La vida y la obra de Jack London son dos aspectos estrechamente interrelacionados. Su obra es antes que nada un testimonio de su propia existencia, y hasta en las novelas más imaginativas se puede encontrar la huella de su propia pisada. La suya es una vida corta (40 años), pero vivida con una enorme intensidad. El secreto de esta intensidad radica especialmente en un tormentoso afán de liberación personal y social en la que por más que se puedan subrayar aspectos muy contradictorios y oscuros, el más penoso de todo sería quizás su racismo, su adopción de los criterios de Kipling sobre la supremacía del hombre blanco /1. Hay un hilo rojo que emerge cuando se convierte en un muchacho socialista de la bahía de Oakland, y concluye con su muerte, con un testamento en el que deja patenta su decepción ante el curso reformista del partido socialista que había ayudado a crear en los tiempos de Eugene V. Debs, su mayor ídolo político /2.

Esta intensidad existencial se desprende fácilmente de los siguientes datos: en los últimos 16 años de su vida fue el autor de 19 novelas, 18 colecciones de cuentos y artículos (157 en total), 3 dramas y 8 libros autobiográficos y de sociología. Casi un siglo después de su prematura muerte, London es un clásico de la literatura norteamericana, un escritor emblemático del historial del movimiento obrero y socialista, sus obras siguen todavía vivas en las librerías, dan lugar a nuevas y diversas adaptaciones cinematográficas, y el personaje sigue atrayendo a biógrafos y ensayistas /3.

Aunque no han faltado críticos que consideran su obra como irregular, desmañada, y lo han tachado de novelista de escasos vuelos, no es menos cierto que existen muchos más que afirman todo lo contrario, aunque es evidente que a nadie le es indiferente, y tampoco nadie asume su legado en toda su integridad, resultando pues obligatorio matizar o separar. Admirado a lo largo de los tiempos por gente tan diversa como Anatole France, Lenin, John Steinbeck, Trotsky, Hemingway, Orwell o Jack Kerouac, etc., London inspiró al "Che" Guevara el que el héroe guerrillero creyó que sería su último pensamiento: "La única visión que recuerdo", escribirá hablando de un momento en el que estando herido es cercado por las tropas de Batista y busca la mejor manera de morir, y entonces se le presenta la imagen de un personaje de London acosado por la agonía, se sostiene sobre un árbol y "se dispone a terminar su vida con dignidad".

London fue para varias generaciones de inconformistas alguien reconocido por su dimensión radical y socialista, el novelista que respondía a todas las cartas en las que siempre se despedía diciendo: “Con Usted por la Revolución”. La mayor compilación de las cartas de Jack London —más de mil quinientas— contiene tres volúmenes en los que se reúnen escritos desde la juventud hasta la víspera de su fallecimiento. De todas ellas se desprende tanto su gusto por el debate y la controversia –le encantaba “asustar” a los burgueses- como una imperiosa necesidad de comunicación. Era ya el escritor mejor pagado en EE UU cuando escribe a un trabajador: “Querido camarada: No puedo leer tu carta. He malgastado veinte minutos, me he gastado la vista y he perdido la paciencia sin lograr entender qué has escrito. Inténtalo de nuevo y procura hacer una letra más legible. Sinceramente tuyo, Jack London. P. D. Ni siquiera puedo descifrar tu nombre”.

London creció en Oakland y sus alrededores. Su madre fue Flora Wellman, una mujercita ajena y extraña, consagrada al espiritualismo, y fue cuidado por una “mammy” negra. Su padre oficial, John London, fue un trabajador de origen checoslovaco (el escritor comunista checo Arthur London, el autor de La confesión, era pariente cercano suyo) muy noblote que trabajó hasta el fin de sus días como sereno en los muelles de Oakland. El “tabú” familiar residía en el hecho de que el verdadero padre de Jack era según todos los indicios William Chaney, un astrólogo itinerante, estafador y charlatán que vivió en concubinato con Flora Wellman hasta que la abandonó cuando esta quedó embarazada. Cuando su hijo se enteró de ello le escribió, pero Chaney lo negó todo, aunque no era nada de fiar. Estos orígenes “bastardos” de London permanecieron dormidos para resurgir en una adolescencia especialmente furiosa contra el orden establecido comenzando por los grandes tiburones que estaban imponiéndose en la “lucha por la vida”. Son tiempos no tan diferentes como nos quieren hacer creer los de aquel London considerado como "muy peligroso" por las autoridades de su país y escribió numerosos libros "subversivos", en particular una obra que figura por derecho propio entre las clásicas de la literatura revolucionaria: Gente del abismo.

En sus constantes peroratas como agitador y propagandista del socialismo, London fue consecuente con una idea que aprendió en el Manifiesto Comunista, y según la cual los socialistas deben hablar sin ocultar sus objetivos y sus puntos de vista. Llevó adelante esta premisa a las calles de las grandes urbes norteamericanas y a los salones donde los grandes burgueses le invitaron en honor a su prestigio como literato. Así, en 1905, y delante del "tout" San Francisco, London proclamó cosas como las siguientes: "¡Nada de una parte!. Necesitamos todo lo que poséeis. No nos conformaremos con menos. Queremos llevar las riendas del poder y el destino del género humano. ¡Mirad nuestras manos!. Os quitaremos vuestro gobierno, vuestros palacios y toda vuestra dorada riqueza, y llegará el día en que tendréis que trabajar con vuestras propias manos para ganaros el pan como hace el campesino en el campo o el botones consumido en vuestra metrópolis. Mirad nuestras manos, miradlas bien: ¡Son manos fuertes!".

Estas palabras tienen plena vigencia hoy en día, reflejan de alguna manera el sentimiento y el sueño de millones de seres por que desaparezca de una vez el sistema capitalista, basado desde su origen en la injusta explotación del trabajo humano, el ansia de lucro ilimitado y el expolio destructor de los bienes de la Tierra. Sí esto ha podido ser ocultado en fases integradoras como la última –integración acentuada por la descomposición del sistema burocrático en el Este y por la involución de las viejas izquierdas con las que London se mostrará despiadado en Talón de hierro-, ahora resulta patente el mal social y ecológico que ha causado. London representó con potencia una de las alternativas históricas que propugnaban la llamada a la “revolución social”, la socialista del “sueño” de Eugene V. Debs, y que, después de toda clase de vicisitudes, acabaría formando parte de la misma enfermedad. Arruinada por el señuelo del consumismo –en realidad de las conquistas parciales del movimiento obrero y popular- tras siglos de miseria y del sometimiento a los “principios” de la “libre empresa” y de una competitividad salvaje que con su egoísmo propietario ha llegado a asimilar a una izquierda “realmente existente” encerrada en el juego de la gestión leal.

En estos últimos tiempos, el triunfal capitalismo retomó algunos de sus viejos trajes como el del darwinismo social en consonancia con el conservadurismo religioso y nacionalista, ese maridaje que del liberalismo neocon al que se adaptaría el neofranquismo sin la menor dificultad, y desde el cual se auguraba nada menos que el fin de la Historia. La economía capitalista respondería a la “naturaleza de las cosas”, y la lógica de la cima y el abismo social a los que se solía referir London, se habrían impuesto como algo natural. Como parte de esa lógica mediática en la que los grandes beneficios resultan inocentes de las miserias extremas, lo mismo que los grandes negocios se entienden como éxito social en tanto que las movilizaciones de los de abajo suelen ser tratadas como sucesos, como actitudes irresponsables que atentan contra el orden cuando no contra la democracia…

Hay un London que habló de todo esto, un militante que sentía que la revolución "aquí y ahora" y que, como ya he recordado, se despedía en sus cartas con las siguientes palabras: “Con Usted por la Revolución” /4. Se dice que London se contradijo desde el momento en que dejó de ser un paria, un vagabundo y un proletario, para ser un intelectual. No creo que se pueda llamar a eso deserción, aunque él mismo lo apunta en una de sus narraciones, concretamente en El renegado. El London escritor se forjó en el London proletario. Fue trabajando en condiciones de semiesclavitud como se forjó leyendo y reescribiendo la obra de los maestros; así lo cuenta en Martin Eden, cuyo nombre es paradigma del proletario que accede a las Letras, un lugar muy estrecho en el que caben muy pocos ejemplares: Máximo Gorki, Panait Istrati, Miguel Hernández…Nadie habría seguido haciendo trabajos embrutecedores sí tenía la oportunidad de una realización personal, la del escritor. Pero al mismo tiempo London continuó con su militancia socialista en la tendencia más anticapitalista, siguió con sus discursos airados, y lo que es más importante, con sus aportaciones subversivas.

Como parte de esa militancia en la que persistió hasta las vísperas de su muerte, justo después de una renuncia en la que London, a pesar de sus contradicciones, ajustó sus cuentas con una socialdemocracia que lo estaba dejando de ser, se insertan obras como las ya mencionada, y también una auténtica pesadilla que tituló El talón de hierro /5.

Decíamos que London era tanto su obra como su vida. Una vida vivida bajo el signo de lo “novelesco", de la aventura. London, por el contrario, apenas escribió nada que no hubiera vivido directamente o muy de cerca, y su fantasía es una prolongación de una realidad inmediata o estrechamente: relacionada con el mundo en que le ha tocado vivir. En su devenir de aventurero encontramos grandes capítulos que pueden ser catalogados como "inolvidables" por sus lectores cuando fue el "príncipe" de los ladrones de bancos de ostras, cuando viajó al Klondike en busca de oro y encontró el primer filón de su inspiración, cuando recorrió Estados Unidos, y Canadá como un vagabundo, etc. Más allá de la literatura y del socialismo, hay en London un concepto existencial muy singular y que le hace ser en buena medida lo que fue. Se trata del concepto de que la vida tiene que ser vivida intensamente y que hay que despreciar las adversidades. Su secreto es la pasión y la energía acumuladas en un cuerpo rebosante de vitalidad creadora. Pasión y energía que empleará constantemente contra la adversidad desde su más pronta infancia en la que se inicia en la lucha por salir de la fosa social. Lo consiguió duramente, y a pesar de haberse convertido en uno de los escritores más aclamados y mejor pagados, su vida siguió siendo un desafío.

Un desafío que se trasluce en los escritos reunidos en una antología socialista, a la que se le ha añadido El amor a la vida, una de sus narraciones más representativas y sobre la cual Nadia Krupskaya contó en sus memorias que entusiasmó a un Lenin moribundo que pidió otra, pero la elección no sería muy afortunada porque cuando comenzó a escucharla hizo un gesto con la mano para que dejaran la lectura. Se trata de una serie de textos muy importantes en su biografía, y en los que London da cumplida cuenta de su origen social, de su opción política, y de cuales fueron sus argumentos marxistas. Junto con los periodísticos se encuentran dos narraciones –La fuerza de los fuertes y El sueño de Debs- en las que el “mensaje” toma la forma de una ficción. El conjunto se cierra con una aproximación a la filmografía de Jack London, una curiosidad que, entre otras cosas, revela como ha sido asimilado, pero que también deja constancia de magníficas adaptaciones que merecen ser conocidas y disfrutadas por los lectores y lectoras de London que siguen renovándose, y a los que al igual que a él, les ha tocado vivir unos tiempos de ira /6.

El joven se convirtió en un popular orador del Partido Obrero Socialista. Tras leer a Marx había llegado a la conclusión de que los males que aquejaban a las clases más bajas podían ser eliminados a menos que se produjese, como mínimo, una revolución en el sistema económico norteamericano. [...].Pero en realidad no era un chico precoz; a sus veinte años había vivido lo suficiente como para tener experiencia (y, con ella, la confianza en sí mismo) de un hombre que le doblara la edad. Finalmente, fue el ritmo acelerado lo que constituyó el genio de su vida, y su tormento. Hay algo más: era de acción rápida y saltó sobre la historia de su tiempo como un hombre sobre el lomo de un caballo. Al llegar a San Francisco la fiebre del oro, él la contrajo y, socialista o no, se unió a la carrera precipitada hacia el Klondike, para hacer fortuna.

Fue víctima del escorbuto y, en vez de separar el oro en la gamella, estuvo reponiéndose en los bares de Dawson, mientras escuchaba los relatos de los veteranos en esas lides. Allí, en medio de las penalidades y el frío más riguroso, tenía lugar la fabulosa aventura vital que se adaptaba a sus teorías. En la primavera del año siguiente, parcialmente curado del escorbuto y totalmente de la fiebre del oro, descendió por el Yukon en una balsa y regresó en buque de vapor a San Francisco, con cuatro dólares y medio en polvo de oro, como premio a sus esfuerzos.

Completamente convencido de que, a pesar de los pesares, se tenía que convertir en un escritor profesional como los que tanto admiraba, Jack escrutaba los relatos que le gustaban y quitándole horas al sueño mientras desarrollaba faenas laborales especialmente duras, se dedicaba a copiarlos a mano para aprender cómo estaban estructurados, y luego, con estos ejemplos en mente, escribía sus propias narraciones a su manera; nadie le pudo acusar nunca de plagiar a sus maestros. Enviaba por correo tanto material a las revistas que tuvo que ordenar un sistema de control con tal de seguirles el rastro. Cierto, las devoluciones eran continuas, pero al cabo de un año logró vender al Atlantic Monthly un cuento cuya acción transcurría en la región septentrional, y de esta manera comenzó su carrera. En 1890 publicó su primera antología de relatos cortos, The Son of the Wolf y, fiel a la rauda metamorfosis en la que la que estaba empeñado, al cabo de sólo cuatro años pasaba a ser el escritor más famoso del joven país. También pasó a ser el escritor mejor pagado, pero, para sorpresa de la gente instalada, nada de eso rebajó su ideario socialista.

Donde otros se habrían sentido hijos de la fortuna y habrían tratado de apartarse de su origen social, London no mostró en su densa correspondencia el menor estupor ni tampoco especial acrecimiento por la fama y los beneficios de estas; por el contrario, sentía que era algo que le correspondía por su talento y esfuerzo. No le habían dado nada que no hubiese ganado con su propio esfuerzo. Se adaptó a la nueva situación con toda naturalidad. Algo tendrían que ver aquí las lecturas de Nietzsche, y su convicción de que la voluntad era la mayor de las virtudes, la que hacía funcionar todas las otras. Estaba convencido de que su vida era como una prueba manifiesta de que era portador de una voluntad enorme, una voluntad a la que no era en absoluto ajena la indignación social y la utopía. No era otra cosa lo que siempre aconseja cuando con una paciencia –muy poco común-, recomendaba a todos los que le pedían consejo lo mismo: trabajar, trabajar, trabajar…

Estaba obligado a escribir para pagar las cuentas, y nunca destruía un buen relato si sabía que podría venderlo. Dondequiera que se encontraba, y por muy atribulado que estuviese, escribía sus mil palabras diarias. Sus cartas, aun en los años en que obtuvo las mayores ganancias, están repletas de baladronadas, juramentos, promesas y porfías dirigidos a editores y cineastas de quienes requería dinero. Cuanto más ganaba, más seguro era que se embarcase en empresas que le dejarían sin un centavo: primero, el Snark, luego el rancho, en el que trabajarían hasta 50 peones, la monumental Wolf House, donde nunca llegó a vivir, y así sucesivamente. Fundó la Jack London Grape Juice Company y perdió hasta la camisa.

Al igual que Mark Twain, financió al inventor de una linotipia que nunca funcionó. Y como Chejov, cargó con una gran familia: su madre, el hijo adoptivo de ésta, su primera esposa abandonada, Bess Maddern, y sus dos hijas, su segunda esposa, Charmian, y varios parientes y amigos, camaradas socialistas y otros parásitos a quienes puso en plantilla que regularmente se sentaban a su mesa. En este aspecto, así como por su afición a la bebida, debió de ser un modelo para Scott Fitzgerald, quien llevó a la perfección más exquisita el sacrificio del talento del escritor en obras de un estilo de vida expansivo.

Pero, cuando todo hubo terminado, Jack London dejó publicados cincuenta libros, entre obras de ficción y de otros géneros, incluidos quinientos artículos o ensayos, doscientos relatos y diecinueve novelas. Hasta la fecha, es el autor norteamericano más leído en el mundo. Uno de sus primeros biógrafos, Andrew Sinclair —que presenta de manera más convincente que Stasz la compleja y atormentada vida interior de London, así como las abrumadoras consecuencias de sus conflictos psíquicos no resueltos, por ejemplo entre su socialismo y su racismo a favor de la supremacía blanca, o sus ideas igualitarias y el creerse un superhombre nietzscheniano, o bien su devoción por la masculinidad y su feminismo— señala que fue el primer norteamericano que escribió una novela del camino, el primero en tratar el boxeo como un tema serio en la literatura y el primero en utilizar la prensa para alcanzar la celebridad mítica así como para vender sus libros.

London nunca fue un pensador original. Fue un voraz devorador del mundo, tanto física como intelectualmente, la clase de escritor que se trasladaba a un lugar e inscribía sus sueños en él; que descubría una idea y hacíagirar su espíritu en torno a ella. Fue un laborioso genio-peón literario que supo instintivamente que la Literatura era una anfitriona generosa en cuya mesa siempre había lugar para uno más. Jack London ya no ocupa un puesto de honor, mientras que las voces más frescas y mundanas de la ironía modernista se hacen cargo de la conversación.

Este Peter Pan podía haber fallecido a los cuarenta años, de uremia, de apoplejía o de una sobredosis accidental de ostras o de su calmante preferido, la heroína, o quizá de una suma de todo ello. Incluso por agotamiento, por haber vivido al límite cada momento de su vida y haber presenciado la conclusión cruelmente grotesca de muchos de sus sueños. Todas estas muertes eran posibles, pero London escogió la única libertad para escenificar su muerte a la manera romántica al tiempo que proclamaba su desprecio contra la guerra y contra el socialpatriotistmo que había traicionado sus ideales de juventud. Con el tiempo se convirtió en uno de los autores favoritos de los obreros conscientes, de hecho había sido uno de ellos como lo fueron Máximo Gorki, Panait Istrati. Miguel Hernández o nuestro Paco Candel, cada cual en su momento y en su estilo.

Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR

19/10/2016

Notas

1/ Es la época en que el autor favorito del joven, Rudjard Kipling, publicaba El libro de la selva, en el que se cuenta la historia de Mogwli, un niño criado por los lobos y su adaptación al modo de vida honorablemente salvaje de la jungla. Durante toda su vida, Jack London se simbolizó a sí mismo como una especie de huérfano salvaje. Sus ideas podían mostrar ira, aflicción o mil cosas más, pero rara vez la duda. En una carta escrita en 1899 explica confidencialmente a su amigo Cloudsley Johns: “Está claro que la teutónica es la raza dominante del mundo. Las razas negras, las razas mestizas (...) son de mala uva”. En otra carta dirigida al mismo amigo ofrece empero un enfoque diferente: “La característica fundamental de toda la vida es la irritabilidad”.

2/ Eugene Victor Debs (1855-1926) fue uno de los del promotores del movimiento obrero en los Estados Unidos, lideró la formación del Sindicato Ferroviario, y el líder socialista más votado de los Estados Unidos. Simbolizó la coherencia moral y socialista, recordado por varias generaciones, ha sido objeto de un sentido homenaje reciente por parte de Bernie Sanders, un gesto lleno de simbolismo radical.

3/ De la que existe una edición reciente prologada por Howard Zinn en Akal, Madrid, 2003. Entre las biografías publicadas cabe destacar muy especialmente la de Alex Kershaw, Jack London. Un soñador americano (Barcelona, la Liebre de Marzo, 2000), y entre los ensayos, el de E. L. Doctoow, Poetas y presidentes (Barcelona, Munich Ed., 1997).

4/ Con Usted por la Revolución fue el título de una antología de escritos sociales que apareció en Ediciones 29, Barcelona, 1987, y a cargo del autor de estas líneas. También lo utiliza Alex Kershaw como título del capítulo dedicado a las ideas sociales de London.

5/ De la que existen numerosas ediciones, la última en Akal (Madrid, 2011), La trama se traslada al futuro año de 2600, Anthony Meredith descubre el manuscrito de Avis Everhard. Atraído por el relato que esta revolucionaria socialista hace de los acontecimientos vividos en los años en los que imperó el tiránico gobierno del Talón de Hierro hasta 1984, cuando se interrumpe abruptamente, decide transcribirlo y anotarlo. Es considerada una de las obras clásicas que han inspirado a socialistas de todo el mundo, El Talón de Hierro es una obra sorprendente, tanto por cómo London plantea el relato como por el agudo análisis y la denuncia de la realidad social y económica implícitos en la narración de los acontecimientos. Si bien envuelta en la polémica en su tiempo, se ha consolidado como una de las más brillantes obras pertenecientes a la “literatura de anticipación” o “distópica”, al ofrecer un enfoque visionario de lo que ineludiblemente habrá de venir en un tiempo futuro, que el autor describe como un pasado ya superado, pero que sirve para criticar el capitalismo imperante que aún tardará en desaparecer.

6/ Otra obra importantede fuerte contenido radical es Gente del abismo (El Viejo Topo, 2001, Barcelona) que incluye fotografías del propio London sobre los suburbios londinenses que describe descarnadamente en una obra que influyó poderosamente para que George Orwell, viviera y escribiera Sin blanca en París y Londres. Los Libros de la Frontera (Barcelona, 2009) editóla recopilación efectuada por el autor de estas líneas con el título de Tiempos de ira. Textos anticapitalistas,

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