Cuando Donald Trump confirma su desatado negacionismo climático, James Baker y otros siete pesos pesados del Partido Republicano estadounidense retoman por su parte, una idea lanzada por el célebre climatólogo y militante James Hansen (Universidad de Columbia): establecer un impuesto al carbono que crecería regularmente y cuyos ingresos serían íntegramente distribuidos a los ciudadanos y ciudadanas bajo la forma de dividendo idéntico para todas las personas. El interés de la población por el dividendo creciente permitiría elevar el impuesto a un nivel elevado, prueba de eficacia ecológica. Empresas y particulares serían incitados a pasarse a las energías renovables.

Ahora bien, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Las prioridades de los autores no son ni ecológicas ni sociales. Utilizan la inquietud frente al cambio climático y el descontento frente a la austeridad para intentar levantar simultáneamente varios desafíos del capitalismo estadounidense y construir una hegemonía política reaccionaria. Su método es más sutil que el de Trump pero las convergencias son grandes, especialmente respecto al desmantelamiento de la Agencia de Protección del Medioambiental (EPA).

A corto plazo, esta propuesta de impuesto-dividendo se libra de las burradas de los climanegacionistas, que ocupan el escalafón más alto entre los republicanos. Pero la presión se va a acentuar pues el gran capital transnacional está totalmente convencido de la necesidad de profundizar la política climática neoliberal puesta en marcha con la COP21. Así que, en la lógica del “capitalismo verde”, quiere que se le ponga un precio al carbono y saber a qué atenerse respecto a su evolución para poder planificar sus inversiones. La propuesta de James Baker, Georges Schulz y sus colegas que acaban de reunirse con el vicepresidente Mike Pence, da una idea de las amenazas que se avecinan.

Las corrientes de izquierda que se comprometieron en el apoyo a la propuesta de James Hansen corren el riesgo de caer en la trampa. Una vez más, la realidad se impone: sea bajo la forma de un impuesto al carbono o de los derechos de emisión canjeables, no existe una estrategia de mercado que permita ganar la lucha contra el cambio climático provocado por el mercado: la catástrofe solo se puede conjurar enfrentándose al capitalismo y a la dinámica de acumulación.

Una sombra en la imagen de la COP21

Los negociadores de la COP21 en 2015, en París, no ocultaron su satisfacción al final de los trabajos: la cumbre del clima era un éxito. Al contrario que la de Copenhague en 2009, acababa en un acuerdo. Este incluso podía ser clasificado de ambicioso puesto que los gobiernos se comprometían a actuar para mantener el aumento de la temperatura “muy por debajo de 2ºC” “continuando los esfuerzos” para no sobrepasar el 1,5ºC de calentamiento. Nadie había imaginado semejante avance.

Sin embargo, había una sombra en esa imagen, que François Hollande señaló inmediatamente: las partes no se habían puesto de acuerdo sobre el establecimiento de un precio al carbono. No obstante, esta idea estaba el centro de la estrategia climática capitalista elaborada durante el periodo preparatorio para la cumbre. El presidente francés lo dijo durante su discurso de apertura del “Business Climate Summit” celebrado en París seis meses antes que la COP: “Si verdaderamente queremos enviar señales a los mercados para que las empresas puedan tomar decisiones en función de la optimización económica que puede ser ecológica, la cuestión del precio del carbono se plantea necesariamente porque es la señal más tangible que se puede enviar al conjunto de los actores económicos” /1.

Precio al carbono: el gran capital quiere claridad

En la COP, se hizo todo para dar a la opinión pública la impresión que los jefes de Estado y de gobierno estaban escribiendo una página de la historia. En realidad, las directrices del acuerdo se había trazado con anterioridad en el marco del “diálogo estratégico de alto nivel” celebrado en la COP20 (Lima, diciembre de 2014) entre los principales dirigentes políticos y los medios empresariales multinacionales. El establecimiento de un precio al carbono era una demanda de estos últimos. Convencidos de que pronto o tarde sería necesario “internalizar los costes” del calentamiento /2, la mayoría de los responsables de las grandes empresas transnacionales querían una decisión política cerrada lo más rápidamente posible para poder planificar las inversiones sabiendo a qué atenerse y que los competidores estuvieran al menos en condiciones de igualdad /3”.

Esta voluntad de los círculos dominantes del capital vuelve a salir con claridad en los manifiestos, cartas abiertas y diversos informes de los think-tanks capitalistas y de grupos de empresas que se hicieron públicos los meses anteriores a la COP21. Extraemos aquí algunos ejemplos:

-Introducir precios potentes y previsibles del carbono puede “enviar señales potentes a toda la economía” era la cuarta recomendación del informe “ Better Growth, Better Climate” publicado en septiembre de 2014 por la Comisión Global sobre economía y Clima /4. Cabe recordar que esta Comisión Global es un think tank muy influyente, copresidido por Roberto Calderón y Nicholas Stern, respectivamente, expresidente de México y autor en 2006 de un importante informe sobre la economía del cambio climático, redactado a petición del gobierno británico.

-Algunos meses antes de la COP21, nueve grupos empresariales y varios centenares de directores ejecutivos de grandes empresas hacían públicas sus propuestas de cara a un acuerdo /5. Su texto se refería explícitamente a “Better Growth, Better Climate”. Se podía leer que “El acuerdo debería plantear las bases para el establecimiento, en todos los países emisores, de un sistema de precios del carbono (i) que sea firme y previsible -para estimular la acción y favorecer las decisiones de inversión en las tecnologías de bajo-carbono de la forma más efectiva desde el punto de vista de los costos.; (ii)que prevenga las distorsiones de la competencia; (iii) que se coordine con una supresión planificada de los subsidios a los combustibles fósiles; (iv) que se apoye en diferentes herramientas como el sistema de comercio de emisiones, o de los impuestos (...)”.

La demanda de un precio del carbono no se formula solamente por sectores del “capitalismo verde” sino también por empresas del sector fósil. En junio de 2015, seis grandes compañías petroleras British Gas Group, BP, Eni, Royal Dutch Shell, Statoil y Total – dirigían a Naciones Unidas y a los gobiernos, una carta abierta diciendo especialmente esto /6: “El hecho de poner un precio al carbono se ha extendido rápidamente por todo el mundo estos últimos años, pero está aún lejos de ser un sistema global consistente. Desde hace un cierto tiempo, ahora las empresas y los inversores han presionado a los gobiernos para acelerar su respuesta política a fin de proporcionar un sistema de precios mucho más consistente”. ExxonMobil no figuraba entre las signatarias pero en un comunicado al final de la COP, enumeraba los “principios claves” de una política climática “concluyendo: una “impuesto neutro” (que no haga más pesada la presión fiscal-DT) sobre el carbono es la mejor forma de encontrarlos” /7.

Se sabe que la COP21 está muy lejos de haber descartado la amenaza del cambio climático: el acuerdo de París , en lo esencial, solo es una declaración de intenciones y hay un foso de alrededor de 2ºC entre ellas y los planes para el clima de los estados nacionales (esos planes llamados “Contribuciones nacionalmente determinadas”NCD). Rellenar ese foso es el reto que el “diálogo estratégico de alto nivel” supuestamente abordará en el futuro. Porque, discretamente, se persigue sostener más que nunca el dogma neoliberal que dice que la transición energética debe ser diseñada por las multinacionales puesto que son ellas, y no el sector público, que la pondrán en marcha...

Una proposición inesperada de los conservadores americanos

Pronto o tarde la demanda de un precio global del carbono debería acabar por concretarse. ¿Cómo? Las discusiones transcurren sobre la base de experiencias desarrolladas en diferentes países y regiones. Un procedimiento es crear mercados de derechos de emisión canjeables. Es lo que se ha hecho en la Unión Europea, en California, en Quebec, en el Noreste de Estados Unidos y en seis regiones de China. Otra forma es gravar el carbono con un impuesto. Ensayado en la Columbia Británica desde hace algunos años, esta idea parece que está ganando partidarios. En todo caso, las filas de estos acaban de engrosarse súbitamente de una forma bastante inesperada: ocho pesos pesados del partido republicano estadounidense -sí,¡el partido del climanegacionista Donald Trump!- adelantan una fórmula concreta de impuesto al carbono. Un impuesto “neutro” que no haga más pesada la presión fiscal. Proponen establecerlo inmediatamente solo a nivel de Estados Unidos, sin subordinar su puesta en práctica al establecimiento de un precio mundial del carbono. Lo más sorprendente -a primera vista- es que la propuesta retoma la idea avanzada por el célebre climatólogo James Hansen de un impuesto que aumentaría de año en año y cuyos ingresos se devolverían a a las ciudadanas y ciudadanos individuales, a cada hombre, a cada mujer o a cada niño o niña le correspondería la misma cantidad de dinero.

Es poco decir que los autores son pesos pesados conservadores. Entre ellos se encuentran James Baker III (ex secretario de Estado bajo el presidente Bush), Henry Paulson (ex Secretario del Tesoro con el presidente Bush, anteriormente ejecutivo de Goldman Sachs), Martin Feldstein (ex presidente del del Consejo Económico del presidente Reagan),George Shultz (ex Secretaro de Estado con Reagan, Secretario del Tesoro y del Trabajo con Nixon, Rob Walton (ex PDG de Walmart) y otros tres señores menos conocidos en esta parte del Atlántico. Su proposición, llamada “ The Conservative Case for Carbon Dividends”, está contenida en las ocho páginas de presentación. Está elaborada en el marco del “Climate Leadership Council” (CLC), un think-tank que tiene como objetivo “movilizar a los líderes de opinión mundial alrededor de las soluciones climáticas más eficaces, populares e igualitarias” /8.

La propuesta abarca cuatro aspectos:

1. Se impone un impuesto al carbón de 40$/tonelada antes de entrar los combustibles fósiles en la economía US (mina, pozo o puerto); su montante se revisa al alza cada cinco años.

2. Se trata de un impuesto “neutro” cuyos ingresos son íntegramente revertidos a la ciudadanía americana, incluyendo a niñas y niños, bajo la forma de un dividendo per capita trimestral, idéntica para todas las personas y libre de impuestos; para una tasa de 40$/tonelada, el dividendo anual medio de una familia de cuatro personas sería de 2 000 dólares.

3. Para evitar deteriorar la competencia de la economía estadounidense, se crea un dispositivo de ajuste en las fronteras: las empresas estadounidenses que exporten hacia países en los que el carbono no tiene impuestos, se beneficiarán de un descuento sobre la tasa del carbono que hayan pagado, mientras que las importaciones provenientes de esos países tendrán una tasa prorrateada según el contenido en carbono de las mercancías (estos ingresos se añadirán al dividendo ciudadano). Este dispositivo permite soslayar un acuerdo internacional previo del precio mundial del carbono , al mismo tiempo que se presiona a favor de su implantación.

4. Las regulaciones “que convertidas en inútiles debido a los crecientes impuestos del carbono” son abolidas: ”la mayor parte de la autoridad reglamentaria de la EPA (Agencia US de protección del medioambiente) sobre el dióxido de carbono será suprimida y el Clean Power Plan (medidas contra el carbón decididas bajo el mandato de Obama en el marco de la NDC US para la COP21) será completamente retirado”. No obstante, el texto precisa esto: “Para construir un consenso bipartidista en favor de semejante retroceso reglamentario, la tasa inicial debería ser establecida de forma que arrastre la reducción de emisiones superiores a las que que derivan de la normativa en vigor”.

El huevo de Colón al servicio del proyecto global

Una paradoja salta a la vista: mientras que la propuesta supuestamente responde al desafío del cambio climático, su impacto en términos de reducción de emisiones no está cuantificado, está apenas mencionado. En realidad, las motivaciones de los autores no son ecológicas sino sociales. Son políticas, económicas, ideológicas, geoestratégicas y partidistas. Utilizan a la vez la inquietud por el cambio climático y el descontento frente a la austeridad para intentar solventar simultáneamente varios desafíos del capitalismo estadounidense y construir una hegemonía reaccionaria. El método es más sutil que el de Trump, pero las convergencias son grandes, especialmente, en el proteccionismo y en el desmantelamiento de la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA).

En el plano político, los autores constatan que “la inseguridad económica” “resultante del progreso tecnológico y de la globalización”, provoca un ascenso del populismo. Este “amenaza el consenso político a favor de la libertad de comercio y de inversión”. Esta amenaza “no se presta a respuestas fáciles” pero el dividendo del carbono constituye “una rara excepción”: es una idea sencilla que refuerza la economía mejorando las perspectivas de los descontentos”. Este dividendo es un medio de “reorientar la energía populista en una dirección social aprovechable” ( se sobreentiende que neoliberal). Y esto “a partir de un razonamiento populista: nosotros , el pueblo, merecemos una compensación cuando otros imponen riesgos climáticos y emiten gases que capturan el calor en nuestra atmósfera compartida”.

En el plano económico, la propuesta retoma los argumentos clásicos del capitalismo verde: el establecimiento de un precio al carbono, estimulará la innovación tecnológica, abrirá grandes perspectivas de inversión (por la sustitución a gran escala de las infraestructuras energéticas y de transporte) y dará a las empresas, sobre todo a las del sector energético, las perspectivas estables que necesitan para planificar sus inversiones.

Se añaden dos consideraciones: 1º “puesto que muchas reglamentaciones serán inútiles, el plan daría a las compañías una flexibilidad para reducir las emisiones con la eficiencia/coste máximo”; 2º “si los inversores saben que un impuesto va aumentar poco a poco a los largo del tiempo, el efecto estimulante del impuesto final, se hará sentir casi de inmediato sobre los proyectos de infraestructuras y equipamientos, sobre todo, los que tienen un retorno a largo plazo” así como de la elección de inversión de las familias. Así pues, efecto positivo sobre el “crecimiento y sus efectos dinámicos en materia de consumo y de inversión”. Efecto positivo también sobre el comportamiento de los consumidores.

En el plano ideológico, James Baker y sus colegas, seducen a los conservadores explicando que su plan es ideal para “reducir el tamaño del gobierno”: la supresión de numerosas regulaciones en el ámbito energético reducirá la burocracia estatal, lo que liberará recursos humanos y financieros. Punto clave: el aumento progresivo del impuesto “eliminará el argumento sobre la necesidad de las regulaciones cada vez más fuertes sobre las emisiones de gas de efecto invernadero en los años venideros”. En realidad, los autores atacan el papel regulador de la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA) pero golpean por la espalda, en nombre del medioambiente. Insisten: “Es esencial” que los ingresos de las tasas sean distribuidos íntegramente bajo la forma de dividendos, “pues la duración, la popularidad y la transparencia del plan dependen de ello. Destinar los ingresos del impuesto del carbono a otros fines (por ejemplo, inversiones en renovables, DT) socavaría el apoyo popular al un impuesto que aumentaría gradualmente y (socavaría) más ampliamente las razones que afectan (inutilidad de las, DT) a las regulaciones de reducción a largo plazo”.

En el plano geoestratégico, los autores dicen querer “estabilizar un mundo inestable”. Su propuesta tiene en cuenta la lasitud del pueblo americano frente a las guerras exteriores, por una parte, y de la voluntad del imperialismo estadounidense de preservar y reforzar su liderazgo imperialista, por otra. “Estabilizar el mundo” para Baker & Co, consiste en dar a Estados Unidos la “independencia energética” que “reducirá la necesidad de proteger o buscar influir (sic) en las regiones productoras de petróleo y políticamente vulnerables”. A cambio, esto reforzará la seguridad nacional. Además, el precio del carbono “animará la energía nuclear doméstica, lo que aumentará la estabilidad climática y la independencia energética de América”.

En fin, en el plano partidario, se trata de “reforzar el dominio republicano”. 64 % de los americanos están inquietos o muy inquietos por el cambio climático, una clara mayoría de los republicanos cree que está en camino” y 67 % de los americanos, entre ellos 54 % de los republicanos conservadores son favorables a un impuesto redistribuido íntegramente bajo forma de dividendos a los ciudadanos. Se puede no estar de acuerdo sobre la importancia de las causas humanas del calentamiento pero este es “una evidencia que crece demasiado rápidamente para ser ignorada”, “los riesgos son demasiado grandes y deben ser evitados”. Para los autores, “el rechazo de muchos republicanos a responder con seriedad (…) pone de manifiesto pobreza científica y económica y es contraria al liderazgo del partido”. Los americanos menores de 35 años, los latinos y los asiáticos (los grupos cuyo crecimiento demográfico es el más grande) son los más preocupados por el cambio climático. El partido conservador “ignora esta realidad en su propio perjuicio”...

La conclusión estratégica está claramente enunciada: “Vuelven al Gran Old Party (GOP) el de abrir el camino en lugar de mirar a otro lado. Los republicanos tienen hoy la rara oportunidad de plantear las modalidades de una solución climática a largo plazo basada en el mercado con la garantía del apoyo de los dos partidos, de la industria y de lo público. No menos importante, es una oportunidad de mostrar el poder del modelo conservador ofreciendo una política climática más eficaz, equitativa y popular, basada en el libre mercado, menos estado y dividendos para todos los americanos”.

El golpe parece hábilmente concebido y bien madurado. Es un poco como el huevo de Colón. Tres de los autores escribieron un artículo de opinión en el New York Times: los cuatro pilares combinados de la propuesta “invitan a nuevas coaliciones. A los ambientalistas les debería gustar el compromiso largamente postergado de poner un precio al carbono. Los abogados del crecimiento deberían valorar la disminución de la reglamentación y el aumento de la estabilidad política, lo que animaría las inversiones a largo plazo, especialmente, en tecnologías limpias. Los libertarios deberían aplaudir un plan que apunta a buenos incentivos y a apartar la intervención del estado. Los populistas deberían acoger bien el impacto distributivo”/9.

Aplausos en las filas del neoliberalismo (verde)...

El Financial Times en un editorial /10, comentó la propuesta muy positivamente, certificando que está de acuerdo con los dogmas neoliberales: “no hay nada de estrictamente estatal en corregir un precio para integrar los verdaderos costes de producción -en este caso, el coste medioambiental de las emisiones de carbono- sin afectar a los mercados más ampliamente”. Duro, el diario británico prosigue: “Aceptar este principio permitiría basar el enfoque US del cambio climático en una política inteligente, más que en una ideología”. Zas!, problema resuelto. Sin embargo, el diario de la City señala algunas dificultades prácticas especialmente a propósito de los aranceles y formula incluso alguna objeción ecológica pertinente.

En Estados Unidos, alguno de los integrantes seleccionados de las “nuevas coaliciones” buscadas por Baker & Co comenzaron a hablar rápidamente. La reacción del demócrata Lawrence Summers, por ejemplo, confirma que los ocho autores republicanos tuvieron razón en abogar por un consenso bipartidista. Ex-economista jefe del Banco Mundial, ex Secretario del Tesoro de Bill Clinton y ex Presidente del Consejo Económico Nacional con Obama, Summers escribió en su blog que apoya con fuerza la propuesta de un impuesto al carbono para hacer frente al cambio climático. La propuesta de que el impuesto esté acoplado a un mecanismo de dividendo para los consumidores, a una retirada de la reglamentación “command-and-control /11 y a un ajuste en las fronteras es igualmente sensato” /12. Summers muestra su acuerdo con el abandono de la regulación por objetivos medioambientales en beneficio del estímulo por los precios. “Alguno de mis amigos puede no estar completamente de acuerdo, escribe, pero creo que reemplazar la regulación “command-control” por un impuesto semejante es un paso positivo. Eso va a reducir la incertidumbre y con ello animar la inversión” (Volveremos más adelante sobre la importancia de esta cuestión).

Summers no está solo. La propuesta del CLC fuere acogida positivamente en la derecha del movimiento ambientalista. Naomi Klein mostró en su libro sobre el cambio climático /13, que esta derecha verde, en Estados Unidos, se confunde ampliamente con el capitalismo verde, es decir, con el capitalismo a secas. Mark R. Tercek es un puro representante de esta corriente. Ex- director ejecutivo en Goldman Sachs, Tercek dirige actualmente The Nature Conservancy (TNC), una organización de más de un millón de miembros que gestiona miles de km² de zonas protegidas en el mundo. Las posesiones de TNC están estimadas en más de 5 000 millones de dólares y representantes de compañías petroleras se sientan en sus consejo de administración. (¡TNC ha llegado incluso a extraer petróleo en sus reservas naturales!). Tercek es el coautor (con Jonathan S. Adams), de Nature"s Fortune. How Business and Society Thrive By Investing in Nature (Island Press, 2015): un libro que explica que la naturaleza debe ser salvaguardada porque constituye una enorme fuente de beneficios. Proteger el medioambiente, para estos autores, se convierte sencillamente en hacer de la protección un negocio atractivo para los inversores. Evidentemente, esta estrategia implica poner precio a todo, especialmente, al carbono. De golpe, la reacción de Tercek no guarda ninguna sorpresa: “Todos debemos aplaudir la propuesta adelantada por el Climate Leadership Council, escribe. Y ahora que nuestros amigos republicanos salen de su escondite, espero que los demócratas y los ambientalistas les acojan felices en un nuevo intercambio bipartidista sobre esta propuesta del dividendo del carbono” /14.

...pero el climanegacionismo está a la cabeza entre los republicanos

Desgraciadamente para Baker & Co, su huevo de Colón no se lo tragan en su propio campo. Un ejemplo de las reacciones negativas en el GOP fue dada por Rupert Darwall, un historiador, miembro del Center for Policy Studies (un think tank ultraconservador) y partidario de Donald Trump. Darwall escribió una obra - The Age of Global Warming: a History (Quartet Books, 2013)-, ilustrando de maravilla cómo y por qué el negacionismo climático es parte integrante de este “espíritu reaccionario” /15 (sexista, populista, racista, creacionista, etc.) que domina en adelante el Partido Republicano.

Los autores del “ Conservative Case for Carbon Dividend” son conscientes del obstáculo. Intentan eludirlo diciendo que la causa del calentamiento importa poco, siendo lo esencial la amenaza y la obligación de actuar. Pero esto es el talón de Aquiles de su argumentación: ¿para qué limitar las emisiones debidas a los seres humanos si no son la mayor causa del cambio climático? Darwal ataca este punto débil: “Ninguna persona sana de espíritu tendría la idea de poner impuestos al CO₂ si este fuera considerado no peligroso y esencial para la vida, lo que es muy evidente”. Darwal riza el rizo de la propuesta de los ocho. Para él, no es otra cosa que una “recaída en la histeria climática de las élites”. Habiendo contribuido al rechazo de esta histeria la victoria de Trump, se trata de perseverar para “devolver la grandeza a América” sin dejarse impresionar por nadie.

Es importante señalar que esta posición absurda no deriva sencillamente de los vínculos materiales de Darwal y sus iguales con el capital fósil. En el fondo, su ideología conspiradora los vuelve totalmente insensibles a la razón, incluyendo la razón imperialista que dice que la retirada de Estados Unidos del acuerdo de París dará a China el liderazgo en la transición energética, a sea, en el mundo. Para los individuos como Darwal, en realidad, “la histeria climática” se ha creado artificialmente por los competidores que quieren impedir a América aprovecharse de sus inmensas reservas fósiles, para impedir su “grandeza”. ¿China ocupa el primer puesto en la eólica y la solar? Mejor, ojalá sea verdad, dice en lo sustancial: eso encarecerá sus exportaciones, mientras que el carbón, el gas de esquisto y las arenas bituminosas baratas garantizarán la competitividad de la economía de los Estados Unidos.

En uno de sus artículos /16, además, Darwall invita a reflexionar sobre la experiencia de George Bush: según él, Bush había comenzado bien su segundo mandato denunciando el Protocolo de Kyoto, desgraciadamente se dejó embaucar por Tony Blair durante la cumbre del G-8 en Gleneagels, en 2005, lo que abrió la política climática de Obama, que hizo el juego a los chinos (¡!) /17. Trump debe extraer lecciones “poner buena cara al mundo”. Tendríamos de qué reírnos si el desafío no fuera dramático.

Frente a estas burradas, la propuesta de Baker y sus colegas, parece un modelo de racionalidad al servicio de la clase dominante. ¿Cómo explicar entonces que no sea aprobada? Porque la “clase dominante” es una abstracción: el capitalismo solo existe bajo la forma de capitales competidores, la clase de los capitalistas está compuesta de rivales, y su representación política está delegada en personas, eventualmente, salidas de otras capas sociales (Tatcher, por ejemplo, era hija de un tendero). Como el ascenso al poder de esas personas depende del sufragio universal, -por tanto, de su habilidad para ganar un apoyo fuera de la clase capitalista–, se entiende que haya una doble autonomía relativa: por una parte, de la esfera política en relación a la esfera económica, por otra, de los individuos respecto a la esfera política. Esta autonomía deja un amplio espacio al azar incluso a lo irracional, sobre todo, en periodos de crisis.

El trumpismo es a la vez, una manifestación de esta crisis y de esta irracionalidad /18. No se puede excluir completamente que una forma de impuesto neutro al carbono acabe por hacer su camino en la administración estadounidense. Por una parte, es el deseo de Rex Tillerson, Secretario de Estado y era favorable a ella cuando dirigía Exxonmobil... Por otra parte, el estado de la opinión pública estadounidense sobre el cambio climático es tal /19que un politicastro como Trump podría estar tentado -¿quién sabe?- de inspirarse en la propuesta de Baker & Co. para dar un “golpe” político. Pero los ultraconservadores climanegacionistas opondrán resistencia y estarán en condiciones de exigir serias contrapartidas.

Reabrir en la izquierda, el debate sobre la “propuesta Hansen”

Sea lo que sea, la propuesta del CLC debería animar a la izquierda a (re)examinar la cuestión de fondo: ¿qué actitud hay que adoptar frente a la propuesta de un impuesto al carbono que aumente al paso del tiempo y cuyo producto es igualitariamente distribuido como dividendo a todos los ciudadanos?

Se dice que James Baker y sus colegas, no tienen la primacía de la idea: ya fue formulada por primera vez por el célebre climatólogo americano James Hansen. Antiguo director del Goddard Institute de la NASA, profesor de la Universidad de Columbia, militante climático después de jubilarse, Hansen es conocido por haber agitado la campana de la alarma del calentamiento muy pronto, durante una declaración delante de una comisión del Congreso de Estados Unidos, en 1988. Es un científico eminente, un humanista, y un hombre de convicciones. Fue detenido en varias ocasiones con motivo de su participación en acciones contra las centrales de carbón, y contra el gasoducto Keystone XL. Su personalidad, explica en parte el éxito de su propuesta en ciertos ambientes de izquierda y ecologistas.

Fue en 2009, en una segunda declaración delante del Congreso, que el climatólogo lanzó su idea de un impuesto-dividendo (“fee and dividend”) al carbono. El punto de partida merece la simpatía de la izquierda: Hansen, con razón, comprende que una política climática que solo tiene posibilidades de éxito si está apoyada por una mayoría social, es decir, si de alguna manera responde al hartazgo frente a la austeridad. Su propuesta supuestamente responde a esta preocupación. Se explica en su libro, Storms of My Grandchildren. The Truth About the Coming Climate Catastrophe and Our Laste Chance to Save Humanity (Bloomsbury, 2009): "La gente con bajos salarios podrán ganar limitando sus emisiones. La gente que tiene muchas casas, o que quieren volar en avión alrededor del mundo, pagarán precios mayores que los que pueden ganar con el dividendo... Si los fondos son distribuidos al 100 % entre el público, el público aceptará que el impuesto alcance niveles elevados, lo que no ocurre con el precio relativamente ineficaz del carbono que caracteriza el “cap-and-trade” o un simple impuesto al carbono /20”.

J. Hansen es consciente de la necesidad de cambiar de sistema energético pero señala que esta transición se escalonará durante varios decenios. Vista la urgencia, el impuesto-dividendo sería mientras tanto, el único medio de realizar de forma efectiva las reducciones indispensables a corto plazo para evitar un cambio incontrolable del sistema climático. El impuesto-dividendo es, en su opinión, el impulsor central de una política popular que implicaría además economía de energía, la interrupción de la explotación de los combustibles fósiles no convencionales, la parada de las centrales de carbón no equipadas de dispositivos de captura-secuestro de CO₂, una gestión del suelo que intente aumentar el almacenamiento del carbono... el desarrollo nuclear llamado de “cuarta generación”.

J.B. Foster: de la “Ecología de Marx” al impuesto al carbón...

Este enfoque convenció a una parte de la izquierda. En 2013, John Bellamy Foster, muy conocido por su libro sobre la ecología de Marx (Marx"s Ecology) /21, escribía en la Monthly Review un largo artículo de apoyo a la propuesta de James Hansen /22. Foster expresa ciertas reservas:” Fundamentalmente, a pesar de sus aspectos positivos, la estrategia de Hansen para salir de la crisis climática, no llega demasiado lejos”. “A pesar de sus rasgos progresistas, dice, se trata esencialmente de una estrategia de top-down de la élite para implementar un impuesto al carbono con la esperanza de que favorezca la introducción por parte de las empresas de los cambios tecnológicos necesarios”. No responde ”al problema del capitalismo y al imperativo de acumulación que guía este sistema”. Así que Foster mantiene que “una verdadera solución requiere un cambio radical de las prioridades sociales”, “una transformación social mucho más amplia que solo puede ser provocada por los medios de movilización de masas democrática”,”una transformación revolucionaria”.

Pero, mientras tanto, Foster asume con fuerza el impuesto-dividendo porque es “el único enfoque factible” y tiene un carácter de clase: “La importancia del enfoque que Hansen tiene del cambio climático (…) deriva ampliamente de su análisis de clase, de su sensibilidad populista (populist frame), de su internacionalismo, de su formidable realismo. Es así como ha sido llevado a promover el impuesto-dividendo como el único enfoque factible para reducir rápidamente las emisiones de carbono. Sin un precio del carbono mucho más elevado (incluyendo sus constes medioambientales) no hay esperanza de evitar el desastre,vista la naturaleza del sistema socio-económico imperante” escribe Foster.

Esto no deja de asombrar. Por un lado, Foster defiende una perspectiva revolucionaria, coherente con su análisis marxista del recalentamiento como consecuencia de la acumulación capitalista . Sobre esta base, rechaza lógicamente cualquier estrategia “por etapas”: “No es posible ninguna solución gradual, el tiempo es demasiado breve” escribe en la conclusión del artículo. Por otro lado, considera el impuesto-dividendo de James Hansen como una etapa indispensable: “el primer paso crucial que se debe dar para evitar un cambio climático irreversible (…) una tentativa calculada para colar el plan máximo que el régimen del capital podría aceptar razonablemente”. La contradicción es evidente.

Porque la propuesta de Hansen, en el fondo, no es otra cosa que una variante populista de la doctrina neoliberal según la cual, la destrucción del medioambiente debido a la economía de mercado puede ser combatida (i) sin poner en cuestión la acumulación, (ii) sin fijar objetivos disuasorios en términos de reducción de la contaminación, (iii) sin prácticas colectivas innovadoras generadoras de nuevos valores culturales, (iv) simplemente, otorgando a los factores de destrucción un precio de mercado que llevará a las empresas a reorientar sus inversiones y a los consumidores individuales a cambiar sus hábitos.

¿Dinámica anticapitalista? ¿Carácter de clase? ¡Seamos serios...!

Para salir de la contradicción, Foster sostiene que la propuesta de Hansen es “objetivamente revolucionaria”, que desencadenará la dinámica anticapitalista indispensable” “a cualquier estrategia de estabilización climática o medioambiental a largo plazo”: “Lo que es objetivamente revolucionario en la propuesta de Hansen es su arraigo en un sentido compartido de la urgencia y de la crisis que puede ser fácilmente comunicada al centro del sistema en las economías de capital financiero monopolístico. El gran potencial (de la propuesta DT) es que su resultado repercutirá en todos los aspectos de la sociedad y de la economía. A nivel de vida cotidiana, esto demostraría más claro que nunca la naturaleza de clase de las huellas del carbono y de la destrucción creciente del planeta”.

Foster invoca la autoridad del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels: gracias al impuesto-dividendo, se hará evidente que los cambios radicales necesarios en el conjunto de la producción, de la distribución y del consumo, solo se podrán realizar “por una violación despótica del derecho a la propiedad y del régimen burgués de producción, es decir, por medidas que económicamente, parecen insuficientes e insostenibles pero que, a lo largo del movimiento, se sobrepasan ellas mismas y son indispensables como medio de transformar el modo de producción entero”.

Esta apuesta por la dinámica anticapitalista de la propuesta de Hansen, se basa en la idea de que el hecho de dar, pongamos 2 000 dólares/año a todas las familias de los Estados Unidos tendría un “carácter de clase”. La facilidad con la que la idea del “fee and dividend” es retomada por las ocho eminencias del Partido Republicano incita a dudar de ella...

En serio, no hay que contentarse con las palabras. ¿Qué es una reivindicación de clase? Una reivindicación que estimula la comprensión (práctica) por parte de las personas explotadas de que la sociedad está dividida en clases sociales antagónicas, determinadas por el lugar que ocupan en las relaciones de producción y de propiedad. En el modo capitalista de producción, que produce y reproduce constantemente la desigualdad social, el hecho de distribuir una suma de dinero a todas los ciudadanos y ciudadanas no revela la existencia de clases.. Al contrario, la disimula. El impuesto-dividendo, además, no es un truco al estilo Robin de los Bosques: todo el mundo pagará el impuesto porque las empresas lo repercutirán, al menos, en parte, sobre los consumidores finales.

Es verdad que el dividendo per capita tendría in cierto efecto de redistribución, pero eso no es suficiente para darle un “carácter de clase”. En el plano de las ideas, no es del lado del marxismo donde hay que buscar los orígenes de esta propuesta sino más bien, del lado de la susodicha “teoría de la justicia” de John Rawls quien inspira a los partidarios del subsidio universal. La aproximación no es casual: de hecho el “fee-and-dividend” es un subsidio universal verde, financiado por el impuesto al carbono /23.

No, no es la única propuesta aplicable

Para John B. Foster y los que le han seguido (especialmente, Ian Angus, fundador del excelente sitio Climate and Capitalism /24y nuestro camarada Alan Thornett, miembro dirigente del Socialist Resistence), la extrema urgencia de la lucha contra el calentamiento justifica el apoyo a J. Hansen porque el impuesto-dividendo es la única propuesta eficaz y aplicable en el contexto actual -”lo máximo que el régimen del capital podría razonablemente aceptar”, según Foster.

Alan Thornett profundiza en esta idea: “Podríamos enumerar lo que se tendría que hacer. Necesitamos un paso completo a las energías renovables, acabar con el productivismo, un gran programa de conservación de energía, una política de transporte integrada y una importante reducción del uso del coche, una localización de la producción alimentaria (y otras) cuando sea posible, una reforma agraria, conservación del agua, soberanía alimentaria, fuerte reducción del consumo de carne, proteger a los habitantes y a las especies vulnerables -podríamos alargar la lista. Sin embargo, el problema es saber cómo estas medidas pueden ser aceptadas y en qué plazos puestas en práctica y cómo suscitar el apoyo popular a su introducción (…) Por decirlo crudamente, el problema con todo esto es que no parece que estemos al borde de una revolución mundial y que cuando esta llegue a fin de cuentas, podría ser demasiado tarde para hacer algo ”/25.

La amenaza climática es, efectivamente, gravísima pero no es verdad que el impuesto-dividendo sea “la única solución aplicable en el contexto actual” (volveremos sobre este punto), ni que todas las otras propuestas necesitarían previamente “la revolución mundial”. Se puede poner en práctica un plan público de aislamiento – reforma de edificios –empezando por los públicos y semipúblico - sin destruir el sistema capitalista; ciudades que han decidido instaurar la gratuidad de los transportes públicos; asociaciones de ciudadanos organizan modelos de consumo basados en la producción de agricultura ecológica de proximidad; sindicatos campesino miembros de Vía Campesina trabajan la soberanía alimentaria y un modo de producción que capta carbono; pueblos indígenas defiende el bosque y otros recursos naturales en sus territorios; sectores del movimiento sindical reivindican una “democracia energética” mediante la socialización del sector energético y una reconversión profesional de los trabajadores y de las trabajadoras de las empresas contaminantes; centenares de miles de jóvenes y menos jóvenes se movilizan contra las infraestructuras fósiles; etc.

La diferencia entre estas reivindicaciones y la “fee and dividend” no es que esta sea aplicable inmediatamente mientras que las otras no lo serían. La diferencia es que las primeras pasan por una estrategia social de convergencia de luchas (prácticas conflictivas) de las personas explotadas y oprimidas por una alternativa ecosocialista, mientras que la segunda pasa por la búsqueda de un consenso político “bipartidista” alrededor de una ley supuestamente “win-win-win” (buena a la vez para lo social, para la economía y para el medioambiente en la línea neoliberal del susodicho “desarrollo duradero).

Esta polarización vuelve a salir claramente de una reciente experiencia en el estado de Washington (Seattle). El movimiento climático en este Estado estaba construyendo una alianza con los sindicatos, las comunidades de color, las organizaciones de mujeres, los pueblos indígenas y otros grupos oprimidos. Una corriente valoró que la urgencia climática necesitaba un acuerdo político entre demócratas y republicanos, factible solo alrededor del impuesto al carbono /26. Así que esta corriente elaboró una propuesta que fue sometida a referéndum de iniciativa popular (ballot). La propuesta difiere un poco de la de Hansen /27, pero eso no es esencial para nuestra discusión. El punto clave es las dos estrategias implican relaciones muy diferentes con los movimientos sociales...

David Roberts resume el asunto en estos términos: “La izquierda está bajo presión de su ala de “justicia social” para hacer del clima una parte del movimiento progresista más amplio. Al mismo tiempo, permanece bajo presión de centristas para hacer del clima un desafío político bipartidista, y esta presión solo crecerá a medida que crezca el número de parlamentarios republicanos deseosos de negociar sobre el clima”. Sin embargo, por supuesto que la distribución, incluso integral, del producto del impuesto no garantiza para nada la justicia social de una política climática.

En realidad, esta justicia, requiere mucho más que un aumento de los ingresos individuales (que los consumidores, dicho sea de paso, son libres de utilizar para comprar un SUV (coche deportivo- ndt): los sindicatos piden la reconversión de los trabajadores de las empresas sucias, las comunidades de color y los grupos de bajos ingresos piden viviendas baratas cerca del transporte público, los pueblos indígenas piden la protección de sus territorios...

La transición exige antes que nada proyectos e inversiones colectivos. “¿Si no se financian con el impuesto al carbono, como lo serán?” pregunta D. Roberts. La cuestión es más pertinente porque todas las propuestas en debate están basadas en el dogma de “neutralidad fiscal” del impuesto al carbono...

Pero no es solo un problema de financiación: el reto es también adoptar una estrategia que articule respuestas en términos de programa, por una parte, y prácticas colectivas, generadoras de valores culturales nuevos, de otra. Es un punto esencial: ¿cómo imaginar una salida de la crisis climática con justicia social sin prácticas de auto-organización, de control y de autogestión vinculando lo social y lo medioambiental? Es a través de tales prácticas como las capas explotadas, oprimidas y alienadas pueden desarrollar una ideología alternativa a la ideología burguesa consumista y productivista y el impuesto-dividendo no las favorece en nada.

No, no es la única propuesta eficaz

El otro argumento de los partidarios de izquierdas del “fee and dividend”, se ha visto, es que este dispositivo sería el único medio eficaz de reducir rápidamente las emisiones de gas invernadero “en el contexto actual”. El argumento está basado en la idea de que el dividendo per capita garantizará el apoyo popular a una política que de bastante rápido un precio elevado al carbono (del orden de 150-200$ tonelada de CO₂). Admitamos como hipótesis que las empresas aceptan estos niveles. Aún quedaría pendiente probar que ese impuesto elevado haría descender drásticamente las emisiones de gas invernadero. Hansen dice que un impuesto de 10$/t, aumentando 10$ cada año, reduciría las emisiones el 30 % en 10 años (el impuesto sería entonces de 100$/t) /28. Se pueden formular tres objeciones:

1.Este resultado no es cualitativamente diferente del objetivo del plan del clima elaborado bajo Obama en vista al COP21 (26 a 28 % de reducción entre 2015 y 2025 mediante la regulación)

2. Como el Plan Obama, apenas es más ambicioso que el que USA debería haber ejecutado trece años antes, en 2012, si hubieran ratificado el Protocolo de Kyoto/29

3. Hansen da un ejemplo que contradice sus propias estimaciones: “Tomad el momento en el que el impuesto alcanzará el nivel de 115$/tonelada de CO₂, dice. Este impuesto aumentará el precio de la gasolina en 1$ por galón, el coste medio de la electricidad en 8 céntimos por kilovatio/hora, y reportará 670 000 millones de dólares. Resultará un dividendo de casi 3 000$ por año, o sea, 250$ por mes para todo adulto residente. Una familia con dos hijos o más recibiría alrededor de 8 000 a 9 000$ por año” /30. Un problema: algún tiempo después de que el climatólogo formulara su propuesta por primera vez, el precio de la gasolina en USA aumentaría, 1,20$/galón -en dos años, no en diez. El efecto sobre el consumo , por tanto sobre las emisiones, queda muy limitado: menos de un 3 % de reducción /31.

De forma general, la teoría identifica dos posibles mecanismos de reducción de emisiones: la regulación (mediante la atribución de cuotas) y el impuesto. Hansen toma parte, claramente, por el segundo frente al primero, del que estigmatiza su ineficacia. También destaca la simplicidad legislativa del establecimiento de un impuesto y la pesadez de los mecanismos de regulación. Pero conviene reflexionar bien antes de apoyar al climatólogo en estos puntos. Efectivamente, la regulación por objetivos medioambientales (las cuotas) y el estímulo por los precios (el impuesto) es que la primera postula una garantía de resultado que el segundo no ofrece (el resultado medioambiental dependerá de las reacciones del mercado).

En otras palabras: la regulación da prioridad tanto a respetar las obligaciones medioambientales (volumen de emisión de gas invernadero, por ejemplo) como a los efectos sociales correspondientes, mientras que el impuesto da prioridad a respetar los imperativos económicos de las empresas en materia de la previsión de costes y beneficios, por tanto, de la planificación de sus inversiones. En teoría, parece evidente que la izquierda y los ecologistas deberían privilegiar la primera opción respecto a la segunda.

En la práctica, la regulación se hace hoy vía sistemas de “cap and trade”. Como el nombre indica, estos sistemas combinan dos operaciones: tope de las emisiones (“cap”) y comercialización de los derechos de emisión (“trade”). Sin embargo, esta es una escapatoria para aquella. Por eso, los medios patronales presionan para que el “cap and trade” sea cada vez más flexibilizado por otros mecanismos de mercado múltiples y complejos incluyendo la compensación de emisiones (inversiones en “desarrollo limpio”) en los países del Sur, secuestro del CO₂ por los bosques). El “cap and trade” se convierte entonces , por así decirlo, cada vez más en “trade” y cada vez menos en “cap”, así que cada vez menos eficaz. Además , la pesadez reguladora denunciada por Hansen es ante todo el resultado de esta evolución.

El ejemplo del mercado europeo de los derechos de emisión (ETS) es esclarecedor. Su relativa ineficacia no es imputable al límite de las emisiones sino al hecho (i) de que el límite está sorteado por el subsidio gratuito de los derechos de emisión supernumerario, (ii) que esos derechos son canjeables, (iii) que son considerados como equivalentes a los créditos de emisión generados por el “mecanismo de desarrollo propio” (MDP). En resumen, la ineficacia se debe al control político de las multinacionales y a la mercantilización del carbono.

Extraer un argumento a favor de un mecanismo puramente mercantil -el impuesto – constituiría para la izquierda un grave error estratégico. Además, incluso con la redistribución de los ingresos, el impuesto no ha probado una eficacia superior: en la Columbia Británica (Vancouver), el Partido Liberal introdujo en 2008 un impuesto neutro a las emisiones de las empresas y de las familias. De 10$ canadienses por tonelada de CO₂, aumentó a 30$ en el año 2012. Y después se congeló en esa cantidad. Los ingresos son redistribuidos entre las familias modestas y (en más del 50 %) entre las empresas bajo la forma de descuentos fiscales. ¿El resultado? La reducción de emisiones en este periodo está estimada entre el 5 y el 15 % /32... No hay una diferencia significativa con la que se alcanzó en California mediante el “cap and trade” /33.

Los adeptos al “fee and dividend” replicarán que el sistema puesto en práctica en la Columbia Británica es muy diferente al propuesto por Hansen. Es cierto: el montante del impuesto es bajo y sus ingresos no son redistribuidos íntegramente entre la población. Pero si se razona en el marco del “máximo de lo que el régimen del capital podría razonablemente aceptar” (Foster), la hipótesis de un impuesto sustancialmente más elevado compartido sobre una base per capita no puede ser discutido sin tener en cuenta su repercusión en la competitividad.Esto nos lleva al último punto de nuestra argumentación: la dimensión internacional del asunto.

No, no es una propuesta internacionalista

La izquierda tiene la obligación de abordar esta cuestión a través de las implicaciones del “fee and dividend” en la importante cuestión de las diferentes responsabilidades entre el Norte y el Su, dicho de otra forma, el reto del la justicia climática global.

Cabe recordar que la Convención marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CCNUCC) estipula que la lucha contra el calentamiento debe realizarse teniendo en cuenta el hecho de que los diferentes países tienen responsabilidades diferentes y disponen de capacidades diferentes para hacer frente a las consecuencias del calentamiento. Concretamente, los esfuerzos deben ser repartidos en función de que los países llamados “desarrollados” tienen la mayor parte de la responsabilidad histórica de la acumulación de CO₂ en la atmósfera, mientras que los países más pobres casi no tienen ninguna responsabilidad.

Este principio de justicia Norte-Sur está desde hace años en el punto de mira de los países imperialistas. El fracaso de la COP en Copenhague en 2009 fue debido, especialmente, a que rechazaban respetarlo. La COP de Cancún, al año siguiente puso el problema en el congelador. Más que discutir sobe el reparto de las responsabilidades y los esfuerzos, los gobiernos, en realidad, decidieron intentar llegar a un acuerdo global pidiendo de forma pragmática a cada país comunicar a los otros la “contribución nacionalmente determinada” (NCD) que podían asumir. El acuerdo de París es el resultado de este método “bottom-up” de donde surge el foso entre el objetivo oficial (1,5-2ºC de calentamiento máximo) y la realidad de los NDC (2,7-3,7ºC). Pero esta diferencia ahora debe ser subsanada. En las negociaciones venideras, los gobiernos buscarán “incrementar el nivel de sus ambiciones” de los NCD. De repente, es probable que la espinosa cuestión del reparto de los esfuerzos entre Norte y Sur salte como un gato encerrado.

Hansen es consciente de la mayor responsabilidad histórica de los países capitalistas desarrollados y del derecho al desarrollo de los países del Sur. El problema es que su propuesta es potencialmente contradictoria con respecto al principio de las responsabilidades diferenciadas. Las cosas para él, se deberían hacer de la siguiente manera: algunos países grandes emisores deberían acordar instaurar la “fee and dividend” que enseguida se propagaría mediante los mecanismos de mercado. Es un punto muy cuestionable de su propuesta porque, evidentemente, está excluido que la patronal de los países concernidos deje que el impuesto del carbono se incremente año tras año, sobre todo si se trata de alcanzar la descarbonización total de la economía (para alcanzar este objetivo, el impuesto debería ir hasta los 700$/t en algunos sectores de actividad). Incluso un impuesto de 40$/t socavaría la competitividad y las patronales no desaprovecharían para ejercer el chantaje al empleo.

¿Qué hacer? La respuesta del climatólogo está formulada en un reciente artículo (2016). Es la misma que figura en la “Conservatice Case” publicada un año más tarde por Baker and Co: “derechos de aduana sobre productos derivados del petróleo provenientes de naciones que no participan (al impuesto la carbono, DT) y los reembolsos del impuesto por los productores domésticos exportadores de bienes hacia los países que no participan” /34. Sin embargo, en este caso, los países llamados “en desarrollo” que exportan mercancías hacia Estados Unidos, de facto, verían que se les imponía un precio mundial del carbono ajustado con el precio estadounidense que no tiene en cuenta responsabilidades diferenciadas en el cambio climático.

Hansen es consciente de la contradicción pero, escribe, “los combustibles fósiles no pueden ser eliminados si algunos países son autorizados a exportar productos fabricados con combustibles fósiles sin impuestos”. “Los países en desarrollo tienen derechos, reconocidos en el concepto de responsabilidades comunes diferenciadas y una apalancamiento para obtener asistencia económica”. Pero esta, “debería estar ligada (condicionada, DT) a una mejora de las prácticas agrícolas y forestales, necesaria para limitar las emisiones y almacenar más carbono en el suelo y la biosfera”. De esta forma, “las preocupaciones suscitadas por la “cooperación forzosa” que está implícita en los ajustes fronterizos” podrían “atenuarse”(apagadas). ¿Hay que explicar que esta perspectiva tiene más de imperialismo “esclarecido” que del internacionalismo que se ha creído ver en Hansen alguna vez?

No existe atajo del mercado

No es la primera vez que especialistas en cambio climático intentan formular una estrategia de mercado, basada en el precio del carbono que tiene en cuenta a la vez las obligaciones climáticas y la justicia social en la transición.

Antes que la de James Hansen, otra solución bien intencionada fue elaborada por Anil Agarwal. Responsable de un famoso organismo indio (el Center for Environmental Studies), hace una decena de años, propuso el escenario “Contraction and Convergence) /35 (C&C) Se trataba de que todos los países acordaran una reducción radical de las emisiones (contraction) combinadas con una igualación de las emisiones por habitante (“convergence”) y una recuperación del desarrollo del Norte sobre el Sur gracias a las tecnologías limpias. Para hacer esto, Agarwal sugería que los derechos de emisión canjeables sean distribuidos a los países en desarrollo en tanto estén por debajo de su cuota por habitante. Los países del Norte que no reduzcan suficiente sus emisiones deberían comprar estos derechos. Los ingresos correspondientes deberían permitir a los países del Sur conseguir las tecnologías necesarias para un desarrollo sin carbono. En este marco, Agarwal estimaba que los mecanismos de compensación (CDM) eran aceptables para los países del Sur. La idea había sido popularizada por el Global Commons Institute y apoyada por eminentes climatólogos (especialmente, John Houghton y Jean Pascal van Ypersele, respectivamente ex-copresidente y ex-vicepresidente del GIEC).

Se ha quedado en nada, por la simple razón de que los mecanismos de mercado no sirven ni para proteger el medioambiente ni para asegurar el bienestar de la humanidad sino para hacer caja. No son herramientas técnicas que se puedan poner al servicio de cualquier causa: es un modo de producción basado en la competencia en la carrera a la búsqueda de beneficios mediante la explotación del trabajo humano y los recursos naturales. Nicholas Stern lo escribió en su famoso informe: “el cambio climático es el fracaso más grande del mercado”. Sin embargo, este fracaso no se debe a uno u otro defecto del mercado, se debe a su misma naturaleza.

Querer utilizar los mecanismos del mercado para combatir el cambio climático debido a la economía de mercado es tan insensato como querer fabricar carros de combate para construir hospitales o escuelas. La llamada “crisis ecológica” tiene como causa principal la dinámica de acumulación capitalista. Esta es inseparable de una economía basada en en la competencia para la producción de beneficios. Los terribles peligros de esta crisis que acarrean a la humanidad solo pueden ser conjurados por medidas anticapitalistas radicales que permitan, en resumen, producir menos, de otra forma, otras cosas, y compartir más para vivir mejor... disfrutando de la verdadera riqueza que constituyen las relaciones humanas.

En ese marco, algunas reivindicaciones del tipo “impuesto al carbono”pueden ser necesarias (un impuesto al queroseno, por ejemplo, es indispensable y se pueden discutir otros en caso que sea preciso) pero lo esencial no es eso. Lo esencial es enfrentarse a la dinámica de acumulación. El sistema “fee and dividend” no lo hace. Al contrario: como se ha visto, postula más mercado y menos regulación, por tanto más crecimiento. Hay que ir en la dirección contraria. Por emplear una cita de Marx sobre la que John Bellamy Foster destacó la importancia, en su importante obra: “La única libertad posible es que el hombre social, los productores asociados, gestionen racionalmente su intercambio de materia con la naturaleza”. La conclusión de Marx se anticipa a la urgencia actual: “La condición esencial de esta plenitud es la reducción de la jornada laboral”/36. La propuesta de James Hansen no podría ser ni el eje de una alternativa, ni el “primer paso” obligado de una “estrategia para salir de la crisis climática dentro de la justicia social”. La salida solo puede venir -o no, ese es el drama- de la convergencia de luchas concretas y de las reivindicaciones que plantean las personas explotadas y oprimidas.

Notas

1/ http://www.elysee.fr/declarations/article/discours-lors-de-l-ouverture-du-sommet-des-entreprises-pour-le-climat-unesco/

2/Según los economistas neoliberales, el medioambiente puede ser ptotegido obligando a las empresas a soportar los costes de la contaminación que provocan. Se habla entonces, “de internalización de las externalidades”.

3/ A la espera de decisiones políticas, muchas multinacionales aplican ya un precio interno al carbono, como el recomendado por la Task-force on Climate-related Financial Disclosures du Financial Stability Board, creado a demanda del G20. http://www.fsb.org/wp-content/uploads/Recommendations-of-the-Task-Force-on-Climate-related-Financial-Disclosures.pdf

4/ Better Growth, Better Climate : The New Climate Economy Report », 2014, http://newclimateeconomy.report/

5/ Business proposals in view of a 2015 international climate change agreement at COP 21 in Paris”.www.businessforcop21.org

6/ http://newsroom.unfccc.int/unfccc-newsroom/major-oil-companies-letter-to-un/

7/http://corporate.exxonmobil.com/en/current-issues/climate-policy/climate-perspectives/statement-on-cop-21

8/Climate Leadership Council, « The Conservative Case for Carbon Dividendshttps://www.clcouncil.org/wp-content/uploads/2017/02/TheConservativeCaseforCarbonDividends.pdf

9/ https://www.nytimes.com/2017/02/08/opinion/a-conservative-case-for-climate-action.html

10/The conservative case for taxing carbon emissions”, FT, 14/2/17

11/L a expresión “command and control” designa las reglamentaciones basadas sobre la determinación de objetivos medioambientales (por ejemplo en términos de volumen de emisiones, o de concentración atmosférica de de gas de efecto invernadero) y el control de su puesta en práctica por oposición a reglamentaciones basadas en estímulos por mecanismos de mercado.

12/ http://larrysummers.com/2017/02/09/us-adoption-of-a-carbon-tax-would-encourage-others-to-follow/

13/ Naomi Klein, “Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el cambio climático. Paidos Ibérica, 2015.

14/ We Applaud Proposed Conservative Case for Addressing Climate Change” http://blog.nature.org/conservancy/2017/02/08/we-applaud-proposed-conservative-case-for-addressing-climate-change/

15/ Tomo prestada la expresión de Corey Robin, autor de The Reactionary Mind: Conservatim from Edmund Burke to Sarah Palin, Oxford University Press, 2011.

16/ Rupert Dawall, “The Baker-Shultz Carbon-Tax Plan Is a Bad Deal for Americans”, http://www.nationalreview.com/article/444855/baker-shultz-carbon-tax-plan-bad-deal-americans

17/ Rupert Dawall, “Trump will soon have a chance to show our allies in Western Europe the error of their emissions-cutting ways”

http://www.nationalreview.com/article/445121/donald-trump-paris-climate-agreement-teachable-moment-europe

18/ Daniel Tanuro, “La place du Trumpisme dans l"histoire”, http://alencontre.org/ameriques/americnord/usa/la-place-du-trumpisme-dans-lhistoire.html

19/ Para 2016, la encuesta de opinión anual sobre lo que los estadounidenses piensan del cambio climático da resultados muy interesantes: 70% cree que calentamiento sigue, 53% solamente cree que está causado principalmente por la actividad humana, 28% cree que hay muchos desacuerdos entre los científicos, 75% cree que hay que actuar contra el CO² porque es contaminate 71% tienen confianza en la experiencia científica. https://www.theguardian.com/environment/climate-consensus-97-per-cent/2017/mar/06/americans-are-confused-on-climate-but-support-cutting-carbon-pollution

20/ James Hansen, “Storms of My Grandchildren"s Opa,” December 13, 2012, http://columbia.edu. El “cap-and-trade” designa los sistemas de cupos (cap) de las emisiones por cuotas en las cuales las empresas pueden alcanzar sus objetivos de reducción comprando derechos de emisión excedentarios.

21/ John Bellamy Foster, "Marx"s Ecology: Materialism and Nature". Monthly Review, 2000,

22/ John Bellamy Foster, « James Hansen and the Climate-Change Exit Strategy”, https://monthlyreview.org/2013/02/01/james-hansen-and-the-climate-change-exit-strategy/

23/ John Bellamy Foster, en un artículo reciente parece claramente más reservado a propósito del “fee and dividend”: “La estrategia de Hansen de salida de la crisis climática , escribe, está debilitada por poner demasiado el acento en el precio del carbono”. https://monthlyreview.org/2017/02/01/trump-and-climate-catastrophe/#en44

24/ http://climateandcapitalism.com/2014/10/05/ecosocialists-debate-hansens-fee-and-dividend-plan/

25/ Alan Thornett, “James Hansen"s "exit strategy" from global warming” http://www.internationalviewpoint.org/spip.php?article3390

26/ David Roberts, “The left vs. a carbon tax. The odd, agonizing political battle playing out in Washington state”.http://www.vox.com/2016/10/18/13012394/i-732-carbon-tax-washington

27/ La propuesta preveía un impuesto sobre las emisiones que comenzara en 15$/t en 2017, pasando a 25$/t en 2018 y después aumentando un 3% por año hasta culminar en 100$/t. Los ingresos de este impuesto financiarían una baja de otros sobre el consumo y impuestos los subsidios de 1500$ a 460...familias modestas. La votación se celebró en diciembre de 2016. El impuesto fue aprobado por el 40% de votantes, 60% lo rechazaron.

28/ Citado por J.B. Foster, «James Hansen and the Climate Exit Strategy ».

29/ Según Kyoto, Estados Unidos deberían reducir sus emisiones un 8% para 2012 en relación a 1990. Deberían haber pasado de 6.381 a 5.871 Gt. Obama prometió alcanzar 5.498 toneladas pero en 2015. Para medir este “esfuerzo” hay que saber que las emisiones de USA aumentaron de 1990 a 2005, después han disminuido un 1,4% de media por año en parte porque el hecho de que el gas de esquisto sustituyó al carbón en la producción de electricidad.Sin embargo, el objetivo previsto por el NDC US equivale a una reducción anual de 98 Gt (alrededor del 1,3%). Con otras palabras: de aquí a 2025, Obama se comprometía a grandes rasgos a mantener el ritmo actual de bajada de emisiones...mediante la explotación del gas de esquisto.

30/ Citado por Alan Thornett http://socialistresistance.org/james-hansens-exit-strategy-from-global-warming/6171

31/ Gracias a Phil Ward poreste argumento y por la referencia: https://energy.gov/eere/vehicles/fact-915-march-7-2016-average-historical-annual-gasoline-pump-price-1929-2015

32/ ”Does a Carbon Tax Work? Ask British Columbia, NYT, 1/3/2016.https://www.nytimes.com/2016/03/02/business/does-a-carbon-tax-work-ask-british-columbia.html?_r=0. Voir aussi Brian C. Murray & Nichols Rivers, “BC"s Revenue Neutral Carbon Tax: a Review of the Last ‘Grand Experiment" in Environmental Policy”, Duke Nicholas Institute & U Ottawa Institute of the Environment, Working Paper NI WP 15-14, May 2015

33/ Conviene precisar queen estos ejemplos, cualesquiera que sean, nunca se tiene en cuenta las “emisiones grises” debidas a las importanciones de mercancías salidas de procesos de producción muy contaminantes.. En la Columbia Británica, las importaciones de cemento chinoy en Estados Unidos, habrían aumentado del 5 al 40%desde la implantación del impuesto. Sin embargo, California es la líder de la política climática en América del Norte: se compromete a reducir sus emisiones 40% para 2030, en relación a 1990.

34/ James Hansen and Makiko Sato, “Regional climate change and national responsibilities”, Environ. Res. Lett. 11 (2016) 034009.

35/ Anil Agarwal & Sunita Nairin, « The Atmospheric Rights of All People on Earth”, www.cseindia.org

36/ Karl Marx, “Le Capital”, livre III, chap. 48

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