En estos momentos seguramente solo podemos intuir la magnitud del choque. Sabemos que será una sacudida importante, pero poca cosa más. No tenemos certezas sobre las consecuencias económicas, sociales y políticas de la pandemia. Por eso son días de hacerse preguntas, más que de improvisar respuestas. Y de desconfiar de quienes vienen con falsa seguridad. Pero acertar en las preguntas es fundamental. Porque puede contribuir a orientar la reflexión colectiva y el debate, de forma que nos podamos vacunar, no del coronavirus sino de las consecuencias sociopolíticas más perversas. Porque la ruleta genética nos ha hecho vivir en un tipo de distopía y ahora hay que contener los contagios y minimizar los costes humanos. Pero la salida de esta crisis no será una cuestión del destino sino que será fruto de decisiones políticas.

Preguntas relevantes hay muchas. Yo destacaré tres. La primera tiene que ver con los efectos de esta crisis sobre la democracia: ¿saldremos con una democracia más débil o más fuerte? Estos días vivimos bajo una legislación de excepción, que da poderes especiales a la policía, que ha sacado el ejército en la calle para controlar la población civil y que ha recentralizado el poder. Vivimos con una cierta normalidad la presencia de militares en las ruedas de prensa del gobierno, así como el uso y abuso de vocabulario bélico. También vemos como se empieza a cuestionar cualquier disenso como antipatriótico. Y hemos visto una cierta idealización de la distopía autoritaria china, por la capacidad que tiene de controlar a su población de manera efectiva haciendo un uso intensivo de las tecnologías de vigilancia y monitoritzación.

Todo esto merece una reflexión. Porque, por un lado, parece lógico aceptar restricciones temporales a algunas libertades básicas -como la de movimiento- para tratar de minimizar el coste humano de la pandemia. Es un pacto social razonable. Pero hace falta no perder la perspectiva. Todo el envoltorio autoritario y militarista con que se ha acompañado el estado de alarma, especialmente en el estado español, es perfectamente prescindible. Y peligroso. No sabemos si la excepcionalidad durará semanas o meses. Pero parece necesario construir una cultura democrática de la excepción, basada en la cooperación, la solidaridad y la primacía de los cuidados. Y en el uso democrático del conocimiento científico. El gobierno español del PSOE (y Podemos) ha perdido la oportunidad. Desgraciadamente.

La segunda pregunta tiene que ver con los efectos que tendrá todo esto sobre la sociedad civil: ¿nos hará más cooperativos y confiados, o más egoístas y desconfiados? Paradójicamente, en tiempo de aislamiento y distancia social, hay una cierta sensación de proximidad y de solidaridad entre vecinos y desconocidos. Se impone la solidaridad y la ayuda a la población más vulnerable. Y la cooperación ciudadana masiva, que no puede basarse en una lógica de interés individual. Porque nos llevaría a un problema enorme de acción colectiva y haría inviable la cuarentena sin un control social y represión a gran escala. La cooperación que hace falta solo se puede fundamentar en una lógica próxima al imperativo categórico kantiano, según el cual actuamos como creemos que lo tendría que hacer todo el mundo. Pero la historia está llena de casos en que ante situaciones extremas, como una pandemia, no se impuso la lógica de la cooperación sino la del egoísmo, la competencia feroz por recursos escasos y la disolución de los vínculos de solidaridad. Ya hemos visto casos un poco anecdóticos de fugas de la ciudad, acumulación de papel higiénico y robos de material de protección. Queda por ver qué lógica se impondrá si esto se alarga y se endurece. Pero, sobre todo, la pregunta relevante es qué herencia dejará este tipo de experimento social a gran escala que estamos viviendo. Una posibilidad es que sea una herencia positiva, pero también podría ser heterogénea, en función de los niveles de cohesión comunitaria y de confianza social preexistentes.

Y, por supuesto, la tercera pregunta tiene que ver con las consecuencias distributivas del choque económico. Hemos oído el discurso de Pedro Sánchez, tan vacío como de costumbre, diciendo que el virus no distingue entre territorios, ideologías ni clases sociales. Pero es evidente que ni la exposición al contagio, ni la dureza del confinamiento, ni el riesgo y la incertidumbre económica y laboral son iguales para todo el mundo. La pandemia sí que distingue entre clases y la distribución de los riesgos es profundamente desigual. La profundidad y dureza del choque económico y, sobre todo, la distribución de la factura que provocará serán resultado de decisiones políticas que se están tomando ya en las esferas de poder. Podemos intuir que se impone, de forma más inmediata, una lógica keynesiana. No parece que haya muchas alternativas a la inyección masiva de dinero ante una parada forzosa de la actividad de esta magnitud. La pregunta, pero, es que vendrá después de los rescates de emergencia. Porque, si no hay cambios importantes en la correlación de fuerzas, podemos esperar una nueva oleada de austeridad y ortodoxia a costa de los más débiles.

22/03/2020

https://www.ara.cat/opinio/Tres-preguntes-despres-pandemia-coronavirus-covid-19-article-jordi-munoz_0_2421957790.html

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