El quinquenio ultraliberal y autoritario de Macron está llegando a su fin, y la probabilidad de que sea reelegido el 24 de abril como presidente de la República es grande. El rechazo a la reforma de las pensiones, el movimiento de Chalecos Amarillos, la pandemia y la agresión rusa en Ucrania han marcado la vida política del país en un contexto de creciente precarización e injusticia social. Por tanto, la probabilidad de esta reelección no se debe ni a una base popular real ni a una estabilidad política que garantice su continuidad.

En 2017, Macron fue elegido debido al descrédito del presidente socialista saliente, François Hollande (del que fue ministro de Economía), y tras el fiasco total de la candidatura del partido de derechas Les Républicains (LR), cuya victoria parecía asegurada cuatro meses antes de las elecciones. Cultivando el ala más tradicionalista y homófoba del electorado de derechas, la candidatura de François Fillon se había impuesto en LR frente a los favoritos Sarkozy o Juppé, pero el escándalo de empleos ficticios y malversación de fondos públicos revelado unas semanas antes de las elecciones invirtió totalmente el escenario. Por primera vez desde las elecciones presidenciales por sufragio universal en 1965, la derecha no estuvo presente en la segunda vuelta y un recién llegado Macron, sin partido, arrebató la victoria a los dos principales partidos institucionales.

sEl sistema político francés es, de hecho, un sistema presidencialista estricto con una concentración del poder ejecutivo en manos del presidente y un control casi automático del presidente sobre la asamblea legislativa. De hecho, esta es elegida unas semanas después de la elección presidencial mediante un sistema mayoritario a dos vueltas,. Durante veinte años, este mecanismo ha garantizado un efecto de arrastre; es decir, la elección sistemática de la gran mayoría de candidatos de las listas del presidente que viene de ser elegido; lo que se traduce en una asamblea en la que la mayoría, en ausencia de toda representación proporcional, aplasta a sus oponentes.  Es lo que ocurrió también en 2017, cuando La République en marche (LREM) -el movimiento creado por Macron para liderar su campaña-, recién creado y sin apenas implantación, logró obtener, ex nihilo, 349 escaños de 577. Además, atrajo a un gran número de tránsfugas de LR y PS, con algunos pesos pesados ex ministros que volverían al gobierno, como Bruno Lemaire, Edouard Philippe, Roselyne Bachelot y Jean Yves Le Drian.

También hay que tener en cuenta que si Macron fue elegido aprovechando abusivamente la ola por desalojar [al establishment político] jugando con el descrédito de los anteriores gobiernos del PS y de LR, ese mismo descrédito hizo que las elecciones de 2017 marcaran también una creciente desautorización del sistema político como tal. Con un 34% de abstención y votos en blanco en la segunda vuelta, fue la participación más baja en la votación presidencial desde su creación en 1965. Lo mismo ocurrió en las elecciones legislativas, con más del 57% de abstención.

Así pues, en 2017, Macron logró su elección mediante un ejercicio de equilibrio sobre arenas movedizas, atrayendo principalmente a los votantes de izquierda y del centro en la primera vuelta y ganando en la segunda gracias al voto anti-Le Pen. Este ejercicio se concretó en la equipo de su gobierno, reciclando a ex ministros y funcionarios del PS y de la derecha. Durante estos cinco años, tanto el PS como LR apenas han levantado cabeza ante una política liberal bastante similar a la que hubiera llevado a cabo otro gobierno social-liberal del PS o un gobierno de derechas dirigido por LR.

Por otra parte, LREM no ha logrado extender esta relación de fuerzas y esta fusión en un nuevo movimiento al conjunto del sistema institucional [Consejos regionales, Departamentos, Ayuntamientos], que está marcado en gran medida por el peso de la socialdemocracia, la derecha sarkozista y, en menor medida, Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen. Macron y LREM no han conseguido ganar ni una sola elección en cinco años: fue derrotada por el RN en las elecciones europeas de 2019, no logró ninguna alcaldía en ciudades de más de 100.000 habitantes en 2020, sólo un pequeño puñado de concejales elegidos, ni encabezó ninguna de las regiones en 2021. Porque, aún a pesar de una importante crisis como partidos nacionales, la implantación en las instituciones locales y regionales sigue siendo abrumadoramente la prerrogativa de LR, la socialdemócratas y RN. LREM no tiene presencia local y Macron se ha negado claramente a transformarlo en un partido político. Los portavoces de LREM son, de hecho,sus ministros. Además, es el portavoz del gobierno, Gabriel Attal, quien es al mismo tiempo el portavoz de la campaña de Macron.

En los últimos meses, numerosos informes han confirmado de forma detallada las condiciones de vida que vienen sufriendo las clases populares desde el comienzo de la pandemia: por un lado, la profundización de las desigualdades y el incremento de la miseria social; por otro, el enriquecimiento monstruoso de unos pocos. Esta situación social dio lugar al movimiento de Chalecos Amarillos en otoño de 2018, planteando reivindicaciones sociales y democráticas. En el mismo período, el personal del sector hospitalario se movilizó contra la falta de medios y los salarios de miseria frente a una política de desmantelamiento, de cierre de camas y de hospitales. Y unos meses más tarde, el movimiento sindical en su conjunto se movilizó contra una nueva reforma de las pensiones destinada explícitamente a hacer que la gente trabaje más tiempo mientras se reduce la cuantía de sus pensiones.

La pandemia de la covid congeló la mayor parte de la actividad del movimiento social a partir de la primavera de 2020, lo que salvó a Macron de nuevos enfrentamientos sociales. Por desgracia, el aumento de la precariedad no se ha detenido. Las poblaciones más precarias han sido las más afectadas por la pandemia y el desempleo; la pérdida de poder adquisitivo ha sido el día a día de millones de hombres y mujeres. Al mismo tiempo, mientras el Gobierno congelaba la reforma de las pensiones, puso en marcha, en plena pandemia, una reforma del sistema de seguro de desempleo destinada a ahorrar 2.300 millones de euros en las prestaciones pagadas a las personas en paro. Asimismo, no se tomaron medidas para garantizar una financiación del sistema público de salud a la altura de las necesidades y, lo que es peor, no se suspendieron los planes de recorte de gastos. En 2020 se cerraron 25 hospital y 5.700 camas de hospitalización completa. Estos son sólo algunos ejemplos en el ámbito social. En lo que respecta a las libertades democráticas, Macron, en cinco años, ha aprobado 7 nuevas leyes liberticidas, amparándose en el aumento de la violencia policial en los barrios obreros y durante las manifestaciones. Esto ha ido de la mano de la explosión del control social con el estado de emergencia sanitaria y los pases sanitarios y de vacunación.

Si Macron ha evitado la desautorización que padecieron sus predecesores Sarkozy y Hollande, es sólo porque aprovechó la pandemia para evitar y sofocar cualquier debate político en nombre del estado de emergencia sanitaria, de los confinamientos y de las restricciones impuestas por la pandemia a las actividades sociales y a las reuniones populares. Además, liderando una política neoliberal en continuidad de los dos quinquenios anteriores (los del PS y la UMP, ahora LR), ha logrado que ni el PS ni LR haan sido capaces de distanciarse o marcar una diferencia real con él en las cuestiones fundamentales. Ninguno de estos partidos representa una alternativa a las políticas de Macron y no cuentan con el apoyo de los principales grupos capitalistas y sus medios de comunicación. Lo que constituye un factor de profunda crisis en estos dos partidos, que se refleja en la marginación de sus dos candidatos en estas elecciones, una marginación que llega incluso a una pésima posición, con una caída en picado, de Anne Hidalgo, la candidata oficial del PS.

Así pues, probablemente, Macron conseguirá mantener la polarización de una buena parte del electorado de izquierdas e incluso de una parte, sin duda creciente, del electorado de LR. En efecto, ante la incapacidad de distanciarse de Macron en la gestión real de los asuntos del capital, LR optó por plebiscitar en la primera vuelta de sus primarias a los dos candidatos que reclaman el perfil más cercano a los temas de seguridad y racistas de la extrema derecha, habiendo sido designada finalmente Valérie Pécresse, lo que ha provocado varias deserciones de funcionarios que se han unido a Macron.

Antes de la agresión de Rusia contra Ucrania, Macron había imaginado una segunda treta para desviar cualquier debate sobre el balance de su gestión y las cuestiones sociales: habiendo fracasado en Francia, contaba presentarse como el principal líder europeo al asumir la presidencia (rotatoria) de la Unión Europea, garantizando la presencia francesa a nivel internacional. Este escenario se acentuó dramáticamente con la invasión de Ucrania, con Macron otorgándose la imagen de negociador principal con Putin, a pesar del escaso peso económico de Francia en la región.

Así, en las últimas semanas, Macron ha vuelto a imponer una situación en la que, lejos de aparecer como candidato presidencial, se presenta como el Clemenceau                                                                                                                              de nuestro tiempo, protegiendo al país en tiempos de guerra, y como un presidente en funciones, a la espera de su segundo mandato y sin tiempo que perder en una campaña electoral en la que su reelección sería automática. Evidentemente, este escamoteo de la campaña evita cualquier debate y cualquier evaluación del quinquenio de Macron, pero también tendrá el efecto evidente de acentuar el abismo entre estas elecciones y las preocupaciones cotidianas de las clases populares, con un Macron jugando la carta del desinterés popular por las elecciones. Esto no le impide esbozar los nuevos ataques previstos para un segundo quinquenio; entre otros: aumentar la edad de jubilación, poner en cuestión los derechos de los beneficiarios más indigentes de la RSA [RGI], nuevas reformas en la educación nacional.

De momento, sin provocar mucho ruido, aparte de las numerosas manifestaciones contra el pase sanitario que se dieron en 2021, la pandemia y su gestión por parte del gobierno han degradado fuertemente las condiciones de vida de las clases trabajadoras, acentuando el desinterés, el rechazo o la creciente hostilidad hacia un sistema político clasista que, lejos de proteger, ignora y agrava el sufrimiento. Obviamente, esto se ha visto agravado por la explosión de los precios de alimentarios y de la energía en los últimos meses.  Lo más probable es que esto se refleje en un nuevo y fuerte aumento de la abstención en estas elecciones.

Por tanto, dentro de unos días, el electorado popular hará de la abstención su primera opción. Pero esta situación también refleja un rechazo y una profunda crisis de la izquierda institucional, exacerbada durante esta elección presidencial. La socialdemocracia francesa está pagando un alto precio por su conversión al social-liberalismo. El gobierno de Hollande habrá servido de trampolín para Macron, y una buena parte del electorado socialista tradicional seguramente optará por votarle de nuevo.

En este panorama, Mélenchon aparece en esta campaña como el salvavidas de la izquierda institucional, moldeándose a sí mismo como figura presidencial. Con la plataforma de la "Unidad Popular"[1], también ha buscado captar los votos de los militantes de los movimientos sociales que buscan una alternativa al estancamiento socialdemócrata, pero sin abrir la más mínima perspectiva de construir una fuerza anticapitalista unitaria (véase el artículo de Patrick Le Moal). Renovando una campaña bastante similar a la de 2017, en la casi alcanzó el 20% de los votos, el mantenimiento de su credibilidad electoral hoy en día sólo se debe al desplome electoral del PS en estas elecciones y a la escasa visibilidad de la candidatura verde.

Pero todo esto deja sin respuesta una pregunta -ya presente desde de 2012- que va más allá de estas elecciones presidenciales: en una situación social que va a empeorar aún más con los efectos de la guerra en Ucrania, ¿cómo pueden actuar y organizarse los explotados y los oprimidos? Porque el historial de fracasos de la socialdemocracia muestra claramente que no se puede dar respuesta a las urgencias sociales si no se pone en juego la movilización social para transformar la relación de fuerzas, si no se ataca al sistema capitalista. Y son estas respuestas concretas a las necesidades sociales fundamentales las que necesitan las clases trabajadoras.

Por otra parte, la urgencia social va de la mano de la urgencia democrática ante la deriva autoritaria agravada por la pandemia y, también, de la emergencia climática, que ha sido ampliamente olvidada a pesar de la irresponsable huida hacia delante de un sistema sin aliento.

En sentido de la campaña de Philippe Poutou y del NPA es plantear claramente estas cuestiones y presentar propuestas para responder a las exigencias del momento.

Arrancada a fuerza de trabajo militante, para superar la barrera de las 500 firmas de los cargos electos, ignorada voluntariamente por los medios de comunicación durante meses, la campaña de Poutou ha encontrado, sin embargo, un importante eco, como demuestran los mítines con salas a rebosar, a menudo por encima de su capacidad y de las expectativas más optimistas de los militantes.  El otro elemento importante es el interés que su campaña ha despertado en la juventud, incluida la que participó en las movilizaciones por el clima y las movilizaciones feministas, así como la de quienes están en contra de la violencia policial.

Esta juventud busca herramientas y formas de actuar. Evidentemente, una cuestión que se volverá a plantear al término de las elecciones, con la perspectiva de un nuevo quinquenio de Macron. Un debate que no se dio durante la pandemia en el movimiento social. El objetivo de la campaña de Poutou es poner de manifiesto la urgencia anticapitalista y sentar las bases de un plan B [cómo construir una movilización unitaris] que será necesario tras las elecciones presidenciales del 24 de abril.

En el seno de las clases populares, la realidad de las próximas elecciones será la de una importante abstención y RN que cosechará la mayoría de votos emitidos. Por ello, esta situación planteará con fuerza esta doble exigencia: responder a las emergencias sociales y sentar las bases de un frente de acción anticapitalista, que aglutine las fuerzas del movimiento social y político, y sea capaz, en el seno de las clases populares, de barrer las soluciones reaccionarias y racistas para avanzar en una perspectiva de emancipación social. Este es un reto importante, que debería llevar antes que tarde a poner en pie encuentros para sentar las bases de colaboración, los marcos de debate y la coordinación entre las fuerzas sociales, políticas y sindicales con el fin de encontrar vías rápidas de acción en torno a un programa común de urgencia.

Traducción: viento  sur

Notas:

[1] Con objeto de dar una base social a su campaña, Mélenchon puso en pie lo que ha se conoce como “Parlamento de la Unidad Popular”, un organismo con cerca de 200 personalidades surgidas de los movimientos sociales.

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