A partir del día siguiente de la brutal intervención del ejército ruso en Ucrania, la guerra adquirió una dimensión que superó el lugar del conflicto, en primer lugar con la cada vez más importante implicación de la Unión Europea y de los Estados Unidos bajo la égida de la OTAN: sanciones económicas y entrega de armas a Ucrania.

Frente a la guerra, la izquierda en sentido amplio ha tomado posiciones divergentes, divergencias marcadas en gran medida por consideraciones geopolíticas. Por un lado, las distintas corrientes que plantean el papel de la OTAN y se encuentran detrás del lema “la paz ahora”. Por otro, las que privilegian la solidaridad masiva con la resistencia del pueblo ucraniano frente al imperialismo ruso, en una relación entre Rusia y un país al que se le atribuye un estatus de semicolonia.

La movilización de 300.000 reservistas decretada por Putin el martes (precedida de la adopción en la Duma de un nuevo arsenal legal de represión) y los pseudo-referéndums en los cuatro territorios ocupados en Ucrania marcan una terrorífica aceleración de la actual catástrofe. La portada de ayer del diario L'Humanité, “La loca escalada de Putin”, marcaba claramente que se ha pasado a una nueva etapa. Al unir los territorios ocupados a la Federación Rusa, Putin pretende dar una nueva dimensión a la guerra: ahora es Rusia la que sería atacada en “su” territorio y, por lo tanto, en una posición legítima para responder con todos los medios. Putin insistió en este punto: nada puede detenerlo en su empresa de guerra.

En esta nueva situación, donde se aleja cualquier idea de 'paz', urge definir una posición internacionalista que tenga pleno sentido, en el presente, en este conflicto. Resaltar “¡NO A LA GUERRA DE PUTIN!” (de ninguna manera un sinónimo de “¡la paz ahora!” que tiende a poner al mismo nivel al agresor y al agredido), distingue tres frentes sin confundirlos; en cada nivel, el “no a la guerra” tiene una visibilidad propia que hay que aprovechar. Al mismo tiempo, debemos insistir en que el “No a la guerra” es en primer lugar y ante todo denunciar la agresión del imperialismo ruso contra la nación ucraniana, los otros dos niveles solo tienen sentido en estrecha relación con el primero:

-con los ucranianos, los de abajo, que luchan en dos frentes: contra la intervención rusa, pero también por una Ucrania democrática donde la democracia sea inseparable de la justicia social y que no sea presa de los demonios nacionalistas; los convoyes sindicales son ejemplares en este sentido;

-junto a los que en Rusia, a pesar de la represión, se manifiestan contra la guerra: desde el anuncio de la movilización de 300.000 reservistas el “no a la guerra” adquiere una dimensión concreta ya que la guerra en Ucrania deja de ser una guerra 'lejana' ante la urgencia de la supervivencia diaria[1]; también significa apoyo a los desertores que se niegan a servir de carne de cañón; lo que entre otras cosas significa otorgarles el estatus de refugiados en la UE;

-por el desarrollo en todos los países, empezando por Europa y América del Norte, de un movimiento de masas contra la nueva carrera armamentista, por la disolución de la OTAN y por el desarme nuclear mundial.

25/9/2022

https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article64075

Traducción: viento sur

[1] Carine Clément (autora del texto “La société russe dans la guerre”, incluida en una obra colectiva sobre la guerra en Ucrania que se publicará en 2022) subraya en Mediapart (el 22 de septiembre): "Hay muy poco apoyo entusiasta para la guerra, al contrario de lo que nos quieren hacer creer los medios de comunicación occidentales, que reproducen muy ampliamente y de forma exagerada lo que transmite la propaganda del Kremlin”.

 

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