Chris Pratt, famoso por la serie de televisión Parks and Recreation y las películas Guardianes de la galaxia, ha sacado una nueva película. En La guerra del mañana, Pratt viaja en el tiempo para salvar la Tierra frente a hordas de voraces alienígenas. En última instancia, la película es una alegoría del cambio climático, así que enhorabuena a Pratt y toda la gente de Hollywood por una película que demuestra que el cambio climático tendrá consecuencias inauditas e inevitablemente mortíferas para todo el mundo.

La guerra del mañana no es una obra maestra, ni mucho menos; yo le daría 5 puntos sobre 10. Es lo que cabe esperar de un éxito de taquilla veraniego de acción y aventura. Sin embargo, una cosa que me sorprendió al mirar esta película de humanos combatiendo contra alienígenas dentro de 30 años es que se ven pocos drones de combate. Tan solo en un par de escenas vemos drones atacando a los alienígenas. La ausencia de drones se debe a que Hollywood hace dinero con sus estrellas, no con robots. La realidad, sin embargo, es que partiendo de dónde nos hallamos en la actualidad con las máquinas de matar robotizadas y del rumbo probable del progreso tecnológico y la adaptación, dentro de 30 años no habrá seres humanos en el frente de batalla. Lo más probable es que los alienígenas ficticios de La guerra del mañana no tendrían nada que hacer frente a la guerra automatizada del presente, y mucho menos del futuro. Lo que hay que preguntarse es: ¿qué posibilidades tenemos los seres humanos no ficticios?

La idea de que las máquinas pueden matar por su cuenta es más vieja que yo mismo. Escritores de ficción científica y futuristas formularon leyes en sus novelas y predijeron que los humanos programarían los robots con la instrucción constitucional de no dañar a las personas. Cuando yo era niño, en la década de 1980, Arnold Schwarzenegger ascendió al estrellato con su papel de robot asesino en Terminator. Por esa misma época, Matthew Broderick actuaba en Wargames, una película sobre las consecuencias de poner la decisión de matar en manos de ordenadores. Lo espantoso es que lo que antaño se consideraba la esencia y especulación de las novelas y películas de ficción científica, ahora ya es realidad.

Ha pasado ya más de un año desde que el primer dron autónomo conocido ejecutara una misión asesina por su cuenta. A comienzos de 2020, un dron de fabricación turca llevó a cabo con éxito una misión de ataque autónomo en Libia. Según informó Naciones Unidas, el dron realizó autónomamente la totalidad de la misión: despegue, localización de objetivos, ataque y retorno, sin intervención de un ser humano. Esta máquina detectó y mató a quien quiso sin que interviniera una mano o mente humana. Es cierto que fueron humanos quienes indicaron a la máquina a quién tenía que buscar, pero una vez introducida esta información, la máquina podía operar y matar independientemente de cualquier otra orden adicional. Sal afuera y busca a alguien que pronuncie determinadas palabras por un móvil, lleve un tipo particular de uniforme o entre dentro de una determinada amplia categoría demográfica, esto es lo que se programa en el dron y una vez este ha recibido la instrucción, puede matar por su propia cuenta.

Ahora sabemos perfectamente que las máquinas pueden aprender y que los drones asesinos pueden incorporar este aprendizaje, actualizando y adaptando los datos iniciales de sus objetivos programados para que puedan buscar objetivos más amplios sin asistencia humana. Los drones también pueden ser reabastecidos de armamento y combustible mediante otros drones, de modo que un dron que ha salido a la caza de seres humanos no necesita interrumpir la caza hasta que haya cumplido su objetivo. Este temor casi distópico ante unas máquinas que operan por sí mismas, buscando y matando a seres humanos, preocupa desde hace décadas y ahora se ha hecho realidad.

Los drones ya operan de forma efectiva y eficiente en las zonas de guerra. En la guerra breve pero sangrienta del año pasado entre Azerbaiyán y Armenia, Azerbaiyán, también con ayuda de drones turcos, derrotó a Armenia de un modo contundente. Armenia perdió cientos de tanques, vehículos blindados y piezas de artillería. El éxito de los drones en combate es un hecho y ya provoca cambios. Después de más de un siglo de carros de combate en los campos de batalla, el Cuerpo de Marines de EE UU reconoce su vulnerabilidad, ya que son fáciles de detectar y destruir por drones baratos y autónomos. El Cuerpo de Marines ya no utiliza tanques. Había decidido prescindir de ellos antes de que Azerbaiyán utilizara drones contra Armenia, pero aquella victoria decisiva de los drones de Azerbaiyán disipó las dudas sobre si conservar los tanques o no que pudieran albergar los jefes de los marines.

Una de las cosas que hay que entender con respecto a la guerra es que es la más competitiva de todas las actividades humanas. Cuando estuve en Iraq como oficial de marines, yo era responsable de las operaciones de defensa frente a los dispositivos explosivos improvisados (IED) en mi regimiento. Mis marines y marineros salían a caminar por las carreteras en busca de esas bombas colocadas en las cunetas. De vuelta a casa, trabajé para la Joint IED Defeat Organization, dedicada a desarrollar tecnología para proteger a las fuerzas estadounidenses en Iraq y Afganistán de los IED.

Lo que aprendí, y lo que experimentamos, era que al cabo de 30 a 60 días después de que implementáramos cualquier tecnología o táctica sobre el terreno para tratar de proteger a nuestra tropa, los insurgentes desplegaban una contramedida para neutralizar la nuestra. Podíamos crear un equipo de protección de la tropa y los insurgentes hallaban una manera de neutralizarlo en el plazo de un mes o dos. Entonces mejorábamos el equipo o cambiábamos de táctica, o creábamos otra clase de equipo, y los insurgentes finalmente hallaban una manera de contrarrestar esa contramedida. Así sucesivamente, y puesto que estas guerras continúan, el toma y daca se mantiene. Este grado de competencia extrema explica por qué la especie humana ha logrado a menudo los progresos tecnológicos más rápidos y extraordinarios durante las guerras.

Los militares reconocen el peligro de los drones y tratan de encontrar maneras de proteger a sus tropas de ellos. Un avance de estos que puede tener efectos horripilantes para la población civil, especialmente en un país como EE UU, donde todos los días se producen tiroteos contra multitudes, es un rifle que apunta y dispara automáticamente contra el objetivo al que quiere atacar el tirador. Creado expresamente para combatir los drones, este rifle puede utilizarse contra cualquier cosa o cualquier persona. El tirador apunta contra la persona que pretende abatir y la mira programada del rifle sigue a la persona seleccionada. El tirador aprieta el gatillo, pero el rifle no dispara hasta que el ordenador le dice que dará en el blanco. Uno puede comprar uno de estos rifles por 6.000 dólares. Cuánto tiempo pasará hasta que alguien utilice uno en una iglesia, una escuela, un concierto… Si Chris Pratt y sus amigos en La guerra del mañana hubieran tenido a su disposición esta arma hoy en día, por no decir dentro de 30 años, esa película no habría durado ni quince minutos.

Las películas, como todo arte, apelan y reflejan los sueños, temores, obsesiones, valores, etc. de nuestra sociedad. Registran nuestro progreso y tratan de decirnos adónde vamos. Gerard Butler y Morgan Freeman, en la película Angel Has Fallen [Objetivo: Washington D.C. o Presidente Bajo Fuego], muestran de manera harto dramática cómo los enemigos utilizarán drones para superar las defensas y matar a personalidades. En la vida real hemos visto al presidente de Venezuela salir ileso de un intento de asesinato con un dron. Insurgentes hutis han utilizado drones con habilidad para castigar a Arabia Saudita por sus crímenes de guerra contra la población yemení, y parece que milicias tanto sunitas como chiitas utilizan drones, en Iraq y Siria, para atacar a las fuerzas de ocupación estadounidenses. De ahí la pregunta sempiterna: ¿imita el arte a la vida o imita la vida al arte?

He visto en mi televisor a Chris Pratt combatir heroicamente a los alienígenas dentro de 30 años. Sin embargo, esa guerra se libraría casi enteramente por medio de robots. La idea de unos robots que combaten a alienígenas ya no es puramente especulativa, pues los robots existen. Robots autónomos que utilizan inteligencia artificial, aprendizaje automático, sistemas de control de fuego computadorizado y sensores supersensibles son máquinas que no parecen fallar y nunca dudan en apretar el gatillo. Está claro que los alienígenas que combate Chris Pratt en el futuro no tendrían posibilidad alguna contra los robots de hoy. Claro que esto es Hollywood. La cuestión para nosotros y nosotras, fuera del cinema y lejos de nuestros televisores, es: ¿qué posibilidades tenemos como seres humanos?

Matthew Hoh es miembro de los consejos asesores de Expose Facts, Veterans For Peace y World Beyond War. En 2009 dimitió de su cargo en el Departamento de Estado de EE UU en Afganistán en protesta por la escalada de la guerra afgana por parte del gobierno de Obama. Anteriormente había estado en Irak con un equipo del Departamento de Estado y con los marines estadounidenses.

20/07/2021

https://www.counterpunch.org/2021/07/20/robotic-killing-machines-and-our-future-chris-pratt-aliens-and-drones/

Traducción: viento sur

 

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