Las fechas las carga el diablo. El accidente de caza del rey de España en Botsuana, mientras se dedicaba al implacable deporte de matar elefantes, vino a coincidir con la conmemoración del octogésimo primer aniversario de la segunda república española, proclamada un 14 de abril de 1931 cuando los partidos monárquicos perdieron las elecciones municipales y Alfonso XIII decidió coger las de Villadiego.

No se trata de una simple anécdota. Bueno está lo bueno. Que el rey que supuestamente se preocupa de la pobreza y desesperación de los españoles bajo la crisis, invierta una fuerte suma –pública a todos los efectos dada su condición de Jefe de Estado—en matar paquidermos en dicho país africano, supone un exceso que la España de los cinco y medio millones de parados no puede aceptar así como así.

En este suceso, caben todo tipo de consideraciones, empezando por las puramente humanas: este nuevo revés del monarca tiene lugar la misma semana en que su nieto Froilán sufre otro accidente de caza cuando estaba acompañado por su padre Jaime de Marichalar, a quien no se detiene en ningún momento ni se cuestiona su tutela, lo que no sería concebible en ningún otro caso a la luz de la ley de protección del Menor. Mientras el niño se repone de su herida en el pie, su abuela se encuentra en Grecia visitando a unos parientes pero nadie sabe que Juan Carlos I ha viajado al continente africano de donde tiene que volver de prisa y corriendo, a no se sabe qué precio, para ser operado de urgencia de una fractura de cadera con cargo siempre a los menguados presupuestos de todos los españoles sobre los que reina.

Todo esto viene unido a los escándalos sobre las implicaciones de su yerno Iñaki Urdangarín de la trama Noos de corrupción en Mallorca, la sorprendente falta de imputación sobre su hija, la Infanta Cristina, que se desgravaba parte de los gastos de la sociedad sobre la que ahora parece carecer de responsabilidades en la compleja trama de Palma Arena. A España toda, la monarquía empieza a no resultarle simpática. Nunca lo fue, pero siempre se salvó la figura del actual rey por su aparente papel durante la transición. Ya no hay tal. Más allá de sus amoríos bajo una sorprendente doble moral que tampoco le sale gratis a sus súbditos, los partidarios de dicha forma de jefatura de Estado tendrían que aprestarse a exigirle que abdicara en la figura de su hijo Felipe de Borbón, antes de que cualquier nuevo José Ortega y Gasset proclamase de un momento a otro lo de “Delenda est monarchia”.

En unos momentos de clara incertidumbre sobre el futuro de España, la foto de Juan Carlos I cazando elefantes es lo que faltaba para el canto de un duro. Porque esa es otra, cabe preguntarse el contribuyente, ¿de dónde sale el presupuesto para el viaje del rey y de su séquito a uno de los pocos países del mundo en donde se permite la caza de elefantes, a cambio de sumas que oscilan entre 7 mil y 35 mil euros? ¿Cuánto ha pagado Juan Carlos y a cargo de qué partida presupuestaria por dicha aventura? ¿Cómo ha viajado hasta allí y a quien corresponde los costes de su excursión? ¿Cuántas personas componían su séquito y qué dietas percibían por acompañarle?

Todas estas preguntas tendrían que ser planteas en el Congreso de los Diputados. Y, lo que es más, tendrían que ser respondidas con luces y taquígrafos. ¿Qué queda de aquel rey que visitaba España preocupándose de los problemas de sus habitantes o de ese otro que se reúne con empresarios que exigen el despido libre y el recorte de los salarios para frenar una crisis que aparentemente no afecta a sus safaris?

Cuando los elefantes se encuentran protegidos en casi todo el mundo, en diversos países africanos, desde Camerún a Tanzania, Botsuana y Zimbawe, se permite su caza. Legal o ilegal, como una fuente de corrupción y pelotazos, que ojalá no haya sido explorada por la Casa Real en esta insólita expedición al corazón de Africa.

Hoy por hoy, se sabe que la tasa de muerte de elefantes por la caza furtiva en dicho continente alcanza a un 8 por ciento anual, una cota mucho más allá de los índices del 7,4 por ciento cada año que llevó hace dos décadas a la prohibición internacional sobre el comercio de marfil y el exterminio de estos viejos testigos de la prehistoria. Se calcula que a final de los años 80, aún había alrededor de un millón de ejemplares de elefantes, pero su población actual se sitúa por debajo de 470.000. Si se mantiene el mismo ritmo de caza en otros veinte años apenas quedarán vivos los elefantes protegidos en los parques o los que se encuentran encerrados en zoológicos. Sin embargo y si se tienen en cuenta otras variables, los expertos, a la luz de dichos datos, sitúan su extinción en libertad alrededor del año 2025.

Detrás de su caza, incluso aparentemente deportiva como los voceros de La Zarzuela pretenderán hacernos creer, se encuentran oscuros intereses comerciales. Distintos equipos de investigación científica han desarrollado ya métodos de localización del origen del marfil que se comercia clandestinamente a escala mundial y que, en base al ADN, permite cifrar la procedencia del mismo. Así, puede ocurrir que el mercado negro de dicho producto en Singapur o en Hongkong se nutra de piezas procedentes de Zambia o de Gambia.

Como dato curioso, cabe reseñar que en vísperas del accidente real en Botsuana, el Comité Permanente de la Convención Internacional para la Protección de Especies Amenazadas (CITES) ha iniciado una serie de contactos para intentar atajar el aumento del comercio ilegal de colmillos de elefante y cuernos de rinoceronte.

Vietnam, China y Thailandia aparecen como los principales receptores mundiales de este negocio cuya caza furtiva por cierto está provocando alteraciones genéticas de tal calibre que ya hay elefantes que nacen sin colmillos en algunos países africanos. Este comercio no es sólo ornamental sino que ha crecido exponencialmente ante la supuesta creencia de que este tipo de cuernos y los de rinocerontes pueden ayudar a combatir el cáncer, una hipótesis que no goza todavía de contraste científico alguno.
Lo mismo, tras recuperarse de esta nueva dolencia, el rey de España podría protagonizar una campaña pública para frenar el contrabando y extinción de tales especies. Antes de que sea su propia corona la que se extinga.

15/04/2012

http://tellez.periodismohumano.com/2012/04/15/elefantes-en-botsuana-%C2%A1vivan-los-paquidermos-viva-la-republica/

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