La historiografía marxista más tosca ha mantenido de manera implícita un alto grado de positivismo con trágicas consecuencias políticas. Se trata de un prejuicio según el cual solo el modelo industrial y fabril habría introducido procesos de modernización que, en última instancia, han determinado la forma y composición de la figura del trabajador. Sin embargo, el capital viene respondiendo desde tiempo atrás al empuje y las respuestas obreras a partir de intensos procesos de descentralización y reorganización productiva con el fin de debilitar la unidad sindical y la cohesión social.

Esta misma tesis subyace en el núcleo del volumen I de El Capital, donde podemos leer cómo Marx recoge la relación dialéctica entre la resistencia obrera frente a la explotación y las formas constantes del capital de superar esta resistencia mediante nuevas formas de organizar la producción y con ellas las relaciones sociales. Esta transformación constante del conflicto capital-trabajo nos lleva indudablemente a esperar una transformación de las formas en las que se nos presenta la lucha de clases en cada fase histórica. Identificar estas formas y las respuestas desde abajo a estos movimientos constituye una tarea central. En este sentido, lo que hoy conocemos como trabajador autónomo requiere una reflexión y un análisis para acercarnos a esta figura como forma específica de trabajo. 

Este es nuestro punto de partida, pues atender la evolución del modo capitalista es estudiar el desarrollo e impacto de la clase trabajadora sobre él, como señalaba Tronti (2001): 

También nosotros hemos visto, primero, el desarrollo capitalista, después las luchas obreras. Es preciso transformar radicalmente el problema, cambiar el signo, recomenzar desde el principio: y el principio es la lucha de clases obrera. 

Esta humilde aportación pretende contribuir a comprender políticamente la figura del trabajador autónomo o trabajador independiente que, como veremos, convive igualmente bajo unas altas dosis de sometimiento y dependencia. No se trata de analizar matemáticamente el peso cuantitativo de las trabajadoras y trabajadores autónomos en el tejido productivo del capitalismo español, sino de elaborar una aproximación política al papel que juegan como sujeto con intereses y necesidades propias dentro de la lucha de clases. 

Una breve aproximación desde el marxismo a la figura del trabajador autónomo
Partiendo de la concepción marxista de que todo el valor nuevo creado (valor añadido) que excede del valor del coste de la fuerza de trabajo es el plusvalor y que, por tanto, requiere del uso de trabajo asalariado como el elemento diferencial, podríamos caracterizar entonces a los autónomos por dos criterios principales: por disponer de propiedad privada de los medios de producción y por la aportación de trabajo personal en la producción de mercancías, que posteriormente venden en el mercado. Considerando que el dominio sobre el trabajo asalariado convierte los medios de producción en capital y hace de la propia fuerza de trabajo una mercancía en sí misma, desde un punto de vista de la economía política, la compraventa de la fuerza de trabajo resulta el factor decisivo y diferencial para caracterizar al trabajador autónomo. Por lo tanto, se diferencia de la producción capitalista por la fuente del propio valor, siendo en la producción mercantil simple la mercancía el resultado del propio trabajo. Mientras, en la capitalista, la fuente de valor proviene de la explotación del trabajo ajeno, convirtiendo la propia fuerza de trabajo en mercancía. Si bien lo anterior es cierto, debemos reconocer la subordinación evidente del proceso de producción mercantil simple al capital en la fase histórica actual. La producción mercantil simple se encuentra indudablemente sometida a la teoría del valor, a partir de la cual el valor de la mercancía queda determinado por el trabajo socialmente necesario para producirla.

Por lo tanto, históricamente se trataba de una capa intermedia que, si bien podemos rastrear en el pasado, sus formas y composición se han transformado profundamente a lo largo del tiempo. Esto es, el tradicional productor independiente que podemos imaginar en el trabajo agrícola o artesanal que cuenta con su propia tierra, útiles, saber experto y maquinaria a partir de los cuales elabora sus propios productos o servicios que finalmente vende en el mercado. Se trata entonces de una forma de producción que ha existido en diversas formaciones económico-sociales. 

A diferencia de la lectura clásica extendida por los liberales que fijan el éxito de la llamada revolución industrial en el salto tecnológico vivido a raíz de la máquina de vapor, lo cierto es que el capital ya desempeñaba un papel importante en el sistema de producción mercantil simple. La necesidad de concentración, control y especialización de la mano de obra que requería el capital a partir de la producción fabril, con el fin de aumentar la productividad, constituyó el gran salto adelante que vivió inicialmente la revolución industrial. Se trata inicialmente de un modelo de especialización, conocido como putting-out system, donde el productor mantenía el control sobre el proceso de trabajo, perdiendo el control sobre el producto. El trabajador era libre de decidir las horas e intensidad del trabajo. Con la llegada de la fábrica esto desaparece y se pierde el control, tanto sobre el proceso productivo como sobre el resultado del producto final. La jerarquía en el proceso productivo y la división del trabajo ya estaban presentes en las sociedades precapitalistas. No son invenciones exclusivas del modo de producción capitalista. La diferencia que introduce la producción capitalista, sin posibilidad de profundizar en un proceso sin duda mucho más complejo, la encontramos en la transformación del productor independiente en trabajador asalariado a consecuencia de la especialización y el papel imprescindible del empresario como agente intermediario entre la producción y el mercado. 

¿A quién nos referimos en el capitalismo contemporáneo como trabajador autónomo?
Como decíamos inicialmente, las nuevas formas de organización del trabajo responden al desarrollo del conflicto entre el capital y el trabajo, respuestas a nuevas formas de la lucha de clases en cada momento histórico. En palabras del marxista André Gorz (1977): “La reorganización no modifica el contenido técnico del trabajo, modifica su forma social”. De la misma manera que a finales del siglo XIX las soluciones tecnológico/organizativas (Harvey, 1989) atacaron los modelos artesanales del obrero profesional y provocaron el crecimiento en masa de trabajadores no cualificados, así como la consecuente expansión del sindicalismo y sus luchas, en las primeras décadas del siglo XX otros mecanismos fueron puestos en marcha por la burguesía a modo de respuesta. Por eso mismo, vamos a emplear como ejemplo ilustrativo de este proceso al caso de la república de Weimar como escenario sobre el que analizar el papel del trabajador autónomo. 

La república de Weimar es, sin duda, una de las primeras experiencias donde el capitalismo moderno comenzó a ensayar estas prácticas. En el terreno productivo, observamos una tendencia opuesta al desarrollo fordista de la época tendente a la concentración. Como decimos, una respuesta del capital en busca de mayor control político de la fuerza de trabajo tras los acontecimientos protagonizados en la Revolución alemana y el proceso de politización que se extendían en plena crisis económica y social. Los datos facilitados por Heinrich A. Winker en su obra El camino hacia la catástrofe (Der Weg in die Katastrophe, 1978) reflejan estos movimientos: si en 1925 aproximadamente 6.800.000 trabajadores de un total de 18 millones estaban ocupados en fábricas con menos de 10 empleados, a finales de la república alcanzaban ya hasta los 7 millones de los 14 millones y medio totales, es decir, el 50% de la fuerza de trabajo. Si acercamos más el foco, podemos atender al caso concreto de los trabajadores autónomos en ese mismo tiempo, los cuales pasaron de ser el 15,9% del total de ocupados en 1925 al 16,4% en 1933. Trabajadores concentrados principalmente en el sector industrial-artesanal, siendo el 17,1%, y en el sector comercio-transporte, el 25,1% del total. A partir de estos datos, observamos el proceso específico de disgregación de una clase trabajadora cuyos principales sectores militantes, no por casualidad mayormente en las grandes fábricas del sector industrial, se encontraban encuadrados en los sindicatos del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) o en menor medida en las filas comunistas del KPD. 

En esta misma línea, a partir de los años 80, tras el profundo ciclo de movilizaciones obreras de las décadas de los 60 y 70, se adoptaron nuevas formas de organización de la producción que venían a desmontar los procesos de integración vertical del conjunto de las fuerzas laborales de la cadena productiva en favor del uso extensivo de cada vez más fases subcontratadas, lo que conocemos como externalización. Un proceso extendido tanto a nivel espacial como sectorial que buscaba dar respuesta tanto a las diferentes muestras de conflictividad laboral como a la lógica de competitividad impuesta por el propio mercado. Se viene dando así, desde hace décadas, que cada vez son más los procesos productivos y los servicios subcontratados por la empresa matriz.

Cada vez son más los procesos productivos y los servicios subcontratados por la empresa matriz

Como decimos, no se trata entonces de una excepción histórica o una simple modificación de los procesos de gestión, organización y administración del trabajo, sino que se trata de la respuesta ante el conflicto social inherente al modelo capitalista y a la racionalización de la producción. Por lo tanto, es imposible aislar la figura del trabajador autónomo como agente productivo y su papel como sujeto político del contexto sociopolítico general caracterizado por el desarrollo y devenir de la propia lucha de clases. Dentro de este cuadro general es desde donde debemos analizarlo con el fin de conocer su situación y prever sus diferentes movimientos. 

Para completar esta explicación, aquí nos es útil una de las conclusiones alcanzadas por el marxista italiano Mario Tronti en Obreros y capital (2001), donde concluye que “a un determinado grado de explotación del trabajo corresponde un determinado nivel de desarrollo capitalista”; es decir, que son el grado de explotación de las trabajadoras y trabajadores, las diferentes formas en las que esto se desarrolla y expresa el plustrabajo y, en definitiva, la cantidad de plusvalor añadido lo que nos descubre el nivel de desarrollo del capital. Siendo el resultado de la relación de fuerzas entre las clases desde donde se resuelve el nivel de explotación del trabajo. Lógicamente, expresado en diferentes formas en cada momento histórico, pero que, como decíamos al inicio de estas líneas, nos lleva a rechazar las ideas impregnadas de positivismo a partir del desarrollo inevitable de la concentración como forma última del desarrollo capitalista. Observando hoy las formas de trabajo flexible y autónomo, podemos identificar en ellas más fácilmente a las trabajadoras y trabajadores del siglo XIX que a las grandes masas fabriles del siglo XX. La forma de trabajo autónomo corresponde hoy mucho más a una forma determinada de explotación del trabajo que a un vestigio de producción precapitalista. Riders, empresas de trabajo temporal, logística, transportistas, hostelería, millones de trabajadoras y trabajadores en condición de autónomos, o falsos autónomos, como vienen reconociendo numerosas sentencias, que expresan una forma específica de producción de plusvalor altamente rentable. Se trata entonces de un proceso democratizador en tanto en cuanto formalmente es el mercado quien ejerce la presión del capital sobre el productor y no el empresario como agente específico. Estamos ante una de las demostraciones más claras del capitalismo como relación impersonal más allá de la figura de uno u otro patrón específico.

¿Cuál es la situación en el capitalismo español y cómo podemos intervenir?
Atendiendo al caso del Estado español, según los últimos datos del Ministerio de Trabajo a 31 de marzo de 2022, existen unas 3.323.536 personas trabajadoras por cuenta propia. De ellas, según dichos datos, el 74% supera los 40 años de edad y, atendiendo a los sectores, el 73,6% está ocupado en el sector servicios, el 10,8% trabaja en la agricultura, el 11,5% en la construcción y el 4,1% en la industria. Otro dato llamativo para completar nuestra fotografía de este sector es el referente al número de autónomos que cuenta con asalariados a su cargo; actualmente el 21% de autónomos cuenta con algún trabajador asalariado, siendo en el sector servicios donde más se da esta situación. Porcentaje que aumenta a medida que se incrementa la base de cotización, alcanzando el máximo de asalariados a cargo entre el 35,7% de quienes reconocen cotizaciones tres veces superiores a la base mínima.

Interesante destacar en este punto uno de los datos más relevantes a los que hace referencia el Ministerio de Trabajo en este informe a propósito de la situación de los autónomos: señala que el 85,3% de las personas trabajadoras por cuenta propia no supera la base mínima de cotización; cota situada en estos momentos en los 944,40 euros. A todo ello debemos sumar la figura del falso autónomo que, según diversas fuentes, alcanza a entre 300.000 y medio millón de trabajadoras y trabajadores que elaboran una tarea productiva estable con un mismo empleador.

Estos datos nos permiten profundizar en la reflexión política de estas líneas. Su posición política viene condicionada, como en todos los casos, tanto por su papel objetivo en el proceso productivo como por el conjunto de relaciones sociales y culturales que trascurren entre el papel en la cadena productiva y las posiciones políticas subjetivas. Un sector que en no pocas ocasiones ha basculado entre uno u otro campo político y en cuyo seno conviven de manera tensa intereses diversos. Aquí no estamos descubriendo ninguna novedad; es en los momentos de fuertes crisis cuando, como señalaba Lenin (1920) en El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo: “Los de arriba ya no pueden, los de abajo ya no quieren, las capas o clases de en medio basculan..”, y añadiríamos, del lado de los de abajo a condición de que cuenten con un proyecto sólido capaz de ganarlos para el proyecto socialista y exista una dirección revolucionaria (dirección, partido y consciencia de clase). De aquí se deriva la importancia de elaborar y poner en práctica una orientación política propia en este terreno.

En el contexto actual marcado por una inflación récord en los últimos 45 años y el crecimiento exponencial de los precios de los carburantes y de materias primas básicas, la situación de los autónomos se hace especialmente complicada como agentes totalmente dependientes del gran capital. Situación influida coyunturalmente por la guerra en Ucrania, pero, sin duda, determinada por la profunda crisis de los combustibles fósiles en la que se encuentra inserto el capitalismo global. Dado que en las economías occidentales el consumo interno supone uno de los principales motores económicos y que esta tarea ocupa en gran parte el foco de la actividad de los autónomos en el caso español, no es descartable el fuerte impacto que sufrirán en caso de extenderse la actual situación. Es en base a las contradicciones que presenta en estos momentos el capitalismo, y cómo estas se expresan en el caso concreto del capitalismo español, desde donde deben partir nuestros análisis para elaborar una teoría y una práctica capaz de incidir en el conflicto político en ciernes sobre estos sectores. A partir de lo cual, considero que debemos prestar especial atención a la situación en el transporte, ya que coinciden en él tanto el relevante papel del transporte y logística de mercancías y personas por carretera como el auge imparable de los combustibles fósiles; y tanta o más, también, a la situación del sector servicios, donde encontramos desde en hostelería y todo el sector turístico a trabajadoras del hogar y profesionales de la economía digital.

Para ello, contamos con una primera experiencia reciente, protagonizada en el pasado mes de marzo por parte de los transportistas 1/. Como principal causa se encontraba el elevado precio de la gasolina y el diésel, pero que encubría en su interior fuertes contradicciones entre pequeños propietarios y asalariados y, a su vez, contra la gran patronal del sector. Una movilización hegemonizada políticamente por sectores de la pequeña burguesía, pero que incorporaba a miles de asalariados en una lucha conjunta con intereses compartidos contra la gran patronal del sector. Lejos de ser una expresión aislada, podemos partir de ella para extraer algunas lecciones, reconociendo las potencialidades transformadoras en las principales necesidades del capital: la necesidad de un nuevo ciclo de acumulación sobre el incremento de la explotación de la mano de obra, la extracción de recursos naturales, ya sean combustibles o materias primas, y un nuevo impulso a la ocupación del territorio. 

En este sentido, podemos vislumbrar las tareas que nos permitan poner sobre la mesa una orientación política propia encaminada a incidir sobre estos sectores desde la izquierda revolucionaria, política y sindical, hacia las trabajadoras y trabajadores insertos en el sector de autónomos a partir de:

1) Un programa concreto que atienda las necesidades inmediatas, como es la mejora de las condiciones laborales y salarios, como camino para mejorar las condiciones de lucha de los sectores asalariados en el conflicto.

Potenciar decididamente el papel del cooperativismo en manos de los propios trabajadores a partir de fondos sociales

2) Un programa a medio plazo encaminado a defender a la pequeña producción frente al gran capital o de la entrada de grandes fondos de inversión y las multinacionales de la llamada nueva economía digital. Medidas encaminadas a la apropiación bajo control de los trabajadores de las plataformas para servir mejor a la demanda, repartir y planificar el trabajo y mejorar las condiciones laborales, apoyar las batallas legales por el reconocimiento de los falsos autónomos, y su conversión en asalariados, hasta potenciar decididamente el papel del cooperativismo en manos de los propios trabajadores a partir de fondos sociales. Cooperativas soportadas por capital social bajo escrupulosas condiciones que eviten la constitución de una nueva burguesía con capacidad de explotar a nuevos trabajadores; se persigue así la voluntad de caminar hacia una integración posterior en el sector público. El objetivo ahí es claro, salir de la lógica mercantil para avanzar hacia el control tanto de los medios de producción como del propio proceso de trabajo y de la finalidad social del producto.

3) Para lo anterior es imprescindible la organización independiente, buscando romper las relaciones laborales cuasi absolutistas, la ley de familia imperante, en palabras de Antoni Domènech, entre asalariados y pequeños propietarios en este sector. En este sentido, por ejemplo, no sería descabellada una campaña por la subida de los salarios en todo el sector de la hostelería que potenciara la afiliación en el sector servicios. En esta línea nos puede ser muy útil aprender de la nueva ola sindical en Estados Unidos en este campo.

Como conclusión, debemos señalar de cara al nuevo ciclo político que afrontamos que es tal la inserción del autónomo dentro del mercado y su sometimiento a las leyes de competencia del mismo que, al igual que el obrero, lo hace como propietario de su fuerza de trabajo, pero no así de la exclusividad del producto por él creado y del proceso productivo. Con la diferencia sustancial de que su relación con otros trabajadores autónomos no se produce tampoco en el proceso de trabajo como sujetos aislados, sino únicamente en y a través del mercado. Como hemos visto, influyen toda una serie de factores políticos y culturales que a día de hoy sitúan a una gran parte de las y los autónomos como aliado potencial de la pequeña burguesía en próximos conflictos. Renunciar a dar esta pelea con el fin de atraer a millones de trabajadoras y trabajadores es sin duda una primera derrota que no nos podemos permitir.

Víctor de la Fuente es licenciado en Ciencias Ambientales y militante de Anticapitalistas

Notas:

1/ Víctor de la Fuente, “Transportistas, primer capítulo de una ola de descontento creciente”, viento sur, 24/03/2022 (accesible en https://vientosur.info/transportistas-primer-capitulo-de-una-ola-de-descontento-creciente/).

Referencias

Bologna, Sergio (1996) Nazismo y clase obrera (1933-1993). Madrid: Akal.

Gorz, André (1977) Crítica de la división internacional del trabajo. Barcelona: Laia.

Harvey, David (1989) La condición de la posmodernidad. Buenos Aires: Amorrortu.

Silver, Beverly J. (2003) Fuerzas de trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870. Madrid: Akal.

Tronti, Mario (2001) Obreros y capital. Madrid: Akal.

Lenin (1920) La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.

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