El 10 de agosto falleció el historiador argentino Alberto J. Pla, en Rosario, su ciudad natal. Esta pérdida deja una gran ausencia para todos los que lo conocieron, así como para su hija Laura, científica de renombre a quien su padre profesaba tanto cariño como una admiración renovada sin cesar. Pocos años antes había muerto Guillermina, su compañera de toda la vida, golpe terrible que nunca pudo asimilar.

Alberto nació el 21 de enero de 1926, hijo de una familia rosarina acomodada y culta. Su padre, el ingeniero Cortés Pla, socialista, fue uno de los precursores de la Reforma Universitaria de 1918, ese gran movimiento político y cultural que nacido en Córdoba logró un impacto continental. En ese ambiente se educó, en la cultura, la política, las ideas y los sentimientos de una época impregnada por los grandes cambios de la primera parte del siglo XX, los ecos de la revolución mexicana y la rusa, la guerra civil española, los conflictos y las tragedias del siglo, las crisis del capitalismo, el colonialismo, las guerras mundiales, las luchas y el anhelo de una sociedad superior. Y también el ascenso del fascismo y del estalinismo, sepultureros de toda esperanza, cada uno a su manera.

Brillante estudiante de matemáticas en La Plata, Pla se orientó unos años después hacia la historia. Esta devino su oficio y su pasión. Egresado como profesor de historia y geografía en 1955, comenzó su carrera en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y en el Instituto de Historia de la Cultura, dirigido por el profesor José Luís Romero, luego en el Instituto de Historia de América a cargo del profesor Enrique N. Barba.

Alberto tomó parte activa en la reflexión y el combate por comprender su época. La izquierda argentina en todas sus variantes - anarquistas, socialistas, comunistas - tenía que enfrentar, en particular, los nuevos problemas planteados por el movimiento de masas que dio nacimiento al peronismo en 1945. Comprender el peronismo y mantener la perspectiva obrera y socialista era un desafío mayor. Las principales fuerzas de la izquierda – el PS y el PC – eran profundamente anti-peronistas, calificando a Perón y su movimiento de “nazi-fascista”. Solo algunos pequeños grupos, algunos de origen trotskista, trataron de comprender el nuevo movimiento de masas, haciendo la distinción entre el nacionalismo reaccionario de los países avanzados y el nacionalismo de los países coloniales o semi-coloniales.

Se inició en la militancia política en el Partido Socialista, adhiriendo después a la organización trotskista de Hugo Bressano (Nahuel Moreno), el Grupo Obrero Marxista (GOM). Rápidamente desilusionados de su política y su vida interna, Alberto y Guillermina rompieron con Moreno. En 1949 se incorporaron al Grupo Cuarta Internacional (GCI) que fue, desde 1951 y durante una década, el Partido Obrero Revolucionario (POR), la sección argentina de la Cuarta Internacional. Allí consagraron su actividad política y sus fuerzas muchos años. Esta corriente, dirigida por Homero Cristalli (Posadas), demostraba entonces una sensibilidad para la comprensión del peronismo y de la “revolución colonial”. Sin embargo, en 1964, atisbando la deriva sectaria del “posadismo”, acentuada después de la ruptura con la Cuarta (1961), se alejaron sin perder el interés ni la preocupación militante. No es cuestión en estas líneas de contar esta historia, sino apenas de señalar el hecho.

El socialismo, el marxismo y el trotskismo fueron siempre su horizonte intelectual y político. No se identificaban, empero, con ninguna de las organizaciones existentes. Sabían hacer la diferencia, a veces abismal, por así decirlo, entre Marx o Trotsky y los grupos que asumen sus nombres y representación.

Intervenida la Universidad por el golpe militar de 1966, Alberto encontró una base de apoyo en el Centro de Estudios Histórico-Sociales, compartiendo cursos con Sergio Bagú y Rodolfo Puiggros, entre otros. En esta suerte de “universidad popular” continuó su actividad contra vientos y mareas. Desde 1972, además, fue director de dos colecciones publicadas por el Centro Editor de América Latina (CEAL): Historia de América Latina Siglo XX, así como Historia del Movimiento Obrero, cuyos numerosos trabajos fueron editados en fascículos semanales y posteriormente en varios tomos.

Desde comienzos de los años 1960, la historia social de América Latina fue su centro principal de interés. Enseñó en las universidades de La Plata, Buenos Aires y Rosario, así como en otras, entre ellas Bahía Blanca y Salta. Sin embargo, Alberto no era un académico tradicional. Erudito, dotado de una gran cultura general, conocedor de Marx como pocos, ejerció una influencia permanente en su entorno. Su preocupación esencial era la formación intelectual, cultural y política de los jóvenes estudiantes. Partía de la premisa que el estudio y la vida intelectual no podían separarse de las ideas, los sueños y las luchas por un mundo mejor. Recordaba siempre a los maestros de la escuela francesa de los Annales, fundadores de la historia social. Por eso mismo, cuando después del regreso de Perón a Argentina, en 1973, grupos estudiantiles nacionalistas pretendieron imponer censura sobre los programas de enseñanza de cada profesor, Alberto se negó rotundamente al procedimiento y los obligó al respeto.

Los vaivenes de las luchas y las persecuciones, comenzando por la Triple A bajo el gobierno de Isabel Martínez de Perón, obligó a Alberto y su familia a emprender el camino del exilio. Le costó mucho, pero no tenía otra alternativa. Durante los años de la última dictadura (1976-1983) se instaló primero en Caracas, donde fue profesor en la Universidad Central de Venezuela. Allí prosiguió su tarea de docencia e investigación, fundando un “Centro de estudios del movimiento obrero”. Uno de sus frutos fue su tesis de doctorado Sindicatos y política en Venezuela (1924-1950), dirigida por el profesor Claude Willard, en la Universidad de Paris 8. A partir de 1982, inició la etapa de México, esta vez en la Universidad Autónoma de Puebla. Los años mexicanos los recordaba siempre con una gratitud imperecedera. Finalmente, la caída de la dictadura, a fines de 1983, permitió el regreso a Argentina en 1985. Desde 1984 fue uno de los fundadores de la revista Cuadernos del Sur, cuyo editor fue José Maria Iglesias, también exilado en México. En toda la primera etapa Pla colaboró activamente.

Asumió entonces, por concurso, las cátedras de Historia de América Contemporánea en las Universidades de Buenos Aires y de Rosario. En 1988 fue designado Investigador Principal del Conicet (principal centro de investigaciones de la Argentina). Al mismo tiempo, participaba en coloquios, dictaba conferencias y charlas en los más diversos lugares, prefiriendo en particular los sindicatos, mientras animaba grupos de discusión y formación con sus estudiantes y colegas más allegados. Mantuvo esta actividad hasta el último momento, sobreponiendo problemas de salud y la carga inexorable de los años. La presencia de Laura y de sus colegas y amigos de la Universidad fueron un estímulo permanente.

En las casas de Alberto y Guillermina – Rosario, Buenos Aires, Caracas, Puebla...- siempre encontraron lugar, abrigo y afecto los amigos y compañeros que allí llegaban como viajeros o como prófugos de la dictadura. La vieja palabra socialista y libertaria, solidaridad, tomaba cuerpo y realidad en sus actos y en sus vidas.

En el curso de este itinerario publicó numerosos libros, artículos, folletos y ponencias para diversos encuentros. Entre sus principales libros : América Latina Siglo XX : economía, sociedad, revolución (1969), La burguesía nacional en América Latina (1971), Ideología y método en la historiografía argentina (1972), Modo de producción asiático y las Formaciones económico-sociales inca y azteca (1979), La Historia y su método (1980), La Internacional comunista y América Latina (1996), América Latina, mundialización y crisis (2001).

Alberto J. Pla fue un hombre íntegro, de ideas y convicciones, una persona tallada en una sola pieza. En él se reunían la inteligencia, la cultura, la generosidad, el calor humano y la dignidad de quien no aceptaba “negociado” alguno. Muy lejos estaba de la figura del catedrático conservador, del “mandarín”, como del dirigente político siempre obligado a bajar línea. Alberto era la escucha permanente, la simplicidad, el diálogo fecundo. El maestro, que sí lo era, se ponía a la par de todos, no establecía distancias sino puentes, sin jerarquía alguna. Otra cosa era su intransigencia de principios. Conviene recordarlo, hoy más que nunca, en estos tiempos de confusión y debacle política, cultural y ética. Para decirlo con sus palabras, en medio de esta “crisis de civilización” – o de fin de época – mencionada por él mismo cuando la Universidad de Rosario le otorgó la distinción de Doctor Honoris Causa, en septiembre 2005.

En este texto, que evoca la guerra social permanente entre el capital y el trabajo, Alberto recupera como punto clave la esperanza. Es un proyecto de vida que tiene como horizonte futuro la posible transición al socialismo. Nada hay en esto de fatal ni de místico. Solo se trata, como lo dice, de “una apuesta contra la explotación, el hambre, la acumulación del capital y la destrucción ‘asesina/" de la vida misma en el planeta”. Esta apuesta condensa la vida ejemplar que se apagó en sus 82 años. Una vida bien vivida, digna y fecunda.

París, 14/08/2008

Hugo Moreno, docente-investigador en la Universidad de Paris 8, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

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