El 6º pleno del comité central del Partido Comunista Chino (PCC) ha otorgado a Xi Jinping el título de “corazón del partido”, que en el pasado ostentaron Mao Zedong y después Deng Xiaoping. Xi consolida su control del partido con vistas al congreso que tendrá lugar el año que viene. Trata de prevenir el estallido de una crisis social generalizada prosiguiendo la expansión internacional del nuevo imperialismo chino. Xi Jinping, cuyo sobrenombre oficial es Xi Dada (“tío Xi”), controla actualmente lo esencial de los mecanismos nacionales del régimen. Es secretario general del PCC, presidente de la comisión militar central y presidente de la República Popular. Además, ha asumido la dirección de varios órganos encargados de la seguridad nacional, de la ciberseguridad y de las reformas económicas. Se ha entronizado comandante en jefe del ejército, como si su puesto a la cabeza de la comisión militar no fuera suficiente.

Desde que ha accedido a las más altas funciones, Xi Jinping ha ido consolidando sistemáticamente su poder a golpe de purgas y ha construido un culto a la personalidad. Para muchos comentaristas, se impone como un nuevo Mao. Este culto significa evidentemente que un dirigente es “más igual” que los demás, aunque ello no suponga necesariamente que goce de un poder personal más o menos absoluto. Así, Mao constituyó alrededor de él un equipo de dirección formado por personalidades muy fuertes, procedentes de horizontes diversos, que no eran vasallos/1. Dicho equipo funcionó durante una buena veintena de años, antes y después de la conquista del poder. El maoísmo histórico entró en crisis, precisamente, cuando en su seno la división se impuso a la solidaridad tras el fracaso del Gran Salto Adelante, a finales de la década de 1950.

Nos hallamos ahora ante la quinta generación de dirigentes del PCC. No cuenta con la experiencia, ni la solidaridad ni la legitimidad que forja un combate revolucionario común. Su acceso al poder ha venido acompañado de luchas fraccionales particularmente violentas hasta en los más altos niveles/2. Al margen de su innegable inteligencia política, no está claro que Xi Jinping logre constituir un equipo de dirección capaz de imponerse duraderamente en un partido de 88 millones de miembros y en un país-continente con múltiples centros de poder regionales, administrativos o sectoriales.

Xi Jinping, nacido en 1953, es un “príncipe rojo”, hijo de Xi Zhongxun, uno de los dirigentes históricos del PCC. Su padre fue vicepresidente de la Asamblea Popular y viceprimer ministro antes de ser destituido por Mao Zedong –para ser rehabilitado más tarde por Deng Xiaoping– durante las luchas fraccionales de las décadas de 1960 y 1970. Participó en la aplicación de las reformas económicas preconizadas por Deng en la década de 1980, que el decenio siguiente abrieron la vía al desarrollo capitalista.

Xi Jinping es a su vez uno de los “jóvenes instruidos” que fueron enviados al campo en 1969 para “aprender de los campesinos”, a raíz de la revolución cultural. Permaneció en Shaanxi desde la edad de 15 años hasta que cumplió 22, por suerte para él en la antigua base revolucionaria que dirigía su padre. A partir de 1982 comenzó a ejercer responsabilidades en Hebei, Fujian y Zhejiang, es decir, en las provincias costeras del este y nordeste, donde se invierten capitales extranjeros (especialmente taiwaneses). En 2007 pasó a formar parte del comité permanente del buró político, el núcleo de la dirección central del PCC. Este currículo le ha permitido anclar su poder en una red de relaciones que incluye la megápolis portuaria y financiera de Shanghái. “Reformador” capitalista, impulsa asimismo la expansión internacional del nuevo imperialismo chino.

El 6º pleno del comité central tenía por objeto sobre todo la preparación interna del próximo congreso del PCC, que se celebrará el año que viene. En esta perspectiva, Xi Jinping no ha dejado de colocar a sus acólitos en puestos decisivos. Con ello rompe con una regla de oro a la que se atenía Deng Xiaoping: asociar varias fracciones para compartir las más altas responsabilidades a fin de evitar la acumulación de poder por parte de un hombre fuerte. Vista la brutalidad con la que Xi impone su ley, no cabe duda de que se ha ganado muchos enemigos. Por otro lado, tampoco le faltan puntos débiles.

Al levantar la bandera de la lucha contra la corrupción, Xi trata de atajar un importante factor de crisis del régimen actual, de justificar la eliminación de sus rivales y de ganarse el apoyo popular. En efecto, el enriquecimiento y la ocupación de cargos de responsabilidad van de la mano en la China contemporánea. Son a menudo los clanes familiares los que se benefician, con medios legales o ilegales, del acceso a un puesto de poder de uno de los suyos. Wen Jiabao constituye en este terreno un caso ejemplar. “En total, según la investigación del periodista David Barboza del New York Times, la fortuna del clan alcanza los 2 700 millones de dólares (2 000 millones de euros). Hace diez años, al comienzo de su carrera como primer ministro, Wen y su familia no disponían de ninguna fortuna […] Al dejar el puesto, han acumulado un bonito tesoro/3.”

El problema es que Xi Jinping tampoco está limpio de polvo y paja. En junio de 2012, el diario Bloomberg publicó un artículo sobre su fortuna y la de su familia, por lo que fue censurado en China. Las inversiones por importe de 297 millones de euros a que se refiere el periodista no se atribuyen directamente a Xi Jinping, a su esposa Peng Liyuan o a su hija Xi Mengze, sino que las gestionan su hermana mayor, Qi Qiaoqiao, su cuñado Deng Jiagui y la hija de estos, Zhang Yannan. ¡Siempre el clan! Estas inversiones se sitúan en la telefonía móvil, la minería y el sector inmobiliario. Xi Yuanping, un tío de Xi Jinping, es actualmente director general de la Asociación Internacional de Conservación de la Energía y Protección Medioambiental. En abril de 2016, el cuñado de Xi Jinping apareció citado en los papeles de Panamá/4.

Al igual que otros “príncipes rojos” antes que él/5, Xi recupera cierta gestualidad maoísta, pese a que aplica una política radicalmente opuesta a la de Mao, tanto hacia dentro (desarrollo capitalista) como hacia fuera (expansionismo sin fronteras). Con ello reconoce que la retórica antimaoísta hoy en día no produce réditos. El trauma de la revolución cultural y de su transformación, a finales de la década de 1960, en una dictadura burocrática queda cada vez más lejos. Se reaviva el recuerdo –en parte real, en parte mitificado– de un pasado anterior en que las desigualdades sociales eran menores, la corrupción estaba controlada y se valoraba la condición de las clases trabajadoras. Un recuerdo que encierra una fuerte crítica del orden actual, que Xi trata de neutralizar apropiándose simbólicamente de él.

Para Emilie Fienkel, “cuando se blande la figura de Mao como personaje tutelar, se trata especialmente, para Xi, de ganar popularidad revitalizando la legitimidad moral del PCC y apoyándose en la aureola que conserva el antiguo dirigente entre muchos chinos. En efecto, si Mao se asocia a menudo, en el imaginario intelectual occidental, con el hambre, con una política económica desastrosa, con persecuciones y con un voluntarismo ideológico destructivo, en China evoca más bien la potencia y la dignidad nacionales, la integridad, la igualdad socioeconómica y entre los sexos, y el progreso industrial. Según un sondeo –eso sí, encargado en diciembre de 2013 por Global Times, periódico próximo al partido–, el 85 % de los chinos interrogados consideraban que los logros de Mao superaban sus errores y fracasos/6.”

China conoce numerosas “revueltas” locales que incluyen a menudo el incendio de edificios oficiales. En 2012 se registraron oficialmente 200 000 “incidentes”. Desde ese año ya no se publican más estos datos, que van en aumento. La sociedad, por tanto, no está disciplinada, ni mucho menos. Claro que esto no implica que el régimen carezca de una base social; la realidad parece bastante compleja.

“Por supuesto”, añade Fienkel, “muchos sondeos hay que tomarlos con pinzas. Sin embargo, los resultados muestran la distancia que separa la manera de los chinos de evaluar a sus dirigentes del punto de vista de los observadores exteriores. Lo que hace que Xi resulte manifiestamente popular en diversos sectores de la sociedad es su esfuerzo por afirmar más a China en el escenario internacional (lo que complace a gran parte de la juventud), así como su impresionante lucha contra la corrupción, que destruye la imagen de cuadros del partido intocables y da la impresión de acercar los dirigentes a los ciudadanos comunes. No cabe duda de que las clases medias y superiores son más sensibles a su voluntad de proseguir y profundizar la reforma económica. Falta que la disminución del crecimiento dé lugar a un cuestionamiento de sus avances.”

La política represiva de Xi Jinping demuestra que no se encomienda a su popularidad, real o supuesta. El caso es que la ha endurecido notablemente. Resulta fascinante ver al antiguo “joven instruido”, víctima de la revolución cultural, amenazar a su vez a los disidentes intelectuales con enviarlos al campo a aprender del pueblo. Máxime cuando las capas intelectuales, como cuerpo social, son –al igual que en otros países– más conservadoras que demócratas. Toda forma de organización independiente está prohibida (sindicatos), la controlan y someten a vigilancia. A lo largo de los últimos años, miles de personas de la llamada “sociedad civil” han sido detenidas: abogados comprometidos que informan a los trabajadores de sus derechos legales, militantes feministas y responsables de asociaciones… El acceso a internet está limitado, las redes privadas virtuales quedan bloqueadas regularmente. La censura se torna más omnipresente frente a los internautas, los universitarios, periodistas o artistas.

A diferencia de Mao, Xi Jinping ensalza las virtudes del confucianismo en la medida en que codifica un orden social intocable. Evita cuidadosamente cualquier llamamiento a la movilización popular y busca la cooptación de los empresarios capitalistas, de los burgueses ricos, en la cúpula del partido, así como la apertura al mercado y a la competencia; nada de volver a la planificación maoísta, por tanto.

El futuro de Xi Jinping depende en gran medida de su capacidad para evitar un colapso social provocado por el advenimiento de una crisis económica hoy por hoy latente, al que probablemente no sobreviviría su régimen. Para ello, Xi apuesta, mucho más que sus predecesores, por el expansionismo y el dinamismo del imperialismo chino, con un éxito indudable. En Asia Oriental, sobre todo, acaba de obtener un espaldarazo inesperado con la política antiestadounidense adoptada por Rodrigo Duterte, actual presidente de Filipinas. Malasia se inclina hoy hacia el lado de Pekín, junto con Laos, Camboya y Tailandia. Nunca ha sido tan fuerte la posición de Pekín en el mar del Sur del China; y nunca ha sido tan grande su peso en la arena internacional como potencia integrada en el orden capitalista mundial.

El desenlace de los procesos en curso en China es muy difícil de prever/7. No se sabe cuándo, dónde ni cómo estallará la próxima crisis, aunque todo indica que la magnitud de las deudas públicas y privadas (particularmente en el sector inmobiliario) o las capacidades de producción que no encuentran salida constituyen actualmente una bomba de relojería. Xi Jinping sabe a ciencia cierta que nada está ganado de antemano. Para hacer frente a un futuro próximo que se anuncia turbulento, quiere tener bien amarrado el partido, el ejército y la administración.

04/11/2016

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article39414

Notas:
1/ ESSF (artículo 24655), La Chine du XXe siècle en révolutions – III – Annexe 1 : six coups de projecteur: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article24655
2/ Por ejemplo, Zhou Yongkang, antiguo responsable de la seguridad interior, ha sido condenado.
3/ Martine Bullard, Le Monde diplomatique, disponible en ESSF (artículo 26904), “Chine: Wen Jiabao, sa mère, sa femme, son fils et les autres”:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article26904
4/ Wikipedia añade que conviene precisar que nada indica que Xi Jinping haya cometido malversaciones: https://fr.wikipedia.org/wiki/Xi_Jinping#Fortune
5/ ESSF (artículo 29634), Chine: le procès de Bo Xilai:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article29634
6/ Emilie Fienkel, Le Monde diplomatique, disponible en ESSF (artículo 39389), “Xi Jinping, le président chinois le plus puissant depuis Mao Zedong”:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article39389
7/ Aldo Bronzo, ESSF (artículo 39404), La Chine de Xi Jinping – Une transition extrêmement complexe, aux débouchés imprévisibles:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article39404

Traducción: VIENTO SUR

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