le apasionaba la novela negra (como a tantos y tantas revolucionarios del siglo XX). Y el cine. Asiduo asistente al Festival de San Sebastián, es posible que tenga algún récord de visionado de Roma cittá aperta o de Viridiana, admirador de Billy Wilder y de Berlanga, en más de un artículo político –no se sabe cómo– encontró la excusa para citar a Lauren Bacall. Y un secreto a voces: cuando jugaba el Barça, el reloj se paraba, y mejor esperar a llamarle tras la retransmisión del partido. Eso, todo eso y más, configuraba el mundo polifacético de alguien al que mucha gente solo conoció por su compromiso político.

Moro, además de un ensayista, luchador, activista y lúcido militante político –de los que jamás cobraron una moneda de las arcas públicas–, fue un amigo entrañable e incondicional de sus amigas y amigos con los que compartió su vida y esperanzas: disfrutó de sus amistades (que fueron una pequeña multitud). De las antiguas y de las nuevas. De gentes viejas y de gentes casi recién llegadas. No perdió la capacidad de conectar con las siguientes generaciones.

Para hacer un balance de su vida, quizás nada lo expresaría mejor que unas palabras que escribió hace décadas, en el artículo “Punto y aparte” del número 518 de Combate, y que puede explicar su constante esfuerzo por  conectar con la juventud indignada, con las nuevas generaciones revolucionarias y su obsesión por la renovación, por dar paso:

No hay más que mirar el esqueleto de artículo que tengo delante. Allí dice en la primera página "relevo". No es una idea muy original, pero es verdad que eso es lo importante. Pasamos el testigo. Hemos recorrido el trayecto que nos tocó, tan distinto del que habíamos imaginado, con todas nuestras fuerzas. No estamos cansados. Aun con todos los obstáculos y tropiezos, nos ha gustado la carrera. Y ahora estamos satisfechos de dejar el testigo en manos que también son las nuestras y seguir adelante. Esto es lo que cuenta y todo lo demás es secundario.

Para conocer más:

Los hilos rojos de Moro

Articulos de Miguel Romero

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