El asalto a la sede de la Cámara de Representantes y del Senado en Estados Unidos el pasado 6 de enero podría no ser el único episodio de protestas armadas de los seguidores de Trump contra el resultado electoral. Así lo recoge el FBI en un boletín interno, en el que alerta de asaltos coordinados en los 50 estados del país entre el 16 y el 20 de enero, día en el que está prevista la toma de posesión del demócrata Joe Biden como nuevo presidente[1].

Algunos de estos ataques han sido anunciados a través de foros online frecuentados por la ultraderecha y utilizados para la difusión de su discurso de odio, el lanzamiento de campañas de acoso y la propia coordinación de atentados terroristas.

En este sentido, Google o Apple han hecho público que llevarán a cabo el aislamiento de algunas de estas redes sociales, como Parler, dejando de disponer esta aplicación en sus app stores. Por su parte, Amazon ha anunciado que tampoco le prestará sus servicios de alojamiento cloud. Parler, junto con Gab o Discord han sido algunas de las plataformas sociales predilectas por parte de la denominada alt-right en los últimos años.

No resulta sencillo arrojar una definición monolítica de aquello que podemos entender como alt-right, ya que su composición, ámbitos de acción y orígenes son complejos y difusos. Recogiendo la descripción del periodista José Cervera[2], podríamos describirla como un conjunto de ideólogos, trolls de Internet y ciberactivistas de la ultraderecha estadounidense, “adeptos al uso de memes y a las teorías de la conspiración, con ideas muy cercanas al reaccionarismo más clásico”. Añadiría a esta definición un apunte de la escritora Angela Nagle: esta facción de la ultraderecha utiliza nuevos códigos transgresores que se desembarazan del bagaje moral conservador de las guerras culturales de los años 70 y 80 entre republicanos y demócratas.

El papel de este movimiento de internet, desestructurado y contradictorio pero de tendencia unívoca hacia el troleo y la normalización de posturas deshumanizantes, ha sido clave en la relevancia y penetración que los discursos de odio han adquirido en los últimos años en la sociedad estadounidense.

Las causas de la ola reaccionaria son mucho más profundas, sistémicas y trascienden el entorno digital. Sin embargo, la alt-right forma parte de los elementos conjugados que han hecho desembocar a EE UU en una gran crisis institucional, política, cultural y social, y que nos está dejando episodios insólitos, en ocasiones tan bizarros y estrafalarios como los propios montajes homemade y contenidos virales que los seguidores de Trump acostumbran a diseminar a través de las redes. Tanto es así, como asegura Jaime Rubio, que los asaltantes del Capitolio llevaban semanas hablando del asalto al Capitolio, publicando amenazas y planes para llevar armas en webs y foros como Parler, Gab y TheDonald.win[3]. A plena luz, sin filtros ni enrevesados códigos de hacker, con total impunidad y amparo de las plataformas que les cobijan. Pero no era la primera vez. Como diría el meme de Silvia Pinal, “acompáñenme en esta triste historia” de cómo el nazismo-pop se normalizó a costa de las frustraciones del capitalismo y sus lodazales digitales.

El contexto que se ha venido consolidando en los últimos años en el social media (no contemplemos únicamente redes sociales, también foros, blogs, indexadores, plataformas de compartición multimedia, etc.) ha supuesto un catalizador de tendencias simplificadoras, insensibles y deshumanizantes. Basado en una lógica de matriz neoliberal, estas plataformas persiguen la viralidad de contenidos y la absorción del usuario para su utilización compulsiva. Lo hacen en pos de que mayor exposición de contenidos e interacción entre usuarios se traduzcan en ingresos publicitarios y recolección de datos para optimizar el propio retorno de inversión (ROI, por sus siglas en inglés) de las agencias y empresas que utilizan estos medios como grandes plataformas comerciales y de distribución. Las normas de comportamiento, las derivadas cívicas o sociales (no mercantiles) de estas plataformas son solo condiciones de contorno de su modelo de negocio. En definitiva, recordando al documental The Corporation de Abbott y Achbar, el de estas empresas no es otro que un objetivo de persecución patológica del beneficio.

Así, lejos de la visión utópica de una sociedad red tecno-optimista, la crisis de los medios tradicionales no se ha traducido en un paradigma de comunicación e información libre y democrática. La mente colmena, sin cambiar de base el sistema capitalista, se convierte más bien en un cúmulo de avisperos listos para ser zarandeados por quien disponga de vara para azuzar. Es en este contexto donde surge toda una cultura de internet trufada de las miserias materiales provocadas por el capitalismo.

Un sistema-enjambre de odio

En su libro Muerte a los normies, Angela Nagle no solo realiza una cartografía de los movimientos neo-reaccionarios que se han venido desarrollando en las guerras culturales de internet en los últimos años, dando lugar al ascenso de Trump y la alt-right. Nagle también persigue y consigue dar con un cierto patrón que ha posibilitado esta convergencia de perfiles no tradicionales con las ideas reaccionarias.

Como denominador, no unívoco pero sí común, el fenómeno de la alt-right comparte una actitud, la de la cultura troll, que se opone a la rectitud, a lo políticamente correcto, al sentimentalismo y la mojigatería escindida de la realidad. Paradójicamente, vistiendo de transgresión lo que termina siendo una defensa de los pilares sistémicos más profundos, se perciben como una crítica mordaz y banal a lo establecido. Las condiciones de posibilidad para ello se han dado. Como indica la escritora y doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton, Azahara Palomeque, el neoliberalismo se ha escudado en un Mr. Wonderfulismo que, a través de técnicas de coaching, traslada toda la responsabilidad al individuo de lo que son, en realidad, cuestiones sociales: “si quieres, puedes”. ¡Ja! La frustración y el descreimiento hacia estas insulsas y exasperantes recetas de fierabrás han abonado el sentimiento de orfandad en una generación escindida que bascula entre el shock paralizante y la transgresión individualista sin objetivo de subversión social basado en un bien común.

Pero no es cualquier tipo de transgresión la que comparten los sectores de la ultraderecha que pululan tanto por el ciberespacio como en proto-milicias callejeras o en forma de terrorismo ultra. Se trata de una reafirmación quasi-religiosa de que no existen límites, y que por tanto nadie es quién para imponerlos (salvo ellos), en una abstracción de la libertad como acción individualista sin consecuencias sociales a tener en cuenta. En muchos casos, esta es la actitud que se esgrime para la preservación de ciertos privilegios (de género, raciales o de clase, entre otros). Es la actitud de Trump frente a los resultados electorales de las últimas elecciones presidenciales. Y es, a su vez, una palanca de la cual las élites han tirado en múltiples ocasiones para canalizar el desafecto a través de una identificación con el privilegiado y la criminalización de la víctima.

Bajo este paraguas, y en concreto en el ámbito digital -donde el papel del anonimato contribuye a la construcción de un entorno sin responsabilidad pública y social- se ha dado un fenómeno de retroalimentación y polinización cruzada entre distintas subculturas de Internet que ha derivado en micro-comunidades distribuidas que se activan políticamente para lanzar campañas hacia identidades consideradas como enemigas. En estos procesos de reacción (como el caso de la campaña misógina en el mundo del videojuego conocida como Gamergate) reina una lógica de la expulsión, donde el troleo es utilizado para normalizar el acoso, la agresión, la violación o incluso la banalización de la aniquilación física.

Una de estas comunidades que forman parte del proceso de polinización cruzada de los discursos de odio en internet es la de los incel (célibes involuntarios). Bajo esta subcultura de desprecio compulsivo a las mujeres, encontramos el ejemplo de Alek Minassian, autor de la matanza de Toronto en 2018 con una furgoneta alquilada, responsable de la muerte de 10 personas[4]. En este caso, encontramos una composición atravesada por un elemento de género, antifeminista y misógino. Pero no es la única variante. Los discursos del odio en la red que se producen bajo este fenómeno de retroalimentación sin -apenas- límites da lugar a muchas otras variantes: antisemitismo, transfobia, disfobia, supremacismo, racismo y xenofobia, aporofobia, etc.

Dentro y fuera del radar

Si el uso de Twitter o Facebook ha podido ser determinante en el ascenso político de figuras como la de Trump, hay que señalar que éstas no son las únicas plataformas que componen el universo cibernético de la ultraderecha en red. Hacíamos mención anteriormente a Parler, el servicio de microblogging publicitado entre la alt-right como “la alternativa a Twitter sin censura”.

Parler, así como Gab, Hatreon o Discord podrían considerarse herederas de otras redes como 4chan (que derivó en 8chan tras el episodio del Gamergate para esquivar por más tiempo las restricciones y se encuentra, actualmente, migrada a 8kun). La línea que une los puntos de unas a otras es precisamente la laxitud o inexistencia de restricciones formales en la moderación de sus contenidos.

Podríamos distinguir, así, entre dos categorías aproximadas de entornos digitales en los que se mueven los sectores reaccionarios de la alt-right. En primer lugar estas redes que podríamos denominar de nicho o de laboratorio, en las cuales se da rienda suelta a todo tipo de manifestaciones delictivas, amenazas o conductas deshumanizadoras, aderezadas en ocasiones con el dialecto meme, teorías de la conspiración, y un rudimentario contenido audiovisual. Por su configuración distribuida, algo caótica, con una taxonomía sólo apta para quien dedica horas en esos espacios, y por la inacción manifiesta para el control y la moderación por parte de sus responsables de comunidad, estas redes son las que se mantienen ocultas en muchas ocasiones a los principales radares sociológicos. Y es aquí donde tienen lugar muchos de esos procesos de polinización cruzada, la radicalización de simpatizantes y sectores cercanos, creación de contenidos beta para el proselitismo del extremismo neofascista o la propia coordinación -y alardeo- de ataques terroristas.

Recordemos el atentado que tuvo lugar en el marco de la movilización racista y antisemita de Charlottesville en 2017 y que acabó con la vida de una persona y más de una veintena de heridos. La red social Discord (funcionalmente similar a Skype) fue quien puso la infraestructura y aplicativo para la coordinación de aquel ataque. El caso de Gab es también representativo de la impunidad y la ausencia de control con la que se alberga en estas plataformas el altavoz de los discursos de odio. Fue tras el tiroteo en la sinagoga de Pittsburgh en 2018 cuando esta red ganó protagonismo como buen escondrijo de la ultraderecha, tras descubrirse que el asesino de las 11 personas dejó publicadas sus intenciones en esta red, previamente a perpretar el ataque. Otro ejemplo paradigmático lo encontramos en noviembre de 2015, cuando después de los asesinatos de cinco manifestantes de Black Lives Matter en Minneapolis aparecía un vídeo de los dos hombres que los habían llevado a cabo mandando un saludo al foro /pol/ de 4chan, y una postdata: “Seguid siendo blancos”.

Es en la segunda clasificación de plataformas digitales -en las que incide la ultraderecha- donde figuran las redes masivas o de producción como podríamos considerar Twitter, Facebook, Snapchat o Twitch. En el universo de usuarios de estas redes, la componente ultraderechista no es tan destacada como en las redes de nicho. Sin embargo, el objetivo aquí es filtrar las ideas y mensajes hacia una mayor audiencia. A través de la polarización con otros usuarios, la crispación o el bizarrismo logran adquirir una mayor relevancia e incidir en la agenda política.

De este modo, vemos cómo estas dos tipologías de redes se complementan en la estrategia de la alt-right. No se trata, por tanto, de un fenómeno compuesto solo por algunos referentes sociales o políticos que diseminan unos mensajes determinados de manera unidireccional. Hablamos de todo un sistema comunicacional complejo con códigos propios, segmentación de canales según público y objetivos; circuitos de preparación, producción y distribución de contenidos o ceremonias de planificación y respuesta ante acontecimientos. Constituyen laboratorios online de odio real en los que los episodios de ciberacoso, las amenazas de muerte o los llamamientos a violaciones terminan transgrediendo el ámbito virtual y convirtiéndose, en muchos casos, en escuadrismo neofascista y violencia machista, racista, transfóbica, homofóbica, capacitista y especista. En definitiva, nos encontramos ante un conglomerado que dispone de diferentes y múltiples palancas de las que tirar para conseguir su incidencia política y social, un repertorio amplio y de escala internacional. Lo que está sucediendo estos días en Estados Unidos es solo una muestra de un peligro mucho mayor.

14/01/2021

David G. Marcos

David G. Marcos es consultor tecnológico, director del programa Contratiempos y militante anticapitalista.

 

Notas

[1] “El FBI alerta de ‘protestas armadas’ en todo EEUU contra el resultado electoral” - https://www.elmundo.es/internacional/2021/01/11/5ffcb805fdddff1d7c8b4643.html

[2] “La derecha troll que respalda a Donald Trump en Internet” - https://www.eldiario.es/cultura/fenomenos/alt-right-derecha-respalda-donald-trump_1_3850120.html

[3] Los extremistas llevaban semanas hablando del asalto al Capitolio en sus redes sociales - https://verne.elpais.com/verne/2021/01/07/articulo/1610013473_027818.html

[4]El autor de la matanza de Toronto está vinculado a una misteriosa subcultura que desprecia a las mujeres - https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/toronto-misteriosa-subcultura-machismo_1_2152572.html

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