La irrupción de Podemos en las elecciones europeas y su progresivo crecimiento en las encuestas ha revolucionado el panorama político estatal. Este fenómeno ha sido aún mayor en territorio valenciano, donde la situación política permanecía desde hace años en coma inducido por una casta muy bien asentada; una casta que durante muchos años ha desarrollado una red de clientelismo y corrupción sin igual por cada rincón del País Valencià. Este sistema caciquil se ha aprovechado de la cultura y la identidad del pueblo valenciano para enfrentarlo consigo mismo y fortalecerse como única defensora de las tradiciones y el sector productivo. Tradiciones que ha banalizado, fomentando su lado más rancio y elitista, y un sector productivo –industrial y agrícola– ninguneado y destruido a cambio de un sistema inestable y precario, basado en el turismo y la construcción. En definitiva, una casta descarada y prepotente, nostálgica de una España caciquil. Sin embargo, hay que reconocer la inteligencia y meticulosidad con la que las élites valencianas han extendido su control por todo el territorio y se ha servido de este sistema para mantenerse en el poder durante 20 años. Quizá el ejemplo más evidente sea el de la familia Fabra que ha perpetuado su gobierno en Castellón durante siglos, generación tras generación hasta nuestros días.

Tal ha sido el revuelo formado por Podemos, que ha desenterrado cuestiones políticas que permanecían latentes desde la Transición. Temas tan relevantes como la necesidad de unos medios de comunicación libres, imparciales, en valenciano y arraigados en nuestro territorio, o el desarrollo de un modelo industrial actualizado y sostenible en el País Valencià, han vuelto a estar al orden del día. Pero sin duda, uno de los debates fundamentales que han vuelto a la palestra con más énfasis ha sido el de la denominación de nuestro territorio.

Muchos años después de la desaparición del Reino de Valencia a principios del siglo XVIII, los y las valencianas que se percibían a sí mismas como un pueblo con historia, lengua, tradiciones y cultura comunes, comenzaron a utilizar el nombre de País Valencià. Este nombre fue popularizado por los escritores valencianos a principios del siglo XX y fue adoptado por la mayoría de organizaciones y movimientos sociales de la época. De hecho, durante la Segunda República existía un consenso en referencia a este nombre en toda la sociedad valenciana y es el nombre que habría recibido la autonomía valenciana de haber tenido tiempo para constituirse. Más tarde, durante los últimos años del franquismo, los movimientos progresistas por la democracia retomaron esta denominación y, durante la Transición, se creó un gobierno provisional autonómico –hasta la aprobación del Estatuto de Autonomía– con el nombre de Consell del País Valencià.

Por otro lado, el término Comunidad Valenciana fue inventado en 1982 en el Congreso de los Diputados. La derecha, con mayoría absoluta entonces y con el apoyo de una parte de la izquierda institucional, percibió que el nombre que había escogido democráticamente la ciudadanía valenciana para su territorio, País Valencià, sonaba mucho a autogobierno, demasiado a democracia. De este modo, modificaron el Estatuto de Autonomía que había sido aprobado en las Cortes Valencianas con el consenso de todos los partidos y diseñaron la denominación Comunidad Valenciana. Este nombre encajaba más en el proyecto de la casta, impulsado por los tecnócratas franquistas en la década de los cincuenta y ampliamente desarrollado en nuestros días. El proyecto consistía en convertir al “Levante español” en el resort de vacaciones de Europa, un paraíso de construcción, corrupción y clientelismo. El Partido Popular necesitaba convertir la estructura autonómica valenciana en una herramienta vacía de la que pudieran servirse para regalar la gestión de los servicios públicos y la construcción de grandes e inútiles infraestructuras a sus amigos. De este modo asentaban su control clientelar sobre las grandes familias propietarias de tierras y constructoras –que siempre han gobernado este territorio– bajo una versión adaptada del caciquismo, pero con profundas raíces en el originario.

Cualquier seña de identidad valenciana debía ser eliminada para construir este fortín de la casta. Por ello, la segregación lingüística, el olvido de nuestra historia y nuestra cultura, o el caso reciente del cierre de RTVV no son casuales, forman parte de una estrategia minuciosa para beneficiar a una minoría. El proyecto de la casta valenciana es un pack único e indivisible, algo que el PPCV tiene muy claro. Por esto, cuando el Govern Valencià se siente amenazado, agita la bandera de la Comunidad Valenciana y tacha de “independentista” y “pancatalanista” a la oposición. Saben perfectamente que si el pueblo valenciano borra su memoria y olvida sus raíces, su lengua, su cultura y la identidad que lo mantiene unido, conseguirán seguir gobernando dos décadas más.

Así, País Valencià es el proyecto antagónico al de la casta. Durante todo el siglo XX, este proyecto se ha nutrido de las luchas por la democracia, por el cambio, por lo social, por el trabajo digno, por el autogobierno y por la defensa de la lengua y la cultura valencianas. Sin embargo, es un proyecto todavía por construir. En él los y las valencianas tenemos la oportunidad de reencontrar lo que nos une y lo mejor de nuestro pasado y de todas aquellas personas que lucharon por cambiar esta sociedad. Tenemos la oportunidad de no cometer los mismos errores, de rechazar el proyecto de la casta, el proyecto de “Comunidad Valenciana”, y dar contenido esta alternativa posible para una mayoría social de cambio de nuestro pueblo.

8/09/2014

Víctor Alarcón es activista de Podem.

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