[Nota previa: El texto que viene a continuación fue escrito respondiendo a la sugerencia de Jorge Riechmann de que enviara unas breves notas con motivo de los 60 años que cumplió Paco Fernández Buey en 2003. Fue una contribución más dentro de un documento colectivo que se le entregó como homenaje personal y sin pretensiones de difusión externa. Mi intención era principalmente resaltar lo que para quienes, como en mi caso, procediendo de otra corriente política dentro del marxismo, significó nuestra relación con Paco. Creo que tiene cierta utilidad reproducirlo ahora, aunque sin duda podría añadirle otras miradas de antes y de los años posteriores, tanto respecto a sus nuevas aportaciones (especialmente, en mi opinión, sus obras Poliética y Utopías e ilusiones naturales) como a raíz de los momentos en que volvimos a encontrarnos, siendo la última en junio de 2012, con ocasión de su participación en un acto en el CSIC de Madrid en el que se presentó el Manifiesto “Científicos y Universitarios contra la crisis”. Más tarde, solo intercambiamos algunos mensajes por correo electrónico, siendo el último suyo el que me envió agradeciéndome el pésame por la muerte de su compañera Neus: en él me decía que había tardado unos días en contestarme porque “cuesta encontrar las palabras en estas circunstancias que son más de gestos y de miradas. Tú lo sabes muy bien”. Y, efectivamente, eso es lo que nos ocurre ahora a tanta gente que le conocimos y le quisimos, que no sabemos cómo expresar nuestro pesar por su muerte. Tampoco podré olvidar la dedicatoria manuscrita que me envió junto con la reedición del Manifiesto Comunista por El viejo topo en 1997 que él prologó: “Para Jaime Pastor, viejo compañero y amigo, con el cariño que dan las muchas batallas compartidas (y perdidas)”. Ese lazo común era efectivamente muy fuerte pero ahora nos toca que al menos podamos brindarle alguna pequeña victoria en tantas batallas que tenemos todavía por delante]

Para quienes como yo venimos de una rama del marxismo distinta de la que procede Paco Fernández Buey, el encuentro con él y sus aportaciones desde mediados de los años 70 ha sido especialmente enriquecedor y estimulante dentro de ese camino, tan lleno de tropiezos, de búsqueda de nuevas convergencias intelectuales y prácticas dentro de una izquierda alternativa.

Los antecedentes de esa “conversación” prolongada fueron, desde luego, conflictivos, aunque en mi caso lo fueran a distancia. Paco formaba parte de un PSUC-PCE que para quienes estábamos en el sector estudiantil del FLP-FOC en los años 67-69 y luego construiríamos la LCR representaba una variante del reformismo y una vinculación todavía no rota con el stalinismo. La interpretación distinta del papel del “izquierdismo” en el 68 nos separaba, además, tanto de él como de Manolo Sacristán, pese a que sí compartíamos una visión crítica y antiburocrática de la ocupación soviética de Checoslovaquia.

Sin embargo, muy pronto las lecturas de algunos trabajos de Sacristán (en mi caso desde París) y, sobre todo, la aparición de la revista Materiales a comienzos de 1977 nos fueron acercando a Paco, a Toni y a otros colegas suyos tanto en el plano intelectual (con Gramsci y Rosa Luxemburg como “puentes”) como en el práctico, a medida que la transición política española iba frustrando las expectativas creadas y que el “eurocomunismo” oficial mostraba su lado más conciliador con los sectores reformistas del franquismo.

Si no recuerdo mal, fue con motivo de la presentación de la nueva revista mientras tanto a finales de 1979 en la Librería Cuatro Caminos de Madrid cuando tuve la ocasión de conocer personalmente a Paco. La opción por ese título, suficientemente expresivo de la nueva visión de su colectivo fundador, así como la especial voluntad que reflejaba la Carta de la redacción de ir fusionando los colores rojo, verde y violeta de un nuevo proyecto emancipatorio, tuvieron un impacto especial en algunas gentes de la LCR que empezábamos a reconocer la derrota de la transición política y a la vez tratábamos de superar cierto conservadurismo intelectual dentro de nuestras filas ante los “nuevos” movimientos sociales que irrumpían en Europa.

Desde entonces, la lectura de los artículos de Paco en mientras tanto y en otras y muy diversas revistas, así como de sus sucesivas obras (aunque, siendo sincero, no puedo ya decir que las haya leído todas), así como los periódicos momentos en que hemos coincidido, han ido revelando tanto sus amplios conocimientos como una madurez intelectual que siempre trató de ir estrechamente unida a las necesidades y a las demandas que le venían de las organizaciones sociales y políticas a las que se sentía más afín. Recuerdo incluso que esas demandas fueron en nuestro caso alguna vez excesivas: como, por ejemplo, cuando tras la crisis del V Congreso del PSUC insistimos en que él y el núcleo de mientras tanto debían jugar un papel de “puente” entre los escindidos de ese partido, el MC y la LCR para constituir el nuevo “partido de los revolucionarios” que habíamos decidido promover en nuestro V Congreso de 1981. La experiencia de la primera mitad de los años 80 fue, no obstante, la más enriquecedora de la simbiosis entre reflexión intelectual e intenso activismo a través de lo que fue la “última batalla de la transición”, la campaña por la salida de la OTAN; en ella gentes como Sacristán y Fernández Buey se convirtieron en referentes del conjunto del movimiento pacifista y antimilitarista.

Con el paso de los años, y más allá de los encuentros y desencuentros alrededor de la tortuosa evolución de Izquierda Unida, lo que sigue quedando es esa voluntad de búsqueda intelectual y práctica que ha caracterizado a Paco, siempre desde un pensamiento abierto y crítico, dispuesto al mestizaje y al “sí, pero” en el diálogo con el/la otr@, en lugar del “no” rotundo o del “no, pero sí”, tan característico de otros. He podido percibir ese mismo talante en el más reciente artículo suyo que podido leer en El viejo topo, dedicado a comentar la controvertida última obra de John Holloway: su voluntad de tender puentes y de volver al marco de referencia de la Primera Internacional se revelan en él de nuevo como una constante de toda su trayectoria, sin que ello le impida llamar la atención sobre las debilidades de la argumentación del autor en este caso.

Quizás en el plano más teórico, lo que a la gente procedente de un “trotskismo” abierto (en el que caben tanto Ernest Mandel como Michael Löwy, Catherine Samary o Daniel Bensaïd) más nos ha podido acercar a la evolución de Paco ha sido su visión de ese “Marx (sin ismos)” como una obra abierta, así como la de un Gramsci que, más allá de la instrumentalización interesada que sufrió en manos del eurocomunismo, sigue siendo, como recuerda también Paco en su artículo antes mencionado, el pensador “clásico” más vigente en la actualidad.

Queda la duda de si la nueva generación hoy emergente dentro del movimiento contra la globalización neoliberal y la guerra estará interesada en conocer y escuchar a alguien como Paco, o se dejará llevar por las “modas” y la tendencia a descalificar a quienes todavía siguen hablando del “comunismo” como un horizonte emancipatorio definitivamente liberado de la carga tan negativa que le imprimió el stalinismo. Confío en que sí lo haga, aunque también por su/nuestra parte habrá que hacer ejercicio de humildad y saber aprender de todo lo que esos nuevos jóvenes puedan enseñarnos.

He titulado este artículo dedicado a Paco como “un referente, un compañero y un amigo”. Y, efectivamente, si lo primero y lo segundo han quedado claros a lo largo de las líneas precedentes, falta ahora añadir que también le he considerado un amigo y que, especialmente en determinados momentos críticos, he podido comprobar que aspiraba a seguir la vieja recomendación de que nada humano le tenía que ser ajeno.

(Visited 66 times, 1 visits today)