Víctor Atobas: Muy buenas, Miguel. Muchas gracias por la entrevista. ¿Podrías comentarnos, brevemente, cómo fue el nacimiento de El Viejo Topo y su posterior evolución?

Miguel Riera: Nació en una época en que las generaciones más jóvenes rebosaban creatividad y espíritu de lucha. Estábamos ante un cambio de época que se presumía rápido –también ahora estamos en un cambio de época, aunque más lento– y muchos creíamos que había llegado la hora de la revolución y el socialismo. Evidentemente éramos ingenuos, pero esa ingenuidad nos ayudó a diseñar una revista que tuvo alguna importancia, al menos eso me gusta creer.

La primera idea fue hacer una publicación semanal en papel del periódico, pero por suerte para nosotros el Ministerio no nos lo permitió, nos fijó un precio alto de venta lo cual nos obligó a convertirla en mensual y para justificar el precio le pusimos colorines. Fue todo un éxito.

Inicialmente quisimos hacer una revista en la que las distintas izquierdas pudieran dialogar, cosa que pienso que se consiguió. Posteriormente ha ido evolucionando hasta ser una publicación de pensamiento crítico que invita permanentemente a la reflexión, incluso yendo muchas veces a contracorriente de las ideas imperantes en la izquierda.

V. A.: El Viejo Topo ha anticipado debates y ha funcionado también como “termómetro para conocer el grado de movilización de la ciudadanía”. ¿Cómo se articulan el debate y la producción de los intelectuales que participan en la revista con la práctica y la protesta social?

M. R.: La mayor parte de los que colaboran o han colaborado en la revista participan o han participado en plataformas, movimientos o partidos. Muchos están implicados en luchas sociales, incluidos los que ya tienen cierta edad. Viejos militantes de lo social, que siguen activos. Dada la naturaleza de la revista y el tono de sus artículos, los jóvenes no abundan en nuestro entorno inmediato, pero los encontramos en la acción.

Por otra parte, tanto en la revista como en algunos de nuestros libros tratamos de acompañar a los movimientos.

V. A.: Hay quien dice que los libros y las revistas críticas, en la actualidad, no cuentan con gran capacidad de influencia porque el “poder”, la trama, puede tolerar e integrar la disidencia… un ejemplo sería la “contracultura” de los 60 y 70 que acabó siendo integrada en cierta medida. ¿Crees que esto es lo que trató de hacer Miguel Barroso con El Viejo Topo? ¿Cómo os habéis relacionado con las instituciones y con las empresas que se publicitan para escapar de esa integración?

M. R.: Creo que Miguel Barroso se dio cuenta rápidamente de que el PSOE iba a alcanzar el poder, y pensó que la revista podía acompañarlo en su carrera hacia la cúspide. Hay que decir que en aquella época muchos creyeron que podían cambiar las cosas desde las instituciones, no pensaron que las instituciones iban a cambiarlos a ellos.

En la revista no hemos mantenido relaciones personales con los colaboradores que se han integrado en el sistema. Por cierto, ellos tampoco han tenido ningún interés en mantener una relación con nosotros. Hemos tenido colaboradores y amigos que han alcanzado cargos del nivel de ministro, director general, presidente autonómico, etc., pero nos hemos olvidado los unos de los otros.

Desde hace unos años no insertamos publicidad de pago, de modo que en ese aspecto tampoco debemos nada a nadie.

V. A.: Vuestra publicación se ha caracterizado por impulsar el debate entre distintas tradiciones de la izquierda. ¿Cómo lograsteis que alguna de dichas corrientes no acabara desplazando a otras en las páginas de El Viejo Topo?

M. R.: Porque las personas que lo iniciamos tuvimos claro que debíamos aparcar nuestras propias opiniones, creencias, ideología, etc. a favor de la pluralidad. Eso se ha mantenido hasta hoy. Aunque hoy, al haber más medios en los que publicar, es posible observar cierta homogeneización ideológica en muchas publicaciones, incluidas las alternativas.

V. A.: Alguna vez has comentado que competíais con la revista Ajoblanco ¿Cómo habéis vivido ese tipo de competencia con medios con los que tenías tanto en común?

M. R.: Quizá me he explicado mal. Me refería probablemente a competencia comercial, pero éramos revistas muy distintas. Ajoblanco ha pasado por distintas etapas ideológicamente muy alejadas: por ejemplo, ha sido radicalmente anarquista para luego apoyar decididamente a Pasqual Maragall. Aunque todos hemos experimentado cambios, creo que los vaivenes de Ajoblanco han sido más radicales. Nosotros no lo hemos visto como competencia en el sentido de la pregunta: hemos hecho lo que hemos podido hacer, sin pensar en otros medios.

V. A.: Actualmente apenas se lee en papel, el mundo editorial está viviendo épocas muy duras. ¿Cómo te imaginas el futuro del sector? ¿Se acabará imponiendo el modelo de textos muy breves, debido a que la gente “ya no lee”?

M. R.: La verdad, estoy francamente preocupado por esa cuestión, y no tengo claro qué nos depara en ese sentido el futuro. Yo creo que lo que se está perdiendo en esta era de la hiperconectividad es la voluntad de reflexión. Es decir, tenemos la posibilidad de saber lo que pasa mucho mejor y más rápidamente que antes, de hacernos una composición de lugar frente a cualquier hecho político o cultural, pero permanecemos ajenos a las claves, a las razones de fondo que están detrás de los acontecimientos. Nos basta con la superficie de las cosas. Estamos dejando de leer libros, y eso es concederle al sistema la victoria. Lo estamos viendo día a día.

V. A.: Te has manifestado en contra del proceso independentista de Catalunya. ¿Acaso no era éste, junto con Podemos, uno de los problemas que más preocupaban a la trama del régimen del 78?

M. R.: No creo que en el 78 eso preocupara demasiado, salvo al Ejército, siempre tan celoso, tan rígido al hablar de la unidad de España. Pero en el 78 el independentismo era muy minoritario, y cuando se hablaba de nación catalana la mayor parte entendíamos ese concepto en el sentido de nación cultural. Incluso cuando Pujol hablaba de “construcción nacional” creíamos que lo hacía en ese sentido. Luego se ha visto que desde el principio Convergència trazó una estrategia que condujera a largo plazo a la independencia.

Efectivamente yo no soy independentista, entre otras cosas porque pienso que alcanzar esa independencia en la Europa de hoy es imposible, y la lucha por obtenerla enmascara la realidad social y nos distrae de los problemas verdaderamente importantes.

V. A.: Te has referido en algunas ocasiones a que cuando algún colaborador de la revista o algún conocido tuyo acceden a algún cargo público, entonces dejas de tener relación con ellos. ¿Podrías hablarnos acerca de esto?

M. R.: Ya he hablado antes de eso. En todo caso añadiré que nunca, nunca, nunca, cuando los excolaboradores han estado en cargos institucionales, nos han obsequiado, por ejemplo, con publicidad institucional, compra de ejemplares, o cualquier otro tipo de ayuda. Eso me ha extrañado, la verdad, porque uno creía ingenuamente que quienes estaban en la revista creían que era algo lo bastante importante como para que sobreviviera, y no un trampolín más en sus carreras. Pero así son las cosas. Nosotros no nos hemos dirigido a nadie, eso también es verdad, para no contraer deudas.

V. A.: ¿Cómo entiendes el auge de la extrema derecha en muchos de los países de la Unión Europea? ¿Compartes la idea de que vamos a vivir una gran batalla entre los populismos de derecha y los de izquierda?

M. R.: No sé si se puede hablar de auge de la extrema derecha. Creo que siempre ha estado ahí, menos visible, ciertamente, incorporada discretamente en los partidos de derecha, pero ahora, con la crisis económica y la humanitaria derivada de la inmigración, se ha quitado la máscara. No me atrevo tampoco a pronosticar el triunfo del populismo, de derechas o de izquierdas. El de derechas triunfará si el capital necesita que alguien le haga el trabajo sucio. Y el de izquierda tiene como enemigo eso que se ha denominado la trama, que tiene un poder inmenso y que controla televisión y prensa. Además, la izquierda “tradicional” parece algo desnortada, al menos en estos momentos, en Europa y en España. Lo que está claro es que sin lucha no hay avance, así que lo mejor es ponerse las pilas y dar caña.

V. A.: Por último nos gustaría preguntarte qué consejos darías a los jóvenes que quieren poner en marcha nuevos proyectos culturales, sean editoriales, revistas, periódicos…

M. R.: ¡Cómo voy a dar consejos, si yo mismo necesito que me los den! Lo único que puedo decirles es que si creen en su proyecto, que se metan en él con cuerpo y alma.

V. A.: ¡Muchas gracias, Miguel!

M. R.: Gracias a vosotros, espero no haberos aburrido demasiado.

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