Lo primero que cabría decir es lo oportuna que ha resultado ser la publicación de este libro por la editorial Catarata (2023), unas semanas antes de que el Gobierno israelí iniciara lo que ya se considera una nueva Nakba (en árabe, catástrofe) con mayor ensañamiento, si cabe, que las de 1948 o 1967. Si bien la limpieza étnica que se desarrolló entre 1947 y 1948 supuso la expulsión de al menos 750.000 personas palestinas de sus hogares, más de 75 años después las proporciones del genocidio superan todos los límites imaginables. Tras nueve meses desde que comenzara la respuesta israelí a los ataques coordinados por Hamás, los bombardeos masivos e indiscriminados por parte del Ejército israelí ya superan las 38.000 víctimas mortales y más de 88.000 personas heridas. A lo que hay que añadir los dos millones de palestinos y palestinas que han sufrido desplazamientos forzados, que han padecido las consecuencias de la destrucción masiva de infraestructuras o el bloqueo de la ayuda humanitaria.

En medio de esta masacre ha vuelto a surgir la propuesta de los dos Estados como solución a uno de los casos de colonización más enquistados en el tiempo. De ahí la pertinencia de la publicación de José Abu-Tarbush e Isaías Barreñada, cuando algunos presidentes de gobierno europeos, entre los que ha jugado un papel destacado Pedro Sánchez, se han apresurado a sacar del cajón el reconocimiento del Estado Palestino.

Si bien la solución de los dos Estados en Palestina se planteó por vez primera con anterioridad a 1948, durante el Mando Británico de Palestina, fueron los Acuerdos de Oslo los que insuflaron nuevas esperanzas sobre la inauguración de una etapa de convivencia y paz que incluía la solución de los dos Estados.

Como bien se explica ya en el primer capítulo del libro, dichos Acuerdos nacen en una situación de desigualdad que se plasmó en los compromisos que contrajo cada parte. Mientras que Israel se limitaba a aceptar a la OLP como representante del pueblo palestino, sin obligación alguna de reconocer su derecho a la autodeterminación e independencia, la OLP renunciaba a los artículos de su carta constitucional contrarios al reconocimiento del derecho a la existencia de Israel.

Además de analizar dicha asimetría de poderes, los autores se detienen en comparar la trayectoria de ambos actores. Por una parte, Israel ajustaba su estrategia para adaptarse al nuevo contexto internacional derivado del final de la Guerra Fría, sin que en ningún caso contemplara su retirada de los territorios ocupados en 1967. Por la otra, la OLP sufría una evolución pragmática derivada de una importante crisis y debilidad interna. Entre otros factores, debido a la marginación política y diplomática en el ámbito regional e internacional, por su posición ambigua en la Guerra del Golfo. Pero también, por una desorientación política agravada por las dificultades para tomar decisiones estratégicas, ante el temor a las divisiones internas, unido al debilitamiento de los vínculos con las bases sociales y políticas tras el desplazamiento a los territorios ocupados de la resistencia palestina.

En este contexto se produjeron los Acuerdos de Oslo (1993-1995) que nacieron lastrados no solo por la citada disparidad de fuerzas entre Israel y la OLP, sino también por su “indefinición sobre el resultado final” a la que se refieren los autores del libro. Además de que se ignoraron las resoluciones de la ONU respecto a la cuestión palestina, tampoco se establecía la necesidad de poner fin a la ocupación, ni se reconocía el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino.

Esta asimetría permitió a Israel, como potencia ocupante, imponer un statu quo que, mientras mantenía la ficción del proceso de paz, le permitía avanzar en la política de hechos consumados y terminar haciendo inviable la opción de los dos Estados. En lugar de la anhelada estatalidad, cuya concreción quedaría postergada en los Acuerdos de Oslo a la fase final del periodo interino de cinco años, se creó la Autoridad Palestina (AP) que entró en funcionamiento en mayo de 1994. Para dar viabilidad a esa especie de pseudo-Estado, la OLP transfirió gran parte de sus cuadros políticos y militares a las nuevas instituciones, convirtiéndolos en funcionarios, para cuyo mantenimiento la AP pasó a depender de la ayuda internacional, tras el incumplimiento de los compromisos de Israel en materia de transferencia fiscales.

En el marco de la frustración generada por el fracaso de los Acuerdos de Oslo ha crecido la crítica a la solución de los dos Estados, reavivando el interés por el proyecto de un solo Estado democrático o binacional. Un único Estado secular en la Palestina histórica en el que convivan tanto árabes como judíos. Propuesta que ya en los años sesenta del siglo pasado defendían grupos militantes antisionistas en Israel y que ha gozado de cierto predicamento en varios momentos a lo largo del conflicto palestino-israelí.

Tras los tres primeros capítulos, el libro se adentra en el análisis de la deriva ultra y nacionalista de Israel, así como en el origen y desarrollo histórico del proyecto de colonización sionista, cuyo objetivo de invisibilización del  pueblo palestino quedaba bien claro en su eslogan originario: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Dicho proceso de colonización ha contado con dos ingredientes fundamentales. En primer lugar, la violencia, tanto a través de las distintas campañas militares como mediante el expansionismo territorial a través de los asentamientos de colonos. Y, en segundo lugar, el régimen de apartheid que permite a Israel desarrollar su política de discriminación y segregación, así como las restricciones a las libertades básicas y los derechos fundamentales de la población palestina.

El séptimo y último capítulo está dedicado a repasar las alianzas que, a nivel internacional, ha ido tejiendo Israel a lo largo de los años y que le han permitido gozar de una impunidad pasmosa pese a los reiterados incumplimientos y violaciones de la legalidad internacional. Del respaldo inicial al proyecto sionista de Gran Bretaña, sustituido en los inicios de la Primera Guerra Mundial y continuado hasta nuestros días, por los Estados Unidos, a la pasividad, el silencio cómplice y la trayectoria, plagada de contradicciones de la Unión Europea. Tampoco olvidan los autores incluir una referencia al papel de las potencias emergentes, las conocidas BRICS, y su comportamiento más determinado por razones pragmáticas que por idearios políticos e ideológicos.

Cierra el capítulo el tratamiento del papel jugado por los países árabes en el conflicto palestino-israelí. A partir del recorrido por los acontecimientos que dieron lugar a lo que se denomina en el libro “el reajuste estratégico del campo árabe”, llegamos a los Acuerdos de Abraham (2020). Un intento de normalizar las relaciones de Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Marruecos con Israel, obteniendo de cada uno de ellos las correspondientes contrapartidas. Alianza de intereses estimulada por las revueltas antiautoritarias árabes de 2010-2011 y los temores que despertaron en las élites gubernamentales de esos países la pérdida del monopolio del poder ante las demandas democráticas de sus pueblos. Por su parte, Israel adoptaría la función de principal potencia en la zona, supliendo el repliegue estratégico de Estados Unidos. Planteamiento compartido por las diferentes administraciones de la Casa Blanca desde Obama a Biden, pasando por Trump.

Tal como afirman los autores en el epílogo del libro, la situación humana y política de los territorios es manifiestamente peor que cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, hace más de treinta años. Durante este tiempo Israel ha mantenido e incrementado el colonialismo de asentamiento, en línea con el proyecto original del movimiento sionista. Mediante la política de hechos consumados multiplicó la construcción de asentamientos de colonos en los territorios palestinos, perpetuando la ocupación. Mientras que a nivel internacional lavaba su imagen y mejoraba sus relaciones exteriores gracias al proceso de Oslo. El predominio que otorgó dicho proceso a Israel le permitió ir socavando la viabilidad de un Estado palestino. Así, la solución de los dos Estados quedó en papel mojado, en primer lugar por la falta de voluntad política para resolver el conflicto por parte de Israel en su calidad de potencia ocupante. A lo que hay que añadir la discontinuidad territorial impuesta o las restricciones de movilidad a la que está sometida la población palestina. Cuestiones que, unidas a la inviabilidad económica, han terminado obstaculizando la posibilidad de un mínimo Estado palestino. Pese a todo ello, en este tránsito desde los Acuerdos de Oslo al apartheid que institucionaliza la opresión y segregación racial del pueblo palestino, su resistencia ha permitido que siga viva la confianza en alcanzar la liberación.

Enrique Venegas es miembro del Consejo Asesor de viento sur

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