Una vida más corta, más triste, más dura, más irrespirable, más apretada, más sofocante, más difícil: ésto es lo que significa vivir en el Madrid de la hegemonía neoliberal para el grueso de la gente trabajadora, el Madrid del feudalismo de los ricos y de los riquillos. Tienen torres y muchos viven amurallados, están exentos de pagar impuestos, tienen redes vasalláticas de favores, muchos apellidos, más de un bufón, bastantes cortesanos y soldadesca para apalear a la plebe y echarla de sus casas. Pero, para desesperación de las buenas gentes, consiguen adhesión de sectores que viven extramuros y aspiran a ser como ellos. También consiguen sembrar cinismo y pasivizar a muchos de quienes más sufren su modo de vida salvaje. Esto supone un desafío, todavía irresuelto, para quienes aspiran a que caigan torres y murallas.

El viejo ciclo político, en el que el dinamismo estaba en nuestro campo, concluyó hace ya mucho. La vida aprieta, el tiempo escasea, las urgencias inmediatas abruman, el horizonte asusta.  El aliento de época que soplaba fuerte, abría esperanzas e invitaba a postergar el ordenar la vida de uno mismo para cambiar la de todos, amainó. La izquierda institucional ha aceptado en la práctica los marcos sistémicos, ha estrechado los horizontes, se ha hecho adulta en el sentido que le otorgan los que mandan. La primera línea se ha angostado, la segunda también. Surgen estériles polémicas de exiliados que inundan las redes sociales. “No ponerse trágicos, pero decir la verdad”, decía Francisco Fernández Buey, máxima en la que resuenan ecos de un viejo pensador sefardí que también sufrió el despotismo de nobleza castellana, y que en tiempos difíciles siempre conviene recordar.

Una generación joven se abre paso, otra, con muchas luchas a la espalda, sigue en pie de guerra. Hay grietas que hoy son sufrimientos y datos de desigualdades, pero que mañana pueden ser problemas políticos, luchas, comunidades en marcha. Hay potencias dormidas, cómplices esperando, posibilidades, tradiciones latentes. Sin duda habrá recomposiciones, nuevas experiencias fundadoras, metamorfosis inesperadas. Pero no hay que esperarlas pasivamente. La Historia no está de parte de nadie, y siempre puede ir a peor. Es tiempo de reconocer la situación y moverse desde ella. Esta noción empieza a abrirse paso en muchos espacios políticos, y la pasada primavera afloraron en Madrid debates y foros que comparten estas preocupaciones.

Aquí compartimos algunas reflexiones que hacemos desde Anticapitalistas Madrid al calor de los debates colectivos y las experiencias recientes de movilización; así como de los debates que hemos tenido durante las jornadas “En el corazón de la bestia. Estrategias anticapitalistas para hacer frente a la hegemonía neoliberal en Madrid” que llevamos a cabo en los meses de mayo y junio de 2022.

El poder en Madrid. Tiempos y escalas.

El poder de la élite madrileña es complejo, sólido y poroso. No sólo reside en sus figuras carismáticas (aunque éstas tienen mucha importancia) ni en sus escaños, sino que tiene poderosos anclajes económicos, institucionales y culturales. Madrid es la capital del estado, la sede de la corte de la opinión pública, de las instituciones estatales, de empresas transnacionales, de la tríada financiero – constructora - inmobiliaria, es un chupóptero de riqueza de todo el Estado. Todo esto posibilita la existencia de capas sociales que son, estructuralmente, leales a ese orden. Madrid es su guardia, su fortín, les ofrece muchas posibilidades de poder y de mando. Los representantes políticos de estas capas sociales están a la ofensiva y construyen ideológica, material e institucionalmente este orden salvaje de las cosas de forma militante, ponen en marcha mecanismos que les permiten tejer alianzas que son capaces de desparramar su hegemonía hacia abajo, incluyendo a capas sociales menos ligadas estructuralmente a la élite.

¿Qué mecanismos? La sanidad privada, los seguros privados, la educación concertada, el españolismo - madridcentrismo, el urbanismo segregador, el ridículo bilingüismo, el dumping fiscal y un largo etcétera. La naciente nobleza castellana consiguió colarse poco a poco, con la coerción militar e ideológica - pero también con múltiples instrumentos jurídicos - en los espacios comunes del campesinado, arrebatárselos poco a poco y incrustarlos en sus estructuras, someterlos estructuralmente. La nobleza neocon madrileña juega de igual manera, con machetazos privatizadores y fórmulas más sutiles como la “colaboración pública privada”, figura tristemente asumida o en disputa por parte de la izquierda institucional.

Cuanto más amplían su suelo estructural, más posibilidades tienen de hacer incursiones en otros sectores (recordemos que una de las primeras acciones de la Oficina del Español del bufón Toni Cantó no fue una recreación de la Rendición de Breda con Pérez - Reverte, sino un concierto de Omar Montes y Yotuel), más resisten a coyunturas adversas o a escándalos de corrupción, aunque éstos rocen lo dantesco (¿alguien se acuerda ya de las mascarillas o del hermano de Ayuso?). Mientras tanto, hacia afuera practican una política de tierra quemada cultural y material (y no se andan con debates cansinos entre que es lo que prima): venta de suelos públicos, hormigón a cascoporro, cierre de centros sociales,  habilitan puestos de seguros privados en los mercadillos navideños, profieren constantes provocaciones clasistas y racistas. Todo destinado a impedir que broten espacios, proyectos e ideas igualitarias.

“Días que parecen años, años que parecen días”, se solía decir para dar cuenta de los tiempos políticos que, unas veces son rapidísimos y todo cambia, y otras todo se eterniza y parece inamovible. De estos tiempos distintos se derivaban estrategias distintas, posibilidades distintas. El medievalista Carlos Astarita, en su estudio sobre como los primeros burgueses de estos lares se enfrentaron a la nobleza castellana, reformula este viejo clásico tal que así: tiempos de estructuras, tiempos de acción.  En los primeros mandan las estructuras dadas (culturales, económicas, institucionales), en los segundos, estas moles que hacen parecer imposible cualquier cambio pierden fuerza, y la acción se vuelve creadora y modifica las estructuras. Jugaremos libremente con esta metáfora.

En Madrid uno diría que vivimos en estos tiempos de estructuras. Si se acepta esto, conviene adecuar las estrategias, las tácticas, los repertorios, las prioridades, las expectativas, los discursos; situar las fuerzas correctamente, fuerzas orientadas a la erosión, a la zapa, a prepararse. ¿Es imposible cambiar las cosas en el tiempo de estructuras? ¿Terminan por sí solos? Es posible y necesario aprovechar coyunturas rápidas y hacer acciones audaces que permitan avanzar, pero siempre recordando que las minorías que hacen política organizada no pueden crear artificialmente las condiciones para cambios de este calado, pero sí prepararse para cuando hartazgos de fondo se expresen ampliamente. Con una precaución: no acabar asumiendo que lo que no es posible hoy, no lo será nunca. Mientras tanto, arrimarse y mezclarse con los sectores de la clase trabajadora que atesoran potencias de cambios estructurales. Dónde, cómo, cuándo. He ahí las preguntas. Pero antes, una parada.

Dos vías en Madrid

Ha habido dos intuiciones estratégicas de fondo para encarar el problema de cómo hacer frente a la hegemonía neoliberal en Madrid, que en el ciclo pasado se concentraron en choques frontales en el seno de Ahora Madrid y en la ciudad de Madrid, pero que condensan un problema regional. Ambas vías partían del reconocimiento de la solidez de este bloque y de que el impulso inicial de nuestro campo (tiempo de acción) se estaba agotando. Pero en cómo y por dónde quebrarlo, y en hacia dónde mirar, se presentaban diferencias de fondo.

En la teoría clásica la cosa es, a primera vista, sencilla: se trata de desgajar a las clases o sectores de clases subalternas (pequeña burguesía, campesinado), que están bajo la influencia o tienen lazos con la clase dominante (burguesía), e incorporarlas a tu bloque, dirigido por la clase subalterna que es capaz, estructuralmente, de llevar a cabo transformaciones universales (proletariado). Su aplicación práctica ha suscitado las mayores refriegas en la historia de los movimientos emancipatorios. En Madrid se dio de una forma bastante más peregrina.

En aquel entonces, el sector mayoritario de Ahora Madrid apostó, en nuestra opinión, por una reducción en términos electorales, coherente con sus tesis política, [1] de este problema. Se opta por prolongar el modelo de comité de campaña centralizado y vertical al de partido para tiempos normales, lo que supone una devastación de las posibilidades organizativo - políticas del impulso inicial (dotar de recursos reales a la gente movilizada, fomentar la autoorganización, apertura masiva de locales, incrementar la porosidad del proyecto por abajo, generar militantes y cuadros que sostienen al proyecto ideológica y materialmente en cientos de espacios a donde no llegan la ComPol). No se piensa en términos de fuerza social, sino de circunscripciones electorales. Se apuesta por aguantar el freno del impulso inicial (y además, por contribuir a frenarlo) fundamentalmente en espacios institucionales.

Esta proyección eterna de los tiempos electorales funda un modelo político - organizativo incapaz de construir fuerza social y subvertir la composición de clase del núcleo dirigente (que más bien se acentúa): se empantanan los circuitos sociales en los que se mueven (es lo que permite por ejemplo, decir sin sonrojo ni vergüenza que se han prohibido los desahucios), las dinámicas verticales, las militancias asalariadas, las referencias culturales, las expectativas; se ahonda el desarraigo material y cultural de con quien se dice representar. Esta problemática no sólo es madrileña ni del Estado español. El corbynismo, el sanderismo y la izquierda francesa han tenido que lidiar o tendrán que hacerlo con el mismo problema ¿cómo convertir saltos que se expresan con fuerza en lo electoral en fuerza social? ¿Cómo convertir a activistas y cuadros – muchos procedentes de clases mediaas - crecidos en experiencias electorales en militantes arraigados en lo social? ¿Cómo estimular desde ahí procesos de organización de la clase trabajadora? Salvando las enormes distancias, sólo en Estados Unidos, por la existencia de movimientos de fondo (BLM, efervescencia organización sindical), parecen haber hecho avances en este sentido.

Volvamos a Madrid. Estas decisiones no fueron fortuitas sino que estaban justificadas en una orientación que puso de forma clara el acento en intentar desgajar sectores de las clases medias de la hegemonía neoliberal limitándose a confiar en el poder de las figuras carismáticas y las guerras culturales. No hay que restar ni un ápice de importancia a éstas últimas, ni contraponerlas  chuscamente al estómago (como si las personas fuéramos animales que ingieren). Las guerras culturales también se libran construyendo fuerzas militantes de carne y hueso, militantes con capacidad de pensar por sí mismas, dando recursos para abrir locales compartidos, fortaleciendo el tejido de centros sociales, dando espacios físicos, actividades y lugares para mezclarse y debatir en todos los barrios, generando reflexiones, haciendo pensar y no dando órdenes, compartiendo proyectos, fiestas, y luchas, ganando autoestima y construyendo comunidades, permitiendo tareas políticas no sólo ligadas a los tiempos electorales, teniendo gente en cada rincón que pueda discutir la propaganda neoliberal.

Se pueden tocar emociones y sentimientos en campañas electorales, pero no se puede ficcionar la construcción de un bloque propio desde un comité de campaña. Esto requiere inserción social real, circuitos sociales distintos, lealtades no salariales, debates, escuchas participadas, organización material, organización moral. Sólo así brota la imaginación, sólo gente ligada “estructuralmente” a un proyecto de clase puede romper la alianza del bloque de poder con las clases medias. Esta tarea, abismal y difícil, está pendiente. Pero un primer paso es apostar por ella.

Esta orientación provocó, más que una seducción de los sectores de clases medias, una aceptación paulatina de sus imaginarios y una evidente renuncia programática (abono para la desafección con la política, ruptura de anclajes con “tu gente”), un cierre autoimpuesto de las posibilidades del ciclo. Para muestra un botón: la obsesión con ganarse a sectores de Ciudadanos,  los Pactos de la Cibeles; la negativa a construir Ahora Madrid como organización de masas y ni siquiera respetar un mínimo de democracia interna (¿combatir a la nobleza construyendo un partido nobiliario?), la incapacidad no sólo de blindar centros sociales sino la colaboración en cerrarlos, el enfrentamiento abierto con buena parte de la militancia de organizaciones políticas y movimientos sociales con estructuras militantes que podrían sostenido un proyecto más allá de liderazgos y asalariados. Y luego, Chamartín. Por mucho que haya habido sectores que ahora se desdicen, cosa que no tenemos interés en poner en duda, este megapelotazo es el producto más acabado de una orientación política y de sus derivadas organizativas. El margen de maniobra de la siniestra camarilla que pilotó el tema estaba avalado por la orientación política del proyecto y por su modelo organizativo, son su síntoma más acabado,  y cumplieron el rol de aceptar las reglas de juego de los mandamases de Madrid, de pasar por el aro. Una de las amargas lecciones de los años 30 alemanes es que es imposible convertirse en un centro de gravitación para las clases medias y quebrar sus alianzas con el bloque de poder sin conquistar primero la simpatía de la clase trabajadora en un sentido fuerte, así como de sus sectores potencialmente más dinámicos en particular. Convertirse en el bloque de la esperanza, un imán para el resto de clases subalternas. De no hacerlo, la pequeña burguesía suele correr al bloque de la desesperanza contrarrevolucionaria. Si se renuncia a pensar en estos términos, todo se reduce a un juego de estocadas y cambios de cromos.

Hay una última implicación de esta orientación, menos susceptible de ser medida, pero que opera: desconfianza hacia la capacidad de acción y autoorganización de la gente proporcional al alto grado de estima en la capacidad de los comités de campaña; inducción de tics de sospecha, de contención, de control y parlamentarización de las luchas sociales.

¿Esta estrategia implica un desplome electoral? Habría que ser muy mentiroso para sugerir esto a la vista de los últimos resultados y de las encuestas. En nuestra opinión lo que sucede es la conversión de las fuerzas que apadrinan esta estrategia en fuerzas de orden, lo que limita su capacidad para sentar las bases de una quiebra de los pilares sobre los que sostiene la hegemonía neoliberal en Madrid. No todas las mayorías son mayorías electorales. No todas las mayorías electorales sirven para hacer lo mismo. Las vías por las que éstas se constituyen, las clases sobre las que se sostienen y las palancas de fuerza que se controlan, sus imaginarios, sus expectativas, sus objetivos, sus horizontes, sus lazos con la sociedad y con las distintas clases permiten o no hacer determinadas cosas. La consecución de mayorías electorales (obviamente necesarias) se ha convertido no en el medio sino en el fin, con independencia de las tareas para las que se quiere tener esa mayoría, con independencia de si el número de votantes guarda correlación con la influencia en la vida social, con independencia de las tareas que marca una situación histórica dura. Hace mucho tiempo la gente que quería transformar el mundo se hacía preguntas de este tipo: ¿valen lo mismo 1000 votos obreros que 1000 votos campesinos? Esto no se enunciaba de forma arrogante, ni se hacían consideraciones morales, sino de fuerza. Por eso decimos ¿valen lo mismo 1000 votos en Chamberí que 1000 votos en Villaverde? Desde luego, para la aritmética parlamentaria sí. Pero para la construcción de un proyecto ambicioso que mire más allá, no. Obviamente es una pregunta tramposa porque en la realidad las cosas no se presentan de tal modo ni arrancan desde el punto de partido más ventajoso. El problema es que los partidos electorales son presas de una sociología descriptiva que les obliga a adaptarse a las estructuras, les impide jugar en tiempos más largos, dedicar tiempo y recursos para construir, aun a contrapelo y sin rédito electoral a corto plazo, anclajes sólidos que permitan dinamitar estas estructuras.

Volvamos a la cuestión de las mayorías. No hace falta mirar más que a la Moncloa. Porque también hay una izquierda institucional, que gobierna en el Estado y en distintos municipios de la Comunidad de Madrid con el PSOE que, pese a su belicosidad verbal y su desdoblamiento espiritual, reconoce sin tapujos que sus objetivos en Madrid pasan por la extensión de este modelo. Un modelo de neoliberalismo compasivo con límites muy claros y desnudamente impotente para plantarle cara a la hegemonía neoliberal en Madrid, pese a haber tenido a su alcance poderosos mecanismos en tiempos de estado de excepción para golpear a Ayuso cuando todavía su poder no estaba tan consolidado (septiembre de 2020). Un horizonte de cogobiernos con los amigos de Macron, primos de los viejos socialistas franceses cuyas políticas desde los 80s han abierto la vía al crecimiento de la extrema derecha. ¿Qué logro supone tener gobiernos y mayorías parlamentarias cuando se consolidan las posiciones fuertes del socialiberalismo y cuando crece la extrema derecha sin siquiera haber mediado una crisis fuerte aun? Se aprueban medidas que dicen abrir caminos, pero son en realidad los últimos coletazos de una vieja fuerza acumulada ya en una dinámica de clausura. Quién mire a Francia y sólo se le ocurra hablar de la unidad de la izquierda, en lugar de aterrorizarse por las consecuencias generacionales de no quebrar con el neoliberalismo y ser su pata izquierda, es incapaz de sostener proyectos que aspiren a emprender cambios estructurales. A más de 11 años del 15M, haríamos bien en aprender  a pensar en términos generacionales.

¿Y la otra línea? Apuntaba a dos cuestiones fundamentales: blindar estructuralmente nuestro campo y estirar las posibilidades del ciclo al máximo. La derrota política de esta línea, produjo un hiato entre ambas tareas e impidió probar ese camino.

¿Blindar estructuralmente nuestro campo? Significa intentar convertir todo el aliento de época en fuerza social, multiplicar las activistas y militantes con influencia social; construirse anclajes estructurales en la clase trabajadora, facilitar lugares, inducir debates, educar cuadros, abonar y soldar un horizonte ambicioso de ruptura no sujeto a los vaivenes de la coyuntura corta y a las necesidades electorales. Organizativamente suponía que fluyeran recursos hacia abajo para permitir estas experiencias (abrir locales, financiar proyectos y no chiringuitos) y la construcción de organizaciones políticas plurales y abiertas. La hipótesis de partido – movimiento nunca se pudo probar ahogada por la victoria del espíritu de Vistalegre (que venía a decir: sólo hay tiempo electoral y partido electoral).

¿Estirar las posibilidades del ciclo al máximo? Convertir los objetivos programáticos en conquistas que permitieran mejores condiciones de vida y lucha, mantener horizontes ambiciosos abiertos, subir las escalas. En Ahora Madrid no hubo que teorizar mucho esto, se trataba simplemente de ceñirse al programa. La batalla central se dio alrededor del cumplimiento o no de la regla de gasto de Montoro, que concluyó con la destitución de Sánchez Mato. El propio Mato ha recordado alguna vez la situación, planteando una pregunta difícil, que creemos que refleja bien el hiato al que antes nos referimos ¿cuánta gente había en Cibeles concentrada pidiendo romper con Montoro? (las lecciones que de esta pregunta se derivan pueden ser muchas y no necesariamente compartidas). Ésto no invalida  la orientación, más bien refiere una dificultad enorme con la que nos encontramos. Los sectores de ruptura no pudieron construir desde la devastación organizativa, ni tuvieron fuerza para subvertirla y de ampliar apenas su fuerza social. A partir de ahí, la batalla de proyectos quedó reducida a ámbitos militantes e institucionales, con escasa participación del afuera, empantanada y envilecida por los modelos organizativos que imponían dirimir las diferencias internas en formatos canallescos que exigían quemar mucho tiempo y energías. Evidentemente hubo más factores que los internos, los enemigos atacaban de forma poderosa. Pero la forma en que se resolvió ésto favoreció el desenlace más conservador.

Esta situación permitió a la mayoría descargar sobre la minoría una acusación que les resultaba rentable para justificar su orientación clasemediera (posibilidades del ciclo) y su modelo organizativo vertical (blindaje de campo): se acusaba a los sectores rupturistas de impacientes, de querer hacer cambios estructurales de un día para otro sin contar con la gente. Esto servía también para convertir las propuestas de programa que estos enarbolaban como una suerte de utopías irrealizables, y establecer que la conexión con la gente se daba fundamentalmente a través de las figuras carismáticas. Paradójicamente esta mayoría planteaba al mismo tiempo que los cambios ya habían operado en la sociedad, y de lo que se trataba era de sancionar estos institucionalmente. Es decir, no hacer nada.

Con la obligación a dar la batalla política por exprimir el ciclo al máximo y apretar, nos costó precisamente hacer hincapié en el primer punto, el más paciente, el de abonar el campo, construir fuerza social. El último intento, que intentaba soldar ambas tareas ya en un contexto de cierre distinto, se dio a través de la experiencia de Madrid En Pie. Se trataba de explorar si existían aun sectores sociales dispuestos, aunque sólo fuera a nivel electoral, de mantener vivos los horizontes abiertos. A partir de ahí se intentaría a meter una cuña institucional en el nuevo ciclo, y ahora sí, abordar la tarea de construcción de fuerza social. Al contrario que la reciente experiencia de Adelante Andalucía, aquí la respuesta en las urnas, fue clara y ese intento quedó truncado.

Desde este pasado reciente toca recomponer, sacar lecciones y retomar las tareas que quedaron por hacer. Ahora, desde un presente encallado, rocoso, desde un tiempo de estructuras. En nuestra opinión la estrategia de fondo en Madrid sigue siendo la intentar ganar las simpatías de la gente trabajadora para construir un bloque propio. Un bloque que pueda ser un imán para que sectores que actualmente consideran que ligarse al bloque de poder les da más garantías de supervivencia en un mundo enfadado. Enunciar certezas no basta. Con una implantación social de la izquierda que roza lo ridículo, toca hacer un ejercicio de detectar las grietas que permiten construir alianzas de ruptura en Madrid, para construir desde ellas pacientemente con muchas, muchas experiencias.

¿Cómo y desde dónde? A ello dedicaremos la segunda parte de este artículo.

Grietas

Si como veíamos, la capitalidad de Madrid, su configuración geográfica, política, económica, cultural permite determinadas alianzas de orden, también dispone el terreno de juego sobre el que construir alianzas de ruptura. Los pensadores burgueses decimonónicos más agudos, cuando intentaba imaginarse como sus antepasados le habían ganado la partida a la nobleza, decían que habían tenido un poderoso aliado: el dinero y el mercado. Es decir, habrían usado y estimulado unas estructuras nacientes y subalternas pero que les dotaban de fuerza para ir corroyendo las estructuras dominantes.  Hoy en día sabemos que la cosa no fue así, que se trata de un mito burgués y que la cosa fue más complicada. Pero esta mentira nos permite recuperar una intuición estratégica que a menudo se pierde entre la presión de lo inmediato o grandilocuencias doctrinales que sólo enuncian pero son incapaces de ligarse con lo cotidiano. Si, como dice la socióloga Beverly Silver, cada orden social dispone de unos mecanismos de explotación y coerción determinados, también habilita unos mecanismos de resistencia específicos y, en el caso del capitalismo, genera nuevas clases obreras con nuevas palancas de fuerza. Toca indagar cuáles.

Madrid es viejo y hace ya casi medio milenio que es sede de la corte, un lugar de desigualdades y lugar de conflictos. Cuando aquí se tambalearon las estructuras que sostuvieron viejos órdenes y nacieron “momentos de acción”,  hubo figuras que anudaron conflictos larvados en los tiempos de estructuras: los artesanos díscolos bajo la vanguardia de los zapateros (uno gallego le llegó a cantar las cuarenta a Carlos III), las mujeres de los mercados, el jornalero expulsado de la “aristocracia gremial”, el luchador vecinal – luchador sindical de los 60 - 70, posuniversitarios con su ascenso social truncado (muchas de estas figuras fueron personas emigradas a Madrid). Estas figuras no habían nacido de la nada ni eran heroínas solitarias, sino que se construyeron con ideas, debates, organizaciones experiencias y conflictos en los tiempos de estructuras.

Madrid ha presenciado también continuidades en sus formas de lucha y repertorios de acción: eventos que nacen en el centro, pero viven en las periferias (Huelga General de 1917, el 15M, Barrios y Pueblos del 8M), acampadas (Puerta de Toledo en el motín de Esquilache, Sol en el 15M). También ha habido curiosas reconfiguraciones políticas: el Lavapiés que tuvo fuerte presencia de las milicias ultrarrealistas fernandinas, costumbres consuetudinarias propias y odio a la policía liberal, en unas décadas invierte el signo de lo primero, lo segundo se resiste a morir y lo tercero aun hoy tiene bastante vigor. Sectores del republicanismo intransigente que se quedan fuera de la Restauración canovista, salen a los arrabales, se mezclan, cambian su base social, adoptan nuevas doctrinas, nace el socialismo madrileño. Corrientes que se apoltronan, corrientes que nacen y que mueren, corrientes que mutan, alianzas y quiebras generacionales.

¿Qué nos tocará ver? No se trata de jugar a ser Nostradamus (pero sí un Sherlock Holmes colectivo), ni esperar con nostalgia irrupciones heroicas de la nada, claras y puras.  Un viejo revolucionario decía que era necesario estudiar y conocer la naturaleza de la revolución para saber cómo orientarse, aun antes de disponer de las herramientas y mecanismos para hacer ésta efectiva. Quien participe en cualquier tipo de organización humana sabe que del dicho al hecho hay un buen trecho, que los recursos, el tiempo, la vida, son limitados, que muchas veces abundan las ideas pero que concretar exige decidir, priorizar. Pero para poder priorizar y no perderse en la táctica corta, es necesario formarse un panorama de conjunto.

Aeropuerto internacional, nodos logísticos y de transporte de un país centralizado, sedes del poder político y económico, desgarros geográficos y fronteras urbanas explícitas, concentraciones masivas de población, grandes universidades, nubes de humo, hormigonización de la naturaleza, gentrificación, miles de personas migrantes, sequías, flujos de cuidados del sur hacia el norte, proletariado de servicios, presencia policial hostil, racismo estructural... Podríamos seguir con un largo etcétera de datos, hechos y fenómenos apabullantes, descorazonadores y fríos, que parecen hechos para ilustrar libros de texto de geografía humana o novelas victorianas. Detrás hay agravios y sufrimientos, pero también potencias sociales, fuerza, anhelos y esperanzas de algo distinto, posibles movimientos de clase con alcances enormes. Una posible clase obrera para el Madrid de los años 20 y 30 de nuestro siglo.

El Corredor del Henares es la milla de oro de la logística del Estado español. Conectado con Barajas concentra buena parte de las compañías logísticas del Estado, emplea a casi 200.000 personas y supone casi el 6% el PIB regional. Además, Madrid es puerta de entrada de flujos internacionales y nacionales de mercancías, y concentra más de la mitad de la facturación nacional de operadores logísticos y del transporte de mercancías. Otros desarrollos logísticos similares existen cerca de la A3, la A5 y se proyectan algunos que unan el norte de Toledo con el sur de la capital, con un gran centro logístico en Villaverde (¿una Putílov madrileña?). Esta situación confiere, potencialmente, a la clase trabajadora de la logística madrileña una fuerza social enorme, y anima a pensar en formas organizativas (sindicatos de rama) y códigos culturales y comunitarios adaptados a la clase trabajadora realmente existente en la logística para fomentar su organización.

Pero también existen posibilidades más oscuras. Una hipotética subida desmedida de la gasolina, en un sector con una enorme dependencia del tráfico rodado y la aviación, con un montón de trabajadores por cuenta propia,  habilita también escenarios de devastación social que, sin, por ejemplo, un trabajo de popularización sostenida del ecologismo, puede generar escenarios monstruosos. Esto impone tareas concretas, necesariamente compartidas, entre el movimiento ecologista madrileño y los sindicatos. Exige también formas de cooperación hondas que van más allá de relaciones diplomáticas bilaterales entre sus direcciones o compartir charlas para el público ya concienciado.

Si pensamos que la logística es una potencial palanca de fuerza, es necesario explorar formas de abrir contactos desde las minorías politizadas con estos sectores de la clase trabajadora, dejando de lado perezosos llamamientos autoproclamatorios. Preguntas análogas ¿se pudo fraguar una renovación generacional del movimiento vecinal a raíz de las redes de cuidados que movilizaron a centenas de jóvenes en muchos barrios? ¿Hubo voluntad de aprovecharlo? ¿Qué papel puede jugar el movimiento antirracista y el movimiento feminista en la renovación el sindicalismo en sectores precarizados? ¿Y el movimiento de vivienda, con raíces barriales, en las lucha por la Atención Primaria? ¿Cómo ayudarse cuando aparece una lucha sectorial más allá de compartir un tuit? ¿Cómo compartir recursos materiales (megafonía, imprentas, trasteros, locales)? ¿Cómo pensar la alta rotación laboral en sectores precarios como aspersor de tradiciones sindicales? ¿Cómo traspasar saberes (comunicativos, organizativos) que nacen en un movimiento y compartirlos con otro?

Cada movimiento tiene sus potencialidades y sus obstáculos objetivos, y de lo que se trata es de aspirar a una vibración común, y a la postre, a un horizonte político compartido. Si el movimiento de vivienda señala con claridad la base desnuda del poder económico del ladrillo, también tiene dificultades al toparse muchas veces batallando con pequeños propietarios y explotadores secundarios de clase media, o por su carácter muchas veces estrictamente defensivo. Pero también genera accesos a sectores de la clase trabajadora sin ninguna relación con la izquierda, y permite generar espacios barriales semiestables. ¿Cómo ligar esto con la organización sindical de las trabajadoras del hogar o el movimiento antirracista o vecinal?

Lo realmente sustancial aquí es pensar las derivadas prácticas y organizativas que comporta una estrategia general a las organizaciones sociales y políticas, a sus formas y espacios, a sus modalidades de diálogo para aspirar a ser algo que vaya más allá de relaciones diplomáticas o un senado de movimientos sociales. Las intersecciones no se producen en desfiles autoproclamatorios ni por el arte de nombrarlas, sino en base a muchas experiencias. Es necesario dedicar tiempo, recursos y militantes a animarlas, pero también a hacerlo pensando con una perspectiva integral, que es la que puede permitir que al calor de las experiencias surjan avances. Es necesario también cuestionar las formas inerciales que tenemos de hacer política (charla, manifestación el día de la efeméride, artículo en medios del rollo, etc) como si fueran las únicas posibles.

De los agravios y de los planes de las minorías que hacen política no surge de forma inmediata ni conciencia política ni saltos. Es necesario animar muchas experiencias, saber identificar puntos calientes, conservar los núcleos a la vez que buscar incesantemente salir de los circuitos de autoconsumo militante y del mundo de la izquierda, de su pereza, de sus formas organizativas  que se dan por eternas y de su cultura. La situación es muy difícil, pero en Madrid existen redes importantes de activistas de todo tipo que permite no empezar de cero.

No se trata pues, de ir a salvar a la gente y ver sólo víctimas, sino buscar cómplices con los que salvarnos todos. No se trata de ver targets de gente condenada a ser siempre lo mismo, definidos inexorablemente por la sociología descriptiva que los encasilla y los hace inmutables, sino ver las potencias que hay detrás.  No se trata de “ir a la gente” y a las luchas para chuparle su capital simbólico para proyectar carreras individuales de influencers parlamentarios o de notables de movimientos sociales, sino de construir organizaciones militantes.

Además de la alianzas de ruptura dentro de Madrid, también es necesario pensar en las alianzas fuera de Madrid. El mismo Madrid hipercentralizado que usurpa recursos del resto del Estado y es la llave del candado de las libertades y derechos de los pueblos del Estado, es el Madrid segregado de norte a sur. La nobleza neocon madrileña, los señores del ladrillo y sus acólitos son uno de los núcleos fuertes del españolismo patrio y monárquico, que no toleran otra lengua aparte del castellano que no sea el inglés que le chapurrean patéticamente a sus vástagos en los centros comerciales de la A6. Consideran el resto de la península como su patio de recreo vacacional (y al sureste de la CM como un vertedero y un lugar de cuartuchos para sus empleados).

Son los mismos que han convertido a Madrid en una región del sálvese quién pueda, que criminalizan a la juventud migrante y racializada, que quieren convertir la Atención Primaria en una Beneficiencia para los pobres, los que creen que Entrevías es el salvaje oeste, los que recortan en transporte público y nos ahogan con el humo mientras se escapan a la sierra, los que generan la opinión pública y las histriónicas campañas antiokupación, quienes tienen latifundios en Andalucía.

En ese sentido, los anhelos de liberación nacional de los pueblos peninsulares y los agravios de la España vaciada también abren posibles alianzas a explorar. Desde Madrid es importante contribuir a mantener abiertas esas grietas, señalarlas y torpedear los intentos de un régimen que, una vez superado el embate del 1O, combina el palo con intentos de zurcir estas grietas en un nuevo arreglo nacional – regional – provincial que mitigue las potencialidades de ruptura.

El recurso al pasado y al futuro pueden ser útiles para sugerir algunas pistas, pero no resuelve el aquí y el ahora, en el que no bastan las intuiciones y no vale consolarse con cosas que no existen.

Ahora. Una oposición desde todas partes.

La situación de la que partimos es francamente mala. Una izquierda institucional sin números en la Asamblea de Madrid sin visos de cambio, izquierdas alternativas en recomposición, movimientos sociales debilitados, respuestas sociales débiles frente a las duras ofensivas neoliberales. No hay que entrar en pánico. Hace falta levantar la vista y buscar responder de tal forma que sirva para hacer frente el ahora y preparar el después. Esto pasa por tener en cuenta lo expuesto anteriormente: la hegemonía neoliberal en Madrid no sólo descansa en su poder parlamentario.

En nuestra opinión, esto pasa por cuestionar que el centro de gravitación de la oposición, no ya a Ayuso sino al Madrid de las élites neoliberales, tenga que recaer exclusivamente en los partidos de la izquierda institucional y estar arritmados por los tiempos que marcan los ciclos electorales.

Cuestionar esto no sólo tiene que ver con lo que hagan o dejen de hacer los partidos de la izquierda institucional, sino también toda la jerarquización de todo un polo institucional, conformado también por algunas organizaciones sociales y sindicales que tienden a angostar las luchas sociales y políticas a sus propios marcos internos, teniendo una actitud suspicaz a todo lo que no esté bajo su ala. Estando muchas además, ligadas estructuralmente a la financiación procedente (directa o indirectamente) del Estado.

¿Se trata entonces de imitar una oposición parlamentaria de forma extraparlamentaria? No.

¿Se trata de formar la enésima y cansina plataforma? No (¡no por dios!), se trata más de una vocación compartida de animar experiencias más que de una delimitación organizativa. Se trata de atreverse a plantear cuestiones de agenda pública que habitualmente recaen en los partidos institucionales y a no aceptar el papel de subordinación entre lo institucional y lo social. Además, el ecosistema político de Madrid es y debe ser necesariamente plural, existen muchas trayectorias, culturas políticas, afinidades y discordancias, organizaciones, colectivos que pueden compartir luchas sin necesidad de desnaturalizarse. Se trata de arrimar recursos y estrategias, animar pegadas y repartos compartidos, superar la diplomacia entre notables de organizaciones, animar espacios de discusión y debate.

¿Se trata de excluir cualquier tipo de colaboración con partidos institucionales? No, es necesario utilizar todos los mecanismos institucionales sin aceptar que eso implique una relación de subordinación con quienes disponen de ellos. Además, coincidimos en muchas espacios y luchas con militantes y votantes de estas organizaciones, y sería absurdo trasladar diferencias de proyectos legítimas de una esfera - que tienen sus propios espacios para dirimirse - a colectivos, plataformas o luchas vecinales.

Además, existe aquello que Fernández Buey llamó tareas prepolíticas y Manuel Sacristán preestratégicas ¿A qué se refieren? A un ámbito anterior a las organizaciones y colectivos, al espíritu sobre el que se fundan. Sin sentimientos, culturas, comunidades que crean en la justeza de rebelarse colectivamente contra las injusticias, es imposible erigir movimientos emancipatorios de masas. Esto implica hacerse cargo del desplome histórico de la izquierda y no dar por sentada que la gente está al corriente de nuestras consignas, cultura, debates. Sembrar amor por el prójimo y fomentar el odio contra los ricos (y no sólo contra sus representantes) es también nuestra tarea.

Pero para activar una oposición desde todas partes, es necesario también armarse de una estrategia acorde con los tiempos de estructuras. Esto no tiene ya sólo que ver con pensar donde colocar las fuerzas en el medio plazo, sino como abordar los conflictos que son inmediatos.

A la impotencia y frustración que pueda generar la situación actual,  no se puede responder con lo que antaño se conoció como la “teoría de la chispa”. Si la cosa fuese tan fácil como desvelar las injusticias nombrándolas... Del agravio a la conciencia no hay un salto, sino muchos.  Las convocatorias, por bien intencionadas que sean, que abusan de lemas grandilocuentes  (¡Nos están matando!) y luego sacan a unas pocas decenas a la calle, creemos que valen para más bien poco. Dinámicas ofensivas para tiempos defensivos. Consignas de explosión para tiempos de pasivización. Repertorios de masas para tiempos de pequeños núcleos movilizados. ¿Sirven para popularizar consignas en espacios no militantes? ¿Sirven para politizar conflictos emergentes? Esto no implica que haya que esconderse en una cueva ni temer la movilización aunque sea minoritaria, como muchas veces justifica el “polo institucional”, pero si pensar inteligentemente las movilizaciones y repertorios en los “tiempos de estructuras”.

Lo mismo pasa con el enfrentamiento con Ayuso. “Ayuso dimisión”, se oye en todas las movilizaciones. Es una consigna sentida, que sale muchas veces espontáneamente. Pero ¿está a la orden del día la caída de Ayuso? Desgraciadamente, no. ¿Es una tarea central echar abajo a Ayuso? Sí. ¿Debe ser la consigna principal por parte de las minorías activas (institucionales y no institucionales) la de pedir la caída de Ayuso?  No necesariamente. Es necesario, como decían antaño, explicar pacientemente su carácter antipopular, extender al máximo este sentir para hacer viable la posibilidad de su caída e implicar a capas cada vez más amplias en esta tarea. ¿Esto implica no pedir su caída? No, pero si supone no esconderse detrás de esta consigna para quedarse de brazos cruzados porque la realidad es tozuda: no existe una mayoría que activamente quiera la caída de Ayuso. Toca construirla. Su hegemonía va más allá de su figura. Las luchas en defensa de la Atención Primaria son una escuela de esto: desarrollarlas para ampliar el descontento pero sin encauzarlas simplemente al día de las elecciones.

Creemos que es necesario socializar estos debates estratégicos en la lucha diaria en Madrid. No se van a resolver desavenencias históricas ni doctrinales, pero sí se pueden adquirir prácticas y horizontes compartidos que vayan más allá del estrecho horizonte de los partidos institucionales y sus cuitas y del ambiente de rutinización de los movimientos sociales.

Y algo más

Pero quebrar con la lógica exclusivamente electoral no debería desembocar en cometer el error especular de decir que la política, también electoral, concierne sólo a los políticos profesionales. Es comprensible en determinados casos la desconfianza a los partidos institucionales por las prácticas que muchas veces tienen (pero que lamentablemente no son patrimonio sólo de los partidos ni de las organizaciones institucionales).

Pero hacer de esto una ley condena a los movimientos sociales y los sindicatos combativos a la impotencia de construir fuerza social y luego practicar lo que la neojerga de las ONG llama  "incidencia política", que no es más que dirigirse a los políticos profesionales y los partidos electorales para pedirles cosas que casi nunca se consiguen. Instaura, por la puerta de atrás, la primacía de éstos. Los cuestionables vetos a la participación de partidos políticos en los espacios sociales habilita, sin pretenderlo, este escenario. Supone también la renuncia impotente a hacer determinadas formas de política, dejándosela a otros. Desdobla el papel de los activistas sociales y los coloca en un callejón sin salida que les obliga, cuando quieren hacer política, a convertirse en personajes coptables para los partidos, asesores externos o grupos de presión. Si no haces política otros la hacen por ti.

Con la situación descrita más arriba, está claro que es necesaria otra vía en Madrid. Hace falta algo distinto a lo que proponen Más Madrid y Unidas Podemos. Hace falta algo más que la rutina compartimentada de efemérides de los movimientos sociales sin proyecto político. Un proyecto político no sólo rinde el día de las elecciones, es una forma de relación con la sociedad, vehicula una propuesta distinta tanto de medidas concretas para el aquí y el ahora, como de un horizonte futuro.

La situación es difícil y el ecosistema político en Madrid tiene sus tradiciones y ritmos. Es posible que no existan condiciones para lanzar un proyecto de estas características ahora mismo en Madrid, pero eso no implica esquivar la cuestión y hacer de la necesidad virtud. Podemos pasarlo por alto y seguir votando una y otra vez a los de siempre. Digámoslo de nuevo con claridad: hace falta otro proyecto político en Madrid.

Quizás en esta región periférica de Eurasia las dificultades para poner en serios aprietos al neoliberalismo sean insalvables, y estemos abocados a hacer una labor de resistencia mientras en otros lugares del mundo se producen quiebras más hondas. Pero hay que ponérselo difícil e impedir que el modelo neocon madrileño se convierta en una referencia internacional como hábilmente pretenden sus autores. Como hemos visto no faltan tareas y cosas por hacer. La esperanza está en la lucha. Hay otro camino por recorrer.

Anxel Testas es militante de Anticapitalistas.

[1] Coherente también con la transformación de los partidos de izquierdas en meros partidos antineoliberales de representación, organizados fundamentalmente por circunscripciones electorales. Un desarrollo más exhaustivo de esta cuestión se puede encontrar en la intervención de Brais Fernández en una charla en la XII Universidad de Verano Anticapitalista que pronto estará disponible en formato audiovisual.

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