Ilyá Budraitskis: Han pasado varios días desde el comienzo de la intervención militar rusa en Siria y los objetivos y la estrategia de esta operación siguen estando poco claros. La explicación que dan los portavoces rusos no aclara nada, pues por un lado afirman que el motivo principal es la lucha contra el Estado Islámico (EI), mientras que por otro la presentan, como hizo Vladímir Putin en la ONU, como un acto de ayuda al gobierno legítimo de Bachar el Asad. ¿Cuál crees que es el objetivo real de esta intervención?

Gilbert Achcar: La justificación oficial inicial de la intervención estaba destinada a obtener para Rusia la luz verde de Occidente, en particular de EE UU. Puesto que algunos países occidentales están bombardeando posiciones del EI en Siria, está claro que no estaban en condiciones de oponerse a que Rusia hiciera lo mismo. Este fue el pretexto con el que Putin vendió su iniciativa a Washington antes de ponerla en práctica, y Washington compró. Al principio, antes de que los aviones rusos empezaran a bombardear, las declaraciones emitidas por Washington daban la bienvenida a la contribución de Rusia a la lucha contra el EI. Fue una reacción totalmente ingenua y, por supuesto, por parte de Putin un puro engaño. Pero yo estaría de veras sorprendido si en Washington creyeron realmente que Rusia estaba desplegando fuerzas en Siria para combatir al EI.

No es posible que no supieran que el objetivo real de la intervención rusa consiste en apuntalar el régimen de Asad. El caso, sin embargo, es que Washington aprueba incluso este objetivo real de la intervención de Moscú: evitar el colapso del régimen sirio. Desde los primeros días del levantamiento en Siria, el gobierno estadounidense, por mucho que, de entrada, dijera que Asad debía dimitir, siempre insistió en que su régimen debía mantenerse. Contrariamente a lo que creen críticos simplistas de EE UU, el gobierno de Obama no está en modo alguno a favor de un “cambio de régimen” en Siria, sino más bien lo contrario. Lo único que quiere es mantener el régimen de Asad sin el propio Asad. Esta es la “lección” que sacaron del fracaso catastrófico de EE UU en Irak: retrospectivamente, entienden que deberían haber optado por un “sadamismo sin Sadam”, en vez de desmantelar los aparatos del régimen.

De ahí que la intervención de Putin fuera vista más bien con buenos ojos por Washington. Hay bastante hipocresía en las quejas actuales del gobierno de Obama ante el hecho de que la mayoría de incursiones rusas estén dirigidas contra la oposición siria ajena al EI. Acusan a Rusia de no golpear suficientemente al EI; si la proporción de incursiones rusas contra el EI hubiera sido mayor, se sentirían más cómodos en su connivencia. Habrían lamentado menos los golpes encaminados a consolidar el régimen de Asad. Aun así, la esperanza de Washington es que Putin no solo evite el colapso del régimen y ayude a consolidarlo, sino también que llegue a alguna especie de solución política del conflicto. De momento, esto es más una ilusión que cualquier otra cosa.

El objetivo principal de la intervención militar rusa en Siria era el de apuntalar el régimen en un momento es que este había sufrido graves pérdidas desde el verano pasado. El propio Asad reconoció en julio que el régimen era incapaz de mantener el control sobre partes del territorio que había controlado hasta entonces. La intervención de Moscú está destinada a prevenir el colapso del régimen y a permitirle reconquistar el territorio que perdió el pasado verano. Este es el objetivo básico y primario de la intervención rusa.

Existe, sin embargo, un segundo objetivo que va mucho más allá de Siria y se concreta en el hecho de que Rusia haya enviado a Siria un muestrario de su fuerza aérea y haya lanzado misiles de crucero desde el mar Caspio. Esto parece ser algo así como el “momento del Golfo” del imperialismo ruso. Quiero decir que Putin está haciendo a escala reducida lo que hizo EE UU en 1991 cuando exhibió su armamento avanzado contra Irak en la primera guerra del Golfo. Era una manera de decir al mundo: “¡Mirad qué poderosos somos! ¡Mirad lo eficientes que son nuestras armas!” Y fue un argumento importante para reafirmar la hegemonía de EE UU en un momento histórico crucial. La guerra fría estaba terminando; el año 1991 resultó ser el último de la existencia de la Unión Soviética, como todos sabemos. El imperialismo estadounidense necesitaba reafirmar el papel de su hegemonía en del sistema global.

Lo que hace Putin ahora con esta demostración de fuerza es decir al mundo: “Los rusos también contamos con armamento avanzado, somos capaces de todo y en realidad somos más de fiar como aliados que EE UU”. La actitud prepotente de Putin contrasta mucho con la timidez del gobierno de Obama en Oriente Medio durante los últimos años. Putin está ganándose amigos en la región. Mantiene buenas relaciones con el autócrata contrarrevolucionario egipcio Sisi y con el gobierno iraquí. Irak y Egipto son dos Estados que se consideraban parte de la esfera de influencia de EE UU, pero ambos apoyan ahora la intervención rusa, ambos compran armamento ruso y desarrollan relaciones militares y estratégicas con Moscú.

Se trata, por supuesto, de un importante paso adelante del imperialismo ruso en su competición con el imperialismo estadounidense. Desde este punto de vista, la intervención en curso de Rusia debe contemplarse como una jugada en un torneo interimperialista. Hace más de 15 años analicé la guerra de Kosovo como parte de una nueva guerra fría. En su tiempo me criticaron esta caracterización, pero ahora ya estamos de lleno en ella, es evidente.

I. B.: Mucha gente dice que lo que tenemos actualmente en Siria, con la intervención rusa, es un fracaso total de la política de EE UU. Otros creen que existe un plan secreto de EE UU para involucrar a Rusia en este conflicto. Y por lo visto existe un cisma real en la elite estadounidense en torno a la cuestión siria. ¿Cuál crees que es la posición de EE UU en esta situación?

G. A.: Es indudable que se ha producido una discrepancia creciente en las altas esferas de EE UU con respecto a Siria. No es ningún secreto que hubo una disputa en torno a la cuestión del apoyo a la oposición popular siria entre Obama e Hillary Clinton cuando ella era secretaria de Estado, y que hubo militares y miembros de la CIA que compartían sus puntos de vista. En 2012, cuando comenzó este debate, la oposición popular siria, representada por el Ejército Libre (ELS), todavía era la fuerza dominante de la oposición al régimen. En realidad, es la debilidad de esta oposición popular, debida a la falta de apoyo de Washington, y en particular al veto de EE UU al suministro de armas de defensa antiaérea, la que ha permitido que las fuerzas “yihadistas” islámicas se desarrollaran en paralelo y después resultaran más importantes dentro de la oposición armada al régimen sirio. Quienes abogaron por el apoyo a la oposición popular, como Clinton y el entonces director de la CIA, David Petraeus, consideran ahora que los acontecimientos les han dado la razón y que el deterioro catastrófico de la situación siria es, en gran medida, fruto de la política equivocada de Obama.

Obama se enfrenta, en efecto, a un balance terriblemente negativo de su política en Siria. El desastre es total desde todos los puntos de vista, humanitario y estratégico. Los países miembros de la Unión Europea están bastante molestos con la enorme oleada de refugiados provocada por una catástrofe humanitaria descomunal. El gobierno de Obama trata de consolarse diciendo que Rusia está cayendo en una trampa y que será su segundo Afganistán. No es ninguna coincidencia que en su reciente crítica a la intervención rusa, Obama utilizara el término quagmire (atolladero), un término aplicado en su tiempo a EE UU en Vietnam y a la Unión Soviética en Afganistán. Ahora se dice que Rusia está metiéndose en un atolladero en Siria. Eso también es confundir los deseos con la realidad con ánimo de endulzar la píldora de un fracaso estrepitoso.

I. B.: En efecto, de momento importantes aliados de EE UU, como Alemania y Francia, no parecen adoptar una postura claramente contraria a la intervención rusa. ¿Crees que la intervención rusa ha provocado alguna división entre EE UU y Europa y podría brindar a Rusia la oportunidad de negociar con la UE al margen de EE UU?

G. A.: No, no lo creo. Ante todo, no existe ninguna diferencia sustancial entre las posiciones de Francia y EE UU. Al contrario, se parecen mucho. La postura de Alemania es un poco diferente porque este país no está implicado directamente en las acciones militares contra el EI. Francia ha criticado a Rusia por atacar a la oposición ajena al EI. Además, la postura francesa es muy estricta en lo que atañe a Asad. Al igual que Washington y de forma incluso más categórica, París dice que Asad debe irse y que no puede haber una transición política en Siria con la participación del dictador. Cosa que de hecho es bastante lógica, porque si la transición política ha de basarse en un acuerdo, en un compromiso entre el régimen y la oposición, no es posible de ninguna manera que esta última pueda aceptar alguna forma de gobierno conjunto bajo la presidencia de Asad. La postura de Washington y Paris está condicionada por ello. Contrasta con la visión de Moscú, que considera que Asad es el legítimo presidente e insiste en que cualquier acuerdo debería ser aprobado por él. Hay una distancia significativa entre las dos posturas en estos momentos.

Como ya he dicho, Washington y sus aliados europeos confunden sus deseos con la realidad. Esperan que una vez consolidado el régimen sirio, Putin presionará para que se abra la vía a una solución de compromiso en la que Asad aceptaría entregar el poder tras un periodo de transición que culminaría en unas elecciones. Angela Merkel, pese a que rectificó su posición un día después, dijo en un momento que la comunidad internacional debería negociar con Asad. Eso mismo hemos escuchado en algunos rincones de Europa y de EE UU: “Después de todo, Asad es mejor que el EI; con él podemos hablar, así que lo mejor es que acordemos algún tipo de transición con él.” En realidad esto es capitular por todo lo alto. Lo único que han logrado es unir a la oposición no vinculada al EI frente a esta perspectiva. La oposición armada incluye todas las variantes del “yihadismo”, que compiten entre sí para ver quién se opone más a Asad. No hay ninguna posibilidad de que cualquier sector creíble de la oposición acepte un pacto que implique la continuidad de Asad. Su retirada es condición indispensable para cualquier arreglo político encaminado a detener la guerra en Siria. De otra manera, simplemente no se detendrá.

Washington ha emitido muchas declaraciones hipócritas de condena de la intervención rusa, pese a que de entrada le dio luz verde. El principal motivo de ello es que no desea aparecer abiertamente como defensor del rescate del régimen y enemistarse así con los suníes de la región. De hecho están aprovechando la intervención rusa para introducir una cuña entre Moscú y los países de mayoría suní. Los saudíes habían entablado conversaciones con Rusia y se dice que le ofrecieron un acuerdo de elevar los precios del petróleo si los rusos cambiaban de actitud con respecto a Siria. Ahora están muy decepcionados con la intervención de Moscú, aunque tal vez sigan confiando en que Putin logre finalmente imponer la retirada de Asad.

Mientras tanto, sin embargo, entidades como los Hermanos Musulmanes y los clérigos musulmanes del reino de Arabia Saudí han proclamado la guerra santa contra el segundo Afganistán de Rusia, en asombrosa simetría con la calificación de “guerra santa” que ha hecho la iglesia ortodoxa rusa de la aventura militar de Putin. Nótese la diferencia con las anteriores guerras imperialistas de los últimos tiempos: la guerra solo se presentaba con tintes religiosos por el lado musulmán. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, tenemos un choque entre “santos guerreros”. En este sentido, Putin es una “bendición” para los yihadistas, el enemigo perfecto.

I. B.: Probablemente ya sabes que este verano hubo una visita secreta del general iraní Qasem Soleimani a Moscú. La decisión definitiva sobre la intervención rusa se adoptó después de aquella reunión. ¿Qué interés crees que puede tener Irán en la intervención rusa?

G. A.: Irán comparte con Rusia un interés común por preservar el régimen de Asad, que es un aliado estratégico de ambos países. Para Irán, Siria es un eslabón fundamental del eje que va de Teherán a Hezbolá en Líbano, pasando por Irak y Siria. Este país es crucial para los suministros iraníes a Hezbolá, y además facilita a Irán el estratégico acceso al mar Mediterráneo. Y para Rusia, Siria es el único país de la costa mediterránea que alberga bases navales y aéreas rusas. Por eso estamos asistiendo ahora en Siria a una contraofensiva que combina las fuerzas del régimen de Asad, las tropas iraníes o patrocinadas por Irán y el apoyo aéreo y de misiles de Rusia. El régimen de Asad, desde hace un tiempo, depende completamente de Irán; en todos los sentidos. Irán exhibe su poderío en Siria. Evidentemente, Rusia también ejerce una influencia importante sobre Damasco, no en vano es su principal proveedora de armas. No cabe duda de que la intervención militar en curso ha reforzado el papel de Rusia. Los hay en Occidente que creen que este incremento se produce a expensas de Irán: de nuevo confunden sus deseos con la realidad.

I. B.: Los medios rusos pretenden hacernos creer ahora que Siria tiene un gobierno legítimo y goza de plena “normalidad” por un lado, mientras que por otro distintas fuerzas tratan de destruir el Estado y hacer cundir el desorden. Sin embargo, el otro punto de vista es que ha habido una profunda transformación del régimen de Asad durante la guerra civil y no se puede decir que existe un Estado “normal” que se enfrenta a fuerzas contrarias a este Estado. Se ha producido una degeneración del Estado y el régimen actual de Asad es fruto de ella. ¿Cuál es la verdadera naturaleza del régimen de Asad en la actualidad y cómo ha cambiado durante los años de guerra?

G. A.: Empecemos con la descripción habitual que hacen Putin y [el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi] Lávrov del régimen de Asad como un gobierno “legítimo”. En realidad, refleja una concepción muy limitada de lo que se entiende por legitimidad. Se puede decir, desde luego, que Asad representa el gobierno legítimo desde el punto de vista del Derecho internacional, pero está claro que no es así desde el punto de vista de la legitimidad democrática. Puede que sea el gobierno “legal” según los criterios de las Naciones Unidas, pero sin duda no es “legítimo” porque nunca ha sido elegido democráticamente. Se trata de un régimen surgido de un golpe de Estado perpetrado hace 45 años. Se mantiene en el poder tras un cambio de presidencia por vía hereditaria en el seno de una dinastía casi real que reina en el país a través de los servicios de seguridad y de una dictadura militar. Siria es un país en el que no ha habido elecciones libres ni libertad política desde hace medio siglo. Y este régimen se ha alejado todavía más de la población durante los dos últimos decenios con la implementación acelerada de reformas neoliberales que provocaron el empobrecimiento de amplios sectores de la población, especialmente en el campo, y un fuerte aumento del paro y del coste de la vida.

La situación se había vuelto intolerable y esto explica el levantamiento popular que ocurrió en 2011. Claro que este brutal régimen dictatorial no podía responder a las manifestaciones masivas –que al comienzo eran muy pacíficas– de una manera democrática, como la convocatoria de elecciones verdaderamente libres, eso quedaba totalmente descartado. Así que la única respuesta del régimen fue la fuerza bruta, que fue escalando gradualmente con el asesinato de cada vez más personas y creando una situación que convirtió el levantamiento en guerra civil. Además de esto, es bien sabido que el régimen puso en libertad, en el verano/otoño de 2011, a los yihadistas que mantenía en prisión. Con esto pretendía favorecer la creación de grupos yihadistas armados –eso era la consecuencia inevitable de su puesta en libertad en una situación de levantamiento popular– con el fin de confirmar la mentira que hizo correr el régimen desde el comienzo, a saber, que se enfrentaba a una rebelión yihadista. Se trataba, en efecto, de una profecía autocumplida, y los activistas que el régimen sacó de la prisión dirigen ahora algunos de los principales grupo yihadistas de Siria. Es importante ser conscientes de que, diga lo que se diga sobre el carácter reaccionario de gran parte de los grupos que combaten al régimen, ha sido el propio régimen el que los ha creado. Esto en primer lugar. Más en general, por su crueldad, el régimen ha generado el resentimiento que ha sido el caldo de cultivo del yihadismo, hasta llegar al EI. El EI es una respuesta bárbara a la barbarie del régimen, en lo que yo llamo un “choque de barbaries”.

Hay otro aspecto en todo esto. El régimen de Asad es actualmente bastante peor que lo que era antes del levantamiento. Ahora no solo es un Estado dictatorial, sino un país en que campan por sus respetos bandas de asesinos, los shabbiha, como los llaman en árabe, que aterrorizan a la población, lo que explica que una parte importante de la reciente oleada de refugiados sirios que huyen a Europa provenga de zonas controladas por el régimen. Son muchos los que no pueden seguir soportando permanecer sometidos a esas bandas criminales que ha fomentado el régimen de Asad. La población siria no confía en absoluto en el futuro del régimen. Por consiguiente, todos aquellos que podían permitírselo decidieron huir a Europa. Muchos de los refugiados que huyen a Europa, como puede verse en los reportajes de la televisión, no provienen de los sectores más pobres de la sociedad. Hay una proporción significativa de personas de clase media entre los refugiados. En muchos casos han vendido todo lo que tenían en Siria porque no albergan ninguna esperanza de poder volver alguna vez. Esto pesará como una losa sobre el futuro del país. Quienes permanecen en Siria son, por un lado, quienes no pueden hacer otra cosa y, por otro, los que se benefician de la guerra.

La situación es muy mala. Nadie puede criticar a los sirios por el hecho de abandonar el país, pues hace falta una buena dosis de optimismo para conservar alguna esperanza en el futuro del país. No obstante, en la historia hemos visto situaciones trágicas incluso peores que esta y que han venido seguidas de una recuperación, por mucho que esto pueda llevar muchos años. La primera condición para el final de la guerra y el comienzo de cualquier proceso de recuperación en Siria, sin embargo, es la retirada de Asad. Mientras él esté allí, no será posible poner fin a esta horrible tragedia.

I. B.: Los medios occidentales todavía hablan de una oposición moderada en Siria. Y el principal contraargumento de Putin es que no existe ninguna frontera clara entre yihadistas y moderados en la oposición armada. Lávrov incluso ha dicho recientemente que está dispuesto a hablar con el Ejército Libre Sirio, pero que el problema es que no está claro quiénes son sus líderes y si realmente existe o no. ¿Puedes hacer una valoración de los grupos de oposición ajenos al EI?

G. A.: Existe toda una gama de grupos. Desde los grupos armados iniciales del Ejército Libre Sirio (ELS), que eran relativamente laicos y abiertos, pasando por yihadistas de todos los matices, hasta Al Nusra, la rama siria de Al Qaeda. Todos los yihadistas comparten el objetivo de imponer la sharía y la imponen efectivamente en las zonas que controlan. Sin embargo, ninguno de estos grupos, incluido Al Nusra, se acerca a la barbarie increíble del EI, que es la peor caricatura de un Estado fundamentalista que podría haberse calificado de “nada plausible” si hubiera sido una obra de ficción. Los grupos de oposición islámicos ajenos al EI representan un continuo de las fuerzas fundamentalistas islámicas desde los Hermanos Musulmanes hasta Al Qaeda, todos ellos opuestos al EI. Nada de esto, por supuesto, infunde optimismo sobre el futuro de Siria. Es cierto que la barbarie del régimen ha matado a muchas más personas de cualquier otra, incluida la del EI. Sin embargo, la mayoría de fuerzas de oposición representan alternativas que no son nada esperanzadoras. Sin embargo, la condición necesaria para invertir esta tendencia, que como he explicado genera el propio régimen, es deshacerse de Asad. Sin esto no será posible invertirla.

También están las fuerzas kurdas en Siria, que constituyen el grupo armado más progresista de los que participan en esta gran batalla, por no decir el único. Su actividad se ha centrado hasta ahora en el combate contra el EI, al tiempo que han adoptado una postura relativamente neutral entre el régimen y el resto de la oposición. Desde el año pasado reciben el apoyo de EE UU en forma de incursiones aéreas y suministros de armas. Se dedican fundamentalmente a controlar y defender las zonas pobladas por kurdos. Para intervenir en el combate más allá de sus fronteras y de este modo incidir en el devenir de Siria en su conjunto tienen que aliarse con fuerzas árabes y otras minorías. Esto es lo que Washington ha estado impulsando con algún éxito, primero al lograr que colaboren con grupos del ELS y ahora con tribus árabes sirias, de acuerdo con el modelo que EE UU aplicó en Irak en contra de Al Qaeda y que ahora repite contra el EI.

I. B.: ¿Piensas que puede formarse alguna especie de coalición en Siria capaz de representar una perspectiva progresista para el futuro del país?

G. A.: Para ser sincero, no soy nada optimista con respecto a las fuerzas en liza, a todas ellas. De momento, lo mejor que cabe esperar es que se acabe la guerra. Detener esta terrible sangría y la destrucción del país es prioritario. Habrá que reconstruir una alternativa progresista a partir del potencial todavía existente. Aunque no existen fuerzas organizadas significativas que representen una alternativa progresista, todavía existe un importante potencial formado por muchos de los jóvenes que iniciaron el levantamiento en 2011. Miles de ellos están ahora en el exilio, otros en prisión, y muchos otros permanecen en Siria, pese a que no pueden desempeñar un papel decisivo en la guerra civil. Lo primero es que termine la guerra. Lo que sea que pueda comportar el fin de la guerra, será positivo desde este punto de vista. Hará falta la aparición de una nueva alternativa progresista sobre la base del potencial existente para que podamos decir que la situación invita al optimismo.

I. B.: Pero ¿podemos decir que solo será posible poner fin a este conflicto con alguna ayuda o alguna intervención del exterior? ¿O piensas que toda intervención extranjera, sea rusa u occidental, no hace más que prolongar la guerra?

G. A.: Hasta ahora, la intervención occidental se ha dirigido exclusivamente contra el EI. Las incursiones de la coalición dirigida por EE UU se producen todas en territorio del EI y han evitado por completo las zonas controladas por el régimen. Por otro lado, muy pocas incursiones rusas golpean al EI, y la gran mayoría de ellas se han dirigido contra la oposición ajena al EI en zonas disputadas entre el régimen y la oposición. Así que existe una diferencia importante a este respecto. La intervención rusa contribuye, en efecto, a prolongar la guerra civil siria. Por muchas ilusiones que puedan hacerse los occidentales con respecto al posible papel de Rusia, el caso es que antes de la intervención rusa el régimen estaba exhausto, estaba perdiendo terreno y parecía estar a punto de colapsar. Este es en realidad el motivo de que Putin haya decidido intervenir, como ya he dicho. Habría sido una derrota terrible para él si el régimen de Asad se hubiera hundido.

La expansión espectacular el EI se produjo hace más de un año, y ni Rusia ni el régimen de Asad hicieron nada serio para combatirle. Lo que más preocupa a Putin, como lógicamente también a Asad, es la supervivencia del régimen. Rusia lo apuntala y con ello contribuye a prolongar la guerra. Esto es criminal. Al final, por supuesto, lo más deseable sería que las ilusiones de Occidente se hicieran realidad y Putin obligara a Asad a dimitir. Es difícil adivinar cuál es la perspectiva de Putin en este terreno. Es cierto, sin embargo, que Rusia corre un grave riesgo de verse atrapada en un atolladero, para utilizar el término empleado por Obama, si la guerra no concluye pronto. De modo que estaremos al tanto de cómo evolucionan las cosas. Ahora, el gran sueño de la gente corriente de Siria es que termine la guerra con un despliegue de fuerzas de la ONU para mantener el orden y reconstruir el Estado y el país.

15/10/2015

Gilbert Achcar, de origen libanés, es actualmente profesor de Estudios sobre el Desarrollo y Relaciones Internacionales de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres.

Ilyá Budraitskis es historiador y cursa el doctorado en el Instituto de Historia Universal de la Academia de Ciencias de Rusia en Moscú; es miembro del consejo editorial de la revista OpenLeft.ru.

http://www.criticatac.ro/lefteast/interview-gilbert-achcar-on-russian-military-operation-in-syria/

Traducción: VIENTO SUR

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