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Jaume Asens, abogado, activista social y teniente de alcaldía del área de Derechos del Ayuntamiento de Barcelona, apoyó en la reunión de la Coordinadora de Catalunya en Comú el pasado sábado un documento favorable al referéndum del 1-O que pedía una mayor implicación de los Comunes. El texto consiguió 29 votos del centenar de miembros que votaron. Aun así, esta propuesta no fue la más votada. Cuarenta y ocho horas después habla, por primera vez, a CRÍTIC (http://www.elcritic.cat/actualitat/jaume-asens-si-hi-ha-urnes-jo-anire-a-votar-al-referendum-de-1-o-16652) sobre su postura ante el polémico 1 de octubre. El dirigente de los Comunes quiere explicar, fuera del ruido de Twitter, que él irá a votar y cómo entiende él que el partido apoyará al 1-O a pesar de no considerarlo vinculante. Aun así, avisa: “El grado de implicación se tendrá que terminar de definir en función de los pasos que se hagan”. De hecho, Asens confirma que todavía está sobre la mesa que las bases de los Comunes voten en septiembre sobre la posición final del partido respecto al 1-O.

¿Qué postura ante el referéndum del 1-O defendiste tú el pasado sábado en la reunión de la Coordinadora de Catalunya en Comú?

Estoy a favor de hacerlo y de ir a votar. El texto que propusimos nosotros para el debate defendía una posición más proactiva y desacomplejada de apoyo al 1-O. Estoy de acuerdo con las dudas que plantea alguna gente de los Comunes y creo que se tendrían que resolver pronto. Exigir garantías al Gobierno catalán sobre el 1-O es importante, pero se tiene que poner más el foco sobre un Estado que las está impidiendo. Tendríamos que tener más información por parte del Gobierno y que se definan mejor las cosas y, entonces, podremos tomar una decisión definitiva. Eso sí, yo pido que nos dejen también explicar mejor nuestra posición a pesar del contexto de ruido, de insultos y de polarización donde se están perdiendo todos los matices.

¿Cómo valoras el hecho de que los Comunes hayan centrado su rechazo en la falta de garantías legales para el 1-O?

Hay un sector dentro de los Comunes que cree que estamos siendo demasiado complacientes con la hoja de ruta del Gobierno de Junts pel Sí. Dicen que el 1-O es una farsa, un acto de propaganda gubernamental, que no se tiene que participar porque no es un referéndum con garantías ni vinculante. Dicen que hay una parte de la población que no se siente llamada a votar. Y esto se tiene que respetar y nos tiene que hacer pensar. Yo entiendo el discurso sobre la importancia de las garantías. Se hacen preguntas pertinentes. ¿Puede ser vinculante un referéndum en el que no se reúnen las garantías absolutas de neutralidad? ¿O en el que una parte importante de la sociedad no se siente llamada a participar? En la reunión de la Coordinadora de Catalunya en Comú quise recordar que, salvando las distancias, ni siquiera el referéndum de la Constitución tuvo garantías absolutas. Se votó en circunstancias excepcionales, sin un censo oficial y con miedo bajo la amenaza del Ejército franquista. También hablé de los dos referéndums unilaterales de Quebec que se hicieron sin pacto previo con el Estado y contra la legislación federal. O los referéndums de las repúblicas bálticas donde se votó con los tanques rusos en la calle… Lenin decía que aquellos que esperen ver una revolución pura nunca vivirían para verla. En este contexto, un “referéndum puro” con garantías absolutas es un espejismo.

Pero, si el Gobierno quiere aplicar el resultado 48 horas después, tendría que ser un referéndum con la máxima participación y no sólo la de los independentistas.

Tenemos que exigir las máximas garantías al Gobierno catalán, pero no podemos exigir garantías imposibles en un contexto donde quién las tiene que garantizar —el Estado— no lo hace. No es el referéndum que nos merecemos, pero de momento es el único que tenemos. Y, cuando hablamos de garantías, también se tiene que interrelacionar con la situación de excepcionalidad que vivimos, con un Estatuto impuesto y contra la voluntad de la mayoría expresada en las urnas. Es, de hecho, la única comunidad autónoma que no tiene el Estatuto que votó. Esto no blanquea un referéndum con garantías relativas o sustitutivas de las normales. Pero una situación deficitaria en términos democráticos se tiene que poner en relación con la otra también. En todo caso, el 1-O tendrá más garantías cuanto más determinación institucional y activación de la sociedad civil haya, cuanto más costoso le resulte al Estado pararlo. Si se hace boicot al referéndum, después es incongruente quejarse de la falta de garantías en aquello en que quizás ha influido el mismo boicot. Es aquello de la profecía autocumplida. Hay una parte de las garantías, de hecho, que están en manos de la sociedad y no sólo de los poderes públicos. Vendrán de la implicación ciudadana en todo el proceso, en las mesas, interventores y, sobre todo, apoderados. Si la participación es masiva, la victoria clara, y no sólo votan los independentistas, la falta de garantías completas será un elemento importante pero no el único para valorar los efectos del resultado.

¿Para qué tendría que servir realmente, según tu opinión, un referéndum como el que está planteado el 1-O? ¿Para proclamar la independencia unilateral en 48 horas o, como dijo Albano-Dante Fachin, se puede convertir el 1-O en un tipo de 15-M?

Lo veo como un momento de empoderamiento, de levantamiento pacífico de un pueblo que está mayoritariamente indignado y harto de ser humillado y maltratado. Pero también como el principal desafío o fisura al Régimen del 78, como decía Xosé Manuel Beiras en la UPEC. Todas las revueltas catalanas a lo largo de la historia han sido un estímulo u oportunidad para abrir pestillos en el Estado. Lo que termine siendo dependerá de los acontecimientos, pero lo veo más como un acto de desobediencia, como el último recurso ante un abuso de un poder ilegítimo.

Pero el 1-O tal como ha quedado planteado, ¿es la mejor herramienta para conseguir la independencia?

Yo con la cuestión nacional soy muy “errejonista”. Él explica que, cuando no se ofrece ninguna alternativa y se cierran todas las puertas a una relación bilateral, se deja abierta la puerta de la unilateralidad. Y el debate ya no se expresa en términos de derecho o lícitud moral, sino que es esencialmente político. ¿El 1-O es eficaz por lo que pretende? No lo sé. Lo dudo. Pero sí es un gesto legítimo que seguramente permitirá avanzar en el autogobierno. ¿Qué incentivo tiene ahora el PP para salir de su inmovilismo autoritario y negociar? Si la movilización de la sociedad civil decae, poca. Se necesitan actos valientes, momentos políticos fuertes. A veces sólo así se avanza. El derecho a decidir no nos lo regalarán. El nacionalismo español, de hecho, nunca ha defendido la autonomía por convicción, sino por resignación ante una cierta correlación de fuerzas. Pero hay que decir que existe también el riesgo de una involución. La presidenta de la Diputación de Barcelona, Mercè Conesa, decía con preocupación que parecía que íbamos hacia un callejón sin salida. Cuando lo dijo, pensé en Bertolt Brecht. Es en los callejones sin salida —decía— donde se pueden producir las revoluciones. Las consecuencias son imprevisibles en todos los sentidos. Me da miedo la frustración y la resaca que puede venir después. En 1931 se produjo la ruptura con el statu quo; en cambio, en 1934 la cosa acabó con un estado de excepción, un montón de detenidos y decenas de muertos. Hoy me parece imposible que pase nada parecido en la Europa del siglo XXI. Pero que pongan el marcador a cero en clave represiva no es descartable. Tendremos que actuar con mucha responsabilidad.

¿Qué hace, para ti, diferente la consulta del 1-O y la del 9-N?

El 9-N significó un doble incumplimiento de Mas. No fue el referéndum del que se había hablado antes de las elecciones ni tampoco fue una consulta. Se quedó en un proceso de participación ciudadana. Ahora nos dicen que harán un referéndum como es debido. Es normal que la gente tenga dudas y no se lo crea. Es muy difícil que sea el que está regulado en la Ley del referéndum o cómo se entiende el concepto desde la Comisión de Venecia. Hay que ver, en todo caso, cómo evolucionan las cosas. Y si está más cerca de un 9-N que de un referéndum. Xavier Domènech ve el 1-0 más cerca de un 9-N, pero yo quiero ser algo más optimista y verlo más cerca de un referéndum que de un 9-N. Es una discrepancia de matiz. Yo veo ahora diferencias importantes con el 9-N. La primera, que se convoca como otra cosa y se le dice a la gente que el resultado será vinculante. También parece que ahora habrá un censo con los datos recientes de los padrones, una sindicatura electoral, una ley —que es políticamente y jurídicamente débil— pero que antes no estaba, mesas electorales seleccionadas por sorteo. Y parece que Puigdemont tiene la determinación, a diferencia de Mas, de ir hasta el final, al menos en la organización de la consulta en las urnas. Hay otra diferencia, ésta, sin embargo, preocupante respecto al 9-N. Ahora hay un TC que, después de su reforma exprés, se ha desnaturalizado convirtiéndose en brazo ejecutor del PP. Se le ha otorgado un poder absoluto e incuestionable que usurpa las prerrogativas de las fuerzas políticas. En este contexto, el choque está asegurado y a Rajoy no le hace falta hacer gran cosa. Tiene el Tribunal a su servicio. El choque se producirá seguramente antes de poner las urnas para evitar la imagen de desprestigio de la policía sacando urnas de los colegios. Lo peor que le puede pasar al 1-O es que el Estado haga actuar a los Mossos d"Esquadra.

La respuesta de los Comunes quedó, según dijo Xavier Domènech, relativamente abierta a cambiar en septiembre dependiendo de la reacción del Gobierno español. ¿Crees que los Comunes acabarán implicándose más o, al menos, llamando a la participación?

Todos los escenarios están abiertos; como lo está la hoja de ruta del Gobierno. Me sorprende que nos pidan certezas absolutas cuando ellos no nos pueden asegurar que habrá urnas en los colegios el 1-O. Ni se ha aprobado un solo decreto todavía. Hay demasiadas incertidumbres para tomar una posición definitiva. Nos falta mucha información. En todo caso, el sábado quedó claro en la Coordinadora de Catalunya en Comú que nosotros no seremos ningún freno y que estaremos en la calle con la gente movilizada. Apoyamos al 1-O. Hemos dicho que nos parece legítimo y que participaremos. El grado de implicación se tendrá que acabar de definir en función de los pasos que se hagan.

¿Tú estás a favor que Catalunya en Comú haga un llamamiento explícito a votar el 1-O?

Sí. Pero de momento esta decisión ha quedado aparcada hasta septiembre. Se está a la espera de tener más información para decidirlo.

¿Tú propones también una consulta en las bases?

Sí. No lo digo sólo yo. Es una idea que está sobre la mesa. Sería un ejercicio de democracia interna saludable. Se haría, si se hace, en septiembre.

Se ha pedido que el Ayuntamiento de Barcelona también ceda colegios electorales y facilite la convocatoria.

Es un debate que no hemos tenido todavía en profundidad. Esto se tiene que decidir en Barcelona en Comú y en los órganos de gobierno del Ayuntamiento. De todos modos, Trias no puso colegios ni urnas el 9-N. El derecho de los barceloneses a votar se puede garantizar sin problema a través de los locales que tiene la Generalitat en la ciudad de Barcelona.

¿Tú irás a votar?

Si finalmente hay urnas, yo votaré. Y, si me toca por sorteo estar en una de las mesas electorales, también estaré.

¿Cuál sería tu voto ahora mismo: sí o no a la independencia?

El sentido del voto me parece secundario, sinceramente. Lo que está en juego no es la independencia, sino la soberanía y la democracia. La prioridad es ser soberanos. En Procés Constituent, en el 9-N defendimos el Sí-Sí desde posiciones independentistas pero también desde el federalismo. Tanto la independencia como el Estado federal requieren una ruptura democrática previa con el Régimen del 78. Entre los independentistas y los soberanistas federalistas no hay tantas diferencias. Vienen de una tradición republicana similar. De Roca i Farreras, de Valentí Almirall, de Companys, de Pi i Margall… De hecho, en este país la mayoría de independentistas son federalistas cansados de perder. El líder del PSUC Joan Comorera decía que “éramos catalanes por naturaleza y españoles por coacción”. Y ser español tiene que ser un acto libre, no forzado.

Una treintena del centenar de miembros de la dirección que votó avaló el documento que defendía una mayor implicación de los Comunes en el referéndum. ¿Cómo lo valoras?

Queríamos una participación más proactiva y desacomplejada en el 1-O. Pero entiendo las dudas y las reticencias del sector mayoritario. Habrá que tener paciencia, argumentar mejor y ver cómo evoluciona todo.

Hubo más de 70 intervenciones en la reunión de la Coordinadora. ¿Hay divisiones y enfrentamiento interno?

Tuvimos un debate complejo pero igual que el que tiene la sociedad catalana, donde hay más incertidumbres y dudas que verdades absolutas. Una fuerza política sin capacidad de discutir es incapaz de transformar. La organización tiene sólo tres meses de vida y construir un relato común de gente que proviene de biografías y tradiciones políticas diferentes no es fácil. El sábado hicimos un ejercicio de madurez democrática y de respeto a la pluralidad interna. Creo que en una organización política es peligroso querer invisibilizar las diferencias.

Varias voces de conocidos activistas de los movimientos sociales —no de Junts pel Sí ni del independentismo hiperventilado— han mostrado “decepción” y “tristeza” contra el postura de Catalunya en Comú.

Algunas reacciones son comprensibles; otras, no tanto. Me preocupa que el proceso haga emerger, sobre todo en las redes, posiciones reaccionarias que expulsan a mucha gente. En algunas charlas he visto pulsiones identitarias o étnicas que me daban miedo y me ha sorprendido porque lo he visto más en gente mayor. La ANC tiene que vigilar más estas cosas. Y el papel de las izquierdas es intentar neutralizar estas derivas, los discursos de “patriotas” y “traidores” son más propios de la derecha. No puede ser que, cuando hables de fraternidad o apeles al Madrid antifascista del “No pasarán”, la gente te silbe y te increpe. Necesitamos un debate más sereno y amable. También me ha sorprendido ver que algunos que se quejaban del “pressing CUP” ahora se hiperventilan de manera parecida. Tenemos que evitar que pase aquello que decía Aznar: según él, las propias divisiones internas harán explosionar el proceso.

Ya, pero, Jaume, hay quien no entiende que, si toda la vida gente como tú, Ada Colau o Gerardo Pisarello ha defendido la desobediencia civil y la lucha contra leyes injustas, por ejemplo, en las acciones de la PAH, ahora no estén de acuerdo con un referéndum porque no tiene garantías legales o no hay acuerdo con el Gobierno español. No se entiende mucho, ¿no?

No podemos aparecer como el partido del orden y la ley, y por eso nos tenemos que explicar mejor. Una cuestión que nos preocupa es la de los funcionarios. Mira, esto lo discutimos hace poco con Ada [Colau]. Es verdad que hay un mismo binomio sobre legalidad/legitimidad en juego. Pero hay una diferencia clara entre las dos desobediencias. En el caso de la PAH u otras acciones de desobediencia, quién la practica asume los riesgos. Aunque pueda afectar a los derechos de terceras personas, los efectos de sus acciones recaen básicamente sobre ellas. En el ámbito institucional, afecta a terceras personas ajenas a la desobediencia —trabajadores públicos— de una manera más intensa. Es más delicado.

¿Confías en el liderazgo que están teniendo en el impulso del referéndum el Gobierno de Puigdemont y el nuevo PDECat? Mas, en el 9-N, frenó en el último momento.

A Puigdemont le creo. Le tengo respeto. Parece que quiere ir hasta el final y está dispuesto a asumir riesgos personales. Otra cosa es su partido. Creo que hay dos PDECat: uno que se asemeja demasiado al partido de Pujol, el que confunde el país con el partido y los negocios, y otro que quiere romper con el pasado. Puigdemont parece pertenecer a este segundo. Goethe decía que era preferible la injusticia al desorden. Creo que la vieja Convergencia del primer PDECat considera un mal menor la injusticia cuando el orden del Régimen que ellos han sostenido está en juego.

¿Hay quién asegura que el referéndum es una manera de tapar las vergüenzas de una hoja de ruta imposible de Junts pel Sí y, de trasfondo, hay un intento de la vieja Convergencia de reconstruirse?

Sí, hay un sector importante de Catalunya en Comú que lo ve así, como una fuga hacia adelante de Junts pel Sí ante la impotencia de una hoja de ruta inviable y que va sufriendo cambios sobre la marcha sin materializarse nunca. Pero no podemos olvidar que volver a la pantalla del referéndum fue una exigencia de la CUP a la que después se sumaron la ANC y Òmnium y finalmente se aceptó para desagrado de una parte importante del Gobierno. Habían prometido la independencia en 18 meses después de las elecciones. Se dice también que el referéndum del 1-O es una estrategia para ir a nuevas elecciones donde se pedirá otra vez el “voto de tu vida” y reeditar una nueva mayoría favorable al “proceso” que desdibuje el eje izquierdas/derechas bajo una bandera patriota. Históricamente ha sido así: el nacionalismo tiende a disolver las luchas sociales en la lucha nacional. Pasó con la Lliga de Cambó. Pujol fue más listo que Cambó: no quería repetir sus errores, y por eso al principio tenía un discurso socialdemócrata, pero fue la apuesta del Régimen en Cataluña para consolidarse y destruir la hegemonía del republicanismo de izquierdas. Para muchos, ahora pasa lo mismo con Junts pel Sí. Detrás ven un éxito de los convergentes para dividir las izquierdas y evitar los efectos políticos del 15-M o de un posible frente popular que las encuestas después del 15-M dibujaban. Es posible que sea así, y que esto tenga relación con el crecimiento de un Ciudadanos como un Junts pel No. Cuando el eje izquierda/derecha se subordina al eje nacional, tiende a ganar la derecha. Y en este país los avances nacionales se han producido cuando gobernaban las izquierdas. Del “pájaro en mano” pujolista pasamos, por ejemplo, al Estatut de Maragall; o el Estatut del 32 fue gracias a la victoria de los republicanos de izquierdas.

¿Y entonces, ahora qué hará la derecha catalana?

Muchas cosas han cambiado en el país. Estamos en un escenario parecido al de los años veinte y treinta. Y no me parece irrelevante que sectores de la derecha monárquica se hayan alejado de su tradición política y asuman reivindicaciones republicanas como la memoria histórica, la acogida de refugiados, el cierre del CIE o luchar contra la pobreza energética. Es una victoria del campo de juego creado por el 15-M pero también seguramente por las movilizaciones soberanistas. El país ha girado a la izquierda; ahora sólo falta que el liderazgo del proceso también lo haga. La derecha debe tener un papel; pero, para que el proceso tenga un apoyo más explícito de las clases populares del área metropolitana de Barcelona y de quienes más sufren la crisis económica hoy, es mejor un relevo del liderazgo por la izquierda.

¿Este referéndum del 1-O que hay ahora sobre la mesa sirve para, como dice el Gobierno de JxSí, proclamar la independencia en 48 horas en caso de victoria más que probable del ‘sí"?

Creo que la crisis del modelo autonómico es irreversible, y hacer parar este pueblo será más difícil que parar el curso de un río. Dudo, sin embargo, que en caso de victoria del ‘Sí" la situación sea coser y cantar como nos lo pintan algunos. En el Parlamento se han aprobado muchas declaraciones de soberanía y todavía no somos soberanos. Una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) puede ser un brindis al sol si no hay legitimidad y fuerza suficiente para aplicarla. Hay quien milita en el independentismo mágico. Cree que, con un simple acto, la realidad se acoplará a sus deseos. Pero la batalla es larga y llena de obstáculos. ¿Cómo se controlarán el territorio, las fronteras, las comunicaciones, los aeropuertos, etcétera? Nadie habla de esto. Y, cuando planteas dudas, algunos te acusan de antipatriótico. Hay un Estado que tiene a su lado al Ejército, la policía, los jueces, etcétera, y que, además, está dispuesto a jugar sucio si hace falta, como se ha visto. Al Estado sólo se lo puede doblegar si pasan cosas en su interior, que aparezcan incentivos para no recurrir a la fuerza y que quiera negociar algo. Por eso las alianzas y los apoyos fuera, y también dentro del Estado, son imprescindibles. El 1-O es un salto al vacío con muchas incertidumbres y es cierto también que en la historia a veces pasan cosas extrañas donde lo imposible se hace posible. Nuestra victoria en Barcelona es un hecho imprevisto en el guion de la historia.

¿Cómo se puede aplicar el resultado del referéndum si sale un 70% o 75% de votos a favor?

Es difícil de responder con un sí o no. Depende de lo que haya dejado hacer el Estado, depende del contexto internacional, depende de los factores que acaben marcando el 1-O. El resultado que salga, sea como fuere, tendrá que servir para cambiar cosas. Tengo la sensación de que el resultado, sobre todo en cuanto a la participación, tendrá como consecuencia un mandato político y generará efectos políticos importantísimos. Pero si ni la comunidad internacional ni el Estado aceptan el resultado, aplicarlo será complicado. Entonces, habrá que sentarse a negociar. El independentismo puede seguir movilizado y en la calle durante todo el otoño, pero en algún momento tendrá que negociar.

10/07/2017

Traducción para viento sur: Àngels Varó Peral

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