Cuando en toda Europa, pese a esperanzadores cambios como el que representa la victoria de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, la crisis de la socialdemocracia, estrechamente asociada a la de la UE, se muestra difícilmente reversible, la que afecta a su componente española tiene particularidades que se están manifestando ya con riesgos crecientes de fractura interna en medio del cambio de época y de ciclo que estamos viviendo.

El desafío del actual Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, a las direcciones de algunas de las Federaciones más importantes de ese partido, y especialmente a la muy poderosa de Andalucía, emplazándolas a competir en unas primarias para la elección de Secretario General el próximo 23 de octubre y en un Congreso en la primera semana de diciembre, constituye sin duda un hecho inédito en la historia de este partido. Queda pendiente saber si en la reunión del Comité Federal del 1 de octubre se aprueba o sale derrotada esa propuesta. Si sale derrotada, la presión para que dimita será difícilmente soportable para Sánchez.

Un precedente discutible

La trascendencia de esta división interna está fuera de duda. Con todo, la referencia que ha tratado de presentar el actual líder socialista como precedente de la misma -el Congreso que sobre el abandono formal del marxismo convocó Felipe González en 1979- oculta que aquélla tuvo un sentido muy distinto: ratificar simbólicamente la voluntad de homologación con la socialdemocracia europea de entonces para ofrecerse como fuerza dispuesta a estabilizar el régimen de la Reforma Política en plena “Transición”.

De ese modo, la amenaza de dimisión del entonces líder socialista y el consiguiente Congreso Extraordinario consiguieron acabar con el izquierdismo, más verbal que práctico, que pervivía en su seno, representado principalmente por la figura de Luis Gómez Llorente. Ésa fue la función que asumió la dirección del PSOE tras la dimisión de Suárez y el golpe del 23F de 1981 mediante su victoria electoral en octubre de 1982, para pasar luego a convertirse al “atlantismo” y ser alumno aventajado del ascendente neoliberalismo en Europa.

En cambio, lo que hoy está en juego detrás del debate sobre la necesidad de elegir entre la abstención ante Rajoy o el intento de formar un “gobierno alternativo” (que según los deseos de Sánchez debería incluir el apoyo de Ciudadanos) no es si el PSOE opta por un “proyecto autónomo de izquierdas” o por ser “subalterno de los poderes económicos ni del PP”, como ha manifestado recientemente. ¿Alguien cree que, queriendo contar con el apoyo de Ciudadanos y con Jordi Sevilla como posible ministro de Economía, esos poderes económicos o las políticas austeritarias de la UE se verían amenazadas? No lo parece. En realidad, el reto que tiene por delante el PSOE es el de la redefinición de su propio espacio en medio de una crisis de régimen, tanto frente a un PP reforzado tras las elecciones gallegas como ante la amenaza de un futuro “sorpasso” de Podemos tras el reciente “sorpassiño” y el “sorpassoak” en Galiza y Euskadi. Especialmente, es esto último lo que parece obsesionarle. Por eso argumenta Sánchez que la opción de la abstención facilitaría ese adelantamiento en un futuro próximo y que el ensayo de un gobierno alternativo lo frenaría y permitiría que el PSOE apareciera como la principal fuerza de “la izquierda”.

EL PSOE se encuentra, por tanto, ante un debate que sigue situándose dentro de la lógica competencia entre partidos. A la vista de sus dificultades, Sánchez aspira a recuperar la iniciativa y a continuar siendo la “izquierda de gobierno” frente al PP de Rajoy, pero también a presionar a Podemos para que pase a ser subalterno suyo; o sea, convertirse en una IU bis.

El problema que tiene es que el “gobierno alternativo” que propone choca abiertamente no sólo con el tabú de los independentistas catalanes, en el caso probable de que fracasara el apoyo de Ciudadanos, sino sobre todo con la desconfianza y la incertidumbre que genera esa alternativa frente a los “valores”, hoy en alza, de la estabilidad y la gobernabilidad, como acabamos de ver en Galiza y Euskadi. Algo que Susana Díaz y los “barones” autonómicos están explotando al máximo para, en nombre de sus respectivos intereses, aceptar la abstención ante el PP de Rajoy como “mal menor”.

Con todo, no hay que llevarse a engaño. Aun reconociendo que Sánchez ha sabido aguantar más de lo que cabía prever la presión de los poderes económicos y del grupo PRISA para que asumiera su “responsabilidad de Estado” y “el interés de España” dejando gobernar al PP, el que se ve cuestionado con sus propuestas no es el régimen sino, más bien, el papel que debería jugar su partido en torno a cómo cerrar la crisis de régimen: ¿contribuir a esa tarea bajo la hegemonía del PP apuntalándolo en el gobierno por 4 años (ya que, ante las dificultades de una moción de censura constructiva, difícilmente se vería desbancado antes) y haciendo de oposición en el parlamento bajo la presión de UP, o presentarse como candidato a impulsar una variante menos austeritaria y a la vez dialogante con una mayoría soberanista catalana abriendo el melón de la reforma constitucional?

El problema está en que, aun siendo moderada, poner en pie la propuesta de Sánchez no solo implicaría entrar en un terreno resbaladizo para el régimen sino, además y sobre todo a corto plazo, un rechazo interno muy profundo por parte de los “notables” de su partido. Una formación, no lo olvidemos, en la que la cultura política y los intereses que siguen prevaleciendo -con todo el peso institucional detrás- se han forjado a lo largo de varias décadas de “turnismo”, de ensamblaje con el bloque de poder (con los consiguientes escándalos de corrupción y las “puertas giratorias”, todo ello ejemplificado ahora con el juicio a los acusados por las “tarjetas black” de Bankia, verdadero retrato del régimen) y de identificación con un nacionalismo español excluyente. Por eso, no sorprende la beligerancia que están mostrando tantos “notables” del partido frente a la vía de la consulta a una militancia más preocupada por el futuro del partido que de esa coalición de intereses,.

Del “socialismo del Sur” al social-liberalismo austeritario

¿Cómo se ha podido llegar a esta situación, la de un partido que, aun estando lejos de la “pasokización”, ha conocido un estrechamiento y un envejecimiento progresivos de su base electoral paralelos a su deriva social-liberal y a su conversión en fuerza minoritaria en zonas clave como Catalunya y Euskadi? Para intentar comprender esta involución conviene recordar que la crisis del PSOE viene de lejos. Si en la socialdemocracia europea ésta empieza con el fin de los “treinta gloriosos” del Estado del bienestar y los inicios de la onda larga neoliberal a mediados de los años 70 del pasado siglo, aquí se desarrolló más tarde debido a su identificación simbólica, frente a una derecha de origen franquista, con la conquista de las libertades y derechos sociales y, junto a ellos, con el “sueño europeo”, en paralelo al ascenso de una “nueva clase media” que se convertiría en su base social de referencia.

El “felipismo” consiguió así ocultar los déficits de partida de la mitificada “Transición” y el coste creciente que fue teniendo la inserción como “periferia” dentro de la eurozona. Empero, fueron la crisis financiera y sistémica iniciada en 2008 y el giro austeritario de Rodríguez Zapatero en mayo de 2010 los que marcaron un cambio de época a escala europea y estatal y, con él, un proceso de erosión creciente de la base social del PSOE a medida que a partir del 15M de 2011 y, más tarde, de las elecciones europeas de mayo de 2014, fueron irrumpiendo nuevos actores sociales y políticos, con Podemos en primer plano hasta el punto de aparecer como fuerza que pudo haber ganado las pasadas elecciones generales y formar gobierno.

Esa hipótesis ha sido frenada, pero el reto que por primera vez en la historia suponen Podemos y las “confluencias” a la viejísima hegemonía socialista sigue en pie. El PSOE ya no puede mirar solo a la derecha sino que ha de tener en cuenta ese flanco por la izquierda. La cuestión está en que tiene que competir con ese flanco izquierdo en medio de un cambio de época histórica en el que su triple crisis de identidad, de proyecto –éste ya no puede ser el menguante Estado “nacional” del bienestar- y de liderazgo aún no parece ver la luz al final del túnel.

Sánchez aspiraba a lograr frenar ese proceso pero ha quedado demostrado muy pronto que sus esfuerzos por recuperar centralidad en la preservación y autorreforma del régimen y, a la vez, neutralizar el malestar anti-austeritario y anti-recentralizador chocan con fuertes resistencias no solo fuera sino también dentro de su partido.

Ante este panorama, desde Podemos no se puede ser indiferente ante el desenlace de este conflicto. Detrás de quienes se enfrentan hoy a Sánchez se encuentran los grandes poderes económicos y mediáticos. Ahora bien, tampoco corresponde a esta formación ofrecerse como apoyo a un líder que en realidad sigue sin romper sus ataduras con este régimen y con los diktat que vienen de la UE.

Todavía existe otro camino frente a la hipótesis de unas terceras elecciones: la propuesta de un acuerdo de investidura, con una serie de condiciones basadas en un programa de emergencia social y democrática/1, manteniendo a su vez la independencia política de UP desde el parlamento y, sobre todo, desde la voluntad de contribuir a la recuperación del protagonismo de los y las de abajo. Quizás, tras el debate y posible aprobación en el seno de las formaciones que componen UP, ésta sería una vía de salida a la que podría también responder favorablemente una mayoría de la militancia del PSOE,

Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED, editor de VIENTO SUR

Notas:

1/ M. Muñoz y S. Díaz, “La izquierda plantea alternativas ante el probable fracaso de Rajoy en la investidura”, cuartopoder.es, 28/08/16, http://www.cuartopoder.es/deidayvuelta/2016/08/28/la-izquierda-plantea-alternativas-ante-el-probable-fracaso-de-Rajoy-en-la-investidura

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