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Estos días se cumple un siglo (6-XII-1916) del nacimiento del poeta, el dramaturgo y novelista Peter Weiss, alemán, nacionalizado sueco, uno de los grandes innovadores del teatro en los años sesenta-setenta, especialmente conocido entre nosotros por la escenificación que de su obra Marat-Sade realizó en su momento Adolfo Marsillach, que la planteó como un desafío y una acusación contra la dictadura/1.

Afincado en Suecia desde fines del año 1939, donde alternó la creación literaria con la pintura y el grafismo, Peter encontró en este país una nueva patria no solamente en el aspecto formal -había obtenido la ciudadanía sueca en el año 1945- sino en el más hondo de los afectos y de encontrarse con un ámbito de trabajo para sus inquietudes de intelectual polifacético. La compenetración con el medio sueco fue total, allí su figura fue querida y respetada, no solamente en el ambiente intelectual, sino también en los ámbitos políticos, aun por aquellos que no compartían algunas de sus opiniones, significadamente cuando por su obra Trotsky en el exilio rompió con el Partido Comunista sueco y desafío a las autoridades soviéticas que desde entonces prohibieron la difusión de sus obras.

De padre alemán, y madre judía, como tantos otros intelectuales de su época debió exiliarse cuando el ascenso del nazismo al poder. Antes de establecerse en Suecia residió en Praga entre los años 1936 y 1938 donde estudió arte en la academia de aquella capital. En Suecia se dedicó a la pintura -recientemente se había efectuado una exposición de sus cuadros-, a escribir obras de teatro y novela, haciendo incursiones también en experiencias cinematográficas a partir de 1952. Pese a que aprendió el idioma sueco hasta el punto de que tradujo al alemán La señorita Julia de Strindberg, escribía sus obras en alemán.

Aunque ya era conocido por su obra La indagación, que trata sobre las confesiones de los jerarcas nazis en el proceso de Nüremberg, Weiss obtuvo en 1965 su mayor celebridad con el estreno de Marat-Sade, celebrado en el teatro Dramaten de la ciudad de Estocolmo, que posteriormente fue representada en diversos escenarios del mundo con singular éxito. Como escritor comprometido con la realidad de su tiempo, que había sido marcado en su juventud por la experiencia del nazismo, Weiss tomó parte activa en el apoyo a los movimientos de liberación en los países del Tercer Mundo. La guerra del Vietnam, que tanta repercusión tuvo en los medios intelectuales de Suecia, contó con él como un decidido partidario de la causa del pueblo vietnamita. De esa época data su Discurso sobre la larga guerra en Vietnam, un alegato contra los sucesivos imperialismos que agredieron a dicho pueblo; fruto de ese compromiso fue también su artículo de homenaje póstumo a Ernesto Che Guevara, obras que le convirtieron un uno de los escritores más emblemáticos para la llamada “generación del 68”.

También escribió Estética de la resistencia, una novela en tres tomos, el primero de los cuales apareció en 1978 y el último recientemente. Se trata de una novela en cierta medida autobiográfica, en la que los personajes de ficción se mezclan con personajes históricos y en la que el autor expresa una cierta decepción ante la impotencia de la izquierda para superar antagonismos y oponer una barrera más sólida al advenimiento del nazismo. Si bien las referencias más concretas están hechas a la experiencia nazi, el análisis va bastante más lejos y abarca posteriores frustraciones de la izquierda intelectual europea. A pesar de que nunca abdicó de su espíritu crítico frente a distintas experiencias sociales como la revolución soviética, su crítica no le llevó nunca a situarse en campo enemigo y, en términos generales, se mantuvo consecuente con las; ideas socialistas. Entre sus proyectos a la hora de morir se encontraba una adaptación de La Divina comedia de Dante, situada en un presente con el que permaneció comprometido, ya que, por ejemplo, Weiss fue uno de los animadores del Tribunal Russell contra la guerra de Vietnam.

Se reconocía plenamente deudor de Bertolt Brecht cuyas premisas jamás abandonó, ni siquiera en su etapa más científica, una de las más decisivas y apasionantes indagaciones del teatro contemporáneo: la búsqueda de una salida para el dilema, con proporciones de enigma, sobre las conexiones entre la escena y la lucha de clases. Desde tiempo inmemorial se atribuía al teatro una secreta condición de incendiaria. Arte de masas, de arenga, de plaza pública, la agitación le acompañó a través de los siglos, como una estela negra que hizo de él un arte perseguido y que convirtió a los hombres de teatro en proscritos. Brecht partió de ahí en su indagación, de la oscura conciencia de que todo verdadero hombre de escena, cuando se descubre a sí mismo en el fondo de su trabajo, descubre a un delincuente, a un bandido en sentido noble, a un proscrito por el orden social dominante. Su obra más importante, Marat-Sade, fue representada en las principales capitales del mundo, y conoció una más que notable adaptación cinematográfica de la mano del audaz director de teatro británico, Peter Brooks/2.

Esta obra está considerada como primer drama contemporáneo donde la tensión entre conflicto escénico y conflicto social es presentada como una identidad y, en concreto, como una identidad existencial, que hay que situar en la propia conciencia del actor, del oficiante de la ceremonia. El llamado teatro social, banal corriente del naturalismo, que pretendía convertir al teatro en un testigo, y nada más, de las convulsiones sociales y políticas, quedó pulverizado de un mazazo con solo este hallazgo. El teatro no refleja, en la transparente óptica de Weiss, los conflictos de la sociedad en que surge, sino que los asume, los convierte en su esencia, en su materia. De ahí la radicalidad de su hallazgo: el teatro no refleja la lucha de clases, porque es en si mismo lucha de clases.

Erwin Piscator, en su enorme y colérica tarea al frente de la Volksbühne de Berlín, en los años treinta, talló en bruto esta formula de teatro dialéctico decantada, durante los primeros años sesenta, por Weiss en Marat-Sade, El fantoche lusitano, La investigación y, unos años más tarde, en Discurso de Vietnam y Trotsky en el exilio. Sin embargo, en la concepción de Piscator -también probablemente a causa de las devastadoras urgencias del instante- los factores políticos dominaron sobre los existenciales y esto marcó su obra con una irremediable cojera formal, que solo Weiss enderezó más tarde.

Se ha escrito que tradición y revolución fueron aspectos complementarios en su obra. La obra de un hombre de talante literario clásico, con sus ideas primordiales entroncadas en el marxismo. Pero no fue un marxista al uso, ni hombre de obediencia de partido o adscripción política incondicional. En él el marxismo recuperó, de manera paralela a su envilecimiento oficial, su perdida dimensión crítica, su capacidad de respuesta global a la globalidad del engaño histórico con que Weiss y sus contemporáneos se enfrentaron. Pocos dramaturgos de este siglo han alcanzado, con armas literarias tan difíciles y, con frecuencia, tan abruptas, una repercusión como la alcanzada por Weiss.

En un momento en el que todas las tradiciones son requeridas para asumir los desafíos del presente, la tradición a la que perteneció Wess se mantienen como uno de los referentes quizás más presente y asequibles. Por lo tanto, sería una pena que este centenario pasara desapercibido de los escenarios.

Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR

Notas

1/ Representada emblemáticamente en pleno 68, todo el mundo ha hablado de “lo de Marsillach" (sin olvidar a Alfonso Sastre) como de un acontecimiento único. El ambiente estaba caldeadísimo y se reproducía en los coros de las resistencias.

2/ Peter Brook es uno de los más grandes directores teatrales de la segunda mitad del siglo XX. Sólo en contadas ocasiones se puso delante de una cámara para dirigir, pero las pocas veces que lo hizo creó maravillas como ésta: Marat-Sade (cuyo título completo es "Persecución y asesinato de Jean Paul Marat representado por el grupo teatral de la Casa de Salud de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade") es una obra que Brook dirigió en teatro y que se decidió a adaptar al cine (Reino Unido, 1967) conservando una escenografía muy teatral y musical. El resultado es una joya que une teatro y cine, innovación formal y contenido crítico.

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