La irrupción de Vox en el panorama institucional español, a partir de su entrada en el parlamento andaluz a finales del 2018, supuso la vuelta de la ultraderecha española a las instituciones desde que en 1982 Fuerza Nueva perdiera su representación. Los fracasos electorales que han acompañado a la ultraderecha hasta la entrada de VOX en el parlamento de Andalucía no nos deben confundir sobre su importancia, ni deben llevarnos a menospreciar la influencia social, la permeabilidad, la constancia del discurso ni capacidad de movilización de la ultraderecha —en sentido amplio— en el Estado español, a lo largo de estos últimos cuarenta años.

Como indica Ferrán Gallego, el fracaso electoral de la ultraderecha no significa, desde luego, que los valores propios de la extrema derecha no se encuentren en zonas diversas de nuestro arco institucional, ni que una base electoral que en otros países da cuerpo a esas formaciones no haya tomado caminos distintos en nuestro país”[1]. Debemos hablar por tanto de una presencia social y política que carece  de representación propia en las instituciones. Una situación que ha enmascarado una realidad que ha permanecido soterrada en nuestra sociedad: la permanencia de un franquismo sociológico neoconservador y xenófobo que, sin expresión política dentro de los parámetros estrictos de la extrema derecha, se había diluido, hasta ahora, en el interior de un Partido Popular acogedor.

Como fuerza política independiente del PP, Vox ha conseguido representar la declinación hispana de la ola reaccionaria global que, al igual que Bolsonaro, Trump u Orban, se encuadraría en torno al neoliberalismo autoritario, una corriente que es heredera del neoliberalismo anglosajón y que se basa en combinar una defensa a ultranza del libre mercado y del capitalismo sin frenos, con valores morales reaccionarios y con una concepción profundamente autoritaria de la política. Es, así, la suma de tres vectores. En primer lugar, posiciones ultra neoliberales en lo económico: desregulación, imperio de la meritocracia, odio larvado al pobre, recortes fiscales, desmantelamiento del Estado social e individualismo extremo. Por otra parte, posiciones reaccionarias en lo moral, neoconservadoras y antifeministas, muy vinculadas con la nueva derecha cristiana. Y  por último, una concepción profundamente autoritaria de la política, con un cuestionamiento explícito de la democracia liberal en lo que se ha venido a llamar iliberalismo.

Ahora bien, si podemos afirmar que Vox es la declinación española de un fenómeno reaccionario y autoritario que se ha asentado globalmente, al mismo tiempo, no es menos cierto que Vox tiene características peculiares que dependen de la historia y el contexto político español. En cierta medida, Vox representa, por un lado, a ese franquismo sociológico que durante tantos años había convivido en el seno del PP y que no tenía expresión política propia desde la transición. Por otro lado, también representa a los sectores más neoconservadores agrupados hasta ahora en una especie de Tea party a la española, que ha pasado de hacer lobby al PP a encontrar un espacio político propio con Vox.

A diferencia de la mayoría de sus homólogos europeos, Vox es una escisión de la derecha española y no un fenómeno nuevo que nace en sus márgenes, como es el caso respecto al Frente Nacional o a la Liga Norte. De hecho, Vox fue liderada inicialmente por los dos cargos públicos más conocidos del PP involucrados en la ruptura, Alejo Vidal Quadras, eurodiputado y expresidente del PP catalán, y Santiago Abascal, exdiputado del PP del País Vasco y expresidente de la Fundación para la Defensa de la Nación Española [DENAES]. En este sentido, es fundamental apuntar que Vox no es la primera escisión del PP por su derecha, pero sí la primera que consigue tener éxito.

Vox como expresión derecha de la crisis de régimen
Una parte fundamental que explica el éxito de Vox es haber aparecido en un ambiente favorable tanto a  nivel internacional como nacional. En el primer caso, este se concretaría en el auge electoral de una ola reaccionaria global, marcado por el Brexit y las victorias de Trump y Bolsonaro. En el segundo, es necesario resaltar el propio contexto español, caracterizado por la crisis de régimen del 78 con el consiguiente cuestionamiento de muchos de sus consensos, no solo por la izquierda, sino también por la derecha. En este sentido cabe destacar  la competencia electoral inusitada desde la transición con respecto al bipartidismo; la pérdida del gobierno de Rajoy y la ruptura de la hegemonía del PP en la derecha española; así como la quiebra de la lógica de voto útil. De hecho, podemos decir que Vox es la expresión derecha de la crisis de régimen no solo en cuanto al bipartidismo, sino que gran parte de sus propuestas suponen una ruptura con el marco político, social y territorial establecido en la constitución. Es una expresión de la radicalización de un sector de la derecha que busca una opción partidaria que defienda una solución reaccionaria y centralizadora, sin ambages, a la crisis del régimen del 78.

d¡Desde 2015, cada nuevo proceso electoral ha puesto de manifiesto las crecientes dificultades para recomponer este bipartidismo, desde el cual hemos llegado a un cierto bloquismo, a partir del cual no podemos hablar ya de gobiernos del PP y del PSOE, sino del bloque de la derecha o la izquierda. Los gobiernos de coalición que a nivel autonómico habían sido raras excepciones, se convierten ahora en la opción más factible de gobernanza tanto a nivel regional como estatal. Se trata de un nuevo marco político donde la disputa por la hegemonía electoral de cada bloque no es la única fuente de inestabilidades, sino que también lo es el peso determinante de las fuerzas autonomistas y soberanistas en un número creciente de territorios. Un reflejo más de la crisis profunda del Estado de las autonomías, que es uno de los elementos constitutivos esenciales del régimen del 78 y que se conforma como un elemento que complica aún más una gobernabilidad parlamentaria que depende de estos apoyos.

Las pulsiones descentralizadoras y soberanistas que crecen social y electoralmente en cada vez más territorios del estado español son también, como decíamos, parte ineludible de la crisis de régimen. De la misma manera que ocurre ante estas pulsiones descentralizadoras y federalizantes, se ha construido también una reacción recentralizadora que niega la existencia de la plurinacionalidad y expresa la neurosis identitaria de un españolismo cada vez más agresivo, que ha encontrado en Vox el sujeto político que mejor encarna esta reacción. No en vano, ha sido Vox el que más lejos y consecuentemente ha llegado en sus propuestas de recentralización, al pedir el desmantelamiento del régimen de las autonomías y/o la ilegalización de los partidos soberanistas e independentistas, lo que supondría una ruptura en clave constituyente del régimen del 78, pero por la derecha.

El declive de Ciudadanos
En las elecciones generales de abril del 2019 Vox no solo consiguió entrar en el parlamento español, confirmando los buenos resultados de las elecciones autonómicas andaluzas. También Ciudadanos crece y consigue arrebatar a Unidas Podemos la tercera plaza en el congreso español, haciéndose con un 15% de los votos y 57 diputados. El buen resultado en las generales de abril fue el preludio de unas elecciones autonómicas en donde la formación naranja certificó su mayor ascenso electoral, pasando a ser una fuerza determinante en la pugna entre el PSOE y el PP para hacerse con numerosos ayuntamientos y gobiernos autonómicos.  En todas las ocasiones, Ciudadanos se decanta por convertirse en la muleta del PP, confirmando el giro definitivo de la supuesta formación liberal hacia la derecha. Llega incluso a aceptar el apoyo implícito y explícito de la extrema derecha de Vox para la conformación de muchos gobiernos con el PP, lo que le supondrá duras críticas por parte de su grupo parlamentario europeo al romper el llamado cordón sanitario a la extrema derecha. Así, Macron llegó a amenazar a Ciudadanos con romper su cooperación política por los acuerdos con Vox.

La repetición electoral de las elecciones generales de noviembre del 2019 no solo supuso el primer gobierno progresista de coalición desde la II República, sino que despejó considerablemente el campo de disputa de la derecha. Ciudadanos obtenía una abultada derrota electoral perdiendo 47 escaños y más de tres millones de votos, pasando de ser tercera a sexta fuerza, sumando tan solo 10 diputados.  De este modo, será Vox quien ocupará el puesto de tercera fuerza, convirtiendo a  Ciudadanos en un zombi político a la espera de su defunción final, después de desaparecer sistemáticamente en las diferentes elecciones autonómicas posteriores a las generales del 10N. De esta forma, la competencia por el lado derecho del tablero político volvía a ser cosa de dos partidos.

Orgullo facha
En un mitin de las elecciones generales del 2019, Abascal aseguró que una de las medallas que lleva con orgullo en la pechera es la de ser facha. Lo que hasta ahora había sido en un estigma o un descalificativo, Vox lo ha sabido resignificar en una especie de orgullo de ser facha, exaltando a una base social fundamentalmente juvenil y masculina, cansada del formalismo político de la etapa de Rajoy, a la que Vox catalogó como la derechita cobarde. Frente a ella (PP y Ciudadanos) el partido ultraderechista se construye en la confrontación directa con los consensos sociales: aborto, derechos LGTBI, memoria histórica, etc.. a los que cataloga como consensos progres

Siempre se ha supuesto que la política, y sobre todo la posibilidad de gobernar, se conquistaba desde el llamado centro ideológico, atrayendo a las mayorías moderadas a partir de la aceptación de los consensos institucionales y culturales. Sin embargo, la estrategia política neocon de Vox tiene una forma de funcionar bien diferente. Si los consensos no son los suyos, no tiende puentes, sino que los destruye. No se modera, sino que busca la polarización utilizando la provocación. De lo que se trata es de imponer sus valores, no de negociarlos. De disputar la hegemonía de la derecha desde los postulados neocons de guerra cultural abierta contra la izquierda.

El desarrollo de las llamadas guerras culturales ha sido una de las características de la ola reaccionaria global, especialmente desde el ascenso de Trump a la Casa Blanca. Se trata de una estrategia que pretende condicionar no solo de qué se debate, sino también los propios términos del debate. Como escribe Thomas Frank, las guerras culturales son la forma que utiliza la extrema derecha para dar “la vuelta a la lucha de clases: todos los conflictos que antes se inscribían en el contexto de estructuras políticas, sociales y económicas ahora se codifican como conflictos culturales (cultural wars)” [2]. Es decir, una guerra de clase, pero desplazada, que instrumentaliza malestares en clave de disputa cultural o moral. Un terreno en el que Vox sabe moverse bien, lo cual se refleja claramente en buena parte de su propuesta política, dirigida a marcar la agenda y la narrativa a partir de este tipo de disputas

Lo cierto es que desde la emergencia de Vox, la extrema derecha no solo ha conseguido mantener una línea electoral ascendente, sino también condicionar gran parte de las temáticas y de las gramáticas del debate público. Todo ello en gran parte gracias a la utilización de la “provocación como táctica política, con tres objetivos principales. El primero, gozar de una presencia constante en medios de comunicación. En segundo lugar, marcar la agenda política y condicionar el debate público. Y por último, dar la batalla cultural a la izquierda. Con ello se pretende indignar a los sectores progresistas y descolocar a la derecha” [3]. De tal forma, el marco político que construye Vox es el de la amenaza permanente de la nación (independentistas, migrantes, feministas, etc.) que exige ponerse en pie de guerra en defensa de la “España viva”. es el marco de una cultura política que no habla de convivencia, sino de enfrentamiento y guerra. Un sentimiento que ha apelado a una parte importante de la sociedad española que no solo ha votado a Vox, sino que se ha movilizado socialmente más allá de la afiliación o no al partido ultraderechista. Un auténtico orgullo facha que está detrás de gran parte de su éxito electoral.

La pandemia y la defensa de la libertad
A diferencia de una parte de la extrema derecha a nivel internacional, que se ha mostrado como negacionista de la pandemia y de la covid19, Vox se ha mantenido en una posición más ambigua que abiertamente negacionista. Ha difundido bulos sobre la supuesta conspiración china en relación al origen y difusión de la pandemia, pero no ha llegado a negarla; ha apoyado implícitamente las movilizaciones negacionistas pero nunca ha participado directamente como partido. Ha hecho más inciso en una supuesta defensa de la libertad individual contra las medidas del confinamiento sanitario, llegando a recurrir, en el constitucional, el estado de alarma propuesto por el gobierno y votado en las cortes. Esta defensa es quizás la posición que mejor ha podido conectar con amplios sectores sociales, permeando fuera de la base tradicional de la extrema derecha.

Aunque, paradójicamente, quien más ha sabido rentabilizar esta posición ha sido la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ha conseguido convertirse en la antagonista de las políticas sanitarias restrictivas de derechos del gobierno de Pedro Sánchez. Como buena discípula del neoliberalismo autoritario de Hayek, ha defendido la libertad individual y el libre funcionamiento de la economía.

Esta posición no solo le ha granjeado muchos apoyos entre una sociedad cansada de las restricciones, especialmente la juventud, sino que también la ha convertido de facto en la líder de la oposición al gobierno de Sánchez, hasta el punto de eclipsar no solo a la extrema derecha, sino incluso al entonces secretario general del PP, Pablo Casado, que quedó totalmente eclipsado por el efecto Ayuso. De hecho, aprovechando esta creciente popularidad, la presidenta de la Comunidad de Madrid disolvió su gobierno de coalición con Ciudadanos, aduciendo falta de confianza en su socio, y convocó unas elecciones que no solo pillaron a propios y extraños totalmente de improvisto, sino que además consiguieron dirigir la atención hacia un falso debate entre comunismo[4] o libertad, que aludía implícitamente a los modelos antagónicos de gestión de la crisis sanitaria que se habían dado a nivel estatal y regional. Esta estrategia no solo liquidó a Ciudadanos del gobierno y también a su representación en la Asamblea de Madrid, sino que dejó fuera de juego a la extrema derecha frenando su ascenso electoral.

Las elecciones en la Comunidad de Madrid fueron en cierta manera un plebiscito sobre la gestión de Ayuso de la pandemia en su oposición frontal al gobierno de Sánchez y su modelo más restrictivo. La contundente victoria no solo fue un espaldarazo a su modelo de gestión neoliberal del sálvese quien pueda. También encumbró a la líder del PP madrileño como la única capaz de recuperar los votos que hasta ahora se habían ido a Cs y, también y sobre todo, a Vox, reunificando el voto de las derechas en torno a su figura. Una victoria que también cuestionaba directamente el liderazgo de Casado al frente del PP.

Las elecciones en Castilla y León
En plena ola del ayusismo, Casado se ve abocado a forzar elecciones en Castilla y León para intentar contrarrestar la creciente influencia de la presidenta de la Comunidad de Madrid con una nueva victoria del PP. Así, el presidente castellano-leonés, Alfonso Fernández Mañueco, convocó elecciones para el 13F con la excusa de la traición"de Ciudadanos. Pero el resultado distó mucho de los cálculos de la calle Génova (sede estatal del PP), Mañueco no tuvo las manos libres para poder gobernar en solitario, y Pablo Casado tampoco logró ese triunfo contundente que necesitaba para afianzar su liderazgo y despegarse de las alargadas sombras de Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal.

Por el contrario, la figura de Casado perdió el poco crédito interno que le quedaba  con una victoria pírrica que dejaba el gobierno de Castilla y León en manos de la entrada de Vox, por primera vez, en un ejecutivo autonómico. De hecho, el principal beneficiado del adelanto electoral fue la formación ultraderechista, que en menos de tres años pasó de un único escaño a trece diputados, convirtiéndose en la tercera opción más votada por detrás de PP y PSOE. Este buen resultado no solo le valió la entrada en un gobierno autonómico, dando una vuelta de 180 grados a su estrategia de no entrar en gobiernos en minoría con el PP, sino que también volvió a situar a Vox en la disputa por la hegemonía de la derecha después del pobre resultado en las elecciones madrileñas.

Crisis del PP, muerte de casado y el encumbramiento de Feijo
La agónica victoria del PP en Castilla y León dejó herido de muerte el liderazgo de Casado, que fracasó en su intento por emular la versión trumpista de Ayuso para contrarrestar la influencia de Vox en una parte creciente de su electorado. El acto final de su defunción política fue el intento suicida de acabar con la creciente influencia de Ayuso denunciando un presunto caso de corrupción y tráfico de influencias, en donde el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid habría cobrado una cuantiosa suma de dinero como comisión por una venta de mascarillas en pleno auge de la pandemia. Las revelaciones en los medios de comunicación sobre los supuestos tratos de favor y corruptelas de Ayuso y familia desataron la mayor crisis interna de la historia del PP, que pudo haber llegado a convertirse en un auténtico cisma.

Esta guerra interna irrumpió en un momento dulce para Vox después del aumento electoral en Castilla y León, lo que le permitió presentarse como la única oposición creíble frente al gobierno PSOE-UP tras la descomposición de  Ciudadanos y la división interna creciente en las filas del PP con respecto a qué táctica adoptar ante ese partido. Algunos medios llegaron a publicar supuestas encuestas de intención de voto que auguraban un sorpasso de la ultraderecha al PP, en el caso de que Casado siguiera a la cabeza de esta formación en las siguientes elecciones generales.

Las presiones internas dentro del PP terminaron por desangrar a Casado, que en cosa de unos días se fue quedando sin ningún apoyo en su ejecutiva y grupo parlamentario, viéndose obligado a dejar la secretaría general y a convocar un congreso para entronar, como nuevo líder del PP, al presidente gallego Alberto Núñez Feijóo. A pesar de que Ayuso fue señalada por corrupción directamente por el secretario general de su partido, su popularidad no solo no disminuyó sino que incluso aumentó consiguiendo finalmente convertirse en la presidenta del PP madrileño.

Las elecciones andaluzas y el pinchazo de Macarena
La campaña electoral de Vox en 2018 fue titulada como la Reconquista de España desde Andalucía, dando la sorpresa e iniciando un ciclo electoral que les convirtió, en menos de un año, en la tercera fuerza política del Congreso de los Diputados, además de permitirles una implantación política en prácticamente todo el conjunto del Estado Español. Casi cuatro años después, una vez más, Andalucía se convirtió en ese torneo de pretemporada que inicia el ciclo electoral para los grandes partidos estatales y que concluirá en las elecciones generales del próximo año. Pero en ese momento Vox deja de ser un debutante dispuesto a dar la sorpresa, sino que, por el contrario, el partido ultraderechista busca, ante el buen resultado castellano leonés y la debacle de Ciudadanos, ocupar su espacio y quedarse cerca del empate con el Partido Popular, reeditando el gobierno de derechas en Andalucía, pero con Macarena Olona ocupando el puesto de Marín[5].

Los resultados de Vox no fueron los esperados. Mejoró por poco los de las elecciones del 2018, pero se quedó lejos, no solo en cuanto a sus propias expectativas, sino también porque por primera vez estuvo por debajo de lo que proyectaban las propias encuestas, y por debajo del resultado de las elecciones generales del 10N. Lo más significativo es que Vox pasó de hegemonizar la precampaña a desfigurarse en la campaña, mostrándose incapaz de marcar la agenda y los temas del debate por primera vez en mucho tiempo. Más allá del resultado final (mayoría absoluta del PP y debacle de los partidos de la coalición de gobierno estatal) lo más importante es que la extrema derecha salió derrotada políticamente de estas elecciones, que no fueron el paseo triunfal que pronosticaban desde meses antes, cuando decidieron presentar a Macarena Olona, portavoz de la formación en el Congreso y una de sus principales figuras públicas. Así, si las elecciones andaluzas pretendían ser la plataforma de impulso para la candidatura de Abascal a la presidencia del gobierno en su disputa con el PP, realmente han representado más un lastre, mostrando un desgaste electoral del fenómeno Vox que puede hacer presagiar su estancamiento.

El Macarenazo y las disputas internas
Sin embargo, el mal resultado andaluz no hacía presagiar una crisis tan aguda como la que vive actualmente Vox. Al poco de las elecciones, Olona anunció, entre fuertes disputas internas por el control del partido ultraderechista en Andalucía, que dejaba la política por razones médicas. En una carta expresaba que la salud no entiende de compromisos” y “que ahora debe afrontar un importante reto personal, por prescripción médica, incompatible con la exposición mediática y la entrega que Andalucía merece y exigiría como portavoz y líder del partido en la comunidad[6]. Las supuestas razones médicas simplemente eran una cortina de humo para encubrir las peleas internas dentro de Vox, especialmente entre Ortega Smith, secretario general y responsable de organización, y la propia Olona, que llegó a reconocer que fue candidata a las andaluzas a regañadientes: "Fui una candidata paracaidista que tenía una empresa que creo que era imposible". Es aquí donde se tiene que situar el inicio del enfrentamiento entre Olona y la dirección del partido, especialmente el secretario general, Javier Ortega-Smith, al que culpa de haberla echado del Congreso [7].

Las excusas de la supuesta enfermedad duraron menos que el verano y al inicio del curso político se reactivó la guerra en la formación ultraderechista. Así lo han demostrado las continuas apariciones públicas de Olona en medios de comunicación a lo largo de septiembre, en las que ha coqueteado incluso con la posibilidad de dar un paso al frente con un nuevo proyecto político si la formación que lidera Santiago Abascal deja de ser alternativa”. Una posibilidad que gana enteros cada día que pasa y que cuenta con el respaldo no solo de militantes críticos con la dirección nacional, sino también con el apoyo de formaciones ultracatólicas como Hazte Oír. Organización que ha pasado de ferviente defensor y amigo de Vox, a romper con Santiago Abascal por no haber actuado con suficiente fuerza para obligar al PP a derogar las leyes LGTBI de la Comunidad de Madrid a cambio de su apoyo a los presupuestos autonómicos.

Esta situación llevó a la dirección nacional de Vox a pasar de la indiferencia con Olona a sentenciar definitivamente su ruptura con ella. El encargado de escenificarlo fue el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, que en rueda de prensa declaró que: "este es el final del camino, le deseamos lo mejor en el ámbito político y siempre nos tendrá a su disposición en el ámbito personal"[8]. Una supuesta ruptura amable que terminaba acusando a Olona de dejarse utilizar "para hacer daño al proyecto de Vox".

La reorganización de Vox y la caída de Ortega Smith
La ruptura con Macarena Olona ha sido la primera gran crisis interna de Vox desde que irrumpió en la política española, justo en un momento en el que las encuestas registran su tendencia a la baja. Y es que la crisis en Vox se venía cocinando a fuego lento y solo hizo falta un traspiés electoral, el fracaso en Andalucía, para hacerla visible.

El ruido generado por Olona en el último tiempo ha impactado en Bambú, sede de Vox, provocando un creciente malestar interno. Pero la exportavoz parlamentaria y ex candidata a la Junta de Andalucía no es el único problema de Abascal: la disciplina interna que había forjado gracias a la mano dura del responsable de organización y secretario general Ortega Smith se está resquebrajando. A menos de un año de las elecciones municipales, afloran los conflictos en los territorios. El más grave, por sus posibles consecuencias jurídicas, es el de la provincia de Badajoz, donde un juzgado investiga la denuncia de cuatro militantes a uno de los miembros de la dirección provincial, recién dimitido, por espiar a afiliados del partido a través de las bases de datos de la Dirección General de la Policía.

Finalmente, la gestión de la crisis con Olona y el cuestionamiento de Ortega Smith entre una parte de las bases y de un buen puñado de dirigentes territoriales, ha motivado una reorganización interna de la dirección del partido dirigida a suturar la crisis interna. El hasta ahora todopoderoso secretario general y responsable de organización Ortega Smith ha sido apartado de sus funciones para dedicarse por entero a la carrera electoral por el ayuntamiento de Madrid, lo que en la práctica ha supuesto apartarlo del núcleo duro del partido. Ortega ha sido sustituido por el diputado catalán, Ignacio Garriga, hombre de confianza de Jorge Buxadé, neofalangista y que no deja de aumentar su poder interno.

¿Hacia una recomposición de la pata derecha del Bipartidismo?
Con esta reorganización que pretende devolver la paz interna al partido, Abascal solo ha conseguido aplazar un problema que será mucho mayor en cuanto los resultados en las próximas municipales no sean los esperados. Todo ello ante la espada de Damocles que supone la competencia electoral de una nueva formación liderada por Olona y el crecimiento electoral del PP de Feijóo, que anuncia una cierta recomposición de la pata derecha del bipartidismo.

Quizás, la única nota positiva en este último tiempo haya sido la victoria de su aliada, la neofascista de Fratelli de Italia, Giorgia Meloni. Un auténtico balón de oxígeno al que se intentan acercar para ahuyentar los malos augurios de unas encuestas a la baja. Quizás sea la coyuntura internacional de crecimiento de la internacional reaccionaria por Europa la que puede levantar el ánimo del ultraderechismo patrio. Es ilustrativo que Vox esté intentando explotar esta carta y que en el acto de cierre del acto partidario de Viva22, emitieran videos de saludo de la futura presidenta Italiana Meloni, del expresidente norteamericano Trump, del presidente húngaro Orbán, del candidato de extrema derecha del Partido Republicano en Chile en las pasadas elecciones presidenciales, José Antonio Kast, del expresidente colombiano Álvaro Uribe y del senador republicano estadounidense Ted Cruz. Incluso el primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, estuvo presente en el recinto donde se celebraba el acto de cierre de Viva22. Toda una demostración de músculo de una internacional reaccionaria que aunque no deja de crecer, no parece pasar por su mejor momento en España.

Además, no podemos obviar que la próxima cita electoral, las elecciones municipales, son sin duda el peor escenario para Vox. Un partido sin anclaje territorial, con fuertes divisiones internas en los municipios, sin apenas candidatos ni candidatas que se conozcan, con una organización muy centralizada y con una implantación territorial muy pobre. Ni Abascal ni compañía podrán multiplicarse para llegar a todos los municipios, ni la coyuntura internacional tiene mucho peso en este tipo de elecciones. Una organización tan vertical, centralizada y jerárquica se mueve bien en contextos electorales estatales o acotados a un territorio concreto, y sufre mucho en un modelo descentralizado como las municipales.

En cambio, las elecciones municipales pueden ser un magnífico escaparate para la candidatura de Núñez Feijóo a la Moncloa. Tanto el PSOE como el PP son los partidos con una mayor implantación territorial, pero el desgaste del gobierno de coalición seguramente le pasará una importante factura electoral a la izquierda, y el PP será el mayor beneficiado de ello sin apenas competencia municipal por su derecha. Una victoria en las municipales por parte de Feijóo puede ser el preludio de una victoria de la derecha en las elecciones generales de noviembre del próximo año. Si bien Vox no se encuentra en la misma descomposición terminal que Ciudadanos y, a diferencia de la formación naranja, parece tener un suelo electoral más sólido, se encuentra en una difícil situación que no puede hacernos menospreciar su capacidad de recomposición. Más aún en un contexto de crisis sistémica como en el que nos encontramos en donde en estos tiempos condensados de la política, un año pueden ser convertirse en una eternidad.

Miguel Urbán, eurodiputado y miembro de Anticapitalistas, forma parte del Consejo Asesor de viento sur.

20/10/2022

Notas:

[1] Gallego, Ferran: Una patria imaginaria. La extrema derecha española (1973-2005), Ed. Síntesis, Madrid, 2006, p. 17.

[2] Frank, T. Qué pasa con Kansas. Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos. Madrid: Ed. Acuarela  A. Machado, 2008, pp. 10.

[3] Fernández Vázquez, Guillermo, “España: Vox, ¿Arcaismo o Modernidad?” en Epidemia Ultra, Publicación Independiente. Berlín, 2019, p. 103.

[4] El comunismo como representación del totalitarismo

[5] Líder andaluz de Ciudadanos y vicepresidente de la Junta de Andalucía en el gobierno de coalición con el PP

[6] https://elpais.com/espana/2022-07-29/macarena-olona-deja-la-politica-por-razones-medicas.html

[7] https://es.ara.cat/politica/vox-rompe-macarena-olona-final-camino_1_4496757.html

[8] https://www.elespanol.com/espana/politica/20220922/vox-cierra-puerta-regreso-macarena-olona-camino/705179510_0.html

 

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