El 5 de febrero asistimos a una jornada de movilización convocada por CGT y Solidaires a las que en algunas localidades se sumaron la FSU y FO. La jornada estuvo marcada por manifestaciones que según la CGT alcanzaron la cifra de 300.000.

El 5 de febrero fue una jornada importante. Por primera vez y de forma explícita, desde que se inicio la movilización de los chalecos amarillos la convocatoria se realizó llamando a la convergencia de los chalecos amarillos y el movimiento sindical. Es la primera vez que un comunicado de la CGT llama a converger con los chalecos amarillos.

Por ello, el número de manifestantes en París y en otras 130 localidades y capitales superó en número a las últimas manifestaciones de los chalecos amarillos y, sobre todo, a la del 14 de diciembre, última jornada de movilización convocada por la CGT. Hubo muchos chalecos amarillos en los cortejos sindicales y fuera de ellos, lo que en general se tradujo en una dinámica militante mayor en las manifestaciones. También se organizaron numerosos bloqueos desde la mañana: en el Mercado de Rungis, en los terminales…

Así pues, este 5 de febrero marca un jalón en la superación de las reticencias presentes, incluso en recientes declaraciones del secretario general de la CGT Philippe Martinez, en el movimiento sindical en relación a los chalecos amarillos. Ahora bien, esta convergencia es el fruto del trabajo desarrollado para converger por sectores importantes del movimiento sindical de un lado y numerosos grupos de chalecos amarillos de otro. Como es natural, la convergencia se ha dado sobre todo en torno al incremento del SMI, de los salarios y las pensiones y el impulso de los servicios públicos.

Ahora bien, si el éxito de la jornada es real, la cuestión que se plantea ahora es la de su continuidad y la posibilidad de avanzar hacia una prueba de fuerzas que vaya más allá de los chalecos amarillos. Las manifestaciones semanales continúan a movilizar entre 60.000 y 100.000 manifestaciones cada sábado, si bien la policía minimiza de forma sistemática el número de participantes.

Tres meses después de haber comenzado, el movimiento no se debilita a pesar de la violenta campaña de criminalización organizada por el gobierno, de la violencia policial y de la campaña de difamación mediática organizada por los editorialistas de todos los grandes media. Medios de comunicación que, sin mucho éxito, proclaman semana tras semana el fin del movimiento y su pérdida de credibilidad. Al mismo tiempo que se suman a la enorme operación de comunicación puesta en marcha por Macron en torno al Gran debate que supuestamente responde a las exigencias de los chalecos amarillos. Es el propio Macron quien se participa en los debates una o dos veces por semana en un on man shows televisado: en ocasiones con gente rural, en otras con habitantes de barrios populares, otras con jóvenes… El objetivo de esta escenificación es enviar un mensaje subliminal: el movimiento de los chalecos amarillos ha concluido, ha sido desplazado por un gran acontecimiento democrático: el debate popular. El objetivo es que Macron gane un poco de credibilidad para recuperar aliento y poder continuar así con los ataques a las pensiones y la supresión de 120.000 puestos de trabajo en la Función pública.

Para el poder, la cuestión se resume en cómo hacer que esta gran operación mediática del Gran debate tome cuerpo. Pero como entre los objetivos del mismo no está responder a la demandas sociales planteadas por el movimiento (incrementos salariales y de las pensiones, justicia social restableciendo el Impuesto sobre las fortunas (ISF), poner fin al dinero público regalado a las empresas a través del CICE…), de lo que se trata es tratar de desviar la cólera social.

Gérard Darmanin, Ministro de Economía, ya ha dado algunas pistas poniendo en el punto de mira determinadas ventajas fiscales de los que se beneficiarían algunas categorías de asalariados, calificados como el "20% de los más ricos", o determinadas profesiones como los de la empresa EDF [Electricidad de Francia]. Es decir, el objetivo es dividir a la gente asalariada para oponer unos sectores a otros y, de ese modo, olvidarse de los capitalistas.

En la misma línea, Macron, en las cuestiones que plantea él mismo para el Gran debate, trata de apoyarse en la exigencia de reducir la presión fiscal a los sectores populares para preguntarse qué gasto publico o qué ayudas sociales deberían ser suprimidas para dar respuesta a esa demanda. En resumidas cuentas, de forma cínica, el gobierno desearía apoyarse en esta mascarada de debate para anunciar nuevos ataques sociales.

Por otra parte, Macron intenta reintroducir la cuestión del control de la inmigración, un tema que la extrema derecha no ha sido capaz de que los chalecos amarillos lo hicieran suyo. Así pues, el gobierno maniobra e incluso se plantea la posibilidad de realizar un referéndum plebiscitario para concluir esta secuencia política. Pero los márgenes de maniobra del gobierno son estrechos y sólo se pueden apoyar en los límites que presenta el movimiento: su mayor o menor capacidad para recuperar la ofensiva tras los enfrentamientos directos de noviembre/diciembre.

El problema es que del lado de la CGT la única perspectiva que se plantea es la de una nueva jornada de movilización a mediados de marzo. Solo Solidaires plantea la necesidad de organizar desde ahora un movimiento más amplio, avanzar hacia una huelga general poniendo en común las energías de los chalecos amarillos y del movimiento sindical. El resto de direcciones sindicales ni siquiera se plantean estas cuestiones.

Las dificultades para las y los militantes que quieren construir de verdad este enfrentamiento es que, más allá de la simpatía de la que goza el movimiento de chalecos amarillos y del acuerdo que concita su exigencia de justicia social, los sectores profesionales [los trabajadores y trabajadoras de las empresas] no acaban de dar el paso, aún cuando existan iniciativas en la Educación nacional o entre el personal de los hospitales. De igual manera, la gente de los barrios populares continúa también en una actitud a la espera, conscientes de sufrir desde hace mucho tiempo la situación que denuncian los chalecos amarillos; en especial el tema de la vivienda, el paro y la discriminación.

Un panorama que muestras las dificultades que existen para unificar a las y los de abajo en torno a exigencias comunes de justicia social y de rechazo a las políticas de austeridad que golpean a las clases populares y hacen aumentar los beneficios de los más ricos y de las grandes empresas. Es el precio que se paga por las políticas neoliberales impuestos por la izquierda gubernamental y las orientaciones de las direcciones sindicales que han abandonado a sectores enteros de trabajadores y trabajadoras abandonando la defensa de las conquistas sociales.

Por ello, el reto actual es superar estas divisiones.

9/02/2019

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