El noventa aniversario de la revolución rusa está propiciando un debate sobre este acontecimiento –el más importante del siglo pasado- que se puede insertar en el profundo proceso de recuperación de una memoria” “histórica” que parecía sumida en la amnesia hasta fechas recientes. Entre las diversas aportaciones que se están dando cabría reseñar editorialmente la aparición de un ensayo biográfico, Trotski y su tiempo (1879-1940), obra de Antonio Liz (Sepha, Madrid, 2007), y también una puesta al día de edición de Historia de la revolución rusa, de León Trotsky, sobre la existían varias ediciones siguiendo la traducción de Andreu Nin en ZYX-Zero, Ruedo Ibérico y Orbis, en este caso con correcciones de Jaime Pastor, y que ya se encontraban descatalogada desde hace años. Se trata de un solo volumen editado por la recién creada editorial Veintisiete Letras con el prólogo que Marc Ferro había escrito para su edición gala.

Recordemos que sería Marc Ferro el que llamaría la atención al afirmar que Trotsky falsea en cierta medida su papel, diluyéndolo. No resalta con las dimensiones debidas su papel en el Soviet de Petrogrado, ni su protagonismo en la preparación y ejecución de la insurrección. Sin embargo, el historiador menchevique de izquierdas Nikolai N. Sujanov, (cuya Historia de la revolución rusa fue editada en una versión abreviada de Joel Carmichael por Caralt, BCN, 1970, tr. Julio Gómez de la Serna) lo consideraba «peor que Lenin». z

Resulta curioso que otras dos obras mayores sobre la historia de la revolución fuesen las de dos escritores norteamericanos: la primera es la celebérrima Diez días que conmovieron el mundo, de John Reed (de la que existen numerosas ediciones —la última en Txalaparta—, aunque conviene diferenciar entre la traducción soviética "corregida" por funcionarios estalinistas, y la auténtica), y que es considerada como el mejor testimonio escrito no solamente sobre la revolución rusa, sino también sobre cualquier otra revolución (sobre Reed se puede consultar mi antología Rojos y Rojas (El Viejo topo, BCN, 2003). Lenin recomendó la obra de Reed como ejemplar de cabecera para todos los trabajadores del mundo, y Nadia Kruspkaya prologó su primera edición rusa que sirvió, junto con la historia del cronista martoviano, Nikolai Sujanov como manuales para las escuelas; nada pues que ver con las falsificaciones y santificaciones estalinistas. Una edición complementaria fue la recopilación efectuada por Fontamara, La revolución de octubre (1977), que comprendía: El triunfo del bolchevismo (tr. N. Tasin), La revolución de Octubre (Ed. del Siglo; fue reeditada en colección 70 de Grijalbo con el título Cómo hicimos la revolución de Octubre), Quince años (tr. de Nin para la revista Comunismo), ¿Qué es la revolución de Octubre? (idem), y Tres concepciones de la revolución rusa (Emili Olcina).

Otra gran aportación es el voluminoso ensayo de 1940 escrito por Edmund Wilson, Hacia la Estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer la historia (Alianza, Madrid, 1972, tr. R. Tomero, F. Zalán y J. P. Gortázar), y en la que la llegada de Lenin a Petrogrado en abril de 1917 es el punto de partida para "simbolizar el final del accidental camino que fue necesario recorrer para llegar a la conclusión de que la historia no está escrita de antemano y es posible la transformación del orden social. Esa larga corriente comienza con el primer teórico (Gianbattista Vico) que intuyó que las instituciones sociales son obra del hombre; prosigue su curso con el gran defensor de la tradición revolucionaria francesa (Michelet), de la que se bifurca la escuela que consagra la decadencia de los viejos ideales (Renán, Taine, Anatole France); se hace caudalosa al recibir los afluentes del primer igualitarismo comunista (Babeuf) y del socialismo utópico (Saint-Simon, Owen, Fourier); se ensancha con la síntesis realizada por Marx y Engels (en encarnizada polémica con Lasalle y Bakunin); y corre torrencialmente hacia su destino final con la teoría y la práctica de Lenin y Trotsky" (contraportada). Edmund Wilson (1895-1972), fue uno de los "compañeros de viaje" del trotskismo norteamericano, y en esta reedición anota algunas importantes diferencias con su edición inicial. Otra historia de primera magnitud es la de E.H. Carr (Historia de la Rusia soviética, en Alianza Universidad), cuyo breviario La Revolución rusa (1917-1927) fue editado por Alianza (1981, tr. Ludolfo Paramio) y ha contado con sucesivas reediciones (la última en el 2002), y puede considerarse algo así como la culminación de una aproximación rigurosa a un acontecimiento sobre la cual el neoliberalismo trata de arrojar todos los perros muertos del siglo XX.

Alabada incluso por historiadores y escritores del “otro lado de la barricada”, la Historia de la revolución rusa, escrita por Trotsky en su tercer exilio, se inserta en la voluntad de éste de mantener viva la verdad de los hechos, y al tiempo de deducir las lecciones que éstos ofrecen. Cuando lo acababa de escribir en Prinkipo, Trotsky tuvo que trasladarse a Noruega, lo que le permitió poder hablar a la gente abiertamente, más concretamente a los jóvenes socialistas a los que les ofreció un vibrante resumen que se publicó poco después como opúsculo, por cierto con traducción de Andreu Nin nuevamente. Este texto está reproducido en uno de mis artículos aparecido en Kaosenlared en la serie “Trotsky, el `gran negador”… A él remito a los lectores y lectoras más interesados.

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