El 10 de diciembre de 2022, Annie Ernaux recibió el Premio Nobel de Literatura[1]. Sus lectores y lectoras fueron numerosas y numerosos en experimentar una inmensa alegría, como si en torno a este premio hubiera existido un fenómeno de apropiación colectiva para todos aquellos y aquellas que, en todo el mundo, han ganado con la lectura de sus libros “más conciencia, fuerza y libertad”[2]. La hemos conocido el 29 de diciembre, en su casa de Cergy (el título de la entrevista es una frase extraída del discurso de Annie Ernaux pronunciado el 7 de diciembre en Estocolmo antes de la entrega de su Premio Nobel de Literatura).

Maya Lavault: ¿Qué significado le da a este Premio Nobel y cuál es su posición frente a este premio que reconoce el alcance de su trabajo y su lugar en la literatura mundial, pero también que, de alguna manera, le congela en el estatus de gran escritora? Sobre su primer premio literario, el Premio Renaudot por La Place [El lugar, Tusquets Editores, 2020] en 1984, escribió: “Este premio Renaudot me sumió en la visibilidad mediática y en un caos que me dejó aturdida, sin emociones. Flotaba un pensamiento, una melancolía, un ajuste imposible entre mi éxito personal y el recuerdo de mi padre, una reparación imposible de las y los de la estirpe de la que vengo. En los días y meses que siguieron, me di cuenta de que el verdadero reconocimiento era lo que sentían los lectores cuando leían La Place, esas frases que, como me escribieron, podrían haber dicho. Este es el precio que hizo posible ampliar el círculo de lectores más allá de las fronteras[3]. ¿Sigue estando de acuerdo con esta constatación?

Annie Ernaux: Siempre está eso, sí. Cuando obtuve el Renaudot, hubo un maremoto a mí alrededor y era muy difícil vivir con eso.Ahora estoy un poco más curtida. Pero la primera frase que me vino a la cabeza, cuando supe que había ganado el Nobel, fue “lo voy a afrontar”, como si efectivamente fuera una prueba a superar. Recibir el Nobel fue un gran vuelco para mí, en mi forma de ser escritora. Escribir siempre ha sido para mí una actividad pública, por supuesto, podría testimoniarlo tanto de forma literaria como política, en determinadas ocasiones, pero nunca me había planteado poder representar por mí misma toda la literatura, al menos durante un momento, una hora, un día y, por lo tanto, estar en el centro de atención por todo lo que he escrito. Nunca hablo de mi obra, porque nunca se acaba y de repente, ahí, todavía tenía la impresión de que había algo que se había formado, que se encerraba y que efectivamente se llamaba la obra. Era una sensación nueva.

Lo primero que me viene a los labios es decir que es una responsabilidad. Es difícil decir lo contrario desde el momento en que se es el centro de atención, y esta responsabilidad está ciertamente en las posiciones que puedo tener en relación con la marcha del mundo. Mi escritura seguirá siendo investigación, y no estoy escribiendo un libro del Nobel, eso no tiene sentido. Pero me piden que aporte mi voz, mucho más que antes.

M. L.: En Estocolmo, comenzó su discurso, pronunciado durante la ceremonia de entrega del premio, con un recordatorio de esta frase, anotada en el diario de sus 22 años: “Escribiré para vengar mi raza”. ¿Es esta una primera formulación de una conciencia de clase? ¿Se puede leer también como la expresión de una venganza feminista? ¿E incluso, a posteriori , con este Nobel, como el de una revancha contra la invisibilización de las escritoras en la historia de la literatura, especialmente en Francia, y de una esperanza para las mujeres que escriben hoy y para todas las que vendrán después?

A. E.: Sí, exactamente, es la formulación de una conciencia de clase. Aunque no es la palabra que me vino en ese momento, porque estaba inmersa en Rimbaud y él usó la palabra “raza” diciendo “soy de una raza inferior desde toda la eternidad[4]. La tomé. Cuando escribí esta frase, ¡no pensé que tendría que justificarla sesenta años después! Sin embargo, ciertamente significa mucho, porque ayer mismo me devolvieron la grabación de un programa en el que participé en 1989 -había escrito Une femme el año anterior- [Una mujer, Ed. Cabaret Voltaire, 2020). En este programa, cito esta frase en voz baja. Esta persistencia me sorprende. Esto muestra claramente que ese es el nudo, el origen para mí de la escritura.

Pero cuando escribo esta frase, a los veinte años, no tengo la idea de vengar mi condición de mujer. Esta frase está escrita en mi diario antes de mi aborto. Claro, ya se sabe lo que cuento en Mémoire de fille, pero en ese momento, no creo que fuera una violación en absoluto, incluso con Simone de Beauvoir en juego. Simplemente creo que soy alguien que no sabe cómo comportarse en el mundo. De hecho, eso es todo, no sé qué hacer con los hombres, no sé cómo comportarme con ellos, así me siento. La conciencia feminista me llegó después. Venía de una acumulación: someterse a un aborto clandestino, en ese momento, era algo enorme; la culpa sigue siendo de las chicas: el aborto, la violación, siempre tenemos la culpa. Luego vino Mayo del 68. Obviamente también sufrí por el hecho de que me casé, que tenía que hacer las tareas de la casa y todo lo demás: todo se acumuló, y luego, en algún momento, comencé a escribir. Hago un vínculo entre mi aborto, que cuento en los Armoires Vides [Los armarios vacíos, Cabaret Voltaire] y mis orígenes de clase.

Evidentemente, hoy este Nobel es también una revancha literaria para las mujeres: estudiante, escribí una memoria sobre el surrealismo y, de golpe, quedé sorprendida por el hecho de que solo había hombres. Las mujeres estaban ahí, a su lado, como inspiradoras. Hay, sin embargo, en el Manifiesto del Surrealismo una frase aterradora: Y a la postre, ¿no es lo esencial que seamos nuestros propios amos y también los amos de las mujeres y del amor?[Primer manifiesto surrealista, 1924]. Se ha minimizado esta frase, se ha negado su gravedad, como tantas veces.

En La femme gelée [La mujer helada, Ed. Cabaret Voltaire, 2015] explico por qué no fui educada para ser una mujer sumisa. Bueno, lo fui por un tiempo, eso seguro, pero luego me negué a serlo porque iba demasiado en contra de la educación que recibí. Para mí fue importante decir eso en Estocolmo[5].

M. L.: Cuando usted se describe a sí misma como “inmigrante del interior”, ¿esta expresión se refiere a la cuestión del uso de la lengua, a la conciencia de haber sido arrancada de la lengua materna para aprender una lengua escolar, académica, dominante, con al menos al mismo tiempo la interiorización de una forma de desprecio de clase por el lenguaje de la infancia y de los padres? ¿Es la expresión de una solidaridad espontánea y necesaria con las y los inmigrantes? Un periodista de Le Point escribió sobre usted: “La novelista, Premio Nobel, venga su raza escribiendo, sin por ello renunciar a los honores del mundo de arriba, poblado por estos dominantes a los que denuesta”. ¿Qué le responde?

A. E.: Necesariamente existen ambos; es decir, que es por supuesto el sentimiento de no ser de la misma raza que, por ejemplo, ciertos clientes burgueses de mis padres, o incluso las hijas de la burguesía que asistían a la escuela privada donde mis padres me habían inscrito. Es la sensación de que se trata de seres muy, demasiado, diferentes a mí: la idea de raza se me impuso entonces. Por ejemplo, esta gente era de una limpieza que no era la de mis padres. Estar en contacto con ella me dio a mí, a nosotros, la sensación de estar en un país que no nos pertenecía. Sólo nos pertenecía el barrio, era nuestra casa. Entonces, existe esta solidaridad, sí, con las y los inmigrantes.

Luego, cuando yo era profesora de francés en clases a las que asistían los hijos de las clases populares, estaba ese sentimiento de reconocer en mis alumnos la misma ruptura, el mismo desamor que yo había experimentado frente a mis padres y mi entorno de origen. He recibido muchos manuscritos que dan testimonio de estas trayectorias de los que los sociólogos han llamado los tránsfugas de clase, es una experiencia que marca.

Y a los periodistas que me critican por ello, quisiera que me explicaran cómo puedo ser reconocida por lo que soy y cómo actuar en el mundo si una se mantiene alejada y en la oscuridad. Ah, según ellos sería mucho mejor si me hubiera quedado “en mi lugar”… O si “estuviera agradecida” –ese es el otro aspecto–, o como dirían algunos, si tuviese “gratitud”… ¡Lo que me rebelo siempre! Y ellos, ¿a quién le darán las gracias? ¿A sus padres de quienes han heredado? ¿No se dan las gracias por la herencia?

M. L.: Se sabe qué influencia tuvo la lectura de Pierre Bourdieu, especialmente Les Héritiers y La Reproduction, en su pensamiento y su enfoque como escritora, pero sabemos poco sobre su lectura de Marx a principios de los años sesenta… En sus respuestas a un “Cuestionario de Proust” para L'Express en 2006, a la pregunta “¿La canción que silbas en la ducha?” respondió: “La Internacional , mientras plancho”…

A. E.: Sí, leí a Marx en 1962-1963. Fue una base para mí, los análisis de Marx, incluso antes de leer a Bourdieu: puedo decir que yo era marxista en los años sesenta… antes de casarme. Mi respuesta sobre La internacional viene de ahí. También respondí así en homenaje a mi madre, que cantaba Le Temps des cerises [himno de la Comuna] mientras planchaba...

M. L.: Quisiera volver sobre esta noción de lo indecible que nutre su escritura. En su discurso de Estocolmo, dijo: “Cuando lo indecible sale a la luz, es político. ¿Qué es eso de lo indecible? ¿Cuál es el vínculo con la política? ¿Qué cree que hace que la literatura sea políticamente activa?

A. E.: Lo que para mí es indecible es lo que parece tan personal que uno no puede decirlo, escribirlo. Tiene que ver con la vergüenza, ya sea social o sexual. Sin embargo, desde el momento en que se dice, como en prácticamente todos los textos que he escrito, de repente se convierte en una cuestión política. Es decir que concierne a todos y todas: eso es lo político, es el hecho de que concierne a todo el mundo. Creo que todo lo indecible tiene una dimensión política.

La literatura actúa a un nivel íntimo, personal: no viene de fuera. Las palabras se abren paso en ti, tienen esta capacidad de captar algo íntimo. A menudo, cuando un texto nos revela algo sobre nosotros mismos, tenemos la impresión de que el texto se dirige directamente a nosotros y nosotras. Es en este sentido que la literatura puede actuar y cambiar el mundo. Evidentemente, no es una acción inmediata, es raro que saque a la gente a la calle… Pero es una acción profunda de todos modos.

Hay también toda una dimensión de la literatura que analiza las relaciones entre las clases, las relaciones económicas en un momento dado: pienso en Balzac, en Zola; pero hoy pocos novelistas siguen esta línea. Éric Vuillard lo hace: su escritura está anclada en períodos históricos, pero su análisis de los mecanismos de clase nos invita constantemente a hacer el vínculo con el presente; este es particularmente el caso de su libro La guerre des pauvres [La guerra de los pobres, Tusquets Editores], que relata una revuelta popular en Alemania en el siglo XVI[6]. Vuillard ha escrito este libro en pleno movimiento de los chalecos amarillos...

M. L.: ¿Cuál es el mayor enfado que le anima hoy, la lucha política más urgente según usted actualmente?

A. E.: Mi mayor enojo en este momento es sobre todo un miedo: está relacionado con el ascenso de la extrema derecha, el ascenso de un deseo para un poder autoritario y fuerte.

En cuanto a la ira, es por ver cómo se anteponen los intereses económicos a todo, ver cuántas personas luchan, ver que hay una forma de desprecio por sus vidas. También está la cuestión ecológica, por supuesto. Pero en la carencia y en el dolor social hay una urgencia tal que creo que prima sobre las cuestiones ecológicas. No quiero decir en absoluto que se deba descuidar la ecología, pero sí que hay que dar techo, comida, y eso es lo inmediato. Las desigualdades sociales son aún mayores que antes, estamos en una loca carrera por las ganancias. Es urgente[7].

https://lanticapitaliste.org/opinions/culsure/venger-ma-race-et-venger-mon-sexe-ne-feraient-quun-desormais

Febrero 2023

Traducción: viento sur

Notas:

[1] Ver “Annie Ernaux dynamite le Prix Nobel de littérature”, L’Anticapitaliste, noviembre de 2022, n° 640.

[2] Retomando las palabras de la autora sobre la muerte de Bourdieu: “Pierre Bourdieu ha muerto ayer tarde. Es la primera vez que siento una inmensa tristeza por la muerte de un intelectual o de un escritor. Alguien que trastornó las jerarquías del mundo, me dio cada vez más conciencia, fuerza y ​​libertad” (Extracto del diario de Annie Ernaux, 24 de enero de 2002, Cahier de l'Herne Annie Ernaux, editado por P.-L. Fort, L'Herne, 2022, p. 256).

[3]Annie Ernaux, “Un prix. Que signifie recevoir un prix?”, texto publicado con motivo de la concesión del Premio Yourcenar, Bibliobs (12 de diciembre de 2017) y reproducido en Cahier de l'Herne Annie Ernaux, p. 67-68.

[4] Arthur Rimbaud, Mauvais sang, Une saison en enfer, abril-agosto de 1873.

[5] “Muy rápidamente también me pareció obvio -hasta el punto de no poder prever otro punto de partida- anclar la historia de mi desgarro social en mi situación cuando era estudiante, que, repugnante, en la que el Estado francés siempre condenó a las mujeres, el recurso al aborto clandestino en manos de una hacedora de ángeles. Y quería describir todo lo que pasó con el cuerpo de mi hija, el descubrimiento del placer, las reglas. Así, en este primer libro, publicado en 1974, sin que yo lo supiera entonces, se definía el ámbito en el que ubicaría mi trabajo de escritura, un ámbito a la vez social y feminista. Vengar mi raza y vengar mi sexo serían en adelante uno”. (Discurso de Estocolmo, 7 de diciembre de 2022).

[6] Éric Vuillard, La Guerre des pauvres, Actes Sud, 2020, 80 p. Engels relata esta revuelta en La guerra de los campesinos en Alemania (1870).

[7] Esta entrevista se realizó a finales de diciembre, antes del inicio de la batalla por las pensiones. Sobre este tema, véase el artículo que Annie Ernaux publicó en Le Monde diplomatique: “Relever la tête”, Le Monde diplomatique, febrero de 2023, p. 1; pp. 18-19.

 

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