El 23 de noviembre de 1932, unas semanas antes del ascenso de Hitler al poder, el filósofo Carl Schmitt pronunció ante la patronal alemana un discurso dedicado al “Estado fuerte y la economía sana”. Definió entonces un nuevo planteamiento del Estado, en ruptura con el liberalismo clásico, encargado de acallar no sólo las contestaciones externas sino también las internas, con el argumento de un “estado de urgencia económica”.

Frente a esta nueva definición del Estado, el jurista antifascista Hermann Heller escribió un corto artículo donde decía asistir al nacimiento de un “liberalismo autoritario”. Aunque la expresión se ha utilizado después para describir algunos regímenes políticos contemporáneos, aquí se aborda a partir de los textos de Schmitt y Heller.

Éditions Zones ha publicado estos dos textos, todavía inéditos en francés. Publicamos extractos de la presentación de Grégoire Chamayou, explicando las desconocidas relaciones entre Schmitt y los padres fundadores del neoliberalismo.

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La política del liberalismo autoritario

Para comprender el sentido del proyecto político de fondo, hay un asunto que hay que dejar claro: la relación entre liberalismo autoritario y nazismo en esa época. Para Schmitt esta cuestión se planteó de forma candente. ¿A qué posición política correspondía exactamente su discurso de noviembre de 1932?

¿Un alegato a favor de Hitler?

Este texto ha suscitado problemas de interpretación. Es cierto que Schmitt habla a veces con medias palabras y se mantiene a un nivel de generalidad que hace que sus planteamientos sean difíciles de asignar a una posición partidaria precisa. Confesemos también que su prosa no es siempre de una extrema limpieza −como ya señaló en su momento, irónicamente, el corresponsal en Alemania de la revista de Louise Weiss, L’Europe nouvelle [La nueva Europa], al informar de la conferencia de la Langnam-Verein: “El profesor Carl Schmitt se ha tomado la molestia de venir expresamente desde Berlín […] para hacer apología del régimen autoritario. El teórico, un apasionado de las distinciones sutiles y de las hermosas construcciones escolásticas, decepcionó un poco […]. ¿Por qué malgastar si no la imaginación para dar a luz una fórmula tan poco clara?”[1].

Algunos comentaristas han creído sin embargo poder interpretar este discurso como una profesión de fe pro-hitleriana, como un llamamiento apenas velado al nombramiento del Führer a la Cancillería[2]. Desde luego, Schmitt cita, de manera laudatoria, el stato totalitario de los fascistas. Muestra su admiración no oculta por Mussolini; pero cantar las alabanzas del Duce en la Alemania de 1932 no implicaba militar a favor de Hitler[3]. Hay muchos matices de pardo.

En realidad no se puede adivinar su posición sólo por el contenido de esta alocución. Para resolverlo hay que recurrir a otras fuentes. Ahora bien, cuando nos interesamos por cómo fue recibido el discurso entre sus contemporáneos, se puede ver que éstos no oían −o no del todo− un grito de adhesión al nazismo. Comenzando por sus primeros destinatarios, los medios patronales, al menos así se deduce de la reseña que hizo al día siguiente el Bergwerks-Zeitung, el órgano de la industria minera.

Aunque Schmitt abogó por un Estado fuerte, observaba el periodista, también “se expresó claramente a favor de una limitación del intervencionismo estatal en la vida económica”[4]. Y aplaude este desarrollo:

Nos felicitamos tanto más por esta formulación clara porque tenemos la impresión de que algunos círculos económicos […], bajo el idealismo nacional del movimiento hitleriano, no han podido evitar por completo la tentación de despreciar la trampa del socialismo que, de creer los proyectos del señor Strasser para la creación de empleos y los del señor Feder para la reforma del crédito, supondría un crecimiento y no una disminución del intervencionismo estatal[5].

Con frases elípticas, el autor expresaba aquí el reto fundamental: el autoritarismo que proponía Schmitt se pronunciaba claramente a favor de la libre empresa, mientras que con los nazis la cosa era menos segura.

Ahora bien, como también daba a entender con medias palabras el autor de este mismo artículo, sectores enteros de la patronal se estaban desplazando hacia ese lado. Cuatro días antes, el 19 de noviembre de 1932, una cohorte de grandes figuras del mundo de los negocios, entre ellos el industrial Fritz Thyssen y el antiguo presidente del banco central Hjalmar Schacht, habían dirigido al presidente Hindenburg una petición reclamando que se nombrase para la cancillería al “Führer del mayor grupo nacional”[6] (esto es, a Hitler). Un testigo cuenta que la mayor parte de los industriales presentes en el discurso de Schmitt en Düsselford, aquellos que “hace todavía pocas semanas aclamaban a Papen, quieren ahora el nombramiento de Hitler, sea cual sea el precio”[7]. Y aunque Fritz Springorum −el dirigente de la Langnam-Verein que introdujo ese día la alocución de Schmitt− prefirió mantenerse discreto, no aportando su firma a dicha demanda, movía ya tras bastidores una táctica de financiación patronal del NSDAP con fines de domesticación política[8].

Pero había una incertidumbre. Lo que preocupaba a una parte de los medios empresariales, en el nacional-socialismo, era la segunda parte de su improbable nombre compuesto, su vertiente posiblemente socialista. En 1932, para morder en el electorado de izquierda, la propaganda del NSDAP había cogido acentos casi anticapitalistas. A causa de esta demagogia, una ligera duda planeaba sobre el programa económico[9]. Era eso, y no lo demás −ni la brutalidad sanguinaria ni el antisemitismo de los nazis−, lo que suscitaba todavía algunas reticencias en las filas patronales.

En ese contexto, el artículo del Bergwerks-Zeitung identificaba claramente la dirección trazada por Schmitt como una vía alternativa, aunque azarosa desde el punto de vista de las clases dominantes, a la aventura hitleriana −como un plan B para la burguesía[10].

De hecho, en esa época, Schmitt aconsejaba al gobierno de Papen y mantenía estrechos lazos con colaboradores del Ministro de Defensa Kurt von Schleicher[11]. Después se cambió rápidamente de chaqueta, apresurándose a dar garantías al nuevo poder y tomando el carnet del partido nazi desde la primavera de 1933, pero por el momento, en 1932, no apostaba por Hitler[12].

Cuando supo que, el 30 de enero de 1933, el pequeño cabo de Bohemia había sido nombrado canciller por Hindenburg, quedó aturdido[13]. Pero la razón que dio sobre este abatimiento pasajero es reveladora: “Como consejero en la sombra […] estaba fuera de juego”[14]. Para Schmitt, que, como vamos a ver, se había trajinado efectivamente un lugar influyente en los primeros círculos del poder, esa nominación podía significar el final de su posición de consejero influyente. Su mala cara de ese día no era por escrúpulos antifascistas −Schmitt no era antifascista, y nunca lo fue−, sino porque sus sueños de poder y de hacer carrera acababan de estallar en pedazos.

En otoño de 1932 Schmitt no apoyaba al Führer. Más bien promovía otra opción, políticamente rival, cuyo contenido puede resumirse así: un poder presidencial verticalizado, que pusiera su aparato propagandista y represivo al servicio de un programa económico liberal. Su discurso no era de un nazi, sino de un partidario del extremo centro[15].

Austeridad contra la mayoría

Pero este programa dominaba desde hacía ya dos años el comportamiento de los negocios del país. Desde 1930, los gabinetes presidenciales que se fueron sucediendo hasta el precipicio eran al mismo tiempo autoritarios y liberales.

Desde su llegada a la cancillería, a final de marzo de 1930, Heinrich Brüning, miembro del Zentrum, había anunciado su intención de llevar a cabo un drástico plan de saneamiento de las finanzas públicas que preveía, entre otras medidas, la reducción del número de funcionarios, reducciones salariales y una disminución del importe de las prestaciones de desempleo y de las pensiones de jubilación. Mientras las repercusiones de la crisis de 1929 alcanzaban su paroxismo, se mantenía, como comenta Gopal Balakrishnan, en “una esticta ortodoxia fiscal, a mil leguas de toda concepción moderna, contracíclica, del presupuesto”[16].

Declarándose partidario de un “gobierno por encima de los partidos”, Brüning había advertido que si su plan de austeridad fuera rechazado por los diputados, estaría dispuesto a llegar a la disolución del Parlamento. Es lo que ocurrió en julio de 1930. Así se abrió la era de los gabinetes presidenciales (esto es, de los gobiernos apoyados en la autoridad del presidente, pero sin mayoría positiva en el Parlamento). Aquí se puede ver en concreto cómo estaban ligados entre sí los dos aspectos, autoritarismo político y liberalismo económico: como ese programa económico era rechazado mayoritariamente, hubo que imponerlo desde arriba.

Schmitt jugó un papel importante, en varios aspectos, en este giro hacia el Estado liberal-autoritario. En primer lugar, por la influencia de sus ideas y sus escritos. A comienzos de los años 1930, la notoriedad de este pensador “nacionalmente reconocido como profesor de derecho constitucional”[17] se extendía más allá de los medios académicos. Su crítica del “Estado total” se había vuelto un lugar común que inspiraba tanto a los economistas neoliberales como a los ideólogos gubernamentales. Así Walther Schotte, al que se denominaba la “cabeza programática del gobierno Papen”[18], se apoyaba en la obra de Schmitt El Guardián de la Constitución para afirmar que la República de Weimar ya no era un Estado liberal, sino un Estado total caído en manos de una policracia pluralista, a la que oponía un nuevo Estado, un “Estado soberano, presidencial-autoritario”[19].

Pero la contribución de Schmitt al giro político en marcha tuvo una forma mucho más directa. Abandonando en 1928 la universidad de Bonn para ir a la Alta Escuela de Comercio de Berlín, se había acercado al centro de la vida política y económica del Reich[20]. En la capital, había hecho amigos bien situados, entre ellos el secretario de Estado de Finanzas Johannes Popitz, que le introdujo en los medios patronales y gubernamentales[21]. Desde 1929, Schmitt puso sus competencias como experto en derecho constitucional al servicio del poder establecido, redactando memorándums, algunos de los cuales jugaron un papel importante en la serie de acontecimientos[22].

“Estado de urgencia económica”

En la primavera de 1930, el entorno de Brünning solicitó una opinión de su parte. La cuestión era saber, en la hipótesis de que el Parlamento se opusiera al plan de austeridad y fuera disuelto, si el gobierno podía mantenerse en pie hasta las siguientes elecciones y, “en el intervalo, […] tomar medidas de urgencia ya rechazadas por el Reichstag”[23]. Schmitt respondió en sentido afirmativo, proporcionando al canciller la argumentación jurídica que necesitaba para eclipsar a la Asamblea[24].

¿Pero qué hacer después si el Reichstar nuevamente elegido decidía suspender esas medidas?[25] Schmitt recomendaba invocar el artículo 48 de la Constitución que otorgaba al presidente poderes de excepción en virtud del estado de urgencia, y servirse de ellos para legislar por medio de decretos. Pero el recurso a este procedimiento no era evidente en este contexto. La letra del artículo 48 se refería efectivamente a situaciones de graves disturbios de orden público o de amenaza a la seguridad interior, pero no a cuestiones presupuestarias[26]. Había que justificar por tanto su extensión a estos nuevos objetos.

En realidad, el artículo 48 ya había sido utilizado en anteriores presidencias para promulgar medidas económicas sin la aprobación del Parlamento, y Schmitt citaba estos precedentes[27]. Sin embargo, en el fondo, conceptualmente la tarea era reinterpretar la noción de estado de urgencia añadiéndole otro aspecto: además del estado de urgencia securitario o militar-policial, había que hacer admitir la existencia de un estado de urgencia económico o económico-financiero.

Este punto es capital: el gesto conceptual decisivo de Schmitt no consistió sólo en colocar la excepción en el centro de la soberanía −desde hace tiempo ampliamente visto y comentado−, sino también, y sobre todo, extender el campo de esta excepción a la decisión económica[28].

Apoyándose en este concepto operativo pudo Brüning mantenerse en el poder, eludir el cuerpo legislativo y dictar su programa deflacionista. Fue el acta de nacimiento del liberalismo autoritario como política concreta. Pero Schmitt no proporcionó sólo los argumentos jurídicos ad hoc para esta maniobra, sino también la correspondiente teoría filosófica.

El “estado de urgencia, señaló, revela […] el núcleo mismo del Estado”[29]. Ahora bien, este núcleo ontológico del Estado no es inmutable. La forma Estado tiene una historia; su esencia ha cambiado, y con ella el contenido del estado de excepción. En esta perspectiva, el desplazamiento del objeto de la excepción debe ser visto como la expresión sintomática de la emergencia de un nuevo atributo esencial del poder de Estado: “El núcleo del Estado actual se manifiesta en el sentido de que su estado de excepción es un estado de excepción económico”[30].

Schmitt procedió, por así decirlo, a una historización del poder de instrucción del estado de excepción. Aunque sea cierto que la excepción confirma la regla, nos informa menos en este caso sobre la naturaleza intemporal de la soberanía que sobre la configuración ontológico-histórica actual del poder de Estado. Dime a qué excepción recurres y te diré qué Estado eres. Manifestando el estado de excepción la historicidad de la esencia del Estado, concluía Schmitt, era coherente que a un Estado económico correspondiera un estado de excepción económico. El hecho de movilizar en este ámbito el artículo 48 no era un acto arbitrario, no era un abuso de poder −desengañaos−, sino justamente la expresión adecuada de una evolución histórica que nos ha llevado del antiguo Estado legislativo al actual Estado económico[31] −un nuevo Estado que no puede contentarse con el viejo estado de excepción militar-policial heredado del siglo XIX[32].

El liberalismo autoritario no consiste sólo en combinar una política económica liberal con una represión creciente frente a las contestaciones que suscita, sino también en concentrar en manos del ejecutivo la decisión pública en materia económico-financiera. Autoritario no quiere decir sólo represivo. Como indica la etimología, es autoritario un poder que aspira a ser el único autor de la decisión política. Uno de los actos fundadores del liberalismo autoritario fue legislar por decretos en materia económica y social.

A comienzos de los años 1930, Schmitt pasó de ser un teórico de la dictadura a promotor activo y consejero técnico de ésta. Con su noción de “estado de excepción económico-financiero”, operó un acto de fuerza conceptual que autorizó, en la práctica, una forma de golpe de Estado económico permanente. Y así fue gobernada Alemania durante los dos años que todavía le separaban del nazismo.

El engranaje austeritario-autoritario

¿Pero cuáles fueron los efectos de esta política? Algunos recordatorios históricos.

Primero, efectos económicos y sociales. El programa deflacionista decidido por Brüning golpeó de lleno a las clases populares sin poder parar sin embargo la crisis económica. De creer a los keynesianos, tuvo más bien el efecto de agravarla[33]. De hecho, las cifras del desempleo alcanzaron alturas vertiginosas, pasando de 1,4 millones en 1928 a 5,6 millones en 1931. Brüning heredó esos años un apodo revelador: Hungerkanzler, el canciller del hambre[34].

Después, efectos políticos. Al convocar nuevas elecciones, Brüning esperaba obtener una relación de fuerzas más favorable en la cámara. Pero no fue en absoluto lo que ocurrió. “Los resultados de las elecciones del 14 de setiembre de 1930, resume Balakrishnan, mostraron los estragos causados por la crisis en la población y la hostilidad hacia un gobierno cuyas medidas de austeridad parecían volver la situación aún mucho peor”[35]. Este desbarajuste del juego político estuvo marcado por dos grandes fenómenos: 1) el avance espectacular del NSDAP, que pasó de la condición de insignificante grupúsculo (2% de los votos en 1928) a la de segundo partido de Alemania (18,3%), justo detrás del SPD; y  en la otra esquina, una subida, aunque más moderada, del partido comunista; 2) la erosión del denominado, bajo Weimar, Bürgerblock, el “bloque burgués”, un conjunto de partidos del centro, de derecha y de centro derecha, que formaban la base política tradicional de coaliciones gubernamentales conservadoras[36].

Bajo los efectos combinados de estos dos fenómenos, subida de los extremos y derretimiento del bloque burgués, el canciller ya no tenía ni mayoría parlamentaria ni base política para sostener su política económica. No teniendo en quién apoyarse, más que en el presidente, persistió a pesar de todo en esta vía, gobernando a golpes de artículo 48 y decretos de urgencia[37].

Este poder estuvo cogido por lo que podría llamarse un engranaje austeritario-autoritario: los efectos socialmente desastrosos de su programa económico rechazado desgastaron el poco asiento político que todavía podía disponer, de manera que ya no pudo sino persistir en esta dirección, salvo para subir un punto más en el autoritarismo para imponer medidas del mismo tipo que produjeron el mismo tipo de efectos, y así sucesivamente.

Liberalismo económico y autoritarismo político alimentaron en sus relaciones recíprocas una crisis de legitimidad que no dejó de profundizarse hasta el final. El bloque burgués se deshacía, extrema derecha y extrema izquierda subían, pero ni la una ni la otra lo suficiente para llegar a formar por sí sola una mayoría, lo que, en la medida en que cada una rechazaba las alianzas que le hubieran permitido aplastar a su rival, engendraban una situación de bloqueo político. El liberalismo autoritario en el poder no era derribado, pero tampoco podía perdurar sobre base democrática, de ahí su tropismo dictatorial.

“La destrucción del sistema de gobierno parlamentario, recuerda el historiador Christian Witt, no data de Hitler, de Schleicher o de Papen, sino de Brüning, que inició el proceso imponiendo medidas financieras y económicas por medio del artículo 48”[38]. Directamente implicado en la generalización del recurso a los decretos de urgencia, a los que dio justificación, Schmitt fue uno de los artesanos de esta deriva autoritaria, uno de los sepultureros de Weimar[39].

Notas

[1] Anónimo, «En Allemagne: les marionnettes et l’envers du décor», L’Europe nouvelle, nº 780, 21/01/1933, p. 61-65, p. 62.

[2] Jean-Pierre Faye ve en la conferencia de Schmitt a la Langnam-Verein el «momento más decisivo del desastre que se apoderó del siglo». Y añade: «De esta conferencia sobre el Estado total va resultar un efecto decisivo: el texto de una “súplica”, o demanda, una Eingabe, dirigida al presidente del Reich, Hindenburg, y firmada por un gran número de los presentes en la conferencia de la Unión». Jean-Pierre Faye, L’État total selon Carl Schmitt, Germina, París, 2013, p. 7 y p. 9. Pero esta cronología es errónea: la famosa Eingabe data del 19 de noviembre de 1932, o sea cuatro días antes del discurso de Schmitt del 23 de noviembre. Para esta petición, que él sitúa por error en diciembre de 1932 (ibid., p. 11), Jean-Pierre Faye remite a las piezas del proceso de Nuremberg, bajo la signatura PS 3901 (ibid., p. 55), aunque este documento está sin embargo bien fechado como de noviembre de 1932. Ver Office of United States Chief of Counsel for Prosecution Ofaxis Criminality, Nazi Conspiracy and Agression, vol. VI, US Government Printing Office, Washington DC, 1946, p. 796-797.

[3] Ver Renato Cristi, Carl Schmitt and Authoritarian Liberalism. Strong State, Free Economy, University of Wales Press, Cardiff, 1998, p. 29.

[4] Anónimo, «Klare Grenze zwischen Staatsmacht und Wirtschaft», Deutsche Bergwerks Zeitung, nº 276, año 33, 24/11/1932, p.1.

[5] Ibid., p. 1.

[6] «Eingabe von Industriellen, Bankiers und Grossagrariern an Reichspräsident von Hindenburg vom 19. November 1932», en Reinhard Kühnl, Der deutsche Faschismus in Quellen und Dokumenten, Pahl-Rugenstein, Colonia, 1978, p. 160 ss.

[7] «Information von Dr. Scholz an Franz Bracht vom 26. November 1932», en Reinhard Kühnl, Der deutsche Faschismus in Quellen und Dokumenten, op.cit., p. 163. Ver también David Abraham, The Collapse of the Weimar Republic, op.cit., p. 321.

[8] Ibid, p. 321.

[9] Henry Ashby Turner, German Big Business and the Rise of Hitler, op.cit., p. 279 y p. 287 ss.

[10] Por su parte, en el mismo período, los nazis se desmarcaron del «Estado fuerte» según Papen y Schmitt para contraponer una refundación del poder político en base a la raza. Ver Johann Chapoutot, Le Meurtre de Weimar, PUF, París, 2010, p. 63.

[11] Entre ellos Erick Marcks y Eugen Ott. Ver Paul Noack, Carl Schmitt. Eine Biographie, op. cit., p. 148. Renato Cristi interpreta el discurso en la Langnam-Verein como una toma de posición a favor de Schleicher. Renato Cristi, Carl Schmitt and Authoritarian Liberalism, op. cit., p. 19 y p. 37.

El 26 de noviembre, tres dias después de su discurso de Düsselforf, Schmitt almuerza en la cancillería. Se sienta a la mesa al lado de Papen, que le pide una «exposición sobre la situación desde el punto de vista constitucional», Carl Schmitt, Tagebücher 1930 bis 1934, op. cit., p. 239.

El 29 de noviembre, Schmitt sigue pensando que Papen será repuesto en sus funciones (aunque el 3 de diciembre Schleicher será en cambio nombrado canciller en su lugar):  «Papen debe volver a ser canciller del Reich, lo que quiere decir que debo hacer mi exposición», ibid., p. 240.

[12] Lo testimonia sobre todo su llamamiento en la prensa, en las elecciones de julio de 1932, a no dar la mayoría al NSDAP. Carl Schmitt, «Der Missbrauch der Legalität», Tägliche Rundschau, vol. 51, nº 137, 19/07/1932. Ver Paul Noack, Carl Schmitt. Eine Biographie, op. cit., p. 143. En esa época, para Schmitt, votar por el NSDAP  sería «extremadamente peligroso», porque arriesgaría dar a ese partido, junto con la mayoría, «una “prima política” de consecuencias imprevisibles». Olivier Beaud, Les Derniers Jours de Weimar, op. cit., p. 224. Ver también Stefan Breuer, Carl Schmitt im Kontext. Intelektuellenpolitik in der Weimarer Republik, Akademie Verlag, Berlín, 2012, p. 150. Partidario de un reforzamiento del poder presidencial, justicaba con esta perspectiva, en el verano de 1932, una eventual prohibición de los partidos «enemigos de la Constitución», el partido comunista desde luego, pero también el partido nazi. En otoño de 1932, sin embargo, se vuelve más conciliador respecto al NSDAP: «Este cambio de actitud es la expresión de una política oportunista: lo que era peligroso en julio ahora es un movimiento a encuadrar», Olivier Beaud, Les Derniers Jours de Weimar, op. cit., p. 110 y p. 24. Paul Noack, Carl Schmitt. Eine Biographie, op, cit., p. 145.

[13] El 27 de enero de 1933, anota en su diario: «Es el fin del mito Hindenburg. Situación espantosa. Schleicher ha dimitido, Papen o Hitler le va a suceder. El viejo [Hindenburg] se ha vuelto loco», Carl Schmitt, Tagebücher 1930 bis 1934, op.cit., p. 256. El 28 de enero: «Cólera con respecto al estúpido, al ridículo Hitler», ibid., p. 257.

[14] Carl Schmitt entrevistado por Ansgar Skriver para el documental radiofónico Hitlers Machtergreifung vor 40 Jahren im Gedachtnis von heute, Westdeutscher Rundfunk, Hauptabteilung Politik, 30/01/1973, citado por Joseph Bendersky, «The expendable Kronjurist: Carl Schmitt and national socialism», op. cit., p. 311.

[15] Esta antigua noción ha sido recientemente exhumada y actualizada, sobre todo por Pierre Serna, L’Extrême centre ou le poison français, 1789-2019, Champ Vallon, Seyssel, 2019, y por Alain Deneault, Politique de l’extrême centre, Lux Éditeur, Montréal, 2016.

[16] Gopal Balakrishnan, L’Ennemi. Un portrait intellectual de Carl Schmitt, Éditions Amsterdam, París, 2005, p. 200.

[17] Joseph Bendersky, «The expendable Kronjurist: Carl Schmitt and national socialism», op. cit., p. 310.

[18] Dieter Haselbach, Autoritärer Liberalismus und Soziale Marktwirtschaft, op. cit., p. 44. Sobre Walther Schotte, ver nota 1, p. 123 de esta obra.

[19] Walther Schotte, Der neue Staat, Neufeld & Henius, Berlín, 1932, p. 33. Ver Jan Christoph Elfert, Konzeptionen eines «dritten Reiches». Staat und Wirschaft im jungkonservativen Denken 1918-1933, Duncker & Humblot, Berlín, 2018, p. 253. Uno de los dirigentes de la Langnam-Verein, Max Schlenker, retomó así mismo el cuadro schmittiano de un Estado a la vez débil e invasor, un Estado que «no puede ser un Estado fuerte, sino sólo un campo de batalla para un encabalgamiento de grupos que sólo están decididos a defender sus propios intereses», y que obstaculizan a los emprendedores «por medio de reglamentos y de medidas coercitivas». Max Schlenker, «Gesunde Wirschaft im starken Staat», Stahl und Eisen. Zeitschrift für das Deutsche Eisenhüttenwesen, año 52, cuaderno 47, 24/11/1932, p. 1168-1171. Y cuando el doctor Springorum alabó al canciller Papen por haber lanzado una política de «austeridad rigurosa en todos los ámbitos de la economía pública» y llamó a continuar el movimiento, se expresó, él también, en términos schmittianos: para hacer esto, hace falta un Estado no debilitado, sino reforzado, porque «un Estado más fuerte, en sí más sano, conocerá los límites de su actividad». Fritz Springorum, «Eröffnungsansprache», en Mitteilungen des Vereins zur Wahrung der gemeinsamen wirtschaftlichen Interessen in Theinland und Westfalen, cuaderno 21, nº 1, 1932, p. 5-12, p. 5 ss.

[20] Ver Joseph Bendersky, Carl Schmitt. Theorist for the Reich, op. cit., p. 107.

[21] Ver infra, nota 2, p. 87. Ver también Ellen Kennedy, Constitutional Failure. Carl Schmitt in Weimar, Duke University Press, Durham/Londres, 2004, p. 137; Gopal Balakrishnan, L’Ennemi, op. cit., p. 163.

[22] Ver Joseph Bendersky, Carl Schmitt. Theorist for the Reich, op. cit., p. 113 ss.

[23] Gopal Balakrishnan, L’Ennemi, op. cit., p. 198.

[24] A señalar que Schmitt no fue el único  jurista consultado sobre este punto. Joseph Bendersky, Carl Schmitt. Theorist for the Reich, op. cit., p. 123

[25] Ibid., p. 123-124.

[26] Ver infra, nota 7, p. 89.

[27] Joseph Bendersky, Carl Schmitt. Theorist for the Reich, op. cit., p. 124. Schmitt expuso su argumentación jurídica sobre el uso del artículo 48-2 en Legalität und Legitimität, op. cit., p. 78 ss. Cuando un parlamento profundamente dividido por su «pluralismo» ya no es capaz de formar una mayoría, con el riesgo de paralizar la voluntad política, al presidente le corresponde entonces hacerse cargo, afirmaba Schmitt. Pero se olvidaba de precisar que esta situación era en sí misma el resultado de los decretos económicos de Brüning. Como lo recuerda el historiador Detlev Peukert: «Cuando, más tarde, algunos historiadores han imputado a los partidos extremistas la responsabilidad de la parálisis del Parlamento, eso significa que han confundido la causa y el efecto. La verdad es que un Parlamento perfectamente capaz de actuar, que habría podido seguir en pie hasta 1932, con claras mayorías democráticas, fue deliberadamente eliminado para imponer el régimen presidencial», Detlev Peukert, La République de Weimar, Aubier, París, 1994, p. 261, citado por Olivier Beaud, Les Derniers Jours de Weimar, op. cit., p. 31.

[28] En État d’exception, Giorgio Agamben recuerda que «en varias ocasiones, y sobre todo en octubre de 1923, el gobierno recurrió al artículo 48 para hacer frente a la caída del marco, confirmando la tendencia moderna a hacer coincidir urgencia político-militar y crisis económica», y subraya el «paralelismo […] entre urgencia militar y urgencia económica que caracteriza la política del siglo XX», pero no pone de relieve la teorización schmittiana de ese aspecto del estado de excepción. Ver Giorgio Agamben, État d’exception, Homo Sacer, II, 1, Seuil, París, 2003, p. 28 y p. 31.

[29] Carl Schmitt, Der Hüter der Verfassung, op. cit., p. 131.

[30] Schmitt, citado por Friedrich Vorwerk, «Carl Schmitt über den totalen Staat», art. Cit., p. 55.

[31] Esta evolución «hacia el estado de urgencia económico-financiero no era en absoluto arbitraria, sino profundamente arraigada en la evolución global de nuestro Estado», Carl Schmitt, Der Hüter der Verfassung, op. cit., p. 131. La «práctica del estado de excepción económico y financiero […] no procede de la arbitrariedad o del azar, […] sino que es más bien la expresión […] del giro de un Estado legislativo hacia el Estado económico», ibid., p. 131. Ver, sobre el mismo tema, Carl Schmitt, «Die staatsrechtliche Bedeutung der Notverordnung, insbesondere ihre Rechsgültigkeit» (1931), Verfassungsrechtliche Aufsätze aus den Jahren 1924-1954. Materialen zu einer Verfassungslehre, op. cit., p. 235-262, p. 259. Como ha mostrado Augustin Simard, la táctica argumental de Schmitt consiste a menudo en apoyarse, para sus preconizaciones politicas, en la «caracterización de cierta “situación” a la vez coherente y forzosa, a la vez “espiritual” y concreta, que determina los límites de las posibilidades políticas, sociales, humanas para una época determinada. […] En otras palabras, todo se desarrolla como si la historia pasada contuviese ya en su seno un sentido unívoco y necesario, que al sabio la basta sólo con reconocer y dejarse expresar», Augustin Simard, La Loi désarmée, op. cit., p. 208.

[32] «Sería erróneo no sólo políticamente, sino también jurídicamente, querer hacernos retroceder al siglo XIX no proporcionando como instrumento […] al Estado económico actual más que el estado de urgencia militar-policial de un Estado que, en principio, no interferiría en la economía», Carl Schmitt, «Die staatsrechtliche Bedeutung der Notverordnung, insbesondere ihre Rechsgültigkeit», art. Cit., p. 259.

[33] Ver Ursula Büttner, «Politische Alternativen zum Brüningschen Deflationskurs», art. Cit., p. 218.

[34] Ibid, p. 210.

[35] Gopal Balakrihnan, L’Ennemi, op.cit., p. 205.

[36] Al «bloque burgués» correspondía un esquema de coalición gubernamental (Bürgerblock-Regierung o Bürgeblock-Kabinett) puesto en marcha en 1925 por el canciller Hans Luther y repetido en 1927 por el canciller Wilhelm Marx. El cálculo de las élites políticas, según analiza el historiador David Abraham, era el siguiente: se se conseguía reconstituir «un Bürgerblock, sería posible una república cuasi parlamentaria. A falta de ello, la opción sólo podría ser entre una especie de dictadura y el poder de la calle», David Abraham, The Collapse of the Weimar Republic, op. cit., p. 291. Ver también David Abraham, «Conflicts within German industry and the collapse of the Weimar Republic», Past & Present, nº 88, agosto 1980, p. 88-128. Para una actualización contemporánea de este concepto, ver Bruno Amable y Stefano Palombarini, L’illusion du bloc bourgeois. Alliances sociales et avenir du modèle français, Liber/Raisons d’agir, París, 2018.

[37] En realidad, técnicamente, sólo conservaba su puesto gracias a la tolerancia del SPD que, temiendo un nuevo ascenso electoral de los nazis en caso de disolución, se resignaba, con un cálculo trágico, tal como lo enunciaba en 1931 un dirigente social-demócrata, Rudolf Breitscheid, a sufrir «la violación de las formas democráticas […] para salvar la sustancia de la democracia», citado por Ellen Kennedy, Constitutional Failure. Carl Schmitt in Weimar, op. cit., p. 122.

[38] Christian Witt, «Finanzpolitik als Verfassungs- und Gesellschaftspolitik. Überlegungen zur Finanzpolitid des Deutschen Reiches in den Jahren 1930 bis 1932», Geschichte und Gesellschaft, año 8, cuaderno 3, 1982, p. 386-414. p. 406.

[39] Olivier Beaud, Les Derniers Jours de Weimar, op. cit., p. 211.

La politique du libéralisme autoritaire

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