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La política catalana se parece desde hace tiempo a un concurso de patinaje artístico sobre hielo a cámara lenta. Los actores se mueven muy lentamente, teatralizan sus gestos hasta el infinito, están pendientes de ofrecer su mejor sonrisa acompañando su mejor pirueta. Primero, la fecha y la pregunta. Después, la larga preparación de la consulta. Luego, la firma del decreto de convocatoria del 9N. Tras éste, el agónico debate sobre la convocatoria de elecciones. Y así sucesivamente. Tras un hito, el siguiente, difiriendo el desenlace final y estirando el nudo de la película lo indecible, a riesgo de perderse en la trama, de aburrir a espectadores y actores secundarios en plena función. De dejar evaporarse el climax y la emoción contenida. Pero, tras este ralentí político permanente, hay un fondo de inestabilidad inaudita, una resbaladiza pista de hielo en la que estrellarse y derrapar hacia lo imprevisto es posible en cualquier momento.

En realidad, el sistema político catalán ha implosionado bajo el doble impacto del 15M y el ascenso del movimiento independentista, provocando una crisis sin precedentes de CiU, PSC y PP. Una determinada arquitectura política desaparece y otra está en vías de consolidación. Momento de la verdad, este 2015 promete ser un año trascendente para el desenlace de la prolongada crisis política que vive el Estado español y para el proceso independentista catalán. La sucesión de convocatoria electorales será un test, a escala española, para medir la capacidad de PP y PSOE de aguantar el envite de Podemos y, a escala catalana, tanto para determinar la fuerza relativa de Mas y ERC en su pelea por la hegemonía interna del proceso independentista, como la fortaleza o debilidad de éste último.

De todo este largo ciclo electoral, el 27S y las elecciones generales venideras condensan en Catalunya las esperanzas populares. Para algunos, todo se juega en una mayoría independentista en clave plebiscitaria en la primera cita. Para otros, es la victoria de Podemos en la segunda lo que abre la puerta del porvenir. Se dibuja así, claramente, una bifurcación de futuros posibles. Una bifurcación no absoluta, quizá, pero real, que apunta a preferencias, identidades, proyectos y expectativas diferentes. Al mirar hacia delante desde abajo, no todos vemos y anhelamos lo mismo, ni vislumbramos las mismas sendas a recorrer para llegar al mismo sitio. Fijar la mirada hasta los confines de la imaginación y otear un futuro mejor que ponga fin a un eterno presente interminable constituye la premisa para poder hacer posible lo todavía inexistente. En ello reside la fuerza del momento actual en el que grietas de luz agujerean un porvenir antes lóbrego y opaco. Pero un futuro bifurcado, que trace potencialidades que aparezcan como contradictorias proyecta una sombra de incertidumbre y temor. A modo de dos campos magnéticos que se neutralicen entre sí, ¿el proceso independentista y Podemos pueden debilitarse mutuamente en Catalunya a riesgo de perder ambos punch decisivo?

¿Son ambas salidas del pozo actual incompatibles?¿Trazan líneas irremisiblemente divergentes como dos canoas arrastradas por corrientes subterráneas opuestas? ¿Son simples caminos paralelos? o ¿es posible articularlas de modo convergente? Este constituye, hoy por hoy, el debate estratégico, sorprendentemente bastante inexistente, que es preciso abordar desde cualquier perspectiva que quiera constituir una mayoría popular de cambio en Catalunya y que facilite la consecución de escenarios democráticos y de ruptura en el conjunto del Estado español.

El impasse actual del proceso independentista es fruto de las debilidades de su discurso fundacional, basado en la desconexión de la reivindicación independentista de cualquier contenido social substantivo y de medidas concretas de mejoras sociales para las clases populares. El error estratégico de partida cometido por la Asamblea Nacional Catalana (ANC), y señalado desde hace tiempo por sectores políticos como el Procés Constituent o las Candidaturas de Unitat Popular (CUP), ha sido la construcción de un amplio movimiento mayoritario y transversal de “unidad nacional” sin dimensión social concreta, considerando que la mera demanda de “independencia” era ya de por si suficiente como factor de agregación mayoritaria. El enfoque de la “unidad nacional” pone la nación abstracta por encima de la concreta, Catalunya por encima de los catalanes. No percibe que dotar el proceso independentista de un plan de rescate ciudadano, de un pack de emergencia social, no divide ni fragmenta. Al contrario, lo fortalece. La sociedad catalana está profundamente escindida, desgarrada en realidad, por cuatro años de políticas de austeridad y más de tres largas décadas de neoliberalismo. No hay unidad posible de aquello que está fracturado internamente si se obvian las causas de la rotura y, más aún, si quienes deben pilotar la unidad son percibidos por buena parte de la ciudadanía como los responsables de la debacle social.

Obviar las urgencias sociales inmediatas y aceptar acríticamente el liderazgo de Artur Mas “El Recortador” es lo que divide y enfrenta lo social y lo nacional, creando un terreno de juego que da oxígeno a la derecha catalana (aun obligándola a pisar el acelerador y forzar al máximo su capacidad cardiovascular) y facilita el descuelgue y la apatía respecto al proceso soberanista de aquellos segmentos del pueblo de Catalunya con menos identificación político-cultural con el catalanismo. Una unidad que intente eliminar artificialmente las contradicciones de todo tipo que atraviesan a la sociedad catalana acaba siendo un disparo en el propio pie, un inoportuno (e innecesario) gol en propia puerta en el minuto 1 de partido. La combinación, por un lado, de una reivindicación nacional vacía de dimensión de social expresa y, por otro lado, de Artur Mas “El Recortador” como cabeza política del proceso independentista (aunque no lo controle y a duras penas lo surfee), ha sido letal para ampliar la base social del mismo por abajo más allá de su impulso inicial.

¿Cómo hubieran sido las cosas si la consigna de independencia del 11S de 2012 hubiera ido acompañada de un programa de emergencia social básico? ¿Cómo habría sido la V del 11S de 2013 si aparte de la demanda de independencia hubiera conllevado un clamor en favor de un paquete anti-crisis de urgencia humanitaria?¿Qué hubiera pasado si junto al “President, ponga las urnas!” de Carme Forcadell hubiera habido un “President, aplique un programa de emergencia social!”? ¿Dónde estaríamos si la firma del decreto de convocatoria del 9N el 27 de setiembre de 2014 hubiera estado acompañado de la rúbrica de una batería de medidas básicas de rescate ciudadano?

La respuesta es clara: Mas se hubiera movido mucho peor en el escenario (rozando por momentos su “Pastora Soler” particular), las fuerzas de centroizquierda o izquierda presentes en el proceso independentista, como ERC o la CUP, se hubieran desenvuelto en un tablero más favorable, y el conjunto de organizaciones políticas y sociales ajenas al proceso independentista (desde los sindicatos mayoritarios hasta movimientos sociales alternativos), y sus bases sociales, hubieran basculado, en mayor o menor medida, instrumentalmente hacia él. Los apoyos sociales del proceso se hubieran ensanchado por su lado popular y trabajador. Por supuesto los teje y manejes entre bambalinas de la oligarquía financiera catalana para frenar el proceso soberanista hubieran sido aún más intensas, y las contradicciones que CDC habría soportado también. Pero ésta habría tenido muy difícil descolgarse del mismo y, en caso de hacerlo, se hubiera autodestruido.

El debate de la ampliación popular del proceso soberanista pudo parecer (erróneamente) abstracto en la primera etapa del proceso, desde el 11S del 2012 hasta el 9N del 2014. Pero el impasse actual y, sobretodo, la consolidación de Podemos y Podem, lo convierten en muy concreto y tangible. En algo ineludible, ya sea por convicción o de forma instrumental. Quienes defienden sólo la independencia (o al menos sobredeterminan todo lo demás a partir de ésta) y no simpatizan ni con lo que fue el 15M ni con las mareas ciudadanas, están obligados a enfrentarse a una realidad bastante inequívoca: la imperiosa necesidad estratégica de ampliar el proceso soberanista por su vertiente popular para ensanchar su base social. Este es el desafío que la ANC debería afrontar abiertamente si quiere que el proceso se fortalezca.

Y, en paralelo, para quienes nos situamos en el campo de la emancipación popular de los de abajo, en el de la síntesis entre lo social y lo nacional, en el de la lucha contra todo tipo de opresión y desigualdad, nunca como ahora se nos había planteado el reto de hacer converger los futuros posibles bifurcados de las capas populares catalanas para que no se alejen irremisiblemente entre sí. Un reto que, a la vez, señala unas oportunidades inauditas y un riesgo trepidante.

2/03/2015

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