Robert Skidelsky (2009) reclamaba el regreso del maestro, su maestro, John Maynard Keynes, tras décadas arrinconadas sus ideas. Desde los años 70, el keynesianismo fue desplazado por una gestión neoliberal que alzó a las escuelas herederas de la escuela neoclásica de economía. Como sabemos, aquella escuela neoclásica recuperaba una aproximación abstracta basada en el análisis marginal para esquivar las proyecciones pesimistas de los economistas clásicos, como Ricardo, que se basaba en la teoría del valor, y algunos de ellos, como Stuart Mill, con sumas dudas políticas. Asomaban ideas socialistas utópicas, pero también se levantó un nuevo paradigma al que combatir sin ambages: el marxismo. Aquel pensamiento neoclásico fracasó en la primera mitad del siglo XX, pero, dadas las limitaciones del keynesianismo (Alexander, 2018) ante la profundidad de las crisis para darle una respuesta, la burguesía adoptó una nueva versión neoclásica, con una saga de economistas que actualizaban sus preceptos (Escuela de Chicago), la escuela ordoliberal alemana o algunas más viejas y radicales como la escuela austríaca. 

Sin embargo, estos economistas asesoraban sin lograr una aplicación precisa de sus orientaciones. En su núcleo central sí. Casi todos los gobiernos aplicaron políticas de ajuste estructural, en materia salarial y laboral, también con formulaciones de desindustrialización y su traslado a otros países con menores costes relativos, impulsando la globalización productiva con una nueva división internacional del trabajo –cuyas contradicciones estamos viendo hoy día–. Pero solo en periodos delimitados aplicaron una política monetaria restrictiva –en los años 80, principalmente–, y tampoco hicieron retroceder al Estado, aunque sí mutaron sus funciones y prioridades: menos cohesión social y más rescate al capital, cooperación público-privada, etc. Las políticas económicas no fueron nunca puras, e irrumpió una nueva gestión que hizo casar los fines neoliberales con la red pública, que conjugaba una política de favor a las minorías privilegiadas con cierto pragmatismo que proporcionase cierta estabilidad económica.

¿Cabe interpretar que Keynes, y algo de su aroma, ha retornado a la política económica? Las siguientes letras tratan ofrecer alguna reflexión al respecto.

Leer a Keynes, como haríamos con Marx, no dejarse llevar por las vulgarizaciones
Keynes es ya un clásico de la economía que merece un estudio específico partiendo de su obra principal, La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, así como de otras tantas que desarrolló a lo largo de su vida. Resulta importante advertir que las escuelas reclamadas del keynesianismo, con todos sus prefijos (pre, neo o post), sostienen diferencias con su padre fundador (Santos, 2021).

Por ejemplo, Keynes (1936), al contrario que la escuela neokeynesiana (síntesis neoclásica), afirma en la Teoría General que los mercados ni en su situación óptima operan a plena capacidad. 

Para Keynes, en contraste con los neokeynesianos, el punto de partida no debe ser una decisión entre el consumo y el ocio y la consiguiente formación de una oferta de trabajo que propicia unos ingresos globales. Es, en cambio, la dinámica del gasto, sobre todo de la inversión, la que explica la dinámica. Tampoco, en su opinión, son los ahorros los que generan la inversión, sino más bien al revés (Santos, 2021: 66-67). En este punto, siguiendo a Skidelsky, los postkeynesianos interpretan este fenómeno de forma más fiel. El ahorro procede, principalmente, de la renta generada por la decisión de inversión. El gasto en inversión propicia una renta que se ahorra y no se consume, financiado por crédito creado por una mera operación contable por la banca. Crédito que no depende del montante de fondos ahorrados previamente ni de la abstinencia del ahorrador. La decisión de inversión depende de las expectativas de rentabilidad y de los tipos de interés, siendo la preferencia por la liquidez un reflejo del grado de incertidumbre del capitalista sobre sus beneficios esperados. 

Los instintos animales o animal spirits, como metáfora de las expectativas, apenas aparecen como idea un par de veces en su obra, pero han dejado huella en sus seguidores. La incertidumbre del capitalista, leída por unos en clave individual, invitó a otros a una interpretación macroeconómica. La hormiga parece dudar y escoger entre los olores que olfatea, seguidos como pistas, para buscar opciones de sustento que puede tener delante. La expectativa del capitalista medio resulta voluble, incierta e influenciable, pero, al fin y al cabo, los movimientos de la colmena se decantan por las principales fuentes de alimento (el negocio y el beneficio). Desafortunadamente, una mayoría de autores keynesianos posteriores suelen ser reacios al papel de la tasa de beneficio como razón explicativa, siendo para ellos una ratio descriptiva. 

Hay una discusión abierta sobre si Keynes rompe o no con el modelo neoclásico. Marshall fue maestro de Keynes y éste parte de su modelo. Cabe  reconocerle la introducción de supuestos más realistas en la racionalidad abstracta de los neoclásicos. Con su innovación se dio pie a una reforma, dando lugar a lo que fue después la síntesis neoclásica o una ruptura parcial relevante, inspirando a varias corrientes heterodoxas posteriores. 

Al igual que diríamos lo mismo para la obra de Marx, recomendamos ir directamente a la obra de su fundador, Keynes, para comprenderle adecuadamente en sus propios términos y prevenirnos de los fantasmas. 

¿Dónde está la virtud? ¿en el medio o en la raíz?
Aristóteles dijo que la virtud se encuentra en el medio. Se produce, a menudo, un aire de prudencia y sabiduría, cuando las opciones se nos muestran polarizadas, tomando el punto medio como el de la sensatez. Pero no siempre es así, depende de los polos que se nos presenten. Y aunque estemos de acuerdo, nunca dejaremos de pensar que no hay mejor medio de la virtud que el que va a la raíz del problema para encontrar la solución.

En el campo del análisis económico ha pasado algo parecido. En un polo, el pensamiento económico convencional, que casi todo lo abarca, se presenta a sí mismo como la razón natural, normal, neutral y técnica. Para ofrecer esa imagen, primero tuvo que aplastar a las escuelas minoritarias, las heterodoxas y, fundamentalmente, la marxista. Durante décadas el marxismo ha sido el muñeco de vudú con el que caricaturizar y apartar todo pensamiento disidente. 

Como ha pasado en la academia y, fundamentalmente, en el amplio campo de lo social, la perspectiva crítica se vio desplazada incluso donde debió germinar de manera natural. El movimiento obrero ha tenido una relación compleja con el marxismo. El propio marxismo, cuando asomaba, lo hacía a menudo de manera deformada, no pocas veces de manera simple y vulgar, y siempre estereotipada por los adversarios –clases dirigentes, prensa, intelectuales orgánicos, etcétera–. En ese achicamiento de espacios, cualquier corrección se torna como un atrevimiento que, cuanto más ausente o escondido esté el paradigma radical, más extremista y audaz parece.

La historia del keynesianismo ha desempeñado este rol en el teatro del pensamiento y la economía política. Por atreverse a plantear que conviene estimular la inversión o elevar los salarios más bajos para potenciar el consumo, por afirmar que la política monetaria expansiva amortigua las crisis, o que el aumento de los impuestos junto con la eficiencia del gasto público puede estimular el crecimiento o regular el ciclo, sería blanco de la crítica. Pero no por ello siempre desoído, por lo funcional de algunas de sus recomendaciones, al mitigar el conflicto social, legitimando las políticas estabilizadoras y evitando polarizaciones poco manejables. En suma, el resultado se acercaba a un medio –entre el interés del capital y la estabilidad económica–, pero no a la raíz.

El pensamiento keynesiano
Las políticas inspiradas en el legado de Keynes tuvieron sus primeras aplicaciones en los años 30 en algunos países, como Suecia, y solo tímida y parcialmente en EE UU. Ahora bien, apenas pudieron aliviar ligeramente la profunda crisis de sobreproducción y de rentabilidad que se estaba materializando. Sin embargo, el keynesianismo no se consolidó como fórmula de gestión económica hasta después de la conflagración. Tuvo acogida y viabilidad plena coincidiendo con una nueva onda larga expansiva (Albarracín, 2023). Esto es, no fue el keynesianismo el modelo de política económica que brindó la salida a la crisis, sino que su gestión fue compatible mientras la acumulación capitalista sostuvo su vigor tras la II Guerra Mundial y hasta los años 70. Además, el keynesianismo aplicado tampoco fue ni el que preconizó Keynes ni los postkeynesianos, sino la vulgarización neokeynesiana (Samuelson, Hicks, etc.).

El keynesianismo, en su conjunto, analiza aspectos parciales del problema general, con rasgos de lucidez y realismo. Sus recomendaciones, por esta misma razón, en ocasiones, no comportan perjuicio o contribuyen en algún modo a una gestión funcional. 

Keynes presta atención a una variable movida por los instintos de los empresarios y ahorradores, fruto de una operación psicológica misteriosa. Naturalmente, los empresarios no invertirán sin que, en balance, la eficiencia marginal del capital y el tipo de interés ofrezcan un panorama provechoso. Se atesorará dinero si se ciernen nubarrones para el futuro. La demanda efectiva se debilitará y, con ella, la actividad económica. Sin embargo, con esta explicación, casi de orden mágico, aunque en apariencia verosímil, se apuntalan dos falsas creencias: que el motor inmóvil de la dinámica económica deriva del instinto de los capitalistas, atribuyendo a su iniciativa, riesgo e inversión el protagonismo; y que las expectativas son las que mueven la inversión, y no las tendencias de la rentabilidad en las que forjan, principalmente, esas expectativas. 

No es casual la elección del término depresión para las crisis. Si se eleva el gasto público, el salario mínimo interprofesional, se reducen los impuestos o disminuyen los tipos de interés, será, fundamentalmente, como medicina estabilizadora que permita recuperar el ánimo psicológico del empresariado, en suma, los incentivos y el negocio, para facilitar el tránsito de la depresión a la euforia. Como si el médico recomendase que muevas las piernas cuando hay un problema en el corazón. Naturalmente, moverlas entrenará y guardará la salud del corazón sano, pero no arreglará sus daños cuando está enfermo. En definitiva, el keynesianismo, ofrecerá un conjunto de diagnósticos y soluciones parciales, pero resulta incapaz de hacer frente al furor contradictorio de una crisis de sobreproducción o una crisis de rentabilidad. 

El pensamiento de Keynes no solo entraña una versión diferenciada dentro de la trayectoria neoclásica. También porta una mutación, inspirado en la doctrina de Malthus, antes que la de su adversario David Ricardo, pues es esquivo a la teoría laboral del valor. Pero esa mutación, que innova o rompe parcialmente con el paradigma neoclásico, no abandona la teoría del valor subjetivo –en su versión de intuicionismo ético o utilitarismo idealista–. Esa diferencia crucial es la frontera clave entre keynesianismo y marxismo, lo que no ha impedido la construcción de espacios de pensamiento intermedios inspirados en Keynes, Ricardo y Marx a lo largo del tiempo, compatibles con alguna fórmula de la teoría del valor-trabajo. Pero ese es otro debate.

¿Keynesianismo en la historia económica española?
El keynesianismo en España, aun siendo una corriente minoritaria, ha tenido su espacio e influencia, aun cuando su permanencia estuviera subordinada al pensamiento neoclásico dominante, en general.

Resultaría anacrónico hablar del keynesianismo antes de Keynes, pero cabe reflejar que ciertas ideas de intervención del Estado y estímulo a la demanda estuvieron presentes mucho antes de su trabajo intelectual. Algunas ideas concomitantes, salvando las distancias ideológicas, se materializaron, de manera autoritaria, con la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), que, con una política intervencionista, corporativista y proteccionista, sirvieron para un periodo benigno del fin del ciclo de auge en el Estado español, bajo una fórmula que optó por la integración parcial del movimiento obrero en su gobierno, con Largo Caballero participando como consejero de Estado en materias sociolaborales, mientras se reprimía al resto, especialmente a la CNT.

El periodo de la II República (Comín, 2012) también ha sido a veces ligado a un tibio keynesianismo. Cabe decir que los dos primeros años, 1930-31, cuando la Gran Depresión se extendió desde EE UU, el PIB cayó en España más de un 6% que, con todo, fue de menor impacto que en otros países. La economía española estaba aún atrasada y relativamente aislada, dependía del ciclo agrario (el sector primario ocupaba el 40% de la actividad) y el desarrollo bancario fue insuficiente, lo que hizo que solo una entidad bancaria quebrase. Una buena cosecha en 1932 restableció la actividad, y aunque 1933 fue un mal año, en 1934 y 1935 la crisis dejó de golpear también por la producción agraria y un cierto empuje industrial y de la construcción. Cabe apuntar que las medidas económicas del periodo fueron contradictorias: ortodoxia monetaria en el tipo de cambio de la peseta –ligada al franco francés– que propició la deflación y la caída de las exportaciones; el crecimiento de los salarios reales en el primer bienio progresista; una mejora de la protección al desempleo; una política fiscal moderadamente expansiva –aunque el gasto público no superó el 13,5% del PIB–, la expansión del sector educativo y cierto desarrollo de infraestructuras públicas. Todo en un contexto donde las inversiones privadas caían. Sea como fuere, los déficits públicos fueron insignificantes, así que la política de estímulo fue pequeña, aunque real. La crisis económica se había empezado a sentir desde el final del gobierno de Miguel Primo de Rivera. El capitalismo español no se libró de la crisis mundial, aunque tuvo un impacto menor por su situación de aislamiento internacional y el carácter atrasado y agrario de la economía española. Quizá, también, por tímidas reformas que, a lo sumo, aliviaron el impacto de lo que fue una crisis global. Sin duda, las políticas de la II República no causaron la recesión, sino que la mitigaron, pero fueron completamente impotentes ante una crisis estructural del capitalismo cuyas tensiones derivarían en la Guerra Civil y, a otra escala, la II Guerra Mundial. 

Con la guerra civil y el franquismo, al atraso de partida se sumaron la destrucción y la involución. La economía española no restableció los niveles de producción hasta dos décadas después. La autarquía, el proteccionismo y el paternalismo franquista sumieron al país en el subdesarrollo. No fue hasta que se abrió a los mercados internacionales y tras la llegada de los tecnócratas del Opus, no tanto gracias a, sino a pesar de las políticas de ajuste estructural del Plan de Estabilización, cuando la economía española recibió el impulso de la cuarta onda larga expansiva del capitalismo internacional. El paternalismo estatalista del franquismo no puede caracterizarse como keynesiano, independientemente de que hubiera intervencionismo y obras de legitimación para el gobierno, porque empleó la fuerza del Estado con el objetivo principal de garantizar el orden social. A este respecto, las ganancias de salarios de los años 70, o reformas como la Ley de Bases de la Seguridad Social, fueron fruto de la presión obrera y de la necesidad de homologación en el concierto internacional. 

La transición política se tradujo en libertades democráticas y civiles formales y un nuevo plan de estabilización contra el salario, como fueron los Pactos de la Moncloa, con un marco laboral nuevo que inauguró un periodo, desde 1980 y por cuarenta años, de retrocesos en la legislación laboral. El neoliberalismo irrumpió haciéndose la política económica dominante. La entrada en 1982 del PSOE en el gobierno solo interrumpió durante dos años esa tendencia, para luego profundizarla con la entrada en la OTAN, la reconversión industrial, la incorporación a la Comunidad Económica Europea, el Tratado de Maastricht y el Euro. 

No cabe hablar más de una política keynesiana, pero sí cabe advertir que el neoliberalismo realmente aplicado tuvo diferentes periodos y características: el ajunte estructural ortodoxo de los años 80 y primeros de los 90 hasta el tránsito a una nueva forma de neoliberalismo en la que el Estado volvía a intervenir para favorecer al capital. No por casualidad el neoliberalismo tampoco abandonaba las viejas pautas de esa escuela llamada síntesis neoclásica para formular medidas de gestión pragmática. Pragmatismo que no impedía que la gestión a favor de las clases dominantes recurriese, ya entrado el nuevo milenio, a políticas monetarias expansivas (aprendidas en la experiencia japonesa desde los 90) a favor de la banca privada y de las grandes corporaciones, así como al rescate de empresas en crisis, la conversión de las deudas privadas en públicas, o el desarrollo de la cooperación público-privada, la externalización mediante contratación pública y otras fórmulas de financiación pública y construcción artificial de mercados y beneficios privados.

En suma, la gestión de la política económica de la burguesía no dejó de recurrir a preceptos convencionales que beben tanto de las escuelas neoclásicas como neokeynesianas. 

¿Qué cabe decir, en este repaso de la historia reciente, de los gobiernos que ha habido en estas dos últimas décadas? No aplicaron semejante espíritu general con el mismo grado y forma. Unos, los gobiernos de Aznar o Rajoy, lo hicieron con mayores dosis de ajuste –la llamada política de sostenibilidad financiera– y otros, como los de Zapatero y Sánchez, con menor dosis (si exceptuamos los duros recortes y ajustes de 2010 de Zapatero), compatibles con una política más tolerante en materia de derechos civiles, pero en una misma dirección económica.

Cabe preguntarse por el gobierno de coalición actual, que dice reconocerse en cierta forma de keynesianismo. Sin embargo, su modelo, siendo distinto al del ajuste estructural, no ha abandonado el compromiso con la sostenibilidad financiera, aunque desee adaptar flexiblemente su aplicación, ni deja de respetar la arquitectura económica de la UE. Bien es cierto que la pandemia ha ocasionado una disrupción en el final de un ciclo de recuperación débil. También que el gobierno intervino con varias medidas de amortiguación. Pero solo una parte de ellas han ido dirigidas a sostener el empleo. Los ERTE evitaron muchísimos despidos, pero también han venido para quedarse y facilitar una modificación unilateral de las condiciones de trabajo –jornada y salarios– que, en un contexto recesivo, solo atrasarán, sin impedir, los despidos. Los salarios reales han disminuido de manera histórica desde 2008, casi un 13%, y en 2022 cayeron en términos reales la mitad de todo ese periodo anterior. Lo que no es obstáculo para que, en 2018, gracias a la presión desde afuera en el que era un gobierno monocolor del PSOE, el salario mínimo tuviese una mejora real notable que, después, con el gobierno de coalición perderá capacidad adquisitiva o se estancará (la elevación del SMI de 2023 no supera el IPC acumulado). El déficit público ocasionado en este último periodo no responde a una política de estímulo, sino a un desembolso histórico para apoyar y rescatar empresas en crisis, para cubrir prestaciones de desempleo –que abaratan el coste laboral de las empresas–, y con alguna medida de corrección compasiva de peso menor como el Ingreso Mínimo Vital (IMV) que, en todo caso, resulta incapaz de sacar de la pobreza al colectivo afectado. Esto es, la política aplicada racionaliza y estabiliza la dinámica para no hundir más la economía, pero difícilmente puede hacer frente a lo que Michael Roberts (2017) avisa sobre La larga Depresión. 

Coincide este periodo reciente con la suspensión, como respuesta de alivio ante la pandemia, del Pacto de Estabilidad y Crecimiento o la llegada de los Fondos Next Generation, a escala de la UE. El pacto puede, según las últimas negociaciones y propuestas de la Comisión Europea, que se restablezca con fórmulas de disciplina y sanción, armando un control más pormenorizado de hitos y objetivos, de reformas e inversiones exigidas, con sanciones efectivas, pues hasta la fecha la presión era más institucional y simbólica. Los Fondos Next Generation tendrán una incidencia macroeconómica leve, potenciarán la cooperación público-privada y traen consigo una serie de condicionalidades para hacer posibles nuevos tramos de desembolso, que han condicionado el perfil de la reforma laboral de 2021 y las reformas de pensiones en curso, y que no están derivándose en inversiones para un cambio de modelo productivo y energético sustancial.

Dicho de otro modo, el periodo reciente, aun diferenciado del de una política de ajuste duro, no deja de ser neoliberal, si bien introduce un protagonismo del Estado en el rescate del capital y fórmulas pragmáticas de estímulo al capital (amortiguación ante la crisis –como fue la pandemia– y medidas compasivas para colectivos en situación extrema, con el objetivo de obtener legitimación) propias de un neoliberalismo compasivo de Estado. Las correcciones compasivas que incluye se refieren a la influencia del socio minoritario del gobierno. 

Entre estas medidas cabe referir a la introducción del IMV, instrumento que ni siquiera aspira, ni consigue, sacar a nadie del umbral de la pobreza, que no ha llegado a la mayoría de los que requerían estos recursos para obtener elementos de supervivencia elemental, aunque no haya que desdeñar su presencia, porque peor aún sería su inexistencia –independientemente de que algunas CCAA se hayan escudado en esta figura para no proveer o extender sus rentas mínimas propias–. También se ha referido a la reforma laboral de la que ya hemos dado buena cuenta de sus límites (Albarracín, 2022), pues, en suma, reduce la temporalidad estadística y con los ERTE, experimentados con profusión desde 2020, se amortiguó la destrucción del empleo y contuvo una profundización mayor si cabe de la crisis, pero han abierto la ventana a mayores posibilidades de modificación unilateral de la jornada con bajada de salario en cualquier momento y no garantiza una mayor estabilidad laboral. Otra valoración más positiva merece las leyes que mejoran los derechos civiles, de las mujeres y de las personas trans, pero estas no comprometen apenas la política económica y evocan una extensión de la medidas de Zapatero en su momento, sin conseguir revertir otros marcos legales represivos (Ley mordaza).

Así, el neokeynesianismo está presente en la gestión neoliberal pragmática de los gobiernos, en tanto que ninguna doctrina se plasma en forma pura, ni preceden sus principios a las formas de la práctica de la política económica. Más bien, son los objetivos de los intereses de las clases dirigentes los que se sirven de un tipo u otro de medida, si estas son funcionales a sus propósitos. De esta manera, el neoliberalismo realmente existente no ha tenido empacho alguno en asumir una política monetaria ultraexpansiva –no incompatible con retomar otra restrictiva a partir de 2022, una vez retorna la inflación–, o aprovechar al Estado para rescatar a grandes bancos o emplear el dinero público para apoyar al sector privado, que no son preceptos ortodoxos, dejando intacta su política de ajuste salarial. Se trata no tanto de una alteración de sus principios u objetivos, sino de adaptar las medidas a los mismos en un contexto en el que el capitalismo requiere muletas y amortiguación ante ciclos y fenómenos adversos. Solo, y solo en ese sentido, podemos hablar de un espíritu keynesiano que impregna la política económica de la burguesía para este largo periodo de crisis.

Daniel Albarracín Sánchez es economista y sociólogo. Es miembro del Consejo Asesor de viento sur

Referencias
Albarracín, Daniel (2022), “Estrategias y conceptos para mejorar la fuerza estructural del movimiento obrero tras la reforma laboral”, viento sur, 184, pp. 33-44.

(2023) “Ondas largas: una revisión de la interpretación de Ernest Mandel tras 50 años de El capitalismo tardío”, Política y Sociedad, en prensa.

Alexander, Dominic (2018) The Limits of Keynesianism. Londres: Counterfire (Pronto, en 2023, traducido como Los límites al keynesianismo. Barcelona: Bellaterra).

Comín, Francisco (2012) “La Gran Depresión y la II República” https://elpais.com/economia/2012/01/31/actualidad/1328012162_552812.html

Roberts, Michael (2017) La larga depresión. Cómo ocurrió, por qué ocurrió y qué ocurrirá a continuación. Barcelona: El Viejo Topo.

Santos, Alvaro (2021) “Bank Capital Constraints and credit rationing. A new interpretation bases on Keynes’ theory of liquidity preference”, King’s College London. Tesis Doctoral. Ver especialmente capítulo 3. https://kclpure.kcl.ac.uk/portal/en/theses/bank-capital-constraints-and-credit-rationing(c1928912-5915-4fd9-81cc-0804935c67a2).html

Skidelsky, Robert (2009) El regreso de Keynes. Barcelona: Crítica.

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