Viernes 6 de diciembre; cerca de las seis de la tarde, los alrededores de Atocha bullían en una particular mezcla en la que los visitantes eran superados –pocas veces sucede ya en una ciudad convertida en atrezzo del negocio turístico– por grupos de manifestantes. Familias, grupos de jóvenes, caras pintadas. Ya en la plaza, las pancartas más diversas: pueblos contra la minería o agrupaciones locales por el clima se mezclan con charangas abundantemente nutridas; un cortejo de Madres por el clima avanza resuelto y los colectivos indígenas muestran una fuerza inusitada. La tarde es menos fría de lo esperado y la manifestación abarrota el Paseo del Prado.

Sólo hace unas semanas que recorrían el mismo paseo, un 27 de septiembre, en lo que había sido un primer intento de ampliar los sectores movilizados y pasar a una segunda fase. En aquella ocasión, el intento se había solventado sólo a medias, y la manifestación había seguido teniendo un carácter mayoritariamente juvenil. Pero la Cumbre del Clima ha caído en Madrid como un arma de doble filo: un movimiento social que se encuentra con la mejor oportunidad como caída del cielo, pero la recibe agotado, exhausto por sus propios éxitos. Y que sin embargo se rearma para alcanzar una victoria. Los días previos, como siempre que se avecina algo que merezca la pena, hay discusiones y especulaciones. La manifestación iba a ser respaldada por una cantidad muy respetable de personas, pero no está claro si se dará el salto cualitativo que hay entre unas decenas de miles o una gran manifestación, con mayúsculas. El salto se dio, y sólo se puede entender que esto sucede porque el objetivo lanzado en septiembre, esta vez no tan explícito, se ha alcanzado. Después de un año de movilización casi exclusivamente juvenil, el viernes recorren Madrid cientos de colectivos. La fractura entre lo juvenil y no juvenil ha empezado a suturarse.

En los laterales del paseo se agrupan los curiosos; casi como si fuera un desfile, observan los diversos grupos, cortejos, banderas. Greta Thunberg en el ambiente, discursos que se dirigen a los gobiernos y otros que los sitúan como el enemigo. El enorme número de colectivos y la longitud del recorrido hacen que la hilera se disperse, abriendo huecos que se vuelven a cerrar. Cada grupo lleva sus lemas, algunos deciden improvisar un sembrado de pequeñas pancartas clavándolas en un parterre frente al ayuntamiento. Un movimiento muy vivo con un apoyo social mayoritario que por primera vez hace ver su apoyo en las calles, como una federación improvisada de colectivos. Nunca es mal momento para recordad la enorme dignidad de quienes han aguantado con sus manos unas luchas a destiempo, cuando ser ecologista era cosa de raros. El viernes está todos cavando en la brecha abierta por la cuestión climática. Agrandando el margen de un ecologismo que puede convertirse en alternativa. Todavía no hay un horizonte común explícito, pero hay una multitud abigarrada que muestra un aspecto festivo y en ocasiones bizarro.

Lo que sí hay es un conflicto social abierto del que cada vez hay más sectores conscientes. Si el ecologismo había girado en torno a una previsión de escenarios futuros, hoy es una realidad brutal, un conflicto abierto y vivo al que responde una serie de colectivos igualmente vivos. Sin conflicto no se puede avanzar en la lucha, pero que exista un conflicto es la condición necesaria pero no suficiente. Ante cada conflicto hay que construir una movilización que dé respuesta y arme la lucha. En esos contextos se da lo que Bensaid llamaba los saltos: esos momentos en los que una serie de movimientos correctos consiguen que el equilibrio de fuerza se modifique.

Se ha hablado mucho de que el movimiento climático necesita dotarse de contenido político, superar la obsesión por la movilización y avanzar en contenidos concretos que permitan orientar la lucha. Y bien, no deja de ser cierto que hasta ahora ya han tomado la primera decisión estratégica, y no deja de ser una acierto. Si la aparición del movimiento climático fue en sí misma el primer salto, la superación del espacio juvenil es el segundo, y uno que sitúa el movimiento en otra fase. Construir, dotar de organicidad, elaborar, serán sin duda retos pendientes, como también lo son la relación con el resto de movimientos. De fondo, la necesidad de asumir que si la lucha pretende ir más allá de lo que siempre ha sido y formar una alternativa verdaderamente antagonista, tendrá que mutar para convertirse en algo que no es un movimiento sino otra cosa: una mayoría que agrupe a los sectores populares en torno a un proyecto ecosocialista. Son saltos que quedan por dar, como tantas cosas en un movimiento que nunca había tenido esta centralidad. Con Bensaid, siempre, lecciones practicas.

Los últimos grupos llegan al final del recorrido cerca de las diez de la noche; si fuera una vuelta ciclista, de las que tantas veces acaban en la Castellana, quedarían fuera de control, pero llegan animados tras la caminata. De fondo el concierto, las intervenciones, grupos satisfechos por una tarde con sensación de éxito y de fiesta.

7/12/2019

Juanjo Álvarez, ecologista, militante de Anticapitalistas

(Visited 105 times, 1 visits today)