La madrugada del martes 16 de febrero un dispositivo de más de 10 furgonetas de los Mossos d’Esquadra tomaba los alrededores del rectorado de la Universitat de Lleida y se preparaba para asaltarlo con el beneplácito del Rector para violar la antaño respetada autonomía universitaria. Mientras, dentro del rectorado más de un centenar de personas estaban preparadas para ejercer la desobediencia pacífica y dificultar la detención del rapero y militante político Pablo Hasél. Unas dos horas más tarde los agentes de la policía catalana habían identificado y desalojado a las personas solidarias y se llevaban a Hasél. Las imágenes del rapero puño en alto gritando “Muerte al Estado fascista” mientras los Mossos lo conducían hasta el vehículo han tenido gran repercusión en medios catalanes, estatales e incluso internacionales.

Esta imagen es representativa de la estrategia de Pablo Hasél y la plataforma de apoyo para encarar su ingreso a prisión: denuncia pública, movilización y el máximo conflicto político para exigir la amnistía. En sólo ocho días la justicia le había comunicado tres condenas acumulativas que van desde los 9 meses hasta los dos años y medio de cárcel (ahora hay que sumarle otra condena confirmada después de su entrada en prisión). El Tribunal Constitucional rechazó el recurso de amparo de su defensa tratando de proteger el derecho fundamental a la libertad de expresión y la Audiencia Nacional le dio un plazo para ingresar en prisión que finalizaba el viernes 12 de febrero. Desde el primer momento Hasél fue meridianamente claro con su nula voluntad de entregarse.

Tanto él mismo como la plataforma de apoyo y otros sectores sociales aprovecharon la semana previa a su detención para redoblar los esfuerzos en denunciar el ataque a los derechos y las libertades: concentraciones y manifestaciones en multitud de ciudades, murales de graffity como el de Roc Blackblock en Barcelona que fue censurado y abrió una polémica municipal, hasta 4 nuevas canciones con videoclip en su canal de You Tube… También publicaron un manifiesto firmado por más de 200 artistas y que incluía algunas figuras del mundo cultural ligadas tradicionalmente a las fuerzas del Gobierno PSOE-UP como Serrat, Almodóvar o Bardem.

Esta maratón de solidaridad y protesta para evitar su encarcelamiento finalizó con el encierro en la UDL que recordaba al del joven antifacista vallecano Alfon arropado por centenares de activistas en la parroquia de San Carlos Borromeo para evitar su detención por un montaje policial el 14N del 2012 o los Herri Harresia (muros populares) de la militancia juvenil de la izquierda abertzale. Compartían las formas y, al menos en parte, el fondo: una estrategia basada en la impugnación de la represión y de la legitimidad de la justicia del régimen; reconocerse como presos políticos; y entender la entrada a prisión como un punto y seguido de su actividad política.

La apuesta de la plataforma “Llibertat Pablo Hasél” por politizar el conflicto y ampliarlo el máximo posible como un episodio más de la lucha en defensa de las libertades políticas se podría decir que ha sido exitosa porque la detención del rapero se ha respondido con una enorme cantidad de protestas que, al menos de momento, se están sosteniendo en el tiempo. En este artículo voy a centrarme en las que han sacudido Catalunya (que han sido las más masivas y disruptivas) y, aunque ha habido protestas importantes en Lleida, Girona, Sabadell, Tarragona, Vic o Manresa entre otros municipios, en concreto en las de Barcelona. Simplemente porque son las que he podido seguir de más cerca y con fuentes más directas.

Pese a las restricciones y el toque de queda, las protestas han sido diarias desde el martes 16 de febrero, siendo especialmente masivas la de aquel mismo día y la del pasado sábado. El 20 de febrero la manifestación reunió a más de 6.000 personas según los cálculos de la Guardia Urbana de Barcelona y, por lo tanto, se convirtió seguramente en una de las protestas callejeras más multitudinarias desde el inicio de la pandemia del coronavirus. Cada día se han producido duros enfrentamientos con la policía y algunos episodios de una virulencia poco vista recientemente en Catalunya como los destrozos en la comisaria de los Mossos de Vic el martes.

La “gramática” de la movilización, es decir, sus códigos, repertorio de movilización y su imaginario son casi idénticos a la parte más juvenil y antagonista de las protestas posteriores a la sentencia de los presos políticos independentistas en 2019. Es decir, las que no comandaba la ANC y Omnium y tampoco el Tsunami Democràtic. En ese momento ya se produjo un cierto quiebre en las formas de movilizarse del Procés (y también del 15-M). Ahora estas protestas encajan más por su tono con los estándares internacionales del ciclo más reciente: Hong Kong, el octubre chileno, los Chalecos Amarillos o el Black Lives Matter. Todo ese sedimento de experiencias internacionales se relacionan de forma bastante ecléctica y bastarda con los malestares y procesos de politización catalanes. “Urquinaona” y su mitología se han convertido en un símbolo; proliferan los canales de Telegram, que son un poco “Objetos Políticos No-Identificados”; los grupos de afinidad de adolescentes y jóvenes durante las manifestaciones… En definitiva, un cierto clima de espontaneísmo y una música que suena diferente –más bronca, pero también más anticapitalista– que la de las movilizaciones pro-autodeterminación anteriores.

La composición de la movilización, en consecuencia, se caracteriza ante todo por un componente generacional con una media de edad muy baja. Tan baja que durante la semana circulaba como chiste por las redes sociales un diseño de camiseta con la frase “No soy secreta, soy pureta”. Es cierto que en las protestas más masivas la movilización ha sido más intergeneracional, pero una vez estallan los altercados básicamente hay gente muy joven, con mucha presencia de menores y estudiantes de instituto. Hay bastantes manifestantes que quizás ni siquiera pudieron ir a las protestas de hace un año y medio. Además, coincide otra cuestión con las movilizaciones del 2019: son más diversas. Existen núcleos muy activos anarquistas, de la izquierda independentista y de las diferentes familias comunistas (obviamente con un peso importante del estalinismo empezando por el propio Hasél), pero también hay jóvenes de muchos sectores sociales a los que la izquierda no interpela normalmente. Que no “llevan pintas” ni parecen especialmente ideologizados. Algunos, pocos, seguramente sean oportunistas atraídos por los disturbios y la ocasión de pillarse un patinete y un cortavientos en los saqueos, pero el fenómeno va mucho más allá. Como ya sucedió en 2019 se ha convertido en una válvula de escape de la frustración y el descontento juvenil.

Las causas de fondo de ese descontento las explicaba Victor de la Fuente en un artículo reciente en Viento Sur y las explicaban los protagonistas entrevistados por El País o Tot Barcelona, entre otros medios que han intentado comprender que pasaba. Por resumir, son la generación de las dos crisis, que entró en política con la violencia policial del 1-O, el sistema poco tiene que ofrecerles y la olla a presión por alguna parte tiene que acabar saliendo.

Las reivindicaciones más directamente relacionadas con el encarcelamiento de Hasél, como la Amnistía de todos los presos políticos, frenar la persecución a las más de 3.000 personas encausadas en Catalunya por el proceso de autodeterminación o la derogación de la ley mordaza, se combinan con otras como la lucha anti-desahucios, contra el paro juvenil o contra el racismo. A medida que durante la semana se han producido más episodios de brutalidad policial han cogido cada vez más protagonismo las consignas como la disolución de la BRIMO y otras que apuntan a los abusos policiales. No es de extrañar teniendo en cuenta que el martes le reventaron el ojo a una chica de 19 años y el sábado se produjeron prácticas directamente sádicas en el encapsulamiento de Gran de Gracia.

La policía y las grandes empresas, especialmente la banca, han sido las dianas predilectas de la ira durante la semana. Aunque algunos medios del régimen y ciertos sectores políticos intenten construir la imagen de “profesionales de la violencia” la realidad está bastante lejos. De hecho, la escasa organización ha provocado que las manifestaciones se dispersen con las primeras cargas y la inexperiencia de muchos manifestantes se está saldando con más heridos y detenciones.

La reacción policial corporativa no se ha hecho esperar. Los titubeos del Govern en funciones, que en ningún momento se atrevió a hablar de brutalidad policial pero tampoco cerró filas tan vehemente como es habitual, y el rol de la CUP en la futura investidura han sido respondidas directamente con amenazas de hacer el país “ingobernable” desde las asociaciones y sindicatos de Mossos d’Esquadra. Después de los comunicados llegaron las venganzas del sábado, cuando el dispositivo partió una manifestación masiva que transcurría sin incidentes reseñables e inició el caos en el centro de Barcelona. En la reunión con los sindicatos policiales, el Conseller de Interior, Miquel Sàmper, ya ha pedido perdón a los agentes por no haber salido en su defensa con la contundencia que querían. Queda claro quien manda.

En otra muestra de su cinismo sin límites, otros miembros de Junts, como Josep Costa, hacen un discurso pro-desobediencia y anti-brutalidad policial. Sin embargo, los hechos son tozudos y ERC, Junts y Comuns han dejado en la estacada a la CUP con su planteamiento de dar centralidad a un cambio de modelo de seguridad y orden público en las negociaciones para formar gobierno. Habrá que ver hasta dónde tensan la cuerda los “cupaires” en un tema que no les genera la menor fricción interna.

El Partido del Orden se ha posicionado al unísono con notas de prensa, declaraciones o otros posicionamientos de la patronal Foment del Treball, grandes multinacionales como SEAT o obviamente la bancada de la derecha españolista, incluida la denuncia de Ciudadanos al Conseller por prevaricación. Merecen una mención especial, por un lado, la asociación de “comerciantes” de Passeig de Gràcia (Nike, Guess, Versace…) que ha comparado los altercados del sábado con la “Noche de los cristales rotos” en una insultante banalización del nazismo. Y, por otro lado, la posición del PSC; su líder, Salvador Illa, ha declarado que quien no apoye explícitamente los Mossos está inhabilitado para gobernar.

Es impredecible saber si la “chispa” ha prendido un prado seco y las manifestaciones van a mantenerse y ampliarse en algo más o si, por el contrario, van a quedarse aisladas socialmente y apagarse progresivamente. Lo que es seguro es que el hartazgo y la rabia acumuladas han estallado de forma impredecible (como casi siempre sucede) y han transformado las coordenadas del debate post-electoral en Catalunya.

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