La dinámica social sostenida durante meses y meses –hasta el explosivo final en la Diada del pasado 11 de septiembre– de la Via Catalana cap a la Independencia, es uno de los movimientos democráticos más radicales experimentados en nuestra historia y es, sobre todo, una puesta en escena de la crisis de España como común espacio institucional, no sólo en versión unitaria, sino también en perspectiva federal y hasta confederal.

VIENTO SUR ha recogido ya bastantes análisis sobre este tema y seguro que seguirá haciéndolo en adelante dada su importancia. En lo que sigue, deseo añadir tres reflexiones, aunque sólo la primera se refiera específicamente a Catalunya.

1. El 16 de septiembre la portavoz de la Comisión Europea, Pia Ahrenkilde y el comisario de Competencia Joaquín Almunia declararon que la independencia convertiría a Catalunya en un “país tercero”, es decir, en un Estado que quedaría fuera de la Unión Europea y que debería iniciar el proceso para integrarse en ella. Buena parte de los medios de comunicación dieron “vivas y oles” a Bruselas y hasta un diario más moderado en el asunto, como El País, subrayaba que para Catalunya eso significaría “perder fondos, el mercado único, ayudas, becas… y volver al pasaporte y a años de trámites sin horizonte claro de ingreso”. Se trata, sin duda, más de exageraciones mediáticas y propaganda política que de un análisis sereno. De hecho, el mismo diario reconocía en la letra pequeña que, en su caso, “el mayor obstáculo para esa integración sería político más que jurídico”. Al contrario, Europa es una razón añadida en el sentimiento colectivo catalán para romper con una España que sólo puede verse como Estado único y, añadamos, de escasa calidad democrática, de escasa perspectiva laboral y de excesivo poder de la burocracia política. A nadie de quienes unieron, de manera muy natural, afirmación nacional y fiesta popular el 11 de septiembre le resulta difícil imaginar Catalunya como una comunidad propia integrada en Europa.

Además, lo más importante, la dinámica social de la Via Catalana para nada se sitúa en la perspectiva de un pacto político con el gobierno español que garantice el encaje jurídico en Europa. Probablemente sea cierto que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el del gobierno de España, Mariano Rajoy, estén manteniendo relaciones para encauzar la actual dinámica social en un nuevo pacto jurídico “autonómico” dentro del Estado español. Pero la dinámica social de la Via Catalana está siendo, sobre todo, unilateral y auto-afirmativa, su horizonte no es negociar cotas de soberanía, sino ejercerlas, ejercer la consulta, decidir. En esa perspectiva acumula fuerzas. Eso es lo que se ha expresado en el proceso que culminó en la pasada Diada. No hay que menospreciar la influencia del gobierno y del partido de Artur Mas sobre la Via Catalana. Pero el fundamento de ésta es la participación social sin supeditación a estrategias partidarias, con una real autonomía; y dicha dinámica social se sitúa, al menos hoy por hoy, absolutamente por encima de encajes jurídicos pactados. Esa dinámica unilateral y auto-afirmativa, sólo esa, es la que puede llevar a imponer un nuevo escenario político en el que se ejerza democráticamente la decisión sobre las formas jurídicas en que se constituirá (pues sólo así será un proceso constituyente) una nueva Catalunya soberana. El reto y el riesgo están en que la Via Catalana mantenga esa dinámica actual.

2. El proceso catalán está siendo un referente para Galiza y, sobre todo, para Euskal Herria. Pero en ambos casos, las dinámicas sociales y políticas distan de la realidad catalana.

La importante movilización celebrada en Compostela el pasado 15 de septiembre bajo la convocatoria del BNG Por unha Patria soberana podría ser un punto de partida para relanzar una dinámica popular soberanista. Seguro que lo es en la voluntad de sus protagonistas, pero el contexto gallego no presenta aún semejanzas con la dinámica popular catalana. Xa o veremos.

En Euskal Herria hay músicas que parecen ecos de la que atruena desde el modernista Palau de la Música Catalana de Sant Pere més Althasta tocar las olas en la Barcenoleta. Pero, desgraciadamente, sólo parecen. Venimos de experiencias fracasadas y el fracaso no es plataforma para saltos adelante.

Fracasó la experiencia militar de ETA (y del movimiento social, la izquierda abertzale, aglutinado en su apoyo) para lograr una negociación con el gobierno central sobre la autodeterminación vasca y aunque tal fracaso determinó, positivamente, el giro de la izquierda abertzale hacia una confrontación con el Estado al margen de estrategias militares y exclusivamente sobre dinámicas sociales, el pasado es aún un lastre para generar una vía similar a la catalana.

Fracasó, también, la experiencia institucional del Plan Ibarretxe, la “Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi” (el documento sobre el derecho a decidir mejor elaborado en nuestra historia), aprobada por el Parlamento de Euskadi en diciembre de 2004, que, pese a la inicial promesa de someterla a consulta ciudadana, se congeló en algún cajón del Lehendakari dado el escandaloso vacío y boicot que le dio su propio partido (el PNV) y el ninguneo que recibió desde la izquierda abertzale y el sindicato ELA.

Venimos de experiencias fracasadas que han impuesto un brutal campismo partidista. Ha bastado el éxito de la Via Catalana para que, unilateralmente, EHBildu, con toda su plana mayor ante las cámaras, lance la iniciativa de la Euskal Bidea (la Vía Vasca). Proclamada, eso sí, como un “camino abierto hacia la auto-organización popular por la autodeterminación, bla, bla, bla”, lleva la marca partidaria y electoralista grabada en su puerta de entrada; opción quemada de antemano. Por su parte la intervención del Lehendakari Iñigo Urkullu en defensa de la actualización del estatus del autogobierno de Euskadi, en el Pleno de Política General del Parlamento Vasco celebrado el pasado 19 de septiembre, dejó bastante claras tres cuestiones: que en la política vasca institucional no hay siquiera referencias a la realidad política catalana, que esa actualización del autogobierno sigue situada en el marco estatutario vigente y que el futuro político se estabilizará mediante el pacto entre el PNV y el Partido Socialista de Euskadi.

Pese a todo, la sociedad vasca tiene mucha vida política, un altísimo componente de identificación con la soberanía nacional y con el derecho a decidir y numerosas redes de actividad que permitirán crear protagonismo a nuevas iniciativas populares.

Ya hay una en marcha. A imitación de la Via Catalana, el pasado mes de junio, de la mano del colectivo Nazioen Mundua, se presentó Gure Esku Dago (Está en nuestras manos), que busca ser punto de encuentro de todas las actividades existentes en Euskal Herria por el derecho a decidir. La iniciativa, que ha tenido actos de presentación en multitud de puntos de la geografía vasca, culminará con una cadena humana de 130 kilómetros el 8 de junio de 2014. No obstante no hay, por el momento, una dinámica popular unitaria similar a la que desde mucho antes del pasado 11 de septiembre de 2013 se desplegó en todos los rincones de Catalunya. Trabajamos y trabajaremos para que se desarrolle, pero el campismo partidista de la política vasca podría ser, metido entre sus ruedas, más una barra de hierro que un simple palo.

3. Bajo iniciativa de Procés Constituent y en el marco de la Via Catalana, una cadena humana rodeó el pasado 11 de septiembre, en Barcelona capital, el edificio de La Caixa emblema autonómico del capital financiero (ver artículo de Esther Vivas en esta web). Me parece una iniciativa formidable. El anti-capitalismo tiene que afirmar su espacio y sus señas de identidad en ese camino popular hacia la independencia. No hay primero ni segundo. La lucha contra el desempleo y la marginación no aparca para mañana la actualidad de la autodeterminación, ni ésta la de la resistencia activa y unitaria de todas y todos los “sin” frente a sus depredadores nacionales. Es formidable que corrientes de la izquierda anticapitalista afirmen que su sitio está en el espacio independentista y es igualmente formidable que este movimiento independentista catalán tenga en su interior una importante corriente anticapitalista. Aunque con evidentes desigualdades históricas y actuales en afirmar esa identidad anticapitalista, la izquierda abertzale, que es un movimiento social poderoso, constituye en Euskal Herria una clara referencia a ese respecto.

Otra cuestión importante. Los caminos hacia la independencia y el ejercicio real del derecho a la autodeterminación nacional de Catalunya, de Galiza o de Euskal Herria difícilmente se materializarán sin que tengan un apoyo popular en el resto del Estado español o, al menos, una real oposición a los intentos del Estado por impedirlos y reprimirlos. La unilateralidad y auto-afirmación de la Via Catalana o de la izquierda abertzale son fuerza sólo en la confrontación con el Estado. Para esa misma confrontación, se requiere bilateralidad con el movimiento popular de todos los pueblos sometidos al Estado español. Y en este tema quien tiene mayores posibilidades y responsabilidades es la izquierda independentista. Hay experiencias positivas al respecto en casos como el movimiento feminista y el ecologista. Pero hay muchas deficiencias. Un caso como la negativa de los sindicatos vascos a participar en la convocatoria de huelga general del 12 de noviembre de 2012 es muy ilustrativo de ello. Pero más allá de un hecho concreto, hay que señalar que en el ideario y en el discurso de nuestras izquierdas independentistas hay, en demasía, un desprecio a la bilateralidad, a la convergencia, a la solidaridad y a la unidad con los sufrimientos y los movimientos considerados “españoles”.

Pero este tema debe, también, analizarse desde la izquierda de esos otros pueblos sometidos al Estado español. En la tradición de la izquierda revolucionaria siempre se ha defendido el derecho a la autodeterminación de las naciones sometidas por el Estado propio. Pero ha sido sólo como un derecho democrático y, en general, tal defensa iba unida a una propuesta de continuidad en un Estado en común, aunque fuese institucionalmente reorganizado como federación. Eso no me parece correcto hoy y aquí. En el VIENTO SUR 120, en enero del 2012, escribí lo siguiente: “La independencia del Estado español y del francés es una positiva reivindicación para quienes defienden la constitución de una Euskal Herria territorialmente integrada y políticamente soberana. En las condiciones institucionales actuales, en la “Europa de los Estados” expresarlo bajo la forma de Estado vasco independiente tiene legitimidad democrática y coherencia política. Pero el horizonte político del independentismo debería incluir la definición de Euskal Herria como parte de una Europa de naciones o comunidades institucionalizadas sobre identidades políticas y culturales libremente compartidas, autogestionadas internamente y sosteniendo con las demás comunidades relaciones solidarias –y en lo que se decida– competencias comunes”. La experiencia de la Via Catalana y la ubicación de las izquierdas anticapitalistas catalanas, gallegas y vascas en el espacio político del independentismo, debería llevar a toda la izquierda de los pueblos sometidos al Estado español a incluir el objetivo de la crisis de España como nación, en cualquiera de sus formas jurídicas, dentro de su programa y a hacerlo público por todos los medios posibles.

En el final de su magnífico ensayo Los nacionalismos, el Estado español y la izquierda, Jaime Pastor retoma una idea de Michael Keating sobre el efecto que las imposiciones de la Unión Europea puedan tener en incentivar a las nacionalidades a convertirse en Estado. Reclama Jaime Pastor que la izquierda no debe tener miedo alguno a favorecer esos procesos y añade esta idea con la que me quedo ciento por ciento (aunque ya sé que él expresa otras que la matizan): “Al contrario, si se orientaran en un sentido cooperativo y solidario, podría ayudar a la deconstrucción de los actuales Estados ‘nacionales" para abrir el camino hacia una refundación de otra(s) Europa(s) basada(s) en la libre determinación de los pueblos, superando las barreras fronterizas que han separado históricamente a muchos de ellos

Pues en eso estamos.

Esta perspectiva es, al mismo tiempo, anticapitalista e independentista y lejos de ser un oxímoron, una contradicción en sí misma como en tiempos pudo verse, merece convertirse en un encuadre común de la izquierda revolucionaria, sea cual sea el territorio de su actuación en la administrativamente llamada “España”.

19/09/2013

Petxo Idoyaga forma parte del Consejo Asesor de VIENTO SUR

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