Putas insolentes. La lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales
Juno Mac y Molly Smith.
Traficantes de Sueños, 2020
320 pp. 20 €
Begoña Zabala
Ellas ponen voz a sus propias experiencias, luchas y conocimientos, para lo que recurren también a innumerables textos y experiencias de otras compañeras y teóricas feministas. Además, están posicionadas y son protagonistas de una gigantesca lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales. En estos momentos del debate sobre la criminalización y penalización del ejercicio de la prostitución, no se puede pedir mejores ingredientes para empezar a leer un libro y entrarle al tema. Leído, desde luego que entran ganas de ser acompañante y activista con ellas.
En las primeras 150 páginas se habla de la prostitución desde el oficio, a modo de análisis, de lo que pasa, de lo que les ocurre, de lo que les recriminan, de cómo se están organizando (impresionante organización a nivel internacional). También de la forma de proyectar sus vidas, de quiénes las ayudan y quiénes las hunden en la miseria, y de los debates, sobre todo, con las abolicionistas. Para ello analizan los tres ejes principales que cruzan la prostitución: el sexo, el trabajo y las fronteras. Sin estos tres elementos, regulados en las leyes por las fuerzas conservadoras y neoliberales de los poderes heteropatriarcales, capitalistas y colonialistas, no estaríamos en esta fase del debate ahora mismo.
Y se hacen las preguntas que subyacen a menudo: ¿Es malo el sexo? Y el trabajo, ¿es bueno? Responden: “Cuando las trabajadoras sexuales afirmamos que el trabajo sexual es trabajo, lo que queremos decir es que necesitamos derechos laborales (...). De la misma manera, posicionar lo que hacemos dentro del marco del derecho laboral no constituye un respaldo incondicional al trabajo en sí. No supone apoyar el capitalismo ni desear una industria del sexo más grande y con mayores beneficios”.
A su vez, hablando de políticas contra la trata, ponen el dedo en la llaga de las migraciones. En otros cinco capítulos analizan la situación en diferentes países, sobre todo de Europa y algunos de África, América del Norte y Nueva Zelanda y Nueva Gales. Lo hacen en relación a las legislaciones que poseen y a las prácticas policiales y administrativas represivas, que alcanzan a las propias trabajadoras sexuales, a pesar de que se vendan como leyes contra la trata, los proxenetas o los clientes. En ese sentido, resulta interesante ver cómo son negativamente afectadas por las legislaciones que aquí se venden como paraísos del mundo nórdico, sobre todo en relación, y no puede ser de otra forma, con las políticas migratorias.
Para terminar, el título del capítulo de conclusiones nos deja ver por dónde caminan nuestras autoras: “Poder para las mujeres prostitutas de todo el mundo, poder para todas las mujeres”.
ETA y la conspiración de la heroína
Pablo García Varela
Los Libros de la Catarata, 2020.
252 pp. 18,5 €
Antonio García Vila
Últimamente, parece que está de moda hablar de la lucha por el relato; esto es, por controlar el modo en el que el pasado salta a los medios de comunicación y es interiorizado por las generaciones que no lo vivieron o por los que, participando, ahora están inmersos en nuevas situaciones. Se trata, por tanto, de arrebatar el pasado tanto a la memoria, siempre engañosa, como a los historiadores, para hacerlo útil a una causa concreta en el presente. Y esa lucha, y ese relato, son, sin duda, fundamentales en el debate ideológico y político actual. Por eso resulta tan importante gestionarlos con honestidad y justicia.
Ese es el esfuerzo de Pablo García Varela, doctor en Historia Contemporánea por la UPV/EHU y miembro del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, en un asunto controvertido e interesadamente manipulado por grupos políticos y medios de comunicación: la supuesta introducción, por parte del Estado español, de la heroína en el País Vasco para destruir a la juventud radical llamada a combatir por la independencia. La conspiración de la heroína, en definitiva.
Con su primera intervención contra el mundo de la heroína, ETA determinó el debate y vició cualquier acercamiento al problema en el País Vasco. Las especulaciones, los rumores y los intereses políticos asumieron el protagonismo y arrumbaron toda investigación seria, toda pretensión de objetividad. ETA y su entorno, alentados por sus voceros mediáticos, establecieron los límites de lo decible y marcaron el tablero. La consecuencia fue que entre 1980 y 1994 la banda terrorista asesinó a 43 personas con la excusa de la droga, alegando que las víctimas eran traficantes y confidentes. Juez y verdugo, ETA no necesitaba pruebas: ejecutaba. Y otros parecían señalar a las víctimas. Es cierto que la teoría de la conspiración no fue privativa de Euskadi. En otras partes de Europa, igual de afectadas o más por la plaga de la heroína, movimientos nacionalistas de extrema derecha o extrema izquierda también pretendieron extender esa acusación.
Sin embargo, Pablo García Varela nos muestra en este documentado y muy interesante libro cómo tal hipótesis carece por completo de base. Muestra cómo tuvo lugar en nuestro país la proliferación de la heroína y qué medidas tomaron los gobiernos para intentar resolverlo. Recupera cada asesinato, lo sitúa en la época y analiza el contexto. Valora y descarta las posibles relaciones de la organización con el narcotráfico y presenta sus relaciones con la droga. Por todo ello, constituye un trabajo serio, que recupera nuestra historia más reciente con sensibilidad y espíritu crítico. Pues algo está claro: no solo son responsables los que engañan. También los que se dejan engañar.
El refugio más breve. Contracultura y cultura de masas en España (1962-1982)
Antonio Orihuela
Piedra Papel Libros, 2020.
150 pp. 8 €
Alberto García-Teresa
El historiador, poeta y novelista Antonio Orihuela vuelve a recorrer la trayectoria de la contracultura en la península ibérica, como ya hiciera en trabajos anteriores. En esta ocasión amplía su visión, rastrea (y señala con nombres y apellidos) antecedentes de su anulación en el presente de forma más certera y también perfila las prácticas insumisas actuales. De esta manera, críticamente, Orihuela indaga en sus posibilidades, sus acercamientos a la utopía, sus inercias, sus límites y la continua tensión entre la subversión y la integración en el sistema que vertebra toda su eclosión y difusión.
El autor toma como referente hegemónico la cultura de masas, frente a la que se articula e intenta escapar la contracultura. El modelo de la primera es la sociedad capitalista de EE UU en la que ha desaparecido toda referencia al mundo rural y preindustrial a favor de la acumulación de mercancías. Su perspectiva de la cultura es ofrecer entretenimiento sin cuestionamiento, en busca de la infantilización sin distracciones del público/consumidor para “desproblematizar la realidad”. En contraposición, la contracultura, consciente de su dimensión política, busca abrir grietas que alienten o bien la insurrección o bien conquistar otros modos de vivir fuera de la alienación.
En el libro encontramos un buen rastreo del contexto histórico, político y sociológico. Alza la vista hasta el final de la II Guerra Mundial y surca los movimientos juveniles y los sociales que formaron el magma para esa contracultura. Concretamente, el núcleo que supone el proceso de la Transición constituye el polo que organiza, reorganiza, orienta y finalmente desactiva parte del potencial antagonista de esa contracultura. En estas páginas no hallaremos un catálogo de referencias, aunque las menciones abundan, pero más como un apoyo y una ejemplificación que como un mero repertorio. Por el contrario, el escritor despliega un análisis completo, riguroso y ágil. Orihuela no pierde la autocrítica: “Lo que se creía una imponente cultura de oposición al régimen se demostró que no era más que otro mito de las izquierdas. La actitud general del mundo de la cultura y de los creadores había sido de franco acomodo al régimen y la censura había condicionado a los autores hasta el punto de interiorizar la autocensura”. Desde ahí, denuncia especialmente el clientelismo. La Movida, por supuesto, resulta una cuestión relevante: “Más allá de sus artefactos culturales, lo que venía a certificar era el fin de una época y el triunfo del yo individuo sobre el nosotros colectivo”. Orihuela nos muestra, a lo largo de este volumen, que aún persisten las fisuras en ese paradigma.
Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972)
Ferran de Vargas
Bellaterra, 2020. 222 pp. 16 €
Brais Fernández
La historia política de Japón es muy desconocida en España. El sentido común nos habla de un país tranquilo, con una idiosincrasia que tiende al orden y a la moderación, caracterizado por revoluciones desde arriba como la restauración Meiji. Un imaginario samurai en donde incluso el fascismo que asoló el país en los años 30 estaba lejos del plebeyismo insurreccional de italianos o alemanes. Predomina la visión de un país naturalmente aristocrático.
Este libro relata una parte de la historia japonesa que parece ignorada aquí. ¿Acaso hemos sido tan ingenuos y tan poco marxistas para creer que en Japón no ha habido lucha de clases? Vargas rompe con todos estos mitos a través de un recorrido fascinante por la historia de la izquierda japonesa en la posguerra. Recoge cronológicamente los principales acontecimientos, debates y luchas de aquellos años a través de sus principales actores políticos. La izquierda japonesa se estructuraba de forma muy similar a las otras izquierdas del mundo: que el socialismo fue un movimiento global, con rasgos compartidos en todos los países del mundo, se comprueba de forma clara en Japón. Por un lado, un Partido Socialista que oscilaba entre el pragmatismo socialdemócrata y la búsqueda de una vía original que no se subordinase al modelo soviético. Por otro, un Partido Comunista que pivotaba entre el radicalismo y la búsqueda de la moderación, siempre condicionado por el fantasma del gran hermano soviético. Por último, la irrupción de una nueva izquierda, primero humanista, luego revolucionaria, basada en el estudiantado y en el proletariado juvenil, capaz de acciones de masas que condicionaron la vida política.
Huelgas, movilizaciones contra la presencia del imperialismo americano, ocupaciones de tierras o de facultades, guerrillerismo... El libro trata todos los repertorios de acción que practicaron. Destacan las ocupaciones de fábricas y las luchas por el control obrero de la producción en la inmediata posguerra o las grandes movilizaciones contra los tratados militares con EE UU. Pero, más allá de los hechos concretos, muy bien narrados, destaca el nivel de radicalismo de las acciones y los métodos de lucha. Algo sorprendente que rompe con la imagen idílica del capitalismo japonés y su proceso de modernización.
Por último, la obra no oculta los delirios ultraizquierdistas, sectarios y violentos que asolaron a la extrema izquierda en su ocaso. La guerra civil entre grupos marxistas no se limitaba a la ofensa verbal. Implicó muertes y asesinatos, como si de bandas callejeras se tratase. En su conjunto, el libro es capaz de mostrar una historia desconocida de forma completa y rigurosa.
Ángel Pestaña, falangista. Anatomía de una mentira histórica
Sergio Giménez.
Piedra Papel Libros, 2020.
252 páginas, 14 €
José Luis Carretero Miramar
En un magnífico ejercicio de documentación y narración, Sergio Giménez nos ofrece un trepidante estudio sobre la vida y la obra de Ángel Pestaña, dirigente cenetista y fundador, en los años 30, del Partido Sindicalista, con el que llegó a ser diputado y con el que pretendía representar al movimiento obrero anarcosindicalista en las instituciones republicanas.
El libro toma como hilo conductor la nebulosa anécdota sobre un encuentro entre José Antonio Primo de Rivera y Pestaña, en plena II República, en el que el líder de Falange le habría ofrecido al sindicalista leonés la posibilidad de integrarse en su movimiento. Este encuentro, que probablemente tuvo mucha menor importancia que la que le dan muchos de los que lo narran, fue la génesis de toda una serie de leyendas sobre la supuesta afinidad personal entre ambos líderes sociales, o sobre una etérea cercanía ideológica entre ambos.
Giménez nos desentraña esa anécdota demostrando lo que hay de cierto en ella. Pero también nos hace un certero estudio sobre la biografía de Pestaña y sobre la situación organizativa del Partido Sindicalista en ese momento. Asimismo, sobre los albores del falangismo y los elementos fundamentales en el pensamiento político y social de José Antonio Primo de Rivera y de Ángel Pestaña.
La obra permite conocer en detalle la propuesta del Partido Sindicalista, que será sepultada bajo un enorme manto de silencio por el movimiento libertario posterior a la Guerra Civil. Pestaña, que empieza su andadura política y sindical en los sectores más duros y ortodoxos del anarquismo de inicios del siglo XX, irá evolucionando hasta constituir un proyecto de partido que pretendía representar las ideas del sindicalismo revolucionario en el Parlamento republicano. Hay que tener en cuenta que Pestaña no era un líder menor en el universo anarcosindicalista, sino un militante reconocido que había ostentado numerosas veces las mayores responsabilidades dentro de la organización cenetista. Su propuesta, vista como una herejía divisionista por los emergentes sectores faístas, pretendía compaginar los elementos fundamentales del pensamiento del sindicalismo revolucionario francés (que será estudiado en detalle por destacados militantes del Partido Sindicalista, como Marín Civera) con la participación en las instituciones republicanas, en busca de una salida a la dinámica de creciente confrontación social, para la que los militantes del PS estimaban que la organización cenetista no estaba preparada.
Solo nos queda reclamarle encarecidamente a Sergio Giménez ese gran volumen integral sobre la experiencia del Partido Sindicalista que, sin duda, está empezando a conformar con sus investigaciones.
Grandes granjas, grandes gripes
Rob Wallace.
Capitán Swing, 2020. 520 páginas, 25 €
Germán P. Montañés
Uno de los principales logros de Grandes granjas, grandes gripes es explicar cosas que ocurren con posterioridad a su edición. Y con esto no me refiero solo a la actual pandemia mundial, sino también a la razón de la desinformación acerca de los mecanismos profundos que la han causado. Porque no, el coronavirus no ha caído del cielo.
El estadounidense Rob Wallace propone un modelo piramidal para estudiar una crisis sanitaria. En lo alto de la pirámide se encuentran las intervenciones de emergencia, las cuales se han vuelto comunes en nuestra vida diaria. Se trata de medidas higiénicas como el lavado de manos, el distanciamiento social, el sacrificio en caso de hallar animales infectados, la vacunación… En el siguiente nivel se encuentra el enfoque llamado una sola salud. Este analiza las interconexiones entre la salud humana, la animal y la del medio ambiente. Este enfoque ha descubierto que, en base a la destrucción forestal, se pueden predecir los puntos calientes de los que surgirá una potencial pandemia. Sin embargo, según Wallace, es insuficiente, pues podría llevar a investigadores del Norte global a tener una actitud colonialista y paternalista. En ese sentido, preocupados epidemiólogos podrían acercarse a la Amazonía a decir: “Oye, la deforestación que lleváis a cabo nos pone en peligro a todos”. A lo que un agricultor local a cuyos ancestros despojaron de sus tierras y ahora trabaja para una multinacional respondería: “Como si tuviera otra opción”.
Por lo tanto, Rob Wallace llega a la base de la pirámide al proponer “una sola salud estructural”; esto es, estudiar cómo el capital internacional depredador causa los cambios en la economía y la ecología locales que facilitan la aparición de enfermedades. De esta manera, los puntos calientes ya no serían las lindes de los bosques de Guinea, Brasil o el sur de China, sino la bolsa de Hong Kong, Londres o Nueva York. Desde ellas se organiza el saqueo de las dos únicas fuentes de riqueza: el trabajo y la naturaleza. Esta es la razón por la que los gobiernos no están interesados en las causas reales de las pandemias: apuntan al gran capital internacional, que para ellos es intocable.