Nacido en Madrid el año del golpe de Estado de Primo de Rivera, la vida y la obra de Jorge Semprún han estado marcadas desde entonces por toda clase de contradicciones. Los que hemos nacido entre gente humilde y trabajadora, de una decencia básica (“no hemos hecho mal, ni hemos explotado a nadie”, decían en casa), no sabemos la suerte que tenemos porque lo contrario puede ser, o al menos debe ser bastante amargo.

De algo de eso debería saber Jorge Semprún nacido en una familia de clase alta, o sea de las que han hecho mucho mal y han explotado a mucha gente. Por parte de su madre, Susana Maura Gamazo (muerta en 1931), era nieto del político conservador por excelencia Antonio Maura, cinco veces presidente del gobierno durante el reinado de Alfonso XIII, y marcado en la historia como responsable de crímenes contra el pueblo; anotemos sin más su papel en el “asesinato legal” de Ferrer i Guardia, un crimen que conmovió al mundo.
Claro que, con tal procedencia, hay que reconocer los méritos de las rupturas, y su padre fue el intelectual republicano José Mª Semprún y Gurrea, profesor y jurista, gobernador civil de provincia al comienzo de la República. La lista de sus títulos ocupan media página, detalles de los que parece poco delicado hablar, y de lo que, por supuesto, Jorge no fue en absoluto culpable, sobre todo porque aunque su guerra civil transcurrió en Bruselas, donde su padre era embajador, algo debió de moverle porque al llegar al París de la posguerra (española) y la ocupación (nazi), se enroló en la Resistencia. Detenido, acabó internado en un campo de concentración nazi tras ser denunciado, torturado y posteriormente deportado al campo de Buchenwald. Esta estancia en los infiernos marcaría su posterior experiencia literaria y política ulterior. De hecho, recogerá en varios de sus libros su trabajo en la administración del campo. Tras su liberación, fue recibido como un héroe en París, donde fijó su residencia.

No obstante, su paso por Buchenwald fue objeto de controversia, y lo fue por parte de gente poco sospechosa como Stéphane Hessel, el justamente celebrado autor del panfleto Indignáos, según el cual: “…A partir de 1937, los comunistas asumieron la ‘gestión" del campo [Buchenwald] […] podíamos preguntarles qué podían hacer por nosotros, puesto que estábamos condenados. Nos respondieron que lo lamentaban, no podían hacer nada, reservaban su protección para sus militantes, como era el caso de Jorge Semprún, comunista español [...] ¡Los comunistas eran formidablemente solidarios entre ellos..!" […]” [Citoyen sans frontiéres, Conversations de Stéphane Hessel avec Jean-Michel Helvig, París, 2008, pág. 77]. Otros testigos le acusan de haber ejercido labores de kapo (kamaraden polizei), que gestionaban de hecho el campo. Por ejemplo, Stéphane Hessel fue uno de los primeros testigos que reconoció la condición de kapo de Semprún, junto con otros dirigentes comunistas. Robert Antelme, también comunista francés por entonces, explicó la labor de los kapos en ese campo y el papel de Semprún como delator de algunos de sus camaradas de partido, entre las que se encontraba Marguerite Duras, que nunca habló sobre ello…

Cierto es que las circunstancias no permitían fácilmente establecer criterios objetivos, y ahí tenemos el caso de Schindler glorificado por Hollywood, pero esto no contradice el hecho de cuestionarse la política del estalinismo que, entre otros detalles, no dudó en denunciar a los “trotskistas” del campo, nombre que como era propio por entonces, se atribuía a cualquier disidencia. Desde luego, no es de recibo lo escrito por su hermano Carlos, un patético ex-comunista, ex-trotskista, ex-anarquista, ex-liberal, que cita el caso en sus bochornosas memorias, A orillas del Sena, un español... (Ed. Hoja Perenne, Madrid, 2006), escritas cuando era una de las plumas de Libertad Digital.

En su obra Viviré con su nombre, moriré en el mío, Jorge reconoció que trabajaba en la administración en Buchenwald, pero negó que fuese kapo (a diferencia de Josef Frank, Walter Bartel, etc., y otros dirigentes comunistas oficiales).

Su historial como militante del PCE es sin duda la del más popular de todos ellos, Jorge fue Federico Sánchez; como tal nunca se cuestionó la línea política del partido, ni el papel de Carrillo, y no fue hasta los años sesenta cuando comenzó a poner en cuestionamiento el estalinismo. Igualmente es conocida su disidencia como “alter ego” de Fernando Claudín con el que colaboró asiduamente: entre otras cosas, Jorge Semprún firmó el prólogo a la “obra magna” de Fernando, La crisis del movimiento comunista (Ruedo Ibérico, 1966), un prólogo sobre el que habrá que volver ya que ofrece pistas sobre la ambivalencia de las posiciones de ambos que, según como, pueden caracterizarse como un antecedente del “eurocomunismo” (el referente de ambos era el “policentrismo” de Togliatti), pero de otro se podía hablar de una voluntad de recuperación del legado leninista-trotskista, y como prueba de ello no hay más que leer el voluminoso libro, un trabajo que luego fue refrendado por Claudín en otros importantes trabajos, sobre todos en sus elaboradas ediciones de Marx y Lenin, hasta que a principios de los ochenta dio un salto final pasando de ser un colaborador habitual de revistas como El Viejo Topo al doble sueldo de la Fundación Pablo Iglesias, desde la que ejerció como “intelectual orgánico” de la OTAN. Semprún justificó de alguna manera este “arrepentimiento”, argumentando que Fernando se encontró en la calle sin nada y con una familia. Pues vaya…

En 1966, Semprún pidió y obtuvo del Ministerio de Gobernación español (el equivalente al actual Ministerio de Interior), a pesar de algunas reticencias de los franquistas, un pasaporte con su nombre oficial. Desde este momento, su actividad se centró en su carrera literaria. Su renuncia coincidió con la publicación en 1963 de El largo viaje (Seix Barral, 1976), un libro comenzado en Madrid en el período de la clandestinidad (durante una semana de total inactividad por precaución), y que obtuvo el reconocimiento de un Lukács por entonces en la cima de su prestigio como analista literario.

Jorge tomó parte de manera entusiasta en el mayo del 68; entonces su referente era Jean Paul Sartre al que hizo una magnífica entrevista en el curso de los acontecimientos. Pero sobre todo, Jorge era ya un reputado guionista, un hombre clave en lo que –indebidamente- se llamó “cine político”, era político como casi todo el cine, pero lo era desde el ángulo de la nueva izquierda; su nombre figura al lado del de cineastas de la talla de Alain Resnais en La guerra ha terminado (1966), y en Stavisky (1974), donde introduce un singular homenaje al Trotsky descrito por Malraux, y que representa como un contrapunto frente a la descomposición burguesa del momento, representada por el famoso personaje en la película encarnado por Jean Paul Belmondo.

Semprún fue sobre el guionista preferido del greco-francés Constantin Costa-Gravas (en el wikipedia hasta confunden a éste con el Semprún de 1970), y junto hicieron obras importantes como Z (1969), considerada como la película-manifiesto de este “cine político”; La confesión (1970), denuncia del estalinismo tomando como base el testimonio de Arthur London; Section speciale (1975), una denuncia del papel jugado por un sector determinante la magistratura francesa durante la ocupación alemana. Esta etapa se complementa con El atentado (1972), de Ives Boisset, un oportuno y valiente alegato sobre el “caso Ben Barka”, y en el que se apunta hacia la cooperación entre la CIA, los servicios franceses y la mano criminal del rey de Marruecos, y concluye con la olvidable Une femme à sa fenêtre (1975), que trata de la resistencia griega de una manera hiperbólica aunque goza de la presencia de Romy Schneider…Dos años más tarde, Semprún escribe la lamentable Las rutas del sur (1977) que no solamente fue la peor película de Joseph Losey; además, puede considerarse como un alegato a favor del olvido, de la adaptación a los planes de los “reformistas” del régimen. Al menos en el cine, ya nada fue igual; lo que escribió es pasto del olvido, y no hace mucho tomó parte en el documental Los caminos de la memoria (2010), de José Luis Peñafuerte, donde ofrece un alegato a favor de la recuperación de la memoria histórica, una rectificación que, empero no alcanza a su etapa de adaptación al neoliberalismo…

Como tantos otros grandes autores del siglo XX, Jorge Semprún aportó lo fundamental de su carrera como escritor y guionista desde una óptica socialista y anticapitalista, para acabar adaptándose al orden existente, gritando al principio de los ochenta "¡Viva Polonia señores¡", sin distinguir entre el agua sucia del estalinismo y el niño de los grandes ideales, sin diferenciar entre el ideario de los de abajo y la utilización por parte de los de arriba. En esta claudicación refinada e ilustrada fue de la mano de Vargas Llosa –que pronunció su laudatio cuando Jorge recibió el premio de Feria Internacional del Libro de Jerusalén, momento que Semprún aprovechó para efectuar su elogio a la “democracia israelita”, algo en lo que don Antonio Maura habría estado totalmente de acuerdo.

El lugar de Claudín fue ocupado por Ives Montand, el cantante de la Resistencia, y actor de algunas de las mejores películas “políticas” de los sesenta-setenta, que desde Estado de sitio (1973), de Costa-Gravas, caminó boca abajo hasta Las rutas del sur. Montand y Semprún se juntaron ya en los ochenta en un libro de homenaje del segundo al primero, Montand, la vida continúa (Planeta, 1983), que ofrece todas las claves del camino de hereje arrepentido que llevará a Semprún a montar, con el soporte del gobierno socialista, una de las pocas celebraciones del 50 aniversario de la guerra civil realizada con el marchamo gubernamental….

Estamos hablando del “homenaje” al Congreso de Intelectuales Antifascistas celebrado en Valencia en 1937, y en el que, junto con la presencia y el ánimo de buena parte de la “intelligentzia” republicana y socialista del mundo, se proyectó la tenebrosa sombra del estalinismo, entonces en plena faena contra el POUM y el “trotskismo”…Pero el juego de Semprún no fue el del “homenaje” a los intelectuales que, con mayor o menor coherencia, desafiaron y denunciaron la política de no-intervención sino que, con la ayuda de la nueva élite de artistas e intelectuales que se habían subido al carro de la “revolución conservadora” (Vargas Llosa, Octavio Paz Savater, Castoriadis), convirtieron la “celebración” en una consagración de la “democracia” en la que las grandes palabras (“la democracia es la revolución permanente”, dirá este Jorge), se consagraba a los Estados Unidos como el “faro” de la humanidad, y sí había algún culpable había que buscarlo en Cuba.

Al año siguiente, Semprún, que seguía viviendo en París, fue nombrado ministro de Cultura y asistió a unas reuniones de ministros en las que –según confesaría más tarde-, se hablaba de todo menos de política. Como ministro de Su Majestad (“la monarquía constitucional encarna los grandes valores de la República”, dijo también), Semprún se destacó muy especialmente en la defensa de la primera guerra del Golfo, repitió siempre que pudo que Sadam era como Hitler, que se trataba de una intervención como las que las democracia tuvieron que hacer en la guerra de España, encontró “sorprendente” el rechazo de la guerra por parte del PCE, y despidió a un cierto número de funcionarios de su Ministerio que firmaron un manifiesto contra la guerra. Años más tarde se refirió a esta experiencia ministerial señalando especialmente sus desavenencias…con Alfonso Guerra.
Luego dijo cosas muy diferentes, algunas de ellas dignas de apoyo, otras para estudiar, y también las dijo especialmente siniestras, como las pronunciadas durante la Segunda Guerra del Golfo: “no hay que dejar a los americanos solos en la lucha por la democracia”.

Su muerte me ha cogido con el libro de Franziska Augstein, Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo, sobre la mesa debajo de otros muchos, pero como algo pendiente. Habría mucho que hablar de Semprún, de cada una de sus épocas, pero sobre todo de del “arrepentido” que siguió utilizando las grandes palabras, y que según las circunstancias, podía hablar como cuando escribía para Costa-Gravas. Pero, por más que encontremos vetas con las que podemos asentir, y capítulos de su escritura que quizás podamos admirar (o envidiar, al leer comentarios como los aparecidos en El País en plumas como las de Vargas Llosa, Ridao, Pradera y otros), parece elemental que se puede decir que allá por 1977, Semprún dejó de ser un amigo, alguien de “los nuestros” que escribió cosas que quedaron, por más que luego su autor las distorsionara para seguir ocupando un lugar privilegiado en la foto.

Pepe Gutiérrez-Álvarez es miembro del Consejo de VIENTO SUR

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