Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga”, Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes

La celebración de la próxima Asamblea de Podemos se presenta como el momento más crítico en la corta pero acelerada vida de Podemos, una vez que el equipo dirigente, ahora dividido, ha tenido que reconocer que la “guerra relámpago” iniciada después de las elecciones europeas de mayo de 2014 no ha llegado a alcanzar su objetivo: ganar las elecciones generales y poder gobernar.

El problema está ahora en si Podemos va a ser capaz de extraer las lecciones de los límites de su proyecto populista y del modelo de partido del que se ha dotado durante toda esta etapa, condición necesaria para poder reorientarse en esta nueva fase “sin engañarse y sin desnaturalizarse”, como solía recomendar Manuel Sacristán. De esto depende que siga siendo visto como una formación dispuesta a mantener en la agenda política el debate sobre la necesidad de mantener un horizonte rupturista y destituyente del actual “des-orden” austeritario y antidemocrático. De lo contrario, corre el riesgo de ser percibido como un partido adaptado cada vez más a una “normalidad” que frustre definitivamente las ilusiones de “Cambio” generadas hasta ahora. Cabe, por supuesto, una vía intermedia entre las dos mencionadas: aquélla que busque mantener la ambigüedad calculada, con los consiguientes giros a un lado y a otro en función de la coyuntura y de la relación de fuerzas interna que salga de la próxima Asamblea.

Para responder a estos retos, en los documentos presentados se pueden encontrar tanto la reflexión sobre el camino recorrido como la búsqueda de respuestas que aspiren a hacer fracasar los proyectos restauracionistas del régimen. Su lectura, así como la experiencia de algunos actos y de los pocos debates –como el organizado por el Foro VientoSur el pasado 18 de enero- celebrados hasta ahora, confirman que existen puntos de encuentro pero también diferencias políticas nada secundarias.

Muchos son los temas que atraviesan los debates pero me limitaré a resaltar los que parecen concentrar mayor interés: el primero se refiere al balance de los tres años transcurridos desde el nacimiento de Podemos; el segundo tiene que ver con qué proyecto político se propone y el tercero, que apenas esbozaré aquí, afecta al modelo organizativo a poner en pie.

¿De dónde venimos?

Respecto a lo primero, parece existir un amplio acuerdo en considerar que el modelo organizativo aprobado en Vistalegre I debe ser abandonado en mayor o menor grado. El problema está en que en los documentos de las dos corrientes mayoritarias se hace una crítica de algunos de los peores aspectos del mismo (sobre todo, de la cultura política autoritaria y machista), pero acompañada al mismo tiempo de su justificación como inevitables en nombre de la “guerra relámpago” que se consideraba necesario emprender dado el “momento populista” en que nos encontrábamos.

Es respecto a esto último donde apenas vemos autocrítica. Fue precisamente la ilusión electoralista y estatista implícita en la hipótesis populista, tal como fue diseñada por el equipo dirigente de Podemos, la que incluía la apuesta por un partido ultracentralizado y basado en un liderazgo plebiscitario al que se le dotó de poderes prácticamente absolutos. Se optaba así por un modelo que, como ya se criticaba entonces desde “Sumando Podemos”, rompía con el “espíritu del 15M”, el mismo que había abierto la ventana de oportunidad para que el propio Podemos pudiera existir y “mover ficha” en el tablero político.

Pero es que además el proyecto populista fue mostrando sus límites muy pronto. Si su capacidad para polarizar la vida política española fue evidente durante cierto tiempo, ya pudieron verse sus primeras debilidades con ocasión de las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2015 cuando Podemos no sólo tuvo que adaptarse a los procesos de confluencia -más pluralistas y participativos- que se fueron dando en distintas ciudades y pueblos, sino que tuvo que adoptar acuerdos con el PSOE (hasta entonces partido de “la casta”) para poder gobernar o impedir que gobernara el PP en determinadas Comunidades Autónomas y ayuntamientos.

Más tarde, en las elecciones autonómicas de septiembre de 2015, tras el relativo fracaso de la candidatura Catalunya Sí Que Es Pot también se produjo una rectificación importante cuando la dirección de Podemos tuvo que incluir el eje de la plurinacionalidad y el derecho a decidir en su discurso de ámbito estatal para poder llegar a un acuerdo en torno a “En Comù Podem”. Lo mismo ocurrió con otras confluencias, como la gallega, mientras que en el caso de IU se llegó, aunque tarde y por arriba, a una alianza electoral en Unidos Podemos. Todo este proceso supuso sin duda un cambio importante respecto a la centralidad prepotente que se quiso atribuir el “núcleo irradiador” en Vistalegre I.

Así, desde prácticamente mayo de 2015 el eje “la gente frente a la casta” se vio sustituido de manera progresiva por la distinción entre PP y C"s como derecha, por un lado, y PSOE como parte de la izquierda, por otro. Por esa vía, en aras de querer postularse como fuerza de gobierno y tras la lectura de los resultados electorales que se iban produciendo en los ámbitos local, autonómico o estatal, la dirección de Podemos acabó adaptándose al eje convencional izquierda-derecha en detrimento del antagonismo original de “los y las de abajo” frente a “los de arriba”.

Paradójicamente, solo cuando apareció la discusión sobre la alianza con IU el sector más populista de Podemos -representado por Íñigo Errejón- manifestó sus reticencias argumentando que con este tipo de acuerdo se corría el riesgo de perder “transversalidad”. Una “transversalidad” que en realidad ya solo aparecía relacionada con un PSOE frente al cual, en cambio, la actual dirección de IU ha mantenido programáticamente mayor distancia política que la dirección de Podemos.

Esta tendencia a situarse implícitamente en la izquierda convencional ha ido teniendo su coste en el plano programático, ya que ha conducido a situarse únicamente en el terreno de las relaciones de fuerzas electorales con el fin de seguir haciendo creíble la voluntad de “gobernar”. De ahí que una vez no logrado el “sorpasso” el 20D, la propuesta de gobierno de coalición hecha al PSOE fuera acompañada de rebajas programáticas crecientes, con el consiguiente “olvido” de la apuesta destituyente-constituyente con la que nació Podemos.

Simultáneamente, a lo largo de todos estos años se ha ido manteniendo una idea de “pueblo” intercambiable con otros como la gente, la patria o la ciudadanía. Una concepción que ha tendido a privilegiar a la clase media como referente y relega a un segundo plano a las clases subalternas y a la clase trabajadora -y a los sectores más precarizados y desempleados dentro de ella-, pese a que son éstos los sectores sociales a los que debería dirigirse prioritariamente Podemos para su proyecto de construcción de un bloque social y político hegemónico alternativo /1.

Esa tarea de “construir pueblo”, en singular, también se vio cuestionada en los términos en que se plantea desde el populismo, a medida que se han ido dando las diferentes “confluencias” en distintas Comunidades Autónomas. La aspiración a la soberanía de las distintas formaciones y sectores de activistas con las que Podemos ha confluido ha obligado a su reformulación en torno a una idea de “plurinacionalidad” en términos de igualdad entre los distintos sujetos sociopolíticos que se están conformando en sus ámbitos respectivos. Con todo, este cambio se sigue asumiendo en términos ambiguos dentro del discurso oficial mediante un “patriotismo plurinacional”…español que es en realidad una contradicción en sí mismo.

Otra muestra de los límites del proyecto populista ha estado en cómo en nombre de la recurrente “transversalidad” la dirección de Podemos ha rehuido permanentemente pronunciarse sobre la experiencia vivida en Grecia tras la capitulación del gobierno presidido por Tsipras ante los dictados de la austeridad ordoliberal en julio de 2015. El silencio mantenido desde entonces (bien aprovechado por sus adversarios para descalificar a Podemos como alternativa de gobierno) ha ido acompañado, además, por una ambigüedad conscientemente asumida sobre cuál sería la estrategia alternativa frente a la troika si se quiere evitar la repetición del fracaso de Syriza.

Finalmente, y como pudimos comprobar con los giros varios que se fueron dando entre el 20D y el 26J por parte de la dirección de Podemos -incluida su división respecto a la táctica a mantener ante la investidura de Pedro Sánchez como presidente de un gobierno basado en el pacto con Ciudadanos-, el fracaso en la aspiración a “gobernar” ha acabado siendo también el del proyecto populista como tal y, por tanto, también del liderazgo carismático. Un liderazgo que en el marco de una “posdemocracia de audiencia” logró enormes éxitos en una primera etapa, pero que hoy, como estamos viendo, es abiertamente cuestionado dentro incluso de sus propias filas.

Por eso se entiende que en el documento político de “Recuperar la ilusión” (corriente "errejonista”) se sostenga que “el 20D se produjo un parteaguas en la historia de Podemos” ya que, efectivamente, a partir de entonces se estaba agotando el “momento populista” y se fueron abriendo nuevos interrogantes.

Por tanto, no pueden sorprender las diferenciaciones en el equipo dirigente que han ido saliendo a la luz en los últimos meses entre quienes parecen seguir queriendo aferrarse a la aspiración a gobernar a corto plazo (y subordinen a ese objetivo su práctica cotidiana) y quienes optarían por una oposición a la Gran Coalición sin renunciar por ello a ser alternativa de gobierno… en 2020.

Obviamente, ese debate parte también de diagnósticos distintos sobre el régimen y el gobierno actual. Curiosamente, en el de “Recuperar la ilusión” se insiste en que la crisis del régimen continúa abierta y en que nos encontramos ante un gobierno débil, pero sin que de ambas conclusiones se desprenda una propuesta programática rupturista sino, simplemente, la disposición a gestionar mejor unas instituciones “resultado de años de confianza y esfuerzo colectivo” que habrían sido “secuestradas” por las elites corruptas. Ejemplos de esa estrategia estarían en los ayuntamientos del cambio, justamente cuando estamos comprobando los límites y las contradicciones que están sufriendo los que para esta corriente aparecen como referentes, debido entre otras razones a sus alianzas con un PSOE obediente a la Ley Montoro y a una inercia institucional nada neutral.

En cuanto al documento de “Podemos para Todas” (corriente “pablista”), se sostiene que hay “un régimen débil y un gobierno no tan débil”, considerando que éste último se apoya en el “bloque de la restauración”. Si bien podría ser más fiel a la realidad este análisis a la vista del comportamiento del PSOE actual, tampoco se ve en esa propuesta la idea de un futuro gobierno alternativo que vaya más allá de lo que en el pasado fueran unas izquierdas gestionarias, aunque esta vez se dotara de “los mejores”… expertos.

¿Qué futuro de Podemos y las confluencias?

De lo expuesto hasta ahora no pretendemos concluir que Podemos ha fracasado. Como escribió hace ya algunos meses David Llorente, en realidad, “no ha fallado la hipótesis Podemos. Ha fallado la hipótesis Vistalegre”/2. Por tanto, parece necesaria su reinvención superando esta última y apostando por otra estrategia que, en eso sí parece haber consenso interno, empiece por reconocer que se va a caracterizar por una “guerra de posiciones”.

Pero, ¿cuál? ¿La que se centre principalmente en el trabajo en unas instituciones que, simplemente, estarían “secuestradas” por las elites y que solo habría que “recuperarlas”, como si en el pasado se hubieran construido históricamente desde abajo, según se desprende del documento “Desplegar las velas: un Podemos para gobernar” de “Recuperar la ilusión? O, por el contrario, ¿la que apueste por un proyecto que ya no puede ser electoralista, estatista y cortoplacista, sino que busque ampliar el terreno de juego para reformular un proyecto que, como se sostiene en el documento político de “Podemos en Movimiento (corriente crítica, de la que forma parte Anticapitalistas), apueste “Por la Revolución Democrática, por una Marea Constituyente” mediante una estrategia de oposición y empoderamiento popular que demuestre que aspiramos a “gobernar” pero “en clave transformadora”.

En medio de ambas se situaría el documento de “Podemos para Todas” que, con el título “Plan 20120: Ganar al PP, gobernar España”, pretende buscar un espacio intermedio en el que la construcción de un “movimiento popular” parece estar subordinada a la puesta en pie de un “ensayo general del futuro gobierno” en torno a un programa que, al menos en lo que se apunta en el mismo, parece aspirar simplemente a un moderado nacional-keynesianismo tímidamente ecologista que, a falta de haber extraído lecciones de la experiencia griega, acabaría viéndose frustrado. Con mayor razón si para llegar a la Moncloa va a necesitar de la alianza con un PSOE cuya fidelidad al régimen y a la troika ha quedado ya suficientemente comprobada.

Porque, como ya sostuve en un artículo anterior, “no se trata, por tanto, de construir un nuevo proyecto socialdemócrata: el bloque histórico contrahegemónico no puede ser pensado y llevado a la práctica en esta etapa de “guerra de posiciones” como un problema dependiente de las relaciones con el PSOE o con la autodenominada socialdemocracia europea. Tiene que ir construyéndose mediante un trabajo en la sociedad civil y desde las instituciones que busque la reactivación de los movimientos sociales y el aprendizaje y extensión de experiencias de sindicalismo social, como la PAH y las mareas, contribuyendo así a la emergencia de nuevos actores y actrices sociales, políticos y culturales a favor del Cambio/3.

En esa orientación se sitúa claramente “Podemos en Movimiento”, apostando por una estrategia de construcción de contrapoderes sociales y de procesos de empoderamiento popular que frenen los intentos “regeneracionistas” del régimen y a la vez aceleren el paso hacia nuevos procesos constituyentes desde abajo. Un Podemos que tiene que aspirar a continuar y extender las confluencias con todas aquellas fuerzas dispuestas a trabajar en torno a un proyecto común mediante fórmulas respetuosas de su diversidad y de sus respectivas autonomías.

¿Qué partido?

Como se ha reconocido ya antes, existe un amplio acuerdo en que hay que sentar las bases de otro tipo de partido que no se parezca a los viejos: un “movimiento popular” o “partido-movimiento”, descentralizado, pluralista, despatriarcalizado y con un papel más activo y participativo de los Círculos.

Con todo, persisten diferencias no menores respecto a cuestiones tan centrales como la relación que debería mantener Podemos con los movimientos sociales/4, la necesaria creación de espacios de deliberación colectiva y de encuentro dentro y fuera de esta formación o, en fin, el papel de unos liderazgos que sean corales y transformadores. De todo esto habrá que seguir conversando tras la lectura detenida de los documentos recientemente publicados no sólo por las principales corrientes, sino también por la larga lista de aportaciones que han podido llegar desde los Círculos, pese al corto espacio de tiempo con que han podido contar.

23/01/2017

Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED y editor de VIENTO SUR

Notas:

1/ Véase “Obrerismo y clasismo en el movimiento del Cambio”, Brais Fernández y Raúl Parra, Viento Sur, 09/01/2016 http://www.vientosur.info/spip.php?article12096

2/ “Podemos, una hipótesis vigente”, David Llorente, 11/07/2016, http://www.vientosur.info/spip.php?article11494

3/ “La ingobernabilidad vino para quedarse…bajo la tutela de la UE. ¿Y Catalunya?”, Jaime Pastor Viento Sur, 30/07/2016. http://www.vientosur.info/spip.php?article11558

4/ Se puede encontrar un punto de vista de dos conocidas activistas sociales que puede ayudar a este debate en “No sin los movimientos”, Yayo Herrero y Justa Montero, Viento Sur, 143, pp. 50-57, diciembre 2015.

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